domingo, 26 de enero de 2014

Hacer memoria (II)


 Para Atman con cariño
                      porque una promesa no es óbice...


Hacer memoria es como hacer café...



Como iba diciendo, la cocina tenía nevera... ¡En el salón había un sofá! El suelo era de un marrón espléndido y en el cuarto de baño un grandioso espejo de plástico relucía en la pared. No podíamos pedir más... ¡No queríamos pedir más! ¡No necesitábamos más...! Pero entonces ¿qué hacía esa enorme cucaracha volona plantada en el centro de la pared de la sala si nadie la había invitado?

Nuestro ágil cerebro empezó a funcionar a cero por hora. Sincronizamos nuestras miradas y así, sin más, accionamos nuestros cuerpos e inventamos un nuevo baile: “La cucaracha”. El nuevo baile se baila así: Primero, tiras al aire todo lo que tengas a mano. Después, levantas los brazos sobre la cabeza con un movimiento rítmico de todos los dedos. A continuación, das cuatro saltos de alegría mientras desde el fondo de tu garganta sale un ¡Uaaaaaaa! atronador. Y, por último, buscas un lugar lejano para esconderte.

Pues eso hicimos. Cantando y danzando volaron los paños del polvo, las escobas, el plumero, los estropajos. Voló todo. Hasta nosotras. Mientras la cucaracha, ladina, nos miraba inmóvil desde su pared, agradecida por tan lindo espectáculo. Nunca una cucaracha se había sentido tan bien recibida. Seguro...

Y así estuvimos, jugando al escondite durante un buen rato. Lo hicimos tan bien que tardamos una hora en encontrarnos. Gané yo, que llegué primero al baño para secarme las lágrimas de alegría. Total, que ya habíamos jugado a las casitas, al baile de “La cucaracha” y al escondite. ¡Ya era hora de pasar a la acción! Así que pusimos en práctica el famoso aforismo, “Si ella no viene... recurre al plan Ve”. Y fuimos.

Aparecimos en la sala armadas. Seguras de nuestra victoria. Confiando en el poder de nuestra mejor baza. ¡Cucal, insecticida sin igual! ¡La bomba...! Y así, sin ton ni son, avanzamos saltando hacia nuestra enemiga que permanecía anclada e impertérrita en su trozo de pared, apuntándonos insolentemente con sus antenas en movimiento. Algo tuvo que presentir el monstruo, porque, de repente, empezó a correr como alma que se lleva el diablo. Y, bajo nuestra atenta y regocijada mirada,  desapareció entre los muebles.

Un escalofrío nos recorrió el alma y mil preguntas nos asaltaron de repente. ¿Dónde se habría metido? ¿Qué íbamos a hacer ahora? ¿Cuál era la puerta más cercana a la calle? ¿A qué hora saldría el sol? ¿Quién nos había mandado? ¿Cuándo llegarían los refuerzos? ¿Cómo se escribe “Huir”? Y así, acongojadas e inconsolables de tantas preguntas sin respuesta... ¡atacamos!

A las tres de la madrugada seguíamos rodando muebles. Qué bien. ¡Y qué fácil todo! Sólo había que enganchar la escoba a la pata de cualquier cosa, tirar... ¡y ya está! Nada más divertido a esas horas. Total... Estábamos de vacaciones...   La sala lucía espléndida llena de taburetes, cojines, un sofá ladeado, una mesa de centro boca abajo y un montón de objetos desconocidos desparramados por ahí. Pero de la cucaracha...ni humo ni pelo.

Hasta que la vimos, mirándonos atenta en indispensable, desde lo alto de la despensa. ¡Qué bien! ¡Ya era nuestra! De puntillas y sin mirar nos acercamos lentamente, peleándonos de vez en cuando a ver quién disparaba. Generosamente le concedí el honor a Patricia, que para eso soy la mayor... ¡Faltaría más! Hay que ceder de vez en cuando... Dar oportunidades a los jóvenes... No como ahora, que se tienen que ir a  matar cucarachas fuera ¡y encima sin beca!

Y así fue cómo Patricia vació el bote de Cucal  encima de nuestra amiga. Lo hizo tan bien que hasta cambió de color. ¡Y de forma! Y allí estaba la cucaracha, disfrazada de copo de nieve, tiesa, en el suelo de la cocina. ¡Lo habíamos conseguido! ¡Y todo gracias a mi proverbial aplomo ante las situaciones más complicadas! Felicité a Patricia por su inestimable puntería y sin más, abrimos la puerta de la cocina para echar fuera a la intrusa de un escobazo.

Y fue entonces cuando, por la rendija de la puerta, se coló, cual mágico espíritu trasnochado, una linda mariposa nocturna con sus alas abiertas y todo. Nos miramos aliviadas y contentas por la gesta de aquel día, cerramos la puerta y volvimos a la sala con la insuperable intención de dar por concluida la noche. No podíamos pedir más... ¡No queríamos pedir más! ¡No necesitábamos más...!

Pero entonces... ¿qué hacía esa enorme cucaracha volona plantada en el centro de la pared de la sala? ¡Si nadie la había invitado!  

 Y la noche volvió a empezar...  
¡Vaya con la mariposa nocturna...!

viernes, 10 de enero de 2014

Mis botas de agua

Vivir en Canarias sin botas de agua es un auténtico disparate.




Es como la pajarilla que se muerde la cola. Si no hay botas de agua ¡no llueve! Por ejemplo el otro día que llovió de cinco a seis... ¡y yo con zapatos! Todavía estoy buscando quién se puso las botas de agua y no avisó...

Total, que ayer me levanté con ganas de lluvia... Busqué entre todas las dos botas que tengo y, como no podía ser menos, elegí mis botas de agua. Hay que ver... nada más calzarme la primera ¡empezó a llover! Qué alegría. Nunca me falla el truco. Y como se me hacía tarde de tanto pensar, cogí el primer abrigo de agua que encontré, una bufanda a juego con las botas y salí, vestida de agua, para recibir, alegre y sonriente, mi tan deseado temporal.

Nada más llegar al cole me puse a trabajar. El agua corría por todas partes. El aparcamiento, el patio central, la zona de columpios, la pista de patinaje, los polideportivos... ¡Todo estaba maravillosamente inundado! ¡Qué bien! ¡Había charcos por todas partes!

Y allí estaba yo, con mi abrigo, mis botas y sin paraguas, preparada para arreglar tamaño desastre. Escruté atentamente el horizonte en busca del charco más grande. El padre de todos los charcos. El charcón. Y tras cuatro vueltas de inspección desechando los charcos más insulsos, lo encontré. Allí estaba, junto a mi coche, desafiándome con sus aguas turbulentas. Y fue entonces, sólo entonces, cuando mis ganas de jugar se multiplicaron por mil.

Primero lo rodeé graciosamente. Despistándolo. Después toqué sus bordes con la punta de las botas. Observándolo. Salté cuatro veces de un lado a otro, lo crucé de puntillas, hundí los talones en el agua, salté a la pata coja, di tres piruetas en el aire, arrastré las suelas sin descanso, y, cuando me cansé de tanto jugar, sin pensármelo dos veces... ¡lo pisé!

 Bajo mi atenta mirada y como quién no quiere la cosa ¡el charco desapareció! ¡Mis botas de agua habían hecho su trabajo! No hay nada mejor que unas botas de agua para vaciar los charcos de Canarias. Así que, con mis botas de agua llenas, o mis botas llenas de agua, tanto monta monta tanto..., subí al coche, llegué a casa y vacié el charco en la bañera. Qué agradecida me sentí con mi gran suerte. ¡Tener un charco en la bañera no es habitual! Sólo me falta comprar un par de peces de colores para completar mi ecosistema. Porque las algas saldrán solas...


En fin... Que mañana me voy a poner las botas de agua por si se me evapora el charco. ¡Que se preparen en Canarias! Ya estoy viendo las noticias ¡Alerta roja por lluvias! Cómo me lo van a agradecer... Qué bien. Aunque esta vez, y sin que sirva de precedente... ¡usaré mis calcetines de plástico!  

¡Feliz 2014 a tod@s l@s que pasen por aquí!