Como iba diciendo, la electricidad es mi fuerte. Es como un don que tengo, lo que pasa es que todavía no lo controlo bien. A veces me siento como Superman cuando llegó a la Tierra, aprendiendo a encauzar mi energía. Lo malo es cuando me distraigo y hay alguien cerca...
Lo que sí me gusta es desmontar enchufes cuando no están enchufados. Lo paso muy bien quitando todas esas piecitas diminutas. Las ordeno por tamaños y formas, por colores, por orden alfabético. Pero no sé por qué, cuando vuelvo a montarlas no me caben y me es imposible crear un enchufe nuevo. No me lo explico, porque las piezas son las mismas...
Así que las voy poniendo todas en una caja grande que tengo y, de vez en cuando, hago una reunión en casa con todas mis amigas y nos ponemos a jugar a "Monta el enchufe". La primera que lo consigue paga la cena. El otro día hice trampa, monté un enchufe con menos piezas de las que habíamos acordado y gané. Así que me tocó pagar la cena. Todavía me remuerde la conciencia, menos mal que tengo un blog para poderme confesar.
Nací con este don, ahora lo sé. Mi infancia fue emocionante y llena de sorpresas. Las descargas me sacudían cuando menos lo esperaba. No había aparato que se me resistiera: la nevera, la lavadora, la tele, los interruptores del pasillo...y hasta una pared monda y lironda! Incluso yo me sorprendí aquel día, una pared...qué poder tan portentoso.
Lo que me fastidiaba bastante era tener que levantarme de la mesa para cambiar de canal o subir el volumen de la tele. En aquella época no se apretaba un botón, el mando a distancia era yo. Supongo que mis padres sólo me mandaban a mí porque creían que mis espasmos se debían a la enorme alegría de sentirme útil. Nunca supieron la verdad de por qué volvía a la mesa saltando. Mi don era mío, y no pensaba compartirlo.
Ya de mayor me especialicé en coches. De un coche, tooodo me da corriente. Menos mal que el volante todavía no, pero si algún día ocurre, pienso contárselo a la policía. Por eso estoy escribiendo este informe. Hoy en día todo hay que demostrarlo con papeles.
Mi recuerdo más sexy es de un día en que se me ocurrió aparcar delante de una obra para tirar la basura. Fue espectacular. Me dirigía a mi trabajo y tenía que deshacerme urgentemente de un par de bolsas de basura que me estaban aromatizando el coche. Aparqué de medio lado delante del andamio. Allí estaban ellos, deseosos de estrenar un nuevo repertorio de piropos guarros. Y allí estaba yo, encerrada en el coche y calculando mis movimientos para llegar al contenedor de basura lo más elegantemente posible.
Apoyé un dedo en el cristal y empujé con fuerza la puerta. Se abrió poco, porque había un coche justo al lado. Entonces deslicé una pierna hasta poner un pie en el suelo, saqué un brazo con la primera bolsa de basura, puse el otro pie en el suelo, ladeé las caderas hasta sacar medio cuerpo del coche, saqué el otro brazo con la segunda bolsa de basura y, por último, contorsionándome ágilmente, de puntillas y siempre de lado, saqué el resto del cuerpo junto con la cabeza.
Estaba a salvo, había logrado salir sin tocar absolutamente nada. Qué alegría sentí. Me di torpemente la vuelta buscando el equilibrio, y fue entonces cuando mi oreja izquierda rozó levemente la puerta entreabierta del coche. La descarga fue impresionante. ¡En la oreja!
No me acuerdo cuál fue mi imprecación pero maldije al barrio entero. Sólo sé que mi cuerpo se estremeció, levanté los brazos, abrí las manos y las bolsas cayeron al suelo estrepitosamente. Me quedé traspuesta el tiempo justo. En silencio y mirando al suelo recogí mi basura y me dirigí lo más dignamente posible al contenedor.
Los piropos, aquel día, se quedaron por el camino. Seguro que los obreros quedaron impresionados por mi desenvoltura al salir del coche... He intentado repetirlo, pero por ahora no me ha vuelto a salir.
Seguiré bajando la basura.
Lo que sí me gusta es desmontar enchufes cuando no están enchufados. Lo paso muy bien quitando todas esas piecitas diminutas. Las ordeno por tamaños y formas, por colores, por orden alfabético. Pero no sé por qué, cuando vuelvo a montarlas no me caben y me es imposible crear un enchufe nuevo. No me lo explico, porque las piezas son las mismas...
Así que las voy poniendo todas en una caja grande que tengo y, de vez en cuando, hago una reunión en casa con todas mis amigas y nos ponemos a jugar a "Monta el enchufe". La primera que lo consigue paga la cena. El otro día hice trampa, monté un enchufe con menos piezas de las que habíamos acordado y gané. Así que me tocó pagar la cena. Todavía me remuerde la conciencia, menos mal que tengo un blog para poderme confesar.
Nací con este don, ahora lo sé. Mi infancia fue emocionante y llena de sorpresas. Las descargas me sacudían cuando menos lo esperaba. No había aparato que se me resistiera: la nevera, la lavadora, la tele, los interruptores del pasillo...y hasta una pared monda y lironda! Incluso yo me sorprendí aquel día, una pared...qué poder tan portentoso.
Lo que me fastidiaba bastante era tener que levantarme de la mesa para cambiar de canal o subir el volumen de la tele. En aquella época no se apretaba un botón, el mando a distancia era yo. Supongo que mis padres sólo me mandaban a mí porque creían que mis espasmos se debían a la enorme alegría de sentirme útil. Nunca supieron la verdad de por qué volvía a la mesa saltando. Mi don era mío, y no pensaba compartirlo.
Ya de mayor me especialicé en coches. De un coche, tooodo me da corriente. Menos mal que el volante todavía no, pero si algún día ocurre, pienso contárselo a la policía. Por eso estoy escribiendo este informe. Hoy en día todo hay que demostrarlo con papeles.
Mi recuerdo más sexy es de un día en que se me ocurrió aparcar delante de una obra para tirar la basura. Fue espectacular. Me dirigía a mi trabajo y tenía que deshacerme urgentemente de un par de bolsas de basura que me estaban aromatizando el coche. Aparqué de medio lado delante del andamio. Allí estaban ellos, deseosos de estrenar un nuevo repertorio de piropos guarros. Y allí estaba yo, encerrada en el coche y calculando mis movimientos para llegar al contenedor de basura lo más elegantemente posible.
Apoyé un dedo en el cristal y empujé con fuerza la puerta. Se abrió poco, porque había un coche justo al lado. Entonces deslicé una pierna hasta poner un pie en el suelo, saqué un brazo con la primera bolsa de basura, puse el otro pie en el suelo, ladeé las caderas hasta sacar medio cuerpo del coche, saqué el otro brazo con la segunda bolsa de basura y, por último, contorsionándome ágilmente, de puntillas y siempre de lado, saqué el resto del cuerpo junto con la cabeza.
Estaba a salvo, había logrado salir sin tocar absolutamente nada. Qué alegría sentí. Me di torpemente la vuelta buscando el equilibrio, y fue entonces cuando mi oreja izquierda rozó levemente la puerta entreabierta del coche. La descarga fue impresionante. ¡En la oreja!
No me acuerdo cuál fue mi imprecación pero maldije al barrio entero. Sólo sé que mi cuerpo se estremeció, levanté los brazos, abrí las manos y las bolsas cayeron al suelo estrepitosamente. Me quedé traspuesta el tiempo justo. En silencio y mirando al suelo recogí mi basura y me dirigí lo más dignamente posible al contenedor.
Los piropos, aquel día, se quedaron por el camino. Seguro que los obreros quedaron impresionados por mi desenvoltura al salir del coche... He intentado repetirlo, pero por ahora no me ha vuelto a salir.
Seguiré bajando la basura.