lunes, 23 de marzo de 2009

The Love Boat

¡Menos mal que ha dejado de llover un poco...!



Ha caído tanta agua en las últimas semanas... Y lo extraño es que esta isla sigue a flote. ¡Y las demás también! Espectacular... Con razón las llaman Afortunadas... Aunque estoy segura de que si nos pusiéramos a saltar todos juntos terminarían hundiéndose. Porque entre el agua que chupan del mar y la que cae del cielo tienen que tener sobrepeso. Sólo espero que a nadie se le ocurra dar la orden... Yo, por si acaso, vivo en alto. Por si se hunden los bordes... De todas formas no les viene mal pesar un poco. Para que no se las lleve la corriente...

Recuerdo una vez que fui a Las Palmas. En barco. El mar estaba echado. Como un verdadero plato. Y de repente llegó, nada más y nada menos ¡que mi ex vecino de enfrente! Entró cargado de gracia y belleza y, como quién no quiere la cosa ¡se me sentó al lado! No podía pedir más. ¡Ochenta minutos con un bellezón solo para mí! ¡Y atado al asiento! Neptuno estaba conmigo aquel día, que si no... Todos los dioses del Olimpo me protegían aquella tarde. No quedaba otra explicación. Con todos los asientos libres que había y lo grande que era el barco ¡se había sentado conmigo! Y con mi hija... Pero mi hija tenía los auriculares puestos. O sea que...

Con gran disimulo saqué el espejito del bolso y, agachándome de manera elegante y displicente, me eché un rápido vistazo. El rizo de la izquierda estaba bien colocado. La boca estaba en su sitio y las pecas seguían en la nariz. ¡Qué suerte! Reunía las condiciones óptimas para una travesía romántica. ¡No sabía mi ex vecino con quién se había sentado! A partir de ese día ya no sería el mismo. Tenía tiempo suficiente como para embrujarlo, arrebatarlo, atraerlo, embelesarlo, seducirlo, cautivarlo, fascinarlo y todos los arlos, erlos e irlos que uno pueda imaginar.

Así que lo recibí con un discreto "¡Hooooooolaa!" Tras lo cual empecé a pensar cuál de mis famosas artimañas utilizaría en aquel momento. Mientras pensaba y pensaba y no me decidía, noté cómo los motores del barco se ponían en marcha. Y fue entonces cuando se me ocurrió mirar por la ventanilla... Se conoce que no había llovido aquel verano, la tierra estaba seca y no pesaba. Lo cierto es que la isla empezó a moverse como diablo que se lleva la corriente. Subía, bajaba, se retorcía, el muelle aparecía y desaparecía como por arte de magia. Las nubes bailaban, las montañas giraban, las casas se agitaban ¡Todo se movía en aquella maldita isla!

Empecé a sentir cómo el cabello se me alisaba, el cuerpo me abandonaba y la piel se me iba poniendo de un extraño color verde que no sé reproducir. Yo creo que me quedé hasta sin pecas. Miré de reojo a mi hija. Estaba hecha a mi imagen y semejanza... Miré de soslayo a mi compañero de viaje, que, amablemente, sacó una bolsita del asiento y me la puso, como pudo, en la mano. El barco seguía anclado. Pero no importó. Dana y yo compartimos la bolsita como buenas amigas. Qué menos... Primero yo, después ella, otra vez yo. Y así...

Hasta que terminamos. Y nos quedamos deshechas, rotas, aniquiladas, tiradas en el asiento como dos muñecos de trapo. En silencio. A mi ex vecino tampoco se le oía. Sólo intuía su presencia. Silente. Hasta que la corriente se llevó a Tenerife. Y la vi cada vez más lejos. Moviéndose y saltando como si estuviera poseída. El resto del viaje me lo pasé en babia. Pegada al asiento mientras una lágrima de indignación rodaba por mi mejilla sin llegar a caer nunca a ningún lado. Quejándome. Inmóvil. Los ochenta minutos se me hicieron eternos. Yo creo que fueron ciento diez. Y por fin vi a lo lejos Gran Canaria. Que se acercaba a ritmo de salsa.

Nunca hablé con mi ex vecino. Ni siquiera lo miré. Tardé días en recuperarme de ese viaje y todavía hoy, mientras escribo, siento un cierto no sé qué que no me gusta. ¡Y todo por culpa de la sequía! Desde entonces sólo viajo cuando llueve. Para que a la isla no la mueva la corriente.

domingo, 15 de marzo de 2009

Una visita inesperada

A Valentina con todo mi cariño

Cuando tocaron a mi casa aquella noche, nunca pensé que podría ser Valentina.



Hasta que abrí la puerta... Supe que era ella porque tenía la mano apoyada en el timbre. Y a su lado, una gran maleta verde. ¡Valentina! ¡Mi becaria del curso pasado! No lo entiendo... ¿Cómo puede haber vuelto Valentina a esta casa con lo mal que cocino? Se conoce que he mejorado con el tiempo... Que si no...

A partir de entonces llevo dos semanas contando Valentinas. Yo creo que vinieron por lo menos dieciséis... Cuando iba a la cocina, allí estaba Valentina que tenía hambre. Si quería usar mi baño, dentro había una Valentina peinándose. Cuando iba a sentarme en el sofá no podía. Porque una Valentina estaba usando su portátil allí. Si quería entrar en el baño de mi hija me encontraba a otra Valentina cepillándose los dientes. ¡Había Valentinas hasta en mi habitación! Si me sentaba al ordenador, aparecía una Valentina en mi cama y me preguntaba que qué estaba haciendo.

Si me subía al coche, allí estaba Valentina, de copiloto. Cuando me despertaba por la mañana, Valentina estaba preparada para desayunar. Y cuando salía del colegio había una Valentina en la esquina de mi casa esperándome para dar una vuelta. Si iba a comprar el pan me encontraba a Valentina en la tienda. ¡Pero si hasta había una Valentina en el colegio! ¡Estaba rodeada! ¡Era como la multiplicación de los panes y los peces! Pero en Valentinas... No podía dar un paso sin encontrarme con una. Un día probé a ir a la farmacia. A ver si allí no había... Pero me encontré a una Valentina con dolor de garganta. Así que tuve que volver a la farmacia tres veces seguidas porque no daba con el medicamento idóneo. Hasta que la farmacéutica se enfadó y le dio una caja de aspirinas...

Al final no me salieron las cuentas, nunca supe cuántas fueron. Todavía no me explico de dónde salieron tantas Valentinas. ¡Y no sé cómo se las arreglaron para dormir todas juntas! Tendré que plantearme comprarme una casa mayor. Para cuando vuelvan... Lo cierto es que fui con una de ellas a comprar semillas para su padre. Así que me dejé llevar y compré unas cuantas plantas para mí. De forma compulsiva. Lo reconozco... Dos hortensias, seis geranios, cinco petunias, un hibiscus, cinco crisantemos de colores, dos geranios más de una variedad desconocida, una gardenia y siete plantas más que no sé cómo se llaman. Cien litros de tierra en bolsas de veinte cada una, cuatro jardineras y cuatro macetones. Y por último, ¡un biombo de madera para que se enrede la buganvilla que pronto compraré!

Teniendo en cuenta que mi casa no tiene ni siquiera un balcón, no me quedó otro remedio que llevármelo todo a casa de mi no pareja, que tiene un ático. O tenía. Antes de la invasión... Y así me he pasado el fin de semana. Haciendo lo que más me gusta. O casi... Estar con las plantas. Que por lo menos no hablan. Y he dejado la terraza hecha una flor... Y lo que me queda...

En fin, que Valentina ya se fue. Lo noto porque estoy aquí escribiendo. Y por fin he empezado mi aventura como jardinera. Cuando tenga mi primera plaga de mosca blanca ya avisaré. Y me siento muy feliz.

Mi madre siempre decía que hay que poner los pies en la tierra. Yo prefiero poner las manos...