Recuerdo los carnavales de antaño...
"Antaño" es realmente una palabra deliciosa. Porque no se refiere a nada. Me gusta por eso. Antaño pudo ser hace tres años. O cinco. O diez. Con decir antaño las veces que quieras, tienes. Nadie se va a enterar de cuál es la fecha. Puedes decir nací antaño... Tuve una hija antaño... Empecé a trabajar antaño... Fui a la playa antaño... Y con tantas cosas que has hecho ¡sólo han pasado cuatro antaños! ¡Fantástico! Como ahora. Que voy a contar lo que me pasó hace treinta años ¡y nadie se va a enterar! Menos mal que hay palabras que quitan edad. Que si no...
Pues como iba diciendo, recuerdo los carnavales de antaño. ¡Hace nada...! Total... Yo tenía unos cuantos antaños menos. Pero no se notaba... Empezaba mis estudios en la Universidad de La Laguna. Vivía en un pisito alquilado en el centro de la ciudad. Y como la beca no me daba, busqué a cinco más para compartir. El piso... Total que éramos seis. Si las cuentas no me fallan... Y vivíamos en paz y armonía como buenas chicas de antaño. Menos una. Que quería ser enfermera. Y comía croissants para desayunar. ¡Con lo buena que estaba la leche en polvo con un poco de agua por las mañanas!
Total que no me entendía con la enfermera. Porque yo estudiaba filología inglesa y no había llegado al vocabulario médico aún. Pero con las otras cuatro fue distinto. Nos sentamos en la cocina y empezamos a hacer buenas migas. Con lo laborioso que es el plato... Y así estuvimos, haciendo migas durante los cinco años que duraron los estudios. Acabamos la carrera siendo expertas, pero eso fue antaño, porque ya no lo recuerdo... Y haciendo buenas migas llegaron también los carnavales.
La enfermera se quedó comiendo croissants. Y nosotras, con nuestro gran presupuesto, ideamos los disfraces. Iríamos todas iguales. Vestidas de trogloditas. ¡Qué sexi! ¡Y qué cómodo! Después de mucho pensar y hacer cuentas encontramos el disfraz de troglodita ideal. Se componía de cuatro elementos básicos: cabeza, tronco, extremidades ¡y un hueso de plástico para cada una! Para no confundirnos nos colocamos el hueso en sitios distintos. En el pelo, de collar, de broche... A mí me tocó colgando de la oreja. No podía pedir más. ¡Mi cuerpo y mi cara de antaño y un hueso blancuzco en la oreja!
Y así bajamos, como verdaderas cavernícolas, al carnaval de Santa Cruz. Era tanta la gente que corrimos el riesgo de perdernos más de una vez. Pero gracias a nuestro distintivo nos reconocíamos entre la multitud. Hasta que los huesos salieron volando... Los pisaron, los patearon, los aplastaron, los perdieron. Y en un míralo y vete nos quedamos sin disfraz. ¡Menos mal que nos quedaba el resto! Cabeza, tronco y extremidades seguían es su sitio. No sabíamos hasta cuándo. Así que decidimos bailar una conga. Para agarrarnos bien y no perder ninguna parte de nosotras.
¡Qué bonita la conga! No se sabía dónde empezaba. Ni en qué parte de la ciudad acababa. Era una fila inmensa de gente agarrada por la cintura que iba avanzando a paso saltarín hacia no se sabe dónde. Y nos unimos a la fiesta. Por encima de la música de los altavoces sobresalía la voz de la gente cantando: "La conga de Jalisco, ya viene caminando, la conga de Jalisco, ya viene caminando". Y todo el mundo marchando al compás de la canción, levantando primero una pierna, después la otra. Y así sucesivamente. ¡Qué divertido!
Yo era la última de mi grupo. No lo sabía. Y me daba lo mismo. Todos éramos iguales en aquel momento. Unidos por la música y el baile como verdaderos hermanos. Qué experiencia tan mística. No importaba nada. ¡Sólo llegar a Jalisco! Hasta que me di cuenta de que la persona que tenía detrás ¡no se sabía la letra! Decía algo así como: "La gonga de Galisho ya biene gabinaddo". ¿Gabinaddo? ¡Pero a dónde íbamos a llegar gabinaddo! ¿Se había vuelto loco el de atrás? Así que me di la vuelta para enseñarle la canción. Era un hombre grande, con un abrigo negro. El abrigo estaba abierto. Y de él salía una enorme conga directa a mi trasero. ¡A mi trasero! ¡Pero si llevaba más de una hora bailando con aquel ser pegado a mí!
Qué extraño disfraz. Me dije a mí misma... ¡A lo mejor perdió el resto en la refriega! Pero al ver su empeño en volver a tomar posiciones y harta de tanto desafino, lo mandé al Jalisco sin ningún miramiento. La pena es que al separarme de él tan bruscamente, la cadena se rompió y la gente empezó a correr de un lado a otro, dejando al hombretón en el centro. Pasando frío en la conga. Pobre...
Nunca volví a los carnavales de antaño. A ésos no. A los del antaño siguiente me parece que sí. De vez en cuando me acuerdo del hombre del abrigo. ¿Se habrá aprendido la letra de la conga ya? ¿Habrá logrado llegar a Jalisco gabinaddo? ¿Habrá descubierto que en la conga sólo se levantan las piernas? Y lo más importante ¿habrá logrado superar su complejo de conguito? Nunca lo sabré. Es lo que pasa con las cosas de antaño...
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Hace 19 horas