jueves, 27 de septiembre de 2007

Momentos electrizantes (II)

Como iba diciendo, la electricidad es mi fuerte. Es como un don que tengo, lo que pasa es que todavía no lo controlo bien. A veces me siento como Superman cuando llegó a la Tierra, aprendiendo a encauzar mi energía. Lo malo es cuando me distraigo y hay alguien cerca...

Lo que sí me gusta es desmontar enchufes cuando no están enchufados. Lo paso muy bien quitando todas esas piecitas diminutas. Las ordeno por tamaños y formas, por colores, por orden alfabético. Pero no sé por qué, cuando vuelvo a montarlas no me caben y me es imposible crear un enchufe nuevo. No me lo explico, porque las piezas son las mismas...

Así que las voy poniendo todas en una caja grande que tengo y, de vez en cuando, hago una reunión en casa con todas mis amigas y nos ponemos a jugar a "Monta el enchufe". La primera que lo consigue paga la cena. El otro día hice trampa, monté un enchufe con menos piezas de las que habíamos acordado y gané. Así que me tocó pagar la cena. Todavía me remuerde la conciencia, menos mal que tengo un blog para poderme confesar.

Nací con este don, ahora lo sé. Mi infancia fue emocionante y llena de sorpresas. Las descargas me sacudían cuando menos lo esperaba. No había aparato que se me resistiera: la nevera, la lavadora, la tele, los interruptores del pasillo...y hasta una pared monda y lironda! Incluso yo me sorprendí aquel día, una pared...qué poder tan portentoso.

Lo que me fastidiaba bastante era tener que levantarme de la mesa para cambiar de canal o subir el volumen de la tele. En aquella época no se apretaba un botón, el mando a distancia era yo. Supongo que mis padres sólo me mandaban a mí porque creían que mis espasmos se debían a la enorme alegría de sentirme útil. Nunca supieron la verdad de por qué volvía a la mesa saltando. Mi don era mío, y no pensaba compartirlo.

Ya de mayor me especialicé en coches. De un coche, tooodo me da corriente. Menos mal que el volante todavía no, pero si algún día ocurre, pienso contárselo a la policía. Por eso estoy escribiendo este informe. Hoy en día todo hay que demostrarlo con papeles.

Mi recuerdo más sexy es de un día en que se me ocurrió aparcar delante de una obra para tirar la basura. Fue espectacular. Me dirigía a mi trabajo y tenía que deshacerme urgentemente de un par de bolsas de basura que me estaban aromatizando el coche. Aparqué de medio lado delante del andamio. Allí estaban ellos, deseosos de estrenar un nuevo repertorio de piropos guarros. Y allí estaba yo, encerrada en el coche y calculando mis movimientos para llegar al contenedor de basura lo más elegantemente posible.

Apoyé un dedo en el cristal y empujé con fuerza la puerta. Se abrió poco, porque había un coche justo al lado. Entonces deslicé una pierna hasta poner un pie en el suelo, saqué un brazo con la primera bolsa de basura, puse el otro pie en el suelo, ladeé las caderas hasta sacar medio cuerpo del coche, saqué el otro brazo con la segunda bolsa de basura y, por último, contorsionándome ágilmente, de puntillas y siempre de lado, saqué el resto del cuerpo junto con la cabeza.

Estaba a salvo, había logrado salir sin tocar absolutamente nada. Qué alegría sentí. Me di torpemente la vuelta buscando el equilibrio, y fue entonces cuando mi oreja izquierda rozó levemente la puerta entreabierta del coche. La descarga fue impresionante. ¡En la oreja!

No me acuerdo cuál fue mi imprecación pero maldije al barrio entero. Sólo sé que mi cuerpo se estremeció, levanté los brazos, abrí las manos y las bolsas cayeron al suelo estrepitosamente. Me quedé traspuesta el tiempo justo. En silencio y mirando al suelo recogí mi basura y me dirigí lo más dignamente posible al contenedor.

Los piropos, aquel día, se quedaron por el camino. Seguro que los obreros quedaron impresionados por mi desenvoltura al salir del coche... He intentado repetirlo, pero por ahora no me ha vuelto a salir.

Seguiré bajando la basura.

domingo, 23 de septiembre de 2007

Momentos electrizantes

Llevo muchos años en el cole.
No es que sea una burra... Es que trabajo allí...

Durante todos estos años he conocido a muchos niños, pero, el más entrañable, dulce y sensible, ha sido, sin duda, Ángel.

Ángel era precioso. Tenía el pelo rubio, casi blanco, y en su carita perfecta lucían unos ojos azules, tan claros e inocentes, que entraban ganas de robárselos. Pensé en hacerlo más de una vez, pero desistí porque no me cabían. Era alto, delgado, frágil, casi etéreo. Era distinto.

Tendría unos nueve años cuando lo conocí. Yo no, él...
Y siempre iba de un lado a otro con un osito de peluche en las manos.

Desde el primer momento empecé a quererlo y a protegerlo. Su dulzura y delicadeza despertaron en mí un nuevo sentido, el sexto, que todavía no tiene nombre...

Pues allí estábamos, Ángel y yo, en el poli del colegio. Lejos el uno del otro. Ángel con su osito en la mano y yo ensayando con mi nuevo sentido, sin quitarle los ojos de encima por si le llegaba un balonazo de los que te suelen sorprender en plena cara cuando menos te lo esperas.

Ángel me sonrió, y como otras muchas veces en mi vida, todo empezó a funcionar a cámara lenta. Recordé un antiguo anuncio en el que se veían dos chicos en una playa, corriendo lentamente el uno hacia el otro con los brazos abiertos, hasta fundirse en un tierno abrazo.

Así me veía yo en mi carrera, avanzando sonriente a grandes zancadas y con los brazos abiertos hacia Ángel, que venía hacia mí con la misma lentitud, asiendo su osito de peluche y con la boca abierta de contento. El sol hacía brillar su cabello y mis rizos ondeaban al aire.
Qué perfección. Qué instante mágico.

Ante la atónita mirada de medio colegio que estaba en las gradas, unimos nuestras manos en un momento irrepetible de alborozo y ternura.

El calambrazo fue tan grande que salimos rebotados hacia atrás, mientras nuestras sonrisas se convertían irremediablemente en muecas de dolor y el osito de peluche salía disparado hacia las gradas. ¡Fuerte corrientazo!
Nos quedamos los dos saltando y batiendo las manos, como si fuéramos a salir volando de un momento a otro.

Haciendo caso omiso de las carcajadas de la gente, intenté acercarme al niño para consolarlo. Tenía el pelo tieso y los ojos como platos. Nunca olvidaré su mirada.
Pero él prefirió al oso. Lo entendí...

Desde entonces no volvimos a acercarnos. No a menos de un metro. Le explicaba las divisiones a dos pupitres de distancia, me compré un megáfono para pasar lista y nuestras únicas demostraciones de cariño fueron, a partir de entonces, besos volados.

Tampoco pude volver a compartir con él la merienda, lo cual me causó hondo dolor, porque la madre hacía unos montaditos de jamón con tomate que eran la alegría del recreo... pero bueno, cualquier sacrificio vale la pena cuando está en juego la seguridad de un niño.

Sentí mucho aquel incidente, en serio, pero no sé de qué me extraño, porque la electricidad y yo somos fieles amigas desde tiempos inmemorables. Será porque las dos somos muy estáticas o demasiado volátiles, vete tú a saber...

Lo cierto es que me he alargado. Seguiré con mis momentos...en otro momento.

martes, 18 de septiembre de 2007

No hay oferta que valga

Todo invitaba a salir: el sol, la triste mañana, los grillos cantando, las ranas croando, el gato maullando, el perro ladrando, la oveja balando, las aves trinando, la vaca mugiendo, el cerdo comiendo, etc.etc. Así que me decidí a encender la tele.

Procastinear y ver la tele son dos de las actividades cotidianas que más me satisfacen, pero no todos los días... Siempre se ha dicho que las mujeres somos capaces de hacer, como mínimo, dos cosas a la vez, así que, cuando procastineo y veo la tele, me siento más mujer. Y eso que no siempre me sale...

Estaban dando no sé qué película, cuando, por fin, empezó lo que más me divierte. Los anuncios.
Qué arte, cuánta sabiduría encierran los anuncios en sus cortas e ingeniosas frases, "Contigo no salgo, porque yo lo valgo", "Con Knorr se vive mejor", "Para mí y para usté, mayonesa Calvé"...y muchas joyas más, que, inevitablemente, me incitan a la reflexión más profunda cada vez que tengo la suerte de escucharlas.

Aquel día me sorprendió un anuncio nuevo. Gente sonriente, carritos de la compra llenos, felicidad, alegría y todo el mundo repitiendo: "¡Tres por dos! ¡Tres por dos!".
¡Era una oferta! ¡Nada más y nada menos que un 3 x 2! ¡Qué ofertón! No cupe en mí del gozo, y rápidamente, sobreponiéndome al impacto e intentando recuperar mis medidas, decidí salir a comprar.

Una vez en el súper, como de costumbre, empecé a pensar qué me podría hacer falta, intentando recordar qué había en la nevera y qué artículos de primera necesidad podría adquirir aprovechando tan generosa oferta.
Como soy tan buena cocinera, y además, no me gusta cocinar, empecé con los ingredientes básicos y esenciales para preparar un buen banquete.

Compré: seis latas de tomate frito, seis lasañas congeladas, seis tortillas de calabacín, seis tarros de paella campesina y, como no, seis pizzas carbonara.
Con algunos productos fue fácil, como comer y cantar. Los huevos, que vienen en paquetes de seis, los actimel, las pilas, el papel higiénico.
Pero con otros fue algo más problemático. Por ejemplo, la fruta. Como no me vendían seis uvas, las cambié por seis melones, que al fin y al cabo tienen la misma forma y son igual de dulces...
No entiendo por qué el charcutero me miró de manera extraña cuando le pedí seis lonchas de queso y seis de jamón, pero me las puso...

También me llevé seis botellas de limpia cristales, que siempre se usan, y otros tantos botellones de lejía para blanquear la ropa. Seis paquetes de tostadas "Los Compadres", seis mermeladas de arándano "Hacendado" y seis pinturas de labios "Delyplus". ¡Ah! Y seis bolsas de macarrones "La Isleña".

Cuando me di cuenta, el carro estaba a rebosar. Supongo que influirían los seis sacos de castañas y los seis garrafones de agua de rosas para planchar. Lo cierto es que yo me sentía como la chica del anuncio ( la guapita) con una sonrisa desgarradora y al límite de la felicidad.

Por más que intentara caminar en línea recta, el carrito se empeñaba en torcerse hacia la izquierda. Pero, como soy experta en llegar, entre otras cosas, allá donde me propongo, empujé el carrito con tal vigor, que en un 3 x 2 había llegado, intacta, a la meta: la caja registradora.

No me registraron. Pero yo me dispuse, educadamente, a sacar el monedero para contar las monedas sueltas y dejarles cambio, que siempre se agradece.

Cuando me dieron la factura me quedé horripilada. La cifra era astronómica. Por mucho que intenté convencer a la cajera de que se estaba cometiendo una injusticia, no quiso entrar en razón. La compra me salió un diente de la boca y encima tuve que pagar con tarjeta porque no me daba el sueldo.

¡Habráse visto! ¡Dónde iremos a parar! ¡Me lo van a decir a mí que soy maestra! Mira que no saber la cajera que, de toda la vida, ¡TRES POR DOS SON SEIS!
No me lo explico.


Y, Abracadabra...
no te creas ni una palabra.

domingo, 16 de septiembre de 2007

¡Hay que ver!

¡Hay que ver!
Toda la vida trabajando y nunca me han dado un premio.
Bueno sí. Un día, en el cole, me dieron una placa muy bonita como reconocimiento a mi labor. Lo extraño es que llevaba sólo un año trabajando, no me lo explico. En esa época hacía jerseys de punto y los vendía para poder llegar a fin de mes. A lo mejor es que se enteraron y la placa me la dieron en reconocimiento a mis labores...

¡Hay que ver!
Toda la vida comprando rifas y nunca me ha tocado nada.
Bueno sí. Cuando era pequeña. Recuerdo tener un boleto en la mano, y al oír el número ganador, salí corriendo hacia el escenario con el corazón a mil. Lo peor fue cuando se dieron cuenta de que yo tenía el 68 y había salido el 89. Se dieron cuenta porque había un puntito encima del número señalando cómo había que leerlo, pero yo era pequeña y no entendía de eso... Así que, cuando subió al escenario el verdadero ganador, lo miré de abajo a arriba... y me dieron el premio: una horrenda muñeca. En fin, que ni la bauticé.

¡Hay que ver!
Toda la vida comprando lotería de Navidad y nunca me ha salido ni el reintegro.
Bueno sí. Fue hace unos años. Cuando mi madre me llamó diciéndome que teníamos los tres últimos números me volví loca buscando el dichoso boleto, hasta que recordé que lo había hecho trizas en una de estas limpiezas compulsivas que a todos nos dan de vez en cuando, y lo había tirado a la basura, precisamente, el día anterior. Me rasgué las vestiduras. Menos mal que estábamos en rebajas.

¡Hay que ver!
Un par de semanas escribiendo sandeces... y me dan un premio. No me lo explico.
Seguro que se han equivocado dada mi trayectoria. La culpable es Lamirada, que me mira con muy buenos ojos. Gracias Lamirada, este premio me anima y me enorgullece, y sobre todo me incita y me espolea para seguir escribiendo sandeces un tiempito más, como mínimo...


Por lo visto hay que seguir una serie de normas, entre ellas, nombrar a otros siete premiados.
Y no me atrevo. Soy demasiado joven. Y demasiado inexperta. (Por fin puedo decir algo así)
No voy a nombrar a siete. Mi premio será para todos los incautos que entren a mi blog y me lean.
Así que tú, sí, TÚ, que has tenido el valor de llegar hasta aquí y soportarme, acabas de ganar el "Primer Premio a la Procastinación y Alevosía".

¡Felicidades!

miércoles, 12 de septiembre de 2007

Cosas de niños

Este post no es mío. Es de mis niños.
En septiembre pasamos pruebas y ejercicios de repaso para saber si se acuerdan de los contenidos del año anterior. Ésta es una recopilación de alguna de sus respuestas, sólo he alterado la ortografía.
No tiene desperdicio...

LENGUA

¿Qué dos tipos de sonidos pronunciamos al hablar?

- La lengua española. (Dije dos!!!)
- El español y el castellano. (Dije sonidos!!!)

¿Qué es una oración?


-Una oración es una palabra. (Así de fácil)

Tres lenguas que se hablan en España:

-E
spañol, chino y japonés. (Hay que aclararle hasta donde abarca España)
-Sonidos, gestos e imágenes. (Hay que aclararle lo que es una lengua)


MATES

¿Este prisma es un cubo?


-No, porque tiene tapa y no debería tener tapa. (¿A quién se le ocurrió taparlo?)

Escribe el nombre de estos triángulos:

-
Pentágono, isósceles, escaleno. (No contó bien los lados)
-Triángulo, triángulo, triángulo. (Éste sí...)

¿Qué hora señalan estos relojes?

-Las 23 menos 15 -Las 22 y cuarto -Las 10 menos 40

-La una menos 9 -Las 11 y en
punto -Las 3 menos 30


CONOCIMIENTO DEL MEDIO


Animales que ponen huevos:

-Huevífaros (Por lo menos lo puso con "h")
-Güebíparos (Por lo menos...)

Animales ovíparos:

-Un ovíparo es un animal de origen vegetal. (Vale, ¿y una berza?)

Los cinco sentidos:

-Oído, busto, olfacto, tacto y vista. (Perfesto)

Tipos de dientes:

-Anfibios y caninos. (Vale pulpo...)

¿Para qué sirven?


-Con los incisivos arrancamos los bocadillos. (No, no quiero merienda hoy, gracias)

Montaña:


-Corriente con fuertes pendientes. (¿?)
-Una cosa que tiene pico y una bajada. (Visto así...)

Cordillera:

-Varias montañas haciendo una fila. (Me encanta...)

Llanura:

-Es la costa alta que se llama acantilado. (Umpf!)

Meseta:

-Es la mitad de la costa alta. (Aprobado en matemáticas)

Isla:

-Porción de agua rodeada por todas partes. (Qué agobio!!!)

Archipiélago:

-Está rodeado de tierra, por ejemplo una playa. (No me hago una idea de dónde puede veranear)
-Varias islas agrupadas, por ejemplo España. (Tengo que reforzar lo de España)

Río:


-Los ríos son corrientes húmedas con curvas estrechas. (Con lo fácil que es decir "agua")
-Pendientes de agua. (Con lo fácil que es decir "corrientes")

¿Por qué decimos que en Canarias las temperaturas son suaves?


-Porque son así. (¿A quién se le ocurrió hacer esta pregunta?)

¿Cómo son las lluvias en Canarias?


-Lluviosas. (Valga la redundancia...)

Las partes de una hoja son dos...


-Bisípalo y peciólogo. (¿Alguien tiene un pañuelo?)

Las plantas de hoja caduca son las que...


-Son muy sencillas. (Antes muerta...)

Frutos carnosos:

-La papalla y el paraguallo. (Olle)

¿Qué medio de comunicación usarías para comunicarte con una amiga que vive en otro país? ¿Por qué?

-
Un móvil. Porque no tengo otra cosa en la mano. (Práctico)
-El oído. Y lo usaría muy atentamente para escuchar bien. (Muy atentamente tiene que ser...)

Qué medio de comunicación usarías para escuchar canciones de moda? ¿Por qué?


-Un cassette. Porque sé ponerlo. (Menos mal...)
-Una pone el oído, la otra enciende la radio y la pone pegada al teléfono y ya está, ya se puede escuchar. (Colaborando se llega a todas partes...)

Ciclo del agua:

-Es el que va por todas partes, del mar al cielo, del cielo al mar y de la tierra otra vez al mar y así todo el ciclo, eso es el ciclo del agua
seño, que yo sepa. (Te creo)

Escribe algo que hayas estudiado y no te he preguntado:


-Pues lo que no me has preguntado.
(Cierto...)
-El cráneo no se mueve, porque al darte en la cabeza y el cráneo no está en su sitio, te escachas el cerebro. (Así me gusta, todo en su sitio)
-La caja está en el pecho, está protegida por el pulmón y el corazón. (Algo desencaminado vas...)




Sin comentarios...






lunes, 10 de septiembre de 2007

Mi afasia es mía

Mucha gente no sabe lo que es una afasia. Yo tampoco lo sabía hasta que la conocí.

La Wikipedia define afasia como una "disfunción en los centros o circuitos del lenguaje del cerebro, que imposibilita o disminuye la capacidad de comunicarse mediante el lenguaje oral, la escritura o los signos, conservando la inteligencia (menos mal) y los órganos fonatorios.

Yo la defino como "una putadita más".

Todo empezó cuando, recién separada, decidí acompañar a mi hermana, que había venido a ayudarme con la mudanza, al médico. Ya que estaba allí, se me ocurrió comentarle a la doctora una serie de síntomas raros (adormecimiento del lado derecho de la cara, por ejemplo) que estaban ocurriéndome desde hacía ya varios meses.

No me gustó mucho la expresión de la chica, y menos me gustó el volante preferente que me dio para un neurólogo.

El neurólogo me hizo varias pruebas, reflejos, equilibrio, y no me acuerdo qué más, y me mandó al hospital para hacerme un electro y una resonancia. El día que fui a recoger los resultados, tampoco me gustó la cara del enfermero que me los entregó. Tenía unos ojos lánguidos, tristes y me miraba como si fuera la última vez que me iba a ver. Bueno, realmente así fue y no quiere decir que me haya muerto...

El grueso de los resultados lo enviaban directamente al neurólogo, así que por mucho que quisiera, no iba a enterarme de nada hasta el día de la consulta.

Otra cosa que me mosqueó, y bastante, fue que al día siguiente llamaron por teléfono a una amiga ( yo no tenía teléfono aunque ya me había instalado en mi casa nueva) adelantándome la dichosa consulta. De repente se me quitaron todas las ganas de saber, y si no llega a ser por mi hermana, que me llevó a rastras, es muy posible que en este momento no estaría aquí, tan contenta, tecleando en el ordenador los recuerdos que me quedan.

MAV cerebral. Ése fue el diagnóstico. Lo único que yo quería, ilusa de mí, era que no me ingresaran, porque mi hija tenía apenas unos meses y no quería dejarla con nadie. Pero...ningún dios oyó mis súplicas y desde entonces me reafirmé en el ateismo.

Por lo que me explicaron, la cosa era grave, y además bastante delicada. Había que operar, y en el cerebro. La guinda la puso una amable enfermera que, con toda su buena intención, me dijo: es como una bomba que puede estallar de un momento a otro, pero no te preocupes...

Le hice caso y no me preocupé, pero, por si acaso, escribí mis últimas voluntades. Con el tiempo me enteré que mis voluntades no hubieran servido de nada porque no estaban firmadas por un notario, aunque, eso sí, las había escrito a mano y estaban firmadas por mí.

Pasé un buen tiempo rebotada de médico en médico, se habló de mandarme a Barcelona, después a Estados Unidos, y mientras, mi propio cóctel molotov iba quemando su mecha, mis nervios y mi paciencia. La realidad es que nadie se atrevía a hacerlo, era un caso raro el mío, por lo visto estas cosas se descubren después de una hemorragia cerebral, cuando ya no hay nada que hacer, y son muy pocos los casos que presentan síntomas previos.

La última resonancia mostró una circulación cerebral axtremadamente acelerada y un grupo de venas y arterias debilitadas y muy desarrolladas debido a la velocidad de la sangre en esa zona.
Mi MAV se alojaba en el parietal izquierdo, justo justito en la zona del lenguaje. Los médicos, por fin, decidieron operar.

No me voy a alargar en detalles, se haría muy largo y corro el riesgo de deprimirme, desde luego ciertas cosas hay que olvidarlas... Lo cierto es que todo salió bien, de las posibilidades que me habían dado: morirme, quedarme en silla de ruedas, parálisis del lado derecho del cuerpo o problemas con el lenguaje, sólo me quedé con la última opción, las demás las desestimé de entrada. Así que elegí mi afasia, mi querida "putadita más", y no me quejo.

Tardé más de un año en volver a hablar, tuve que aprender otra vez. Pero con mucho esfuerzo y unas ganas tremendas lo conseguí, y hoy sólo me queda eso, una ligera afasia, que mantengo deliberadamente como souvenir, y que me sirve, cuando estoy más baja, para recordarme que, a pesar de todo, sigo aquí.


Otro día contaré cómo incide mi afasia en mi vida y en mis relaciones.
Ahora, prefiero merendar.

jueves, 6 de septiembre de 2007

Días inolvidables (II)

Estoy aquí sentada, recordando, y todavía no me explico cómo pudieron coincidir tantos despropósitos en un lapso tan corto de tiempo.
No sé qué fuerza sobrenatural se ensañó conmigo aquel día, pero lo hizo. Y a conciencia.

Retomo mi relato en el punto en que lo dejé: yo hundiéndome en el agua y un Miguel que me mira fascinado en un incomparable marco campestre.

Ya dije que en el mar me muevo como pescadilla que se muerde la cola, o gato con botas, que para el caso es lo mismo. Así que, con la seguridad que me caracteriza, me quedé frente a Miguel sin saber qué hacer.

Se me ocurrió entonces, enseñarle un ejercicio que, a su vez, me había enseñado mi madre.
El ejercicio consiste en juntar las manos bajo el agua a unos centímetros del estómago, y moverlas arriba y abajo. Este movimiento genera una presión tubular en el vientre, como si te estuviera pasando por encima un rodillo compresor. Es una experiencia única. La recomiendo.

Estaba inmersa en la demostración, pasándome las manos por el estómago, arriba, abajo, arriba, abajo, absolutamente concentrada en mi tarea, cuando me acordé de Miguel.
Seguía en la orilla. Menos mal. Por un momento pensé que se habría ido.

Yo caminaba hacia atrás, buscando el agua necesaria para cubrirme el estómago, y no entendía por qué, cuanto más retrocedía, menos agua encontraba.
Tampoco entendía por qué Miguel me señalaba con el dedo. Qué maleducado.

Hasta que me di la vuelta.

Sólo tuve tiempo de ver una muralla de agua y algo de espuma blanca en las alturas.
La ola más grande que había visto en mi vida estaba a punto de romperse sobre mi cabeza.
Y se rompió...

Me cogió, me revolcó, me arrolló, me arrastró, me desnudó, me hizo trizas...
Durante mi vertiginoso viaje hacia la orilla entre volteretas, espuma, agua y arena, asomaba un pie de vez en cuando, a veces una mano, otras , la cabeza entera con la boca abierta para coger aire, y con un solo ojo constaté, con horror, cómo me dirigía, sin remedio, hacia Miguel.

Terminé a sus pies, bastante tirada. Y llena de arena. Me coloqué el bikini, me di un chapuzón y, con mi táctica del "yo no he sido", me fui, cojeando del pie izquierdo, hacia las hamacas.

Por fin a salvo. Pensé.
Miguel me miraba en silencio. Me senté muy digna y con un sensual movimiento crucé las piernas. Irresistible. Alargué un brazo y cogí un cigarro y el mechero, dispuesta a echarle todo el humo a la cara. Dicen que es muy erótico.

Lo que pasó a partir de ese momento lo viví a cámara lenta. Sentí cómo la hamaca se deslizaba hacia atrás, hacia atrás, hacia atrás, y caía, caía, caía, lentamente, conmigo encima, hacia la arena.
Todo ocurrió realmente en una fracción de segundo. Me encontré de repente con la cabeza tocando la arena, las piernas cruzadas estilo yoga, un cigarro en una mano y el mechero en la otra. Qué vida más perra. Oí unas cuantas risas en alemán. El resto fue oprobio, afrenta y la más absoluta vergüenza para mí.

Me levantó Miguel.

Cosas peores se han visto, pensé, el muerto al bollo y el vivo al pollo.
Nunca me acuerdo qué se come el muerto, si el bollo o el pollo. Así que lo invité a comer para olvidar. A Miguel.
Pedí primero pollo y después un bollo, por si acaso, y a partir de ese momento no volví a moverme ni a hablar hasta que llegué a mi casa. En el fondo creo que esa actitud fue lo que me salvó la vida aquel día...

Y termino ya, que me he alargado. A pesar del cabezazo, el pelotazo, el hundimiento, el revolcón, la caída y todo lo que ocurrió que no me acuerdo, Miguel, el serio Miguel... se enamoró perdidamente de mí.

Y colorín colorado, créete lo que he contado.

lunes, 3 de septiembre de 2007

Días inolvidables

Hoy elijo, para recordar, un compendio de disparates que me ocurrieron los dos primeros días que salí con Miguel.

Nuestra primera cita fue para cenar; me sentía muy feliz, no me había mareado en el coche y durante la cena no había tirado ninguna copa, no me había manchado y había dicho las inconveniencias justas...

En tal estado de felicidad, llegamos a Pérfido, un magnífico caserón reformado donde sirven copas y se puede disfrutar de una agradable velada escuchando música.

Nos sentamos en un sofá verde, cuyo respaldo formaba una graciosa curva descendente hasta desaparecer por completo; muy cómodo el sofá, si no le hacemos caso al respaldo, pero yo estaba tensa, nerviosa, y me senté bien derecha para controlar la situación.

Esa noche un señor muy bien vestido tocaba el piano, mi instrumento de viento favorito, y su sonido nos envolvía creando un ambiente mágico, onírico, lánguido, insípido, estúpido.
Todo era paz y quietud. La gente no hablaba. Bostezaba.

Y en ese preciso instante, Miguel cogió mi mano.
Al sentir el roce inesperado de su piel, mi tensión aflojó de golpe, me dio un bajón y dejé caer mi cuerpo en el sofá, echando, al mismo tiempo, la cabeza para atrás cual desmayada.

El golpe en la pared fue tan terrible que retumbó en la sala. La gente , que era mucha, me miró y el pianista, vengativo, empotró su dedo en una tecla. Por el tiempo que duró, creo que era la del "La" sostenido, de la que tanto he oído hablar.

Quise morirme. Pero no pude.
Y Miguel, impertérrito, me invitó a la playa.

Al día siguiente, pues, fuimos a la playa. En la playa me siento como pez en el río, así que, ya sobrepuesta, me dispuse a conquistarlo con mi desenvoltura...

Íbamos caminando por la orilla y lo de siempre: niños gritando, madres gritando, perros ladrando, hombres jugando, cacos robando, policías mirando, y así... Cuando, de repente, veo que se dirige hacia mí a velocidad supersónica, una pelotita del tamaño de una ciruela.

No pude esquivarla. Chocó en uno de mis pechos y, con un sordo "toc", cambió su trayectoria hasta caer en la cabeza de uno que estaba sentado por ahí.
Maldije interiormente a la pelota, las palas, los niños, las madres, los perros, los hombres, los cacos, la policía y al hombre sentado. Maldije a todo el mundo. Pero no me inmuté.

Miguel se empeñó en alquilar unas hamacas; por fin dejamos los bolsos y sugerí darnos un baño (a ver si se me aliviaba un poco el dolor en el pecho).

Imaginé mi cuerpo cimbreante dirigiéndose con paso firme hasta la orilla, pero, al pisar la arena, me invadió un calor infernal que se apoderó de mí por completo. Empecé a dar saltos, pisando, de paso, todas las toallas que encontré por el camino, y a grandes zancadas, pude, por fin, alcanzar el agua.

Da igual, pensé, ahora empieza el espectáculo, ...y así fue.

Entré en el agua como una sirena, pero elegí la zona equivocada. No había recorrido ni siquiera medio metro, cuando tropecé con un profundo desnivel. Sólo me dio tiempo de un sofocado "Yaaaaaa"... y me hundí.

Me levanté como pude, Miguel estaba detrás, tenía que reaccionar, y rápido.
Lo miré fijamente, sonreí... y volví a hundirme...
Repetí lo mismo dos o tres veces, por si no me había visto bien, pero esta vez moviendo también los brazos y luciendo una sonrisa cautivadora. Qué idea tan genial... transmitir alegría. Fundamental.

Lo que pasó después... requiere un post enterito.