lunes, 26 de mayo de 2008

De tal palo...

Mañana, si todo marcha según lo previsto, ¡es el cumpleaños de mi hija!

Son diecinueve añotes. Casi nada... Pero lo ha logrado. ¡Ha superado la mayoría de edad! Y yo me pregunto: ¿A qué médico se le ocurrió decir que a los dieciocho se es tan mayor? ¡Qué barbaridad! Todavía a los veintiuno, como antes... ¡Pero mira que son alarmistas los médicos!

Pues me parece que el que lo dijo se equivocó. Conozco a mucha gente, yo misma sin ir más lejos, que hemos superado con creces la edad estipulada ¡y todavía estamos vivos...! ¡Qué suerte! Yo creo que tengo la mayoría absoluta. Y desde entonces vivo de estraperlo. Pero mi hija, para ser tan mayor de edad, sí que lo lleva bien. Ni canas, ni arrugas, ¡y tiene todos los dientes! Es un gusto...

He estado dudando si regalarle un bastón o un plan de pensiones. A estas alturas de la vida todo cuidado es poco. Pero al final he decidido sorprenderla con un fin de semana en un hotel. Qué menos para una fecha tan señalada... Iremos todos. Mi hija, Valentina, mi no pareja y yo. Los cuatro ya somos bastante mayores de edad, así que nos vendrá bien un buen descanso.

En fin, que me siento muy orgullosa de tener una hija tan vieja y resistente. Casi casi como yo. Si es que ya se sabe... ¡de tal palo, no le pidas peras...!Para Dana: ¡Felicidades linda, te quiero más que siempre pero menos que nunca!

martes, 20 de mayo de 2008

Vuelva usted mañana

¡Desde luego! Éstos de la Universidad italiana no se enteran de nada.



Tantas prisas con los papeles y ahora resulta que pusieron las fechas mal y no sirven. ¡Menos mal que estoy yo para resolverlo todo...! El día que mi jefe me dio el contrato de Valentina me puse tan contenta, que, cansada de tanto papel y creyendo que era una fotocopia más, lo hice pedazos y lo tiré a la basura.

Cuando Valentina me pidió el contrato original para mandarlo a Italia por correo, no supe de qué me estaba hablando. Así que la mandé al abogado del colegio y le hizo un precioso certificado. ¡Y además de precioso era muy original! Para que vean los italianos que aquí en Canarias nos esmeramos. Ellos nos piden uno original y nosotros le mandamos uno precioso. Se me hace la boca agua de solo pensarlo...

Lo que no entiendo es por qué no les sirvió. ¡Si el que tiene boca se equivoca! Y ellos también tienen boca... Pero claro, como Italia es la cuna del arte, a lo mejor es que nos faltó adjuntar un autorretrato, o un bodegón... No sé...

Lo cierto es que nos mandaron un correo diciendo que todo estaba mal. El contrato de ellos y el nuestro. Y que si no se arreglaba pronto, Valentina se iba a quedar sin beca. ¡Pero a mí no me engañan! ¡Lo que quieren es quitarme a Valentina! ¡Las cosas no se hacen así, hombre! Seguro que los papeles de la Lewinsky no estaban del todo en regla. Y sin embargo nadie abrió la boca. Bueno, ella sí. Y encima, se equivocó...

En fin, que gracias a mí, pudimos arreglar hoy los papeles. Eso creo... De no haber roto el contrato ¡a ver cómo le explico yo a mi jefe que los italianos se habían equivocado! Subí las escaleras del despacho sintiéndome Mafalda ante un plato de sopa. Pero total, después de haberle hecho firmar tropecientos papeles, ¡tres más, qué más da...!

Le expliqué, cariacontecida, que los italianos habían cometido un error con las fechas, que teníamos que arreglarlo nosotros y que además, en un ataque de júbilo, yo había hecho trizas el contrato original para mayor escarnio de las huestes.
- Que si no te importa repetirlo. - Terminé.

Mi jefe es de pocas palabras. Pero de firma rápida. Lo que hace la experiencia... Y teniendo en cuenta que a las tres de la tarde de hoy Valentina y yo no teníamos nada, ahora puedo decir con orgullo que he logrado arreglar tan penosa situación. Tengo a los italianos en mis manos. Los dos contratos están en mi poder. Y ellos sólo tienen que aceptarlos...

Pero esta vez voy a pintar, al lado de la firma, una escena campestre. ¡Se van a quedar contentísimos! Menos mal que a Valentina le toqué yo de tutora...

lunes, 12 de mayo de 2008

Cuando la vida te da sorpresas...

... sorpresas te da la vida.

Estoy muy cansada. Pero mucho. Lo noto por la resistencia que opone mi cuerpo al despertador. A las siete de la madrugada soy un cuerpo inerte y aerofantástico. Un mineral. Y por mucho que me empeñe, no lo puedo evitar. Pero lo malo no es eso... ¡Ya todo fueran inercias! Lo verdaderamente preocupante es cuando mi hija, con voz firme y despejada, me grita: ¡Levántate, que tienes que ir al colegio!

Me suena haber vivido eso antes... ¡Pero no sé en qué momento! A lo mejor es un simple dèjá vú... Se lo preguntaré mañana. Aunque yo no sé hablar francés, por tanto, es altamente improbable que me ocurra algo en ese idioma... ¡Todavía si fuera en italiano, o en inglés! Pero me da que allí no existen esas cosas. He llegado a la conclusión de que los franceses son los más paranormales de todos.

Lo que sí está claro es que estoy en pleno fenómeno extranatural. Con el miedo que me dan esas cosas... ¡y mira que pasarme justo a mí! Creo que me estoy convirtiendo en la mujer menguante. Y un día de éstos, cuando menos me lo espere, va a aparecer mi hija para darme el biberón. ¡No es justo! Con lo que me ha costado crecer...

Me iré al limbo de un momento a otro. Sin despedirme. Porque no sabré hablar... y además, tendré la chupa puesta. ¿O volveré a París con la cigüeña para aprender a decir glace de chocolat? Sólo espero que allí las cunas sean de látex. ¡A ver si consigo dormir de una vez! Y regresaré a mis orígenes contenta, porque mi vida ha sido un deceso de virtudes.

En otro orden de cosas, yo misma no me he portado mal del todo. Y en especial con los italianos. Todo empezó cuando una italiana, amiga de un amigo, le pidió un favor: enviar una becaria de Erasmus para hacer prácticas en mi colegio. Yo sólo tenía que preguntar si interesaba. Me sentí sumamente dichosa. Una preguntita de nada y mi buena acción del día estaría resuelta. ¡Qué menos que preguntar! ¡Faltaría más! Y los jefes me dijeron que sí...

Qué alegría. No sé ni cómo ni cuándo, pero desde febrero estoy inmersa en el más regocijante y prolijo papeleo. Primero me llegó un contrato en inglés. Después uno en italiano. Más tarde hizo falta una firma electrónica del jefe. Se envió. La firma no sirvió, tenía que ser manufacturada como las de siempre. Una vez enviada la firma hizo falta el sello. Se envió el sello, la firma y el contrato. Pero hacía falta un tutor. La tutora, obviamente, tenía que ser yo. Porque todos los italianos de esta isla están en la playa o pendientes de juicio. Pero entonces hizo falta un contrato laboral. Resuelto el tema del contrato, había que encontrar alojamiento porque Valentina estaba a punto de llegar.

Valentina está en mi casa desde hace un par de días. Y aquí se quedará si, durante los próximos tres meses, no encuentra un lugar donde vivir. Y yo me pregunto: ¿No era sólo una pregunta...? ¿En qué preciso instante me perdí? Gracias a mis compatriotas y al señor Erasmus tengo el cupo de mis buenas acciones saturado. Lo que pasa es que ahora, por las mañanas, hay dos voces que me gritan con voz firme y despejada: ¡Levántate, que tienes que ir al colegio! Mi fin está próximo, lo intuyo.

Y es por eso, que de tanto hacer el bien, no me queda casi tiempo de escribir ni comentar. Pero no importa. Alguien me las pagará. Mis buenas acciones...


PD.- Valentina es un encanto.

sábado, 3 de mayo de 2008

Nanini

Desde niña, amo a los animales.
...
De fauna...

¡Pero es que me gustan todos! Los cánidos, los félidos, los úrsidos, los púlpitos. Me encantan los equinos, los caninos, los gatunos, los ratunos. Los ávidos, los lóridos, los péscidos, los bóvidos, los lamelibranquios. Menos los bicéfalos y las cucarachas... todos son bonitos. En fin, lo mío sí que es zoofilia. Tampoco me gustan las escolopendras.

Uno de los animales que recuerdo con más cariño fue el último gato que tuve. Nanini. Como el ciclista... Nanini y yo vivimos apasionantes aventuras. Fue mi gato favorito. Hasta que un día se le ocurrió dar a luz a ocho. Gátidos. Desde entonces lo llamé Nanina... Hay que ver. Qué escondido se lo tenía... ¡No te puedes fiar ni de tu propio gato!

Todavía recuerdo la tarde en que Nanini me dio una sorpresa. No era mi cumpleaños. Pero le dio igual. Las sorpresas son sorpresas cuando no tienen motivo. Y aquel día, Nanini, me sorprendió.

Recuerdo subir la cuesta hacia mi casa en pletórica agonía. Reptaba cuesta arriba con mi habitual aspecto: bolso al hombro, libros en mano, carpeta bajo el brazo, varias bolsas de la compra colgando en las muñecas, abrigo en equilibrio sobre el hombro izquierdo, pañuelo enroscado en el bolso. Y en el dedo índice, derecho como una escopeta, enganchadas las llaves, que, por puro capricho, solía guardar allí.

Y por fin llegué. La casa era terrera, así que con una rodilla abrí la cancela. Apoyé las bolsas en el suelo, dejé los libros en el alféizar, recuperé mi abrigo que había perdido el equilibrio, sacudí la mano para poder coger las llaves y, con gesto triunfal, las introduje en la cerradura. La puerta se abrió lentamente.

La Naturaleza me llamó en ese instante, y en lugar de entrar, giré la cabeza hacia el campo justo enfrente de mi casa. Qué maravilla. El silencio, el verde, el cansancio, el sofá. Cuando de repente salió, de entre los arbustos, Nanini. Mi gato favorito, que al verme llegar acudía solícito a saludarme. Así da gusto llegar a casa. Me quedé en la puerta, con mi más reconfortante sonrisa, viendo como Nanini venía corriendo hacia mí con una flor en la boca. ¡Qué tierno mi gato! ¡Gitano!

¿Pero qué flor era ésa? ¿Un Tulipán Negro acaso? Cerré los párpados intentando aguzar la vista, me encogí para alcanzar su altura... La flor era exótica. Tenía tallo. ¡Y el tallo se movía! Empecé a repasar rápidamente la amplia lista de flores con tallo móvil archivadas en mi memoria. Y en ese trance estaba, cuando Nanini se coló entre mis piernas, entró como una flecha en casa, abrió la boca y soltó algo que empezó a correr a la velocidad de la luz, como ratón que se lleva el gato.

Tardé muy poco en darme cuenta. Era una bola de pelo gris, orejas grandes, bigotes largos, ojos negros y redondos, rabo descomunal, gritaba algo así como "oink, oink", ¡y estaba viva! ¿Pero qué clase de flores se cultivan en Canarias? ¡Vaya sorpresa! A pesar de todo reaccioné con elegancia. Cerré la puerta de un golpetazo, me alisé el cabello que se había puesto de punta y, con rencor visceral hacia mi gato, me quedé traspuesta detrás de la ventana viendo cómo, dentro de mi casa, Nanini jugaba al gato y el ratón con mi Tulipán Negro.

Esa tarde aprendí cómo se pone las botas un gato. Y al anochecer, cuando la primera gota de lluvia cayó en mi nariz, entendí plenamente aquel proverbio que dice: "De fuera vendrá quien de casa te echará..."