jueves, 28 de octubre de 2010

El relax del artista

Total, que cuando le pregunté a mi amiga por una actividad relajante porque el Yoga no me daba, me dijo que me pusiera a pintar...



 Pintura... ¡Qué maravilla...! Me quedé mirándola sin pestañas mientras una única pregunta positiva me revolvía entrañablemente. ¿Pero cómo es posible que no se me haya ocurrido a mí antes? ¿Y entonces para qué estudié? ¿Quién es la más inteligente de las dos? ¿Y la más guapa? ¿Qué me pongo mañana? ¿Dónde está el móvil? ¿Qué estará haciendo mi hija que no llama? ¿Dónde aparqué el coche? ¿En qué bolsillo tengo el tique del aparcamiento? ¿Tendré dinero suficiente? ¿Estará cerrada la panadería? ¿Por qué tengo tanta hambre? ¿Qué hora será? Y así. Hasta que llegué a casa. Absolutamente relajada.

 Días después me acordé de la conversación con mi amiga. Pintura... ¡Qué maravilla...! ¡Hay que ver las cosas que se me ocurren...! ¡Que para eso estudié...! Total, que sin comérmelo ni bebérmelo, salí a la calle como pude y me compré todo lo necesario e imprescriptible para empezar con mi nuevo entretenimiento: ¡la pintura!  Y quién sabe... Incluso podría hacerme famosa... ¡Y rica! Como Raphaello. El famoso pintor de esa época...


Pintura... ¡Qué maravilla...! Y aquí sigo. Después de casi mes y medio. ¡Y todavía voy por el pasillo! A brocha... ¡Aunque empecé con un rodillo! Qué artista. Pero el rodillo gasta mucha pintura. Sobre todo en el suelo. Y como las baldosas no están muy pisoteadas todavía, prefiero dejarlo como está. Que ya lo pintaré en otro momento... Por ahora me entretengo con las paredes, que son muy versátiles. Relajantes. Porque gracias a las paredes, una vez que te rompes el cuello ¡ya no te duelen los brazos! Es maravilloso. No se me podía haber ocurrido una idea mejor.

 Pintura... ¡Qué maravilla...! Mi habitación la pinté de color "Garbanzo". Y para el pasillo me decidí por un "Verde Edén". Que resultó, no sé por qué, ser un verde manzana. ¡Hay que ver lo complicados que son algunos para elegir los nombres...! Cuando mi casa tomó el aspecto de un escaparate de Euromueble, compré, sin derramar ni una sola lágrima, el "Melocotón suave". Y me dispuse a darle la segunda mano... Quedó, el pasillo, de un "Verdocotón"  impactante. Pero como no me convencía, me dispuse a mezclar pinturas con un palo. Mezclé el "Melocotón" con el "Garbanzo" y el resultado fue un "Melonzo" impresionante, que estoy usando en estos momentos ¡para darle la tercera mano a mi pasillo!

Pintura... ¡Qué m...! No sé... Me quiero desapuntar de la clase porque ahora mismo ya no sé quién soy, si una brocha, una escalera andante, un melonzo o un verdocotón. Y además, ¡la casa se me está acabando! ¡En el pasillo tengo que pintar con flexo! ¡Cada vez llego más tarde a casa porque me da pena ensuciar la brocha! Y encima, tengo que soportar a mi hija diciendo "¡Pero quién te manda...! " Y esta vez, sin que sirva de precedente, estoy de acuerdo con ella.

¡Pero quién me manda a ser artista! ¡Si algunos con pintar un rombo tienen!  Cuando termine con el salón, que lo estoy deseando, ensayaré una nueva técnica en la escalera y el zaguán. Los vecinos se van a quedar alucinados y agradecidos. Será mi sorpresa de Navidad. Rombos de melonzo y rayas de verdocotón. Que en algo tendré que usar la pintura que me sobra...

Apúntense a pintura, háganme caso. Sin cuotas. Ni mensualidades. Un par de euros en colores y tendrán relax asegurado. Por mucho tiempo... ¡Que para eso estudiaron...!

martes, 13 de julio de 2010

La boda

                                                                                                               A ti, con todo mi cariño

 El día que recibí la invitación para la boda me volví loca de alegría.




Me encantan las bodas con sus arroces. Sus campanas al viento. Sus tartas gigantes. Pero sobre todo me encanta que esta vez no me haya tocado a mí. Que ya con una tuve bastante. Y eso que fue por lo civil. ¡Pues me tiraron arroz igual...! Hasta que me llegó un proyectil directo al ojo y me dejó bizca el resto del día. ¡Total...! No había mucho que ver. Estaba lloviendo a cántaros y la gente aprovechaba para decirme "¡Novia mojada, novia afortunada!" Pero lo que mal empieza...

 De aquella boda salí hecha una paella, tuerta y empapada. Con tanto superávit de arroz, que, segura de tener provisiones de por vida, me inventé una frase que me catapultó, un año más tarde, a la miseria más miserable. ¡A Dios pongo por testigo! ¡A Dios pongo por testigo... de que jamás volveré a pasar hambre!  Pero me equivoqué:  me divorcié, no hubo testigos... ¡y encima pasé hambre! Desde entonces mi lema fue: "¡Ya no quiero ni un testigo de que jamás volveré a casarme!" Y eso es lo que he hecho. Aunque me ha resultado muy difícil, debido a las múltiples y recalcitrantes propuestas de matrimonio que he recibido durante estos últimos veinte años...

 Sábado. Ocho de la mañana. Peluquería. Qué bien... Para una boda de tanta vergadura ¡no iba yo a ser menos! Así que me dejé... Empezaron haciéndome las manos y los pies. Hay que ver ... ¡Y yo que creía que esas cosas venían de nacimiento!  Así que les di mis extremidades incompletas y dejé que me las hicieran a su forma y semejanza. Y allí estaba yo, tendida en un sillón reclinable, con los pies en una palangana, las manos en otra y la cabeza hacia atrás de espaldas al espejo. Y mientras una me reconstruía manos y pies, la otra me llenaba la cara y el pelo de emplastes y pegotes a ritmo de turbo secador.

Lo más divertido fue cuando a la chica de las manos se le cayó la palangana encima de mi barriga. Fue formidable. Porque el agua estaba caliente. Y como yo tenía ganas de ir al baño y no podía, me dieron la oportunidad de hacerme pis encima sin que nadie se enterara. Les di las gracias amablemente y al poco terminamos la sesión. Cuando me di la vuelta y me miré al espejo una indecente duda se apoderó de mí. ¿Quién sería esa negra de labios naranja que tenía enfrente? ¿Dónde estaba yo con mis manos y mis pies? ¿En qué momento había entrado esa persona en la peluquería sin ser vista? ¿Por qué esa negra me recordaba tanto a alguien?

Del susto me reí. Ella también. Nos reímos frente a frente. Y cuando me dispuse a presentarme para preguntarle si Canarias era de su gusto, me fijé en sus dientes. Qué dientes tan característicos y desiguales... ¡Pero si eran igualitos a los míos! Por segunda vez se me ocurrió una indecencia. ¿Por qué ese espantapájaros tenía mis dientes en su boca? ¿Qué hacía esa negra mojada delante de mí? ¿Dónde estaba mi hija para ayudarme? Me busqué insistentemente debajo del sillón, detrás de la puerta... ¡e incluso me llamé! Mientras, la negra jugaba a imitarme todo el tiempo. Y de repente, tomé conciencia de la dura realidad. ¡La negra no era otra cosa sino yo! ¡Con mis dientes y mis manos! ¡Y unos caracolillos que no había visto nunca! ¿Pero qué había pasado en ese antro? No se contentaron con las manos y los pies. ¡Me habían vuelto a hacer entera! ¡De arriba a abajo! ¡Y de otro color! ¡Brujería! ¡Brujería!

Salí espantada de allí, no sin antes haber pagado un ojo de la cara, para completar la transformación... Y fue tanta la prisa que me di, que al ponerme los zapatos, se me quedaron los pies pegados a la tela, de tan bien pintadas que estaban las uñas... Y por fin llegué a mi casa, con los zapatos integrados, el cuerpo empapado, la boca naranja y miles de caracolillos de pelo encogido en la cabeza. Lo único que quedaba de mí eran los dientes. Vaya... Total que me metí en la ducha, me despinté las uñas, me peiné como siempre, me puse mi traje color natilla y unos zapatos que casi no dolían y me fui, sintiéndome yo misma, a la Orotava. A la boda de la niña.

No suelo llorar en público. Reservo esos momentos para explayarme en casa. Pero cuando la novia entró espléndida a la iglesia, sin su padre al lado, un nudo insoportable me cerró la garganta y dos lagrimones resbalaron sin querer mejilla abajo mojándome hasta el traje. Es que las bodas, el agua y yo no nos llevamos... La ceremonia fue preciosa y el convite inigualable. Y allí estuviste tú, disfrutando de la fiesta, en el sitio que te habíamos reservado, todos y cada uno de nosotros, en el corazón.

Y al final me dieron un puro.

jueves, 1 de julio de 2010

Espacio y estropicio

Hay que ver lo que crecen los niños de hoy en día. Cuando menos te lo esperas ¡ya no caben en su habitación!


Esto es lo que le está pasando a mi pobre hija Adriana. Ha crecido tanto en los últimos años ¡que su habitación se le ha quedado pequeña! Pero como es una persona muy inteligente (mejorando lo presente...) ha sabido distribuir el poco espacio que le toca en tres zonas perfectamente delimitadas:

- Centro de estudio y tentempié: en mi cocina.
- Ocio, ordenador, películas y reuniones: en mi sala.
- Zona de descanso y asueto: en mi sofá ...o en su cama.

Me alegra saber que mi hija es capaz de arreglárselas así. Con poco. Y que ante las adversidades haya sido capaz de encontrar soluciones sencillas y desinteresadas, siempre teniendo en cuenta la comodidad y el bienestar de las dos personas que intentamos vivir aquí dentro. Gracias a sus buenas ideas, por ejemplo ¡puedo usar mi dormitorio todo el día! Y cuando me apetece, me doy un paseo por la habitación de invitados y me siento un rato allí. Mirando a la pared. ¡También tengo la suerte de tener un baño! Y cuando me aburro de la pared de la habitación de invitados, me miro al espejo. Y así me paso el día, de un lado a otro, procurando no invadir el espacio de mi pobre hija, que bastante trauma tiene por no caber en su habitación.

Total que hemos decidido quitar todos los muebles del dormitorio de Dana y cambiarlos por otros más pequeños. ¡A ver si así cabemos las dos de pie! Primero tendremos que deshacernos de todo lo que no sirva: o sea, todo. Dejaremos la habitación vacía ¡y la volveremos a llenar! Qué bien y qué sencillo. Me gusta ocupar mi tiempo haciendo cosas útiles y relajantes.

Empezamos la faena ayer tarde mismo. Nos apoyamos ilusionadas al vano de la puerta para contemplar el panorama. Y a partir de ahí, el caos más absoluto se apoderó de mi espíritu... Me llevé una grata sorpresa al descubrir que la graciosa alfombra de colorines que teníamos delante era una mezcla de camisetas, toallas, chancletas, algún que otro papel, dos bolsos y cuatro pijamas. ¡Lo que sabe la gente joven del arte de reciclar...! Te hacen una alfombra con cualquier cosa... Y además ¡reversible! Porque si le das la vuelta, por debajo está hecha de calcetines sin pareja, ropa interior, más papeles y tres o cuatro pantalones parecidos a los que siempre está buscando y nunca encuentra. ¡Qué arte! Y yo que sólo sé hacer macramé con un hilo...

No sé... me pareció recordar que antes el suelo era marrón, pero no lograba verlo por ningún lado. En su lugar  la alfombra de colorines se extendía alegremente a lo largo y ancho de la habitación, y , haciendo juego con ella, miles de mangas de camisas y jersey colgaban graciosamente desde lo alto de la litera, de los armarios y hasta de los ganchos de la ventana, formando un conjunto armonioso y cálido, imposible de superar. Libros, apuntes, collares, pañuelos, bufandas, flores de plástico, cajitas de madera, CDs, sombreros,cables de todos los tamaños y formas, plumas, rotuladores, cuencos, vasos y vasitos, le daban el toque final al decorado. Moderno. Desenfadado. Irrepetible. Inaguantable ¡Imperdonable!

 Al cuarto grito, mi hija se dio cuenta de que la alfombra no era de mi total agrado. Intentó sustituirla por una hecha con pareos, bikinis, sandalias, toallas y apuntes del año pasado. Tampoco tuvo éxito. ¡Pero si en esa habitación no cabía ni un alfiler! ¡Había más cachivaches ahí dentro que en todo el resto de la casa! En un arranque de desesperación me entraron ganas de quemarlo todo. Más limpio. Más rápido. Y más vengativo. Pero me contuve. Y en su lugar seguí gritando. Total... ¡la habitación estaba insonorizada de tantas capas de ropa que tenía!

Urgía elaborar un plan. Así que, cuando la garganta me empezó a doler, dejé de lado mis dotes cantoras y urdí el más sofisticado e incompetente plan que nunca se haya visto ni oído. ¡Empezaremos por el principio! Dije. Orgullosa de mi ocurrencia. Mi hija asintió mirando al vacío e intentando adivinar cuál era el principio. Yo tampoco lo tenía muy claro. Así que señalé un estante. El más pequeño, para no deprimirme demasiado...

Lo que había en ese estante y lo que hicimos con ello merece ser contado en otro post. Sólo decirles que tras una tarde de duro trabajo, me asomo a la habitación de mi hija y... ¡todo sigue igual! En fin, que por qué crecen tanto los hijos que ya no caben en sus propias habitaciones...

martes, 22 de junio de 2010

Crónicas canarias I

Para contribuir al bienestar de mi salud mental, el jueves pasado vino a visitarme mi hermana Paola.


Mi hermana es Yogui. Y vive en una parte de Jellystone que se llama Dublín. Que como parque está muy bien... Lo cierto es que Paola es tan mística tan mística ¡que hasta su anterior pareja se llamaba Sangha Pala! Aunque yo a veces lo llamaba Bubú. Porque no me acordaba del nombre entero. Y siempre me salía Pata Palo... Total que cuando por fin aprendí a llamarlo Sangha, mi hermana va ¡y se cambia de pareja! Nos quedamos todos de piedra. ¡A ver qué nuevo nombre nos tendría reservado...! Yo qué sé... Kala Trava, Pande Monio, Mando Lina, Granca Naria. O Peri Follo..., que también podría haber sido...

Y es que los nombres extranjeros se las traen. ¡Nada de Pepe Paco o Paco Pepe! Que al fin y al cabo no tienen H y se pronuncian con las mismas letras... Los nombres extranjeros siempre tienen que tener alguna complicación. Como el quiosquero Philip Morris, que se pronuncia con la FI. O el cosmonauta Stephen Hawking, que se pronuncia con la FE. La misma que hay que tener para pronunciar su apellido... O el phamoso Phantomas Alva Edison, que se pronuncia con la Fa. En este momento no me acuerdo de ninguno con la FO o con la FU... En fin, que esto de la H no es lo mío.

Menos mal que tengo otra hemana, la más pequeña, que también vive en el parque de Dublín. Ella sí  que no se ha complicado demasiado la vida. Al marido le puso Jerry y al hijo, Thomas. Así que cada vez que la llamo ¡sólo tengo que preguntar por Tom y Jerry! Y ya está. ¡Sin tanta parafarmacia...! Así de sencillo y rápido para la memoria a corto plazo.

Aquí en Canarias no tenemos ese problema, los nombres son fáciles de recordar. Como un niño del colegio que se llamaba Armiche. Armiche estaba saliendo con Guayarmina. Y Guayarmina tenía un padre que se llamaba Bentagay. Bentagay estaba enrollado con Chaxiraxi, que tenía un hijo llamado Tanausú. Tanausú era amigo de Tenesoya que tenía un hermano llamado Bentejuí. Bentejuí era vecino de Tinguaro, Nauzet y Yeray, que eran compañeros de Akaymo y de Aythami... ¡Así da gusto! ¡Nombres normales! Con estos nombres sencillos, aunque uno quiera ¡no se te traba la lista al pasar lengua! Como tiene que ser. No como otros... Lástima que los nombres canarios estén en desuso. ¡Y ahora todos se llamen Ronaldinho! Con la ÑO...

Volviendo a mi historia... Menos mal que Paola dejó a Sangha Pala. Esa pareja daba lugar a muchas confusiones. Y hasta el más experto en pronunciar su nombre, cuando lo unía al de mi hermana, solía terminar diciendo: "¿Qué sabes de Pala y Sangha Paola...? ¿De Panga y Shala Pala...? ¿De Shaola y Paga Nala? ¿De Ponga y Sanga Lala...? ¿De Sola y Pinga Longa...? O sea... ¿Qué sabes de ellos...?"

Y ahora está con Nigel. ¡Nigel el Avatar! Pero ésa es otra historia...



PD: No te preocupes hermanita, Sangha Pala ya no va a salir más...

miércoles, 9 de junio de 2010

Fin de curso

Todos los años, cuando llega fin de curso, me come la ansiedad. Incluso los viernes...




Y por mucho que le diga que los viernes son famosos por su pescado, a la ansiedad le da lo mismo. Yo creo que no le caigo bien. Porque con todos los restaurantes que hay en Tenerife venirme a comer siempre a mí no me parece justo. Me siento como una Caperucita Roja cualquiera. ¡Y encima sin abuela!

El curso pasado, como ya tenía experiencia en este asunto, lo intenté con acupuntura. A ver si se le atragantaba alguna aguja... Pero al cabo de un mes de indescriptibles pinchazos a lo largo y ancho de mi cuerpo, empecé a pensármelo mejor. Total... Qué más da... Para que te zurza la vecina ¡más vale que te coma la ansiedad! Que es gratis... Así que me despedí de mi vecina y volví a las viejas costumbres.

Este curso, sin ir más lejos, he encontrado la solución perfecta para mis problemas.¡Me he suscrito a clases de Yoga! ¡Ya he asistido tres días! Es una maravilla. El primer día fue simplemente fantástico. Llegué a clase la primera. Quería coger un buen sitio en el centro para colocar mi colchoneta, tenderme y relajarme.

Así que me puse en un rincón... Porque todos iban de blanco. Menos yo... Que iba de negro. Pero me dio igual. Aunque me había equivocado de uniforme, allí estaba el suelo. Dispuesto a acogerme con los brazos abiertos. Y la música... Una música tan celestial y relajante que me impedía ver incluso a la Maestra de tanto que se me cerraban los ojos.

Mientras estaba eligiendo con qué sueño soñar en la hora y media de relax que me esperaba, todos los discípulos se pusieron de pie de repente. Me levanté como un resorte haciendo el saludo militar. Porque fue el único que se me ocurrió en ese momento... Les gustó mucho. Lo noté en la mirada cargada de admiración de todos los presentes. Y a partir de ese momento, perdí la noción de espacio, tiempo y equilibrio. Mi cuerpo fue, en la siguiente hora y media, una contorsión en sí mismo. Nunca podré entenderlo.

Y allí estaba yo, como una oveja negra entre etéreos e inmaculados entes que se movían sin parar, mientras, obnubilada, intentaba coger el ritmo. Menos mal que estaba en una esquina, porque las veces que me caí, simplemente reboté de una pared a otra, y seguí, como si nada, doblando cada trozo de mis articulaciones como una veterana más... 

Cuando ya todo mi ser se estaba desintegrando de tanto torcimiento corporal, la Maestra, con voz suave y armoniosa, dijo:

- Ahora van a hacer la postura del árbol.

Yo me quedé pensando un buen rato. Porque aunque tenga una amplia cultura sobre el tema y me haya leído varias veces el Kamasutra, ¡esa postura no la conocía! Así que, para no ser menos, me puse de pie, cerré los ojos y abrí los brazos sobre la cabeza. Porque para mí un árbol es redondo... Y así estuve, haciendo de árbol un tiempo ilimitado. Hasta que abrí los ojos, porque el tronco y las ramas me pesaban. ¡Pero cuál fue mi sorpresa cuando vi a todos mis compañeros sentados en la colchoneta, con las piernas cruzadas, las manos descansando en las rodillas y haciendo un canuto con los dedos...!

Hice lo propio, y, como en sueños, todos los que allí estaban empezaron a emitir un sonido mágico, el saludo de despedida:

-Muuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu!

Me uní a ellos mugiendo con todas mis fuerzas, para liberar de mi cuerpo todas las malas energías y dejarlo en estado de grecia. Y así, después de unos cuantos mugidos, se acabó la clase. Salí de allí medio coja y medio tuerta, pero feliz. Sobre todo por haber aprendido una palabra nueva. Mú. Mú es la palabra más tántrica que he conocido en mi vida. Con razón las vacas son tan felices y dan leche. Y lo más importante. A las vacas no se las come la ansiedad. ¡Nos las comemos nosotros!

Seguiré pues, practicando esta nueva disciplina que me he impuesto voluntariamente, y sé, porque lo sé, que algún día lograré ir vestida de blanco, me pondré en el centro de la sala, y les enseñaré a todos a hacer la postura del jinete, la de la balanza, la postura del yunque, la del misionero (aunque esa es vieja), la del columpio, en fin , todas las posturas que me sé... menos la de las cucarachas porque me caen mal. Y además, como regalo, les voy a llevar unas cuantas fotos eróticas. Seguro que la Señorita me lo va a agradecer y me va a premiar con el primer Dan.

¡Vaya vaya con el Yoga!  Si lo sé me apunto antes...