Y allí estaba yo, de pie, con mi papelito doblado en las manos, mirando al frente y soñando sueños de gloria y solidaridad.
Ya veía los titulares: "Zafferano, la seño de las plantas, hace leña de un árbol caído", "Padres agradecidos enarbolan un monumento a la seño de sus hijos", "Zafferano declara: Quien a buen árbol se arrima, pierde el dinero y pierde el amigo...", "La educación empieza en casa, Zafferano hace el resto" y así... Hasta que me acordé de la carta. Con una sonrisa de mil demonios abrí la buena nueva y leí el siguiente mensaje:
"Nos parece muy bien que se le llame la atención si hace algo mal, pero Leo nos dice que él solamente estaba quitándose una planta de la camiseta que había tirado otro niño y le cayó a él, sabemos cuándo nos dice una mentira y por lo tanto le creemos, nuestra pregunta es: ¿le vio usted arrancar esas hojas de la planta? Un saludo: sus padres"
Y sólo me mandaban un saludo... Me quedé horrorizada. ¡A Leo le había caído una planta encima y yo sin enterarme! Con razón ni siquiera me daban los buenos días... ¡Pues una Campánula no sería, que la habría oído! ¡Un Farolillo lo habría visto! ¡Y un Dondiego de noche imposible, que a las tres de la tarde todavía hace sol...! Qué misterio. ¡Y qué pregunta tan fácil de contestar! Como un examen tipo test. Sí, o no. Y ya está. ¿Pero serían jueces estos padres, o del CSI...? La verdad es que firmaban como "sus padres", no como "sus señorías"... ¡pero querían pruebas! Así que, miré a Leo con sorna, me senté y me dispuse a contestar:
"Hola I. y D., sinceramente, no conservo en mi retina la imagen de Leo arrancando una hoja de la planta, pero les aseguro que, como todos los días, estaba en la refriega. De haber estado en su sitio, esta nota ni siquiera existiría. Saludos y hasta pronto. Zafferano"
Cogí un sobre, metí la nota, lo cerré y se lo di al niño. A las tres de la tarde había una señora en mi fila y en ese mismo instante supe, sin ton ni son, que era la madre de Leo. No es que estuviera arrancando hojas... Sino por el tamaño. Y además, no llevaba uniforme. Me acerqué graciosamente con paso firme y cadencioso y al cabo de un rato estuve a su lado. Empezamos a hablar y de repente, cuando menos lo esperaba, la señora se puso a llorar. ¡Y empezó a pedirme perdón por haberme llamado mentirosa...! ¿Mentirosa? ¿A mí...? ¿Cuándo? ¿En qué mensaje subliminal del texto se me llamaba mentirosa a mí? No salía de mi asombro. Entre sollozos me explicó que Leo, al ver el sobre cerrado y mi sonrisa sardónica, se había asustado y le había contado toda la verdad. Aproveché para decirle que "a bicho que no conozcas, no le pises la cola", la consolé como pude y nos despedimos como buenas.
Total que aprendí mucho de esta experiencia. Aprendí que no se debe escupir hacia arriba, que a su tiempo maduran las brevas y que sorna con gusto... ¡no pica!
CABALLO DE CARTÓN
Hace 1 día