En el coche, camino a Essaouira, me entretuve pensando en las insólitas propiedades del té verde.
Era té, era verde y era diurético. Lo supe por el intenso escalofrío que me atenazaba y por las ganas incontrolables de bajarme del coche y tomar café. Así que intenté distraerme mirando el paisaje. Alguna parada haremos, pensaba. Pero por mucho que me estrujara los ojos allí no había nada. Ni una cafetería, ni un bar, ni una mísera gasolinera. Nada. Una inmensa carretera que llegaba al horizonte y un precioso valle, pasto y olivos. ¿Y los arbustos? ¿Dónde estaban los arbustos?
Deseché la idea y seguí mirando. Los olivos no estaban mal. Podrían servir para mis propósitos. Pero fijándome bien descubrí que estaban llenos de mariposas. ¡Mariposas gigantes! Me quité las gafas para ver mejor. ¡Qué mariposas tan raras! Tenían cuernos, cuatro patas y decían "be". Lo más parecido a una cabra que he visto en mi vida. ¡Pues sí que es rara la fauna ibérica de Marruecos...! Serpientes en forma de cinturón, ovejas karakul y ahora, mariposas tipo cabra... No salgo de mi asombro.
Naturalmente no me bajé del coche. ¿Y si mientras estaba debajo del árbol se me caía una mariposa encima...? Así que esperé pacientemente hasta que divisé, a lo lejos, una especie de construcción. Resultó ser un bar de carretera. ¡Con baño! Me encantan los baños de Marruecos. Tienen una estética limpia, austera, lineal, sencilla y minimalista. Tan minimalista era el baño de aquel bar, que sólo había cuatro paredes y un agujero en el suelo. Adorable. Me alegré por el encargado de la limpieza. Ni Pronto ni paño... Así que lo celebré con un té verde y seguimos camino a Essaouira.
En Essaouira, la ciudad blanca y azul, todos son parientes de Geppetto. Ya sé que San José también es carpintero, pero mucho me temo que, en este caso, pertenece a otra dinastía. Lo primero que hice al llegar, fue tomar café. Ya repuesta y mucho más ligera, me dediqué a ver la ciudad. Pero como no encontré a Pinocho por ningún lado, decidimos, después de comer, emprender el camino de vuelta.
Entre Essaouira y Marrakech hay una cooperativa de mujeres que se dedica a trabajar semillas de argán. El argán es el árbol de las mariposas gigantes, tan parecido al olivo. Resulta que las mariposas se comen el fruto del árbol dejando la semilla al descubierto. Y de la semilla se obtienen muchos productos: aceites, cremas, miel, champú, jabón... En fin, esa semilla es como el cerdo. Se aprovecha toda.
A las cuatro de la tarde el sol de Marruecos es más brillante que en ningún otro sitio. Me bajé del coche regañada y casi ciega por la luz tan devastadora que me envolvía. Me dirigí a duras penas hacia un portalón oscuro del que provenía un silencio de ultratumba. Y, nada más pisar la puerta, se oyó un grito estremecedor: ¡Luruluruluruluruuuuu! Unas quince mujeres empezaron a chillar. ¡Todas juntas! Moviendo la lengua arriba y abajo, haciendo una escandalera indescriptible y produciendo el grito más terroríficamente agudo que había oído en mi vida. Y allí estábamos nosotros, a la hora de la siesta, y sin saber qué estaba pasando.
Qué susto me llevé. Estuve a punto de salir corriendo. Pero una chica muy amable nos explicó que nos estaban dando la bienvenida. ¡Que original! Espero que todos los que paren allí tengan el corazón a prueba de grito. Aunque me da que un día de estos, como no moderen la bienvenida, las chicas se van a llevar un disgusto...
Pero no hay susto que por bien no venga. El aceite relajante de argán es fantástico. Esa misma noche lo probé.
¿Quieres ver algo realmente terrorífico?
Hace 17 horas