Para Atman con cariño
porque una promesa no es óbice...
Hacer memoria es como hacer café...
Como iba diciendo, la cocina tenía nevera... ¡En el salón
había un sofá! El suelo era de un marrón espléndido y en el cuarto de baño un
grandioso espejo de plástico relucía en la pared. No podíamos pedir más... ¡No
queríamos pedir más! ¡No necesitábamos más...! Pero entonces ¿qué hacía esa
enorme cucaracha volona plantada en el centro de la pared de la sala si nadie
la había invitado?
Nuestro ágil cerebro empezó a funcionar a cero por hora. Sincronizamos
nuestras miradas y así, sin más, accionamos nuestros cuerpos e inventamos un
nuevo baile: “La cucaracha”. El nuevo baile se baila así: Primero, tiras al
aire todo lo que tengas a mano. Después, levantas los brazos sobre la cabeza con
un movimiento rítmico de todos los dedos. A continuación, das cuatro saltos de
alegría mientras desde el fondo de tu garganta sale un ¡Uaaaaaaa! atronador. Y,
por último, buscas un lugar lejano para esconderte.
Pues eso hicimos. Cantando y danzando volaron los paños del
polvo, las escobas, el plumero, los estropajos. Voló todo. Hasta nosotras.
Mientras la cucaracha, ladina, nos miraba inmóvil desde su pared, agradecida
por tan lindo espectáculo. Nunca una cucaracha se había sentido tan bien
recibida. Seguro...
Y así estuvimos, jugando al escondite durante un buen rato.
Lo hicimos tan bien que tardamos una hora en encontrarnos. Gané yo, que llegué
primero al baño para secarme las lágrimas de alegría. Total, que ya habíamos
jugado a las casitas, al baile de “La cucaracha” y al escondite. ¡Ya era hora
de pasar a la acción! Así que pusimos en práctica el famoso aforismo, “Si ella
no viene... recurre al plan Ve”. Y fuimos.
Aparecimos en la sala armadas. Seguras de nuestra victoria.
Confiando en el poder de nuestra mejor baza. ¡Cucal, insecticida sin igual! ¡La
bomba...! Y así, sin ton ni son, avanzamos saltando hacia nuestra enemiga que
permanecía anclada e impertérrita en su trozo de pared, apuntándonos
insolentemente con sus antenas en movimiento. Algo tuvo que presentir el
monstruo, porque, de repente, empezó a correr como alma que se lleva el diablo.
Y, bajo nuestra atenta y regocijada mirada, desapareció entre los muebles.
Un escalofrío nos recorrió el alma y mil preguntas nos asaltaron
de repente. ¿Dónde se habría metido? ¿Qué íbamos a hacer ahora? ¿Cuál era la
puerta más cercana a la calle? ¿A qué hora saldría el sol? ¿Quién nos había
mandado? ¿Cuándo llegarían los refuerzos? ¿Cómo se escribe “Huir”? Y así,
acongojadas e inconsolables de tantas preguntas sin respuesta... ¡atacamos!
A las tres de la madrugada seguíamos rodando muebles. Qué
bien. ¡Y qué fácil todo! Sólo había que enganchar la escoba a la pata de
cualquier cosa, tirar... ¡y ya está! Nada más divertido a esas horas. Total...
Estábamos de vacaciones... La sala lucía espléndida llena de taburetes,
cojines, un sofá ladeado, una mesa de centro boca abajo y un montón de objetos
desconocidos desparramados por ahí. Pero de la cucaracha...ni humo ni pelo.
Hasta que la vimos, mirándonos atenta en indispensable, desde
lo alto de la despensa. ¡Qué bien! ¡Ya era nuestra! De puntillas y sin mirar
nos acercamos lentamente, peleándonos de vez en cuando a ver quién disparaba.
Generosamente le concedí el honor a Patricia, que para eso soy la mayor...
¡Faltaría más! Hay que ceder de vez en cuando... Dar oportunidades a los
jóvenes... No como ahora, que se tienen que ir a matar cucarachas fuera ¡y encima sin beca!
Y así fue cómo Patricia vació el bote de Cucal encima de nuestra amiga. Lo hizo tan bien que
hasta cambió de color. ¡Y de forma! Y allí estaba la cucaracha, disfrazada de
copo de nieve, tiesa, en el suelo de la cocina. ¡Lo habíamos conseguido! ¡Y todo
gracias a mi proverbial aplomo ante las situaciones más complicadas! Felicité a
Patricia por su inestimable puntería y sin más, abrimos la puerta de la cocina
para echar fuera a la intrusa de un escobazo.
Y fue entonces cuando, por la rendija de la puerta, se coló,
cual mágico espíritu trasnochado, una linda mariposa nocturna con sus alas
abiertas y todo. Nos miramos aliviadas y contentas por la gesta de aquel día,
cerramos la puerta y volvimos a la sala con la insuperable intención de dar por
concluida la noche. No podíamos pedir más... ¡No queríamos pedir más! ¡No
necesitábamos más...!
Pero entonces... ¿qué hacía esa enorme cucaracha volona
plantada en el centro de la pared de la sala? ¡Si nadie la había invitado!
Y la noche volvió a
empezar...
¡Vaya con la mariposa nocturna...!