martes, 18 de agosto de 2009

Aventura en Fuerteventura (I)

Como iba diciendo, necesitaba estar sola.



Así que invité a mi hermana Patricia. Ella, a su vez, invitó a su hija Raquel. Para no ser menos, yo invité a mi hija Adriana. Y al final me salió un pastón. Pero qué más da... ¡Con tal de estar sola! Y nos fuimos las cuatro, solas, pero bien acompañadas, en busca de nuevas soledades que compartir.

Llegamos al aeropuerto tempranito. Por si el avión salía a su hora. ¡Nunca se sabe...! ¡Más vale pájaro en mano que ciento volando! Aunque no sé si en el aeropuerto de Las Palmas caben cien aviones... En el cielo desde luego que sí. Pero en la pista me parece que se atascarían... Lo que si cabía en mi mano era nuestro avión. De lo pequeñito que era. ¡Pero si parecía un helicóptero! Y como fuimos caminando, sin guagua y ni siquiera un autobús, de tan entretenidas que íbamos con nuestras soledades ¡casi nos lo pasamos de largo pensando que era un adorno!

Menos mal que por un lado el avión tenía escrito "Islas" en letras verdes. ¡Porque el nombre de las siete no cabía...! Y gracias a esa valiosa información nos dimos cuenta de que el avionazo de al lado no era el nuestro. Menos mal, porque las islas "Lufthansa" no me suenan... Yo me puse muy contenta. Cuanto más pequeño fuera nuestro avión ¡menos gente habría! Y de eso se trataba. Sólo recé para que cupiera el piloto. Y así, mientras elegía entre una oración o una plegaria, me dispuse a subir al avión por una escalerilla con alfombrilla roja, que todavía no he descubierto qué simbolizaba.

A partir de ese momento todo fueron reverencias. La gente entraba agachando la cabeza y retorciendo la espalda. Qué manera tan curiosa de saludar. Hay que ver lo educados que somos en Canarias ¡Y yo no iba a ser menos! Me doblé cuanto puede y así, de medio lado, mirando al suelo y procurando no chocar con las cabezas que salían de los asientos, logré llegar al centro del pasillo. ¡Y sin ninguna dificultad! Allí me esperaba la azafata que cabía, la cual, alegremente y sin tacones, me señaló con la mirada un sillín un poco más allá. Tampoco cabían palabras, así que, a base de miradas, nos fuimos sentando en los sillines y poco a poco todo volvió a la normalidad.

Ya por fin no había minucias. Atrás quedó la escalerilla, la ventanilla, el pasillo, la alfombrilla y el sillín. Y allí estaba yo, en un avión, sentada a presión e intentando atarme el cinturón. ¡Qué situación tan superlativa! La azafata, con media sonrisa, se puso a bailar un baile nuevo, y yo, con el rabo del ojo que me quedaba sin tapar por el asiento de alante, puede darme cuenta de que el sillín delantero estaba ocupado por ¡un abuelo y su fabulosa nieta!

La niña era absolutamente angelical, de ojos rubios y pelo azul, cual princesa del mejor cuento de hadas. Jéssica. Así se llamaba el caramelito. Lo supe porque su abuela estaba sentada cinco o seis sillines más atrás. No lo sé exactamente porque no me cabía la cara de perfil y no podía darme la vuelta. Pero seguro que estaba lejos. Lo intuí por la conversación privada que mantuvieron durante todo el vuelo:

- ¡JESSICAAA!¡SIÉNTATEEE!
- ¡ABUELAAA VEN CONMIGOOO!
- ¡NO ME PUEDO MOVEER! ¡QUÉDATE SENTADA! ¡JESSICA NO GRITEEES!
- ¡ABUELAAAA! LEVÁNTATE QUE NO TE VEOOO!
- ¡JESSICA, NO TE SUBAS A LA SILLA QUE MOLESTAS A LA SEÑORA DE ATRÁAAS!
- ¡JESSICA NO LLOREEEES! ¡NO GRITEEEES! ¡QUE ESTÁS MOLESTANDOOO!
- JESSICA, ¿QUÉ ES ESE PALO QUE TIENES EN LA MANOOO? NOOO! NO LO TIREES!

Fíjense qué chiquitito el avión ¡que era hasta desmontable! Lo supe cuando me llegó un reposabrazos directo a la cabeza. Como pude y contorsionando mi cuerpo hasta lo indecible, recogí la pieza del suelo y se la entregué al abuelo de la niña que tenía cara de ser experto en bricolaje, porque en un pis pas recolocó el reposabrazos en su sitio sin necesidad de pegamento. Lo que no entendí, y todavía no entiendo, es por qué todo el mundo me miraba a mí con cara de pena. ¡Como si el avión fuera mío! Qué más daba que Jéssica quisiera jugar con el reposabrazos. ¡Lo importante era que no se fijara en las hélices! Si es que eran dos...

En fin, que así empezó mi viaje a Fuerteventura. Hoy me quedo en el avión. Porque de aquí a que podamos salir todos, va a pasar un buen rato. Por la descompresión... Pero les adelanto que ahora es cuando realmente empieza la verdadera aventura. ¡Cuántas sorpresas nos estaban esperando! Sobre todo cuando nos enteramos de que Fuerteventura ¡no era una isla desierta...!

Continuará...