lunes, 12 de mayo de 2008

Cuando la vida te da sorpresas...

... sorpresas te da la vida.

Estoy muy cansada. Pero mucho. Lo noto por la resistencia que opone mi cuerpo al despertador. A las siete de la madrugada soy un cuerpo inerte y aerofantástico. Un mineral. Y por mucho que me empeñe, no lo puedo evitar. Pero lo malo no es eso... ¡Ya todo fueran inercias! Lo verdaderamente preocupante es cuando mi hija, con voz firme y despejada, me grita: ¡Levántate, que tienes que ir al colegio!

Me suena haber vivido eso antes... ¡Pero no sé en qué momento! A lo mejor es un simple dèjá vú... Se lo preguntaré mañana. Aunque yo no sé hablar francés, por tanto, es altamente improbable que me ocurra algo en ese idioma... ¡Todavía si fuera en italiano, o en inglés! Pero me da que allí no existen esas cosas. He llegado a la conclusión de que los franceses son los más paranormales de todos.

Lo que sí está claro es que estoy en pleno fenómeno extranatural. Con el miedo que me dan esas cosas... ¡y mira que pasarme justo a mí! Creo que me estoy convirtiendo en la mujer menguante. Y un día de éstos, cuando menos me lo espere, va a aparecer mi hija para darme el biberón. ¡No es justo! Con lo que me ha costado crecer...

Me iré al limbo de un momento a otro. Sin despedirme. Porque no sabré hablar... y además, tendré la chupa puesta. ¿O volveré a París con la cigüeña para aprender a decir glace de chocolat? Sólo espero que allí las cunas sean de látex. ¡A ver si consigo dormir de una vez! Y regresaré a mis orígenes contenta, porque mi vida ha sido un deceso de virtudes.

En otro orden de cosas, yo misma no me he portado mal del todo. Y en especial con los italianos. Todo empezó cuando una italiana, amiga de un amigo, le pidió un favor: enviar una becaria de Erasmus para hacer prácticas en mi colegio. Yo sólo tenía que preguntar si interesaba. Me sentí sumamente dichosa. Una preguntita de nada y mi buena acción del día estaría resuelta. ¡Qué menos que preguntar! ¡Faltaría más! Y los jefes me dijeron que sí...

Qué alegría. No sé ni cómo ni cuándo, pero desde febrero estoy inmersa en el más regocijante y prolijo papeleo. Primero me llegó un contrato en inglés. Después uno en italiano. Más tarde hizo falta una firma electrónica del jefe. Se envió. La firma no sirvió, tenía que ser manufacturada como las de siempre. Una vez enviada la firma hizo falta el sello. Se envió el sello, la firma y el contrato. Pero hacía falta un tutor. La tutora, obviamente, tenía que ser yo. Porque todos los italianos de esta isla están en la playa o pendientes de juicio. Pero entonces hizo falta un contrato laboral. Resuelto el tema del contrato, había que encontrar alojamiento porque Valentina estaba a punto de llegar.

Valentina está en mi casa desde hace un par de días. Y aquí se quedará si, durante los próximos tres meses, no encuentra un lugar donde vivir. Y yo me pregunto: ¿No era sólo una pregunta...? ¿En qué preciso instante me perdí? Gracias a mis compatriotas y al señor Erasmus tengo el cupo de mis buenas acciones saturado. Lo que pasa es que ahora, por las mañanas, hay dos voces que me gritan con voz firme y despejada: ¡Levántate, que tienes que ir al colegio! Mi fin está próximo, lo intuyo.

Y es por eso, que de tanto hacer el bien, no me queda casi tiempo de escribir ni comentar. Pero no importa. Alguien me las pagará. Mis buenas acciones...


PD.- Valentina es un encanto.

sábado, 3 de mayo de 2008

Nanini

Desde niña, amo a los animales.
...
De fauna...

¡Pero es que me gustan todos! Los cánidos, los félidos, los úrsidos, los púlpitos. Me encantan los equinos, los caninos, los gatunos, los ratunos. Los ávidos, los lóridos, los péscidos, los bóvidos, los lamelibranquios. Menos los bicéfalos y las cucarachas... todos son bonitos. En fin, lo mío sí que es zoofilia. Tampoco me gustan las escolopendras.

Uno de los animales que recuerdo con más cariño fue el último gato que tuve. Nanini. Como el ciclista... Nanini y yo vivimos apasionantes aventuras. Fue mi gato favorito. Hasta que un día se le ocurrió dar a luz a ocho. Gátidos. Desde entonces lo llamé Nanina... Hay que ver. Qué escondido se lo tenía... ¡No te puedes fiar ni de tu propio gato!

Todavía recuerdo la tarde en que Nanini me dio una sorpresa. No era mi cumpleaños. Pero le dio igual. Las sorpresas son sorpresas cuando no tienen motivo. Y aquel día, Nanini, me sorprendió.

Recuerdo subir la cuesta hacia mi casa en pletórica agonía. Reptaba cuesta arriba con mi habitual aspecto: bolso al hombro, libros en mano, carpeta bajo el brazo, varias bolsas de la compra colgando en las muñecas, abrigo en equilibrio sobre el hombro izquierdo, pañuelo enroscado en el bolso. Y en el dedo índice, derecho como una escopeta, enganchadas las llaves, que, por puro capricho, solía guardar allí.

Y por fin llegué. La casa era terrera, así que con una rodilla abrí la cancela. Apoyé las bolsas en el suelo, dejé los libros en el alféizar, recuperé mi abrigo que había perdido el equilibrio, sacudí la mano para poder coger las llaves y, con gesto triunfal, las introduje en la cerradura. La puerta se abrió lentamente.

La Naturaleza me llamó en ese instante, y en lugar de entrar, giré la cabeza hacia el campo justo enfrente de mi casa. Qué maravilla. El silencio, el verde, el cansancio, el sofá. Cuando de repente salió, de entre los arbustos, Nanini. Mi gato favorito, que al verme llegar acudía solícito a saludarme. Así da gusto llegar a casa. Me quedé en la puerta, con mi más reconfortante sonrisa, viendo como Nanini venía corriendo hacia mí con una flor en la boca. ¡Qué tierno mi gato! ¡Gitano!

¿Pero qué flor era ésa? ¿Un Tulipán Negro acaso? Cerré los párpados intentando aguzar la vista, me encogí para alcanzar su altura... La flor era exótica. Tenía tallo. ¡Y el tallo se movía! Empecé a repasar rápidamente la amplia lista de flores con tallo móvil archivadas en mi memoria. Y en ese trance estaba, cuando Nanini se coló entre mis piernas, entró como una flecha en casa, abrió la boca y soltó algo que empezó a correr a la velocidad de la luz, como ratón que se lleva el gato.

Tardé muy poco en darme cuenta. Era una bola de pelo gris, orejas grandes, bigotes largos, ojos negros y redondos, rabo descomunal, gritaba algo así como "oink, oink", ¡y estaba viva! ¿Pero qué clase de flores se cultivan en Canarias? ¡Vaya sorpresa! A pesar de todo reaccioné con elegancia. Cerré la puerta de un golpetazo, me alisé el cabello que se había puesto de punta y, con rencor visceral hacia mi gato, me quedé traspuesta detrás de la ventana viendo cómo, dentro de mi casa, Nanini jugaba al gato y el ratón con mi Tulipán Negro.

Esa tarde aprendí cómo se pone las botas un gato. Y al anochecer, cuando la primera gota de lluvia cayó en mi nariz, entendí plenamente aquel proverbio que dice: "De fuera vendrá quien de casa te echará..."

lunes, 28 de abril de 2008

De planetas y demás habladurías

Gracias a DeAgostini que inventó Planeta, hoy en día sé tanto de Astronomía.

En realidad la afición me viene de pequeña, porque mi hermano quería ser astronauta. Recuerdo que le compraron un telescopio. Y allí nos pusimos los tres, bajo el cielo azul romano, a estudiar el misterioso mundo de las estrellas. Poco después cayó en nuestras manos el cómic de "Mortimer y la cámara de Horus". Entonces mi hermano quiso ser arqueólogo, yo recolectora de animales y mi hermana, hada. Pero ya era demasiado tarde... Así que nos conformamos con el telescopio.

De aquella época aprendí prácticamente todo lo que sé. Que es mucho. Y como el tema lo domino, he decidido hacer un monográfico sobre planetas. Me va a salir bien, no tengo ninguna duda. Además, como dice un famoso proverbio griego, "El que nada duda, nada sabe". Qué alegría. Me siento tan ensimismada con el proverbio...

Empezaré con Mercurio, que es el más altruista. Mercurio es el planeta de los fastidiados. En este planeta es donde se fabrican los termómetros. Lo que pasa es que ahora hay termómetros en forma de pistola. Te los ponen en la frente y rápidamente se sabe si tienes fiebre o no. No sé de qué planeta vendrán, pero son horribles. El otro día fui a secretaría porque me encontraba fatal, me dieron un pistoletazo y resultó que tenía 36 y medio. ¡Es que ya no se puede ni mentir! Total que me quedé en el cole. Aprovecho para reivindicar desde aquí los termómetros de Mercurio. Hay que restablecer el comercio exterior con este planeta. Es más saludable...

Venus es el planeta más accidentado. No me refiero a accidentes de coches... Que yo sepa... Pero sí es el más montañoso. De ahí el famoso Monte de Venus, conocido en todo el mundo... Después vienen los planetas de entre semana. Marte, Miércole, Jueve y Vierne. Al lunes no le pusieron ni un planeta por ser el peor día. Me alegro. Como mucho le pusieron un satélite, La Luna, que no tiene categoría de planeta por ser demasiado inconsistente. ¡Es que con tantos agujeros...!

Uraño es el séptimo planeta. Éste va dedicado a todos los huraños y avaros del mundo. Pero como antiguamente la H era muda, se la ahorraron también. Hay que ver... Es tan tacaño este planeta, que tiene 27 satélite y no es capaz de compartir ninguno. ¡Y eso que la Tierra sólo tiene uno! ¡Pues ni así! Yo creo que, si sigue en este plan, Uraño no va a llegar muy lejos...

El benjamín de los planetas es Putón. Es donde más marcha hay. Por eso es el planeta de los fines de semana. Y allí van a parar todos los extraterrestres de la galaxia. Porque en Putón les da igual el Sistema. Sea Solar o no. Les da lo mismo. Será por eso que se le considera un planeta enano. Por lo que disfruta la gente allí... En otra vida quiero nacer en Putón. A ver si lo logro.

Y por último tenemos el planeta Tierra. Llamado así por la cantidad de agua que hay en él. El planeta Tierra es donde vivo yo. Por ahora... No es ni grande ni pequeño, ni redondo ni cuadrado, ni blanco ni negro. Es azul. Y tiene aire. Lo que no sé es hasta cuándo...


lunes, 21 de abril de 2008

Y con esto y un bizcocho...

Y hete aquí que en mi breve blogohistoria me llega un nuevo meme por hacer. Me lo manda Nanny Ogg en un arranque de generosidad. Es un meme delicioso y muy sencillo. Tengo que escribir ocho cosas que quiero hacer antes de morir... Total...

Gracias a mi pensamiento claro y profuso no he tenido dudas a la hora de elegir mis deseos. Los voy a enumerar por orden de ocurrencia. Pero todos, absolutamente todos, son de vital importancia para mí. Y es por eso que, antes de sucumbir, intentaré cumplir con otros y cada uno de ellos.

1) Una de las cosas que quiero hacer sin falta, antes de pasar a mejor vida, es ir de la Ceca a la Meca. Tiene que ser fantástico eso de viajar así por el mundo. Irse por los cerros de Úbeda, estar entre Pinto y Valdemoro... Y como no, antes de partir para siempre, también quiero estar en la luna de Valencia. ¡Me han hablado tan bien de ese sitio...! Con estos viajecitos me daría por satisfecha.

2) Otra cosa que me encantaría, antes de mi decapitación, es tener muchas ínfulas. Bueno, con una me basta... Pero que sea desierta. Que en las Ínfulas Canarias con tanto turismo no hay quien salga. Una ínfula sólo para mí... Lo malo es que tendría que escribir otro meme con las tres cosas que me llevaría a una ínfula desierta...

3) Si hay algo que no puedo dejar de hacer, antes de mi defenestración, es tirar la casa por la ventana. Eso de renovar los muebles de vez en cuando está muy bien. Pero no sé si me va a caber todo por las tres ventanas que dan a la calle. Porque desde luego no voy a tirar la casa por las dos ventanas del patio... Es que la vecina del bajo, el piso..., es muy marimandona. Y a lo mejor no le hace gracia.

4) En cuanto a mi vestuario, algún día tendré que meterme en camisa de once varas. ¡Porque sí! ¡Porque me gustan las rayas! Y además, siempre están de moda. ¡Espero no expirar antes de cumplir este deseo!

5) Otra cosa muy importante que hay que hacer, antes de fenecer, es dar la nota. Una cualquiera. El Do, el Re, el Pi. A ver qué pasa... Hay que ser generoso en la vida. E intentar desprenderse de las cosas materiales. Aunque sean obras de arte. Y una vez que das la nota, hasta puedes cantar las cuarenta sin desafinar. Es un consejo...

6) Tengo muy claro que, antes de mi desaparición, quiero quedarme para vestir santos. Es una costumbre que siempre me ha llamado la atención. Y tendré que aprender a vestir un santo algún día... Pero es que cuando era pequeña nunca me dejaban quedar. A ver si ahora que soy mayor... Aunque muchos santos no conozco.

7) Tener derecho de pernada es un derecho inalienable. Me encanta la pernada de Jabugo. Así que, desde ahora y antes de que sea demasiado tarde, voy a ejercer mi derecho. Cada Navidad exigiré mi pernada a quien corresponda. Y si es de bellota, mejor. En el arte culinario también hay algo que quiero hacer sin falta antes de mi óbito. Morder el polvo. Nunca lo he probado, pero tiene que ser delicioso. ¡Lo he oído tantas veces... ¡ ¡Y mira que a mi edad y no probarlo...!

8) Y por último, antes de alcanzar la paz eterna, quiero dormirme en los laureles. Tiene que ser una experiencia lamentable. ¡Y con lo bien que huelen...! Tengo planeado hacerlo un verano de éstos. Porque en invierno puede que haga mucho frío allá arriba... Lo que pasa es que tendré que buscar un laurel bien grande. Para que me quepa la almohada...

Y así, sin más, qué feliz sería pudiendo ir de la Ceca a la Meca, teniendo muchas ínfulas, tirando la casa por la ventana, metiéndome en camisa de once varas, dando la nota, quedándome para vestir santos, teniendo derecho de pernada y durmiéndome en los laureles... El tiempo que me queda lo dedicaré a alimentar mi espíritu con todos estos quehaceres.

Lo que no voy a hacer nunca es ser moco de pavo. Porque me da un poco de asco... Y además, estoy harta de la gripe.

martes, 15 de abril de 2008

No hay mal que por bien no venga

Aun recuerdo la noche que conocí a Peter. Y por mucho que cierre los ojos, no consigo olvidarla.

Llevaba mucho tiempo sin salir. Esto de hacer de padre y madre era fantástico. El fin de semana que le tocaba a la madre, me la quedaba yo. Pero el fin de semana que le tocaba al padre, me la quedaba yo. ¡Y sin peleas! Hay que ver qué civismo... Y es que como padre siempre fui muy puntual. No fallé ni una vez. Pero los fines de semana se me hacían más cortos. Como madre no me acuerdo. Supongo que lo hice como supe. Aunque en una época tuve serios problemas de identidad...Pero aquel día fue distinto. No sé por qué razón tenía la noche libre. No era ni padre, ni madre. Era yo. ¡Y había quedado con mis amigas para cenar! No me lo podía creer. ¡Yo! ¡En la calle! ¡Un sábado! ¡Después de las nueve! Qué suerte la mía. Estaba tan contenta que esa mañana, bajando la escalera, me encontré a una señora con bata azul y le grité: ¡Esta noche voy a salir! Se me quedó mirando un rato largo, cogió el cubo y la fregona y se fue a otra esquina. No sé, a lo mejor no me oyó bien. O se quedó sin palabras de tanta admiración... O de envidia... Quién sabe...

Lo cierto es que esa noche salí. Qué barbaridad. ¡La calle estaba llena de gente! ¿Pero es que no tenían tele? ¡Si no cabíamos todos en la acera! Después de cenar decidimos tomar un par de copas. Llegamos a duras penas a un bar muy céntrico de La Laguna. ¡El Kíkere! Era un antro estupendo. Tenía pocos metros cuadrados. Aunque yo no vi ninguno de tanta gente que había... Todo el mundo se pisaba. Pero sonreían. ¡Qué ambiente! Y la música no era clásica.

Entré tímidamente. Mirando al suelo. Por si acaso... Y como pude, me acomodé en la pared. Intenté hablar pero no me oí. Así que me dediqué a observar. Y allí, entre tanta gente, estaba él. El hombre más misterioso e intrigante que había visto en mucho tiempo. ¡Y estaba solo! Fue un hachazo a primera vista. Ese hombre tenía que ser mío. Un halo luminoso emanaba de su persona, atrayéndome inevitablemente. Me quedé totalmente alumbrada y sin pensarlo dos veces, puse en marcha mi más efectivo plan de seducción: ¡pasear! Con un par de paseillos caería rendido a mis pies. O a mis pedúnculos, porque no había sitio en el suelo...

Pasé unas cincuenta veces por delante del chico. De frente, de perfil, de puntillas, con una mano, con las dos, con los ojos abiertos, cerrados, con cerveza, sin cerveza, despistada, atenta, sonriente, de mal humor, empujada, empujando. Pero no hubo manera. El muchacho no me miró. Estupefacta y herida en lo más profundo de mi vanidad, decidí ir al baño. Total... Sería mi último paseo. Mi último tango en el Kíkere. Y hacia allí me dirigí. Pasando una vez más ante ese espécimen de hielo, tan hermoso como inocuo. Tan repelente como insulso. Tan ciego como borracho. ¡No había otra explicación...!

Las puertas del baño, tipo saloon, se abrieron de par en par. Un mujerona de dos metros salía en ese momento. Y allí estaba yo, pequeña, insignificante, ignorada... con un ojo puesto en el chico y el otro en la valquiria. Desestimé las puertas, que tras el brutal empujón giraron sobre sí mismas y volvieron a abrirse con toda su potencia. Sólo me dio tiempo de ver un lateral de madera que se dirigía a toda velocidad hacia mi pómulo derecho. Y no supe más. Me alcanzó de lleno en la cara. Yo, al más puro estilo del Far West, grité: Yujuuuuu! Y me tapé la mejilla que empezó a hincharse y a dolerme notablemente.

Aturdida y resignada al más terrible ridículo, me quedé allí en medio, agachada, con la mano en la cara y los ojos llenos de lágrimas. Pero, de repente, una mano se posó en mi hombro y una voz celestial masculló la frase más profunda de la noche: ¿Estás bien? Soy Peter. Pedro para los amigos... Con media cara tapada y la otra media bermellón me di la vuelta muy despacio. Y lo que vi con mi único ojo me gustó...

Del resto de la historia no me acuerdo. Tendré que hacer memoria... Pero aquella noche aprendí a mirar al frente. Y a no fiarme de las puertas. Por muy abiertas que estén...

martes, 8 de abril de 2008

Mi afasia es mía (II)

El Área de Broca es la sección del cerebro humano involucrada en la producción del habla, el procesamiento del lenguaje y la comprensión. Es la pequeña zona verde que se ve en el dibujo. Normalmente se encuentra en el hemisferio izquierdo. Del cerebro... Pues allí, justo allí, se me cruzaron los cables un día.

Después de mi linda operación, entre otras muchas cosas, me quedó algo muy claro. Broca tenía toda la razón. ¡Menos mal que a este señor se le ocurrió instalarse allí! ¡Y menos mal que esa zona era suya y no mía! ¡Porque a lo mejor hasta me hubiera quedado sin mí! Y qué pena me hubiese dado vivir sin vivir en mí...

Pero todo esto ya lo conté en su día. Sólo quedó pendiente describir mis nuevas sensaciones al salir del hospital. Aquel día fue muy especial. Iba a pisar la calle después de un par de meses dentro. Qué alegría. ¡Iba a volver a ver a mi hija! Y a la gente. Pero no sabía lo que me esperaba fuera. ¡En esos meses, el mundo había cambiado...!

Lo noté cuando, toda contenta, fui a pedir mi primer faqué. Un faqué con leche sondencada, como me gustan a mí.
-¡Un faqué por favor!
-¿Qué?
-Un faqué... con leche donquensada...
-Un fa... ¿Qué?
¡Pero por favor! ¿De qué facultad habían salido estos macareros que no sabían lo que era un faqué? Si los canarios son unos faqueteros... ¿cómo no estaban entendiendo lo que les pedía?

¿Pero qué le pasaba a todo el mundo? Me fui directamente a la maca. Necesitaba descansar. Y cuando llegó mi hija la abracé emocionada retipiendo su nombre: ¡Nada, Nada! Nada se ofendió, todavía no sé por qué. Y a partir de entonces su nombre fue gloria en mi boca. Me pasaba el día llamándola. Nada por aquí... Nada por allá... Hasta que se plantó ante mí y dijo: Mamá, ¡que soy Dana!

¡Qué deschafatez! Cambiarse el nombre sin mi permiso. Así que le dije: No he dicho nada, Nada. Y me fui a la maca sin tomar faqué. ¡Pero eso no fue todo! A mi amiga Carne le dio por llamarse Carmen. ¡Tanfástico! ¡Anda que si todos habían hecho lo mismo en mi ausencia...! Pero no. Mi querido Juani se llamaba igual. No entiendo por qué se quedó tan rígido el día que entré en su clase y dulcemente le grité: Tienes la programación en el cojón. No sé en cuál de los dos. Búscala tú...

También me llamó la atención la cara de aquel gasolinero el día que le dije: "¡Dos sin polvo!". Se quedó un rato dando vueltas, sin saber qué hacer. Hasta que, con media sonrisa, se dirigió al surtidor verde. Yo creo que se alegró de que usara gasolina sin polvo. Es lo mejor para el miedo. Y para el ambiente también.

Y así pasaron los años. Broca tenía razón. Mi comprensión había salido un tanto perjudicada con la intervención. No comprendía cómo, en tan poco tiempo, las tenvanas habían pasado a ser ventanas, los efidicios, edificios y los enfuches, enchufes. No me quedó otro meredio que aprender el nuevo idioma. ¡Ramavilloso! Menos mal que soy de letras... Aunque se me resisten dos nombres todavía. Tere Cabrera y Tere Padrón. Cada vez que me las cruzo en el cole las llamo como antes. Tere Padrera y Tere...

Nunca es tarde para aprender. Casi lo he logrado. Ya sé decir café. Pero en casa, cuando estoy sola y no tengo que esforzarme, me asomo a la tenvana, enfucho la tele, me hago un buen faqué y me acuesto en mi maca.

domingo, 30 de marzo de 2008

El nene de Enjut@ Mojamut@


Estoy como pavo con plumas nuevas. ¡Dice Respirando que me va a mandar un nene! ¡Un nene para mí! Hay que ver lo generosa que es la gente. Llevo días preguntándome cómo será. ¿Rubio? ¿Moreno acaso? Da igual. Estoy ansiosa por conocerlo.

Todavía no sé si me lo va a mandar por avión o si vendrá en barco. Por si acaso ya he lavado el coche para cuando tenga que ir a recibirlo. Qué emocionante. No sé qué va a decir mi no pareja. No creo que le importe. Total, sólo es un préstamo... Y además, un regalo no se debe rechazar. Y menos si es de envergadura. Como espero que sea éste...

Según tengo entendido, para recibir mi nuevo nene tengo que contestar a unas preguntitas de nada. Lo entiendo perfectamente. ¡No le va a mandar el nene a cualquiera! ¡Faltaría más! Pues Respirando, te voy a demostrar que puedes confiar en mí y que el nene va a estar seguro conmigo. Tengo materia blanca de sobra como para contestar al cuestionario. Y no quisiera presumir, pero hasta tengo materia naranja, amarilla, verde, vamos...¡de todos los colores!

¿Cuántas horas al día de media pasas conectada a Internet?
Bueno, realmente de media no. Normalmente voy de calcetín, porque hace todavía mucho frío y aquí en Canarias no tenemos calefacción. Por lo menos los maestros... A veces también uso leotardos. De media voy a cenar, si me pongo falda. Y en verano, de media, no me pongo nada...

¿Cuántas cuentas de correos tienes?
Yo de cuentas no ando bien. Siempre fui de letras. Eso sí, las facturas las llevo al día. Por la cuenta que me trae... Todos los años me tengo que repasar las tablas para enseñarlas en el cole, con eso te digo todo. Sin embargo lo de correos...

¿De cuántas redes sociales eres?
Siempre me ha gustado pescar. Pero con caña. Las redes me parecen bastante antisociales, sobre todo para los peces. Cuando era pequeña, en la playa de Lavinio, me pasaba horas sentada en la arena con un bote de cristal en la mano. Cuando los pescadores sacaban sus redes siempre rechazaban algún que otro pescadito por ser muy pequeño. Y allí estaba yo para salvarlos. Corría a casa, abría el grifo y llenaba el bote de agua dulce. Los peces me miraban y abrían la boca en señal de agradecimiento. Nunca supe por qué duraban sólo un par de horas... Será que el postre no les sentaba bien... ¡Y eso que les ponía arena para que se sintieran como en casa...!

¿Qué te gusta más para expresarte el blog, el wiki, el flikr o twiter?
Yo me expreso libremente, que para eso tengo lengua. Y aunque estén de moda los nombres extranjeros, yo prefiero los de siempre. No sé, si tuviera un hijo no lo llamaría Flikr. Tampoco Wifi. Como mucho Franfri. Pero menos mal que ya no tengo edad, porque con mi hija ya me basta.

¿A cuántas mujeres blogueras conoces personalmente?
Qué te voy a decir yo que soy mujer... Sí. Todas las mujeres que conozco son personas. Bueno... casi... ¡Porque anda que hay algunas que son bichos! Pero en su mayoría, las mujeres que conozco entran en esa categoría. Creo que yo también.

¿A cuántas mujeres blogueras lees habitualmente?
Sólo a las que son personas. La Sirenita, Blancanieves, Cenicienta, La Bella Durmiente, Caperucita, Gretel, La Bella, La Bestia y un largo etcétera. Todas esas grandes mujeres que han aportado su inmensa sabiduría a la humanidad y de las cuales me nutro intelectualmente.

Bueno, ya he contestado todo. He estado indecible. Así que Respirando, ya me puedes mandar al nene. Espero que esté de buen ver... Y si no, no te preocupes, ya te pediré otro. Eso sí, si me gusta me lo quedo.


Aclaración: Me parece que he leído mal... ¡No era un nene sino un meme! Bueno, otra vez será...

lunes, 24 de marzo de 2008

El Alto Río

Este viaje ha sido precioso, pero un tanto agotador. Se me cansan las manos de sólo pensarlo.

Y todo por culpa de los castillos. ¿Pero quién le dijo a los antiguos que tenían que fabricarlos tan arriba? ¡Con lo acogedor que es el pueblo llano! Y yo que creía que la España profunda era toda cuesta abajo... Pobres princesas... Con razón no encontraban novio... Eso sí, eran castillos con vistas. Supongo que en esa época valdrían un dineral... Si algún día me compro un castillo, lo primero que haré será ponerle ascensor. Pero por detrás.

También vi muchas catedrales. Casi todas de piedras góticas. Eso decía mi no pareja. Aunque a mí me parecían piedras cuadradas... Cada vez que entraba en una, me quedaba mirando al techo. Y siempre me hacía la misma pregunta. ¿De qué tamaño será el plumero que usan para limpiar allá arriba? Qué misterio. Porque todos los techos estaban relucientes...¡Qué barbaridad! Ni una telaraña. ¡Qué eficacia los de la limpieza de catedrales!

Pero lo más solemne del viaje fueron los nacimientos. Fuimos a dos. Aunque se nos hizo algo tarde y cuando llegamos ya habían nacido... Uno fue el del Cuervo, que no nace de huevo como siempre había creído. Sino de una roca. Y otro fue el del Tajo. ¡A éste llegamos tan tarde, que ya estaba bautizado! Pero bueno, nadie se ofendió. ¡Y hasta le dejé un regalo detrás de un arbusto...!

Lo bueno de los viajes es que se aprenden idiomas. Esta vez aprendí valenciano. Me pasaba el día diciendo "¡Pero qué fred que fa!". ¡Y con un acento...! Todo el mundo se quedó asombrado con mi bilingüismo. Aunque tuvimos suerte. No llovió ni un solo día. Ni siquiera nevó...

En fin, que fue una maravilla. De vuelta a Madrid, ya de noche, empezó a llover. Eran tiritas blancas que volaban alrededor del coche. ¡Fuegos Fatuos! Saqué una mano para atrapar uno pero se me congelaron los dedos. Así que desistí. Y entonces ocurrió el milagro. ¡Un atasco! ¡Y sólo a 100 kilómetros de Madrid! Rodeada de Fuegos Fatuos y contemplando una hilera interminable de luces de freno que serpenteaba hasta el infinito, me sentí la mujer más afortunada del universo: yo, Zafferano, ¡iba a formar parte de la inconmensurable estadística de la Operación Retorno!

PD.- Voy a hablar con Calatrava, porque mi no pareja se merece un monumento. A ver si le busco hueco en mi agenda...

viernes, 14 de marzo de 2008

Los ríos de España son...

Menos mal que en Canarias no hay ríos. Así es más fácil memorizarlos.

Sin embargo en la Península sí que hay. Muchos y muy importantes. Pero como soy buena en Geografía no tengo problema. ¡Me los sé todos! Gracias a mi cerebro que dispone de memoria fotográfica, me basta con cerrar los ojos... ¡y es como si tuviera delante un Mapamudo!

Los ríos de España son: Miño, Tuño, Suño, Nuestro, Vuestro, Suyo, Mi, Tu, Su. Creo que me sobra uno, pero no estoy segura... Siempre me pasa. Por exceso de memoria... Otros ríos de España muy conocidos son: Miguel Ríos, Los del Río y Paloma Lago.

¡Y aquí no acaba la cosa...! Como España está muy al día con la igualdad de género ¡también tiene rías...! ¡Hay que ver... ! Las rías de España son: Miña, Tuña, Suña, Nuestra, Vuestra, Suya, Mi, Tu, Su. Y por último, también sé cantar la definición de río. Lo que pasa es que no me apetece.

Después de este despliegue de conocimientos acerca de las corrientes de agua, sólo me falta recordar cuál es el río que voy a recorrer en Semana Santa. Sin canoa... Cuando lo consiga ya lo contaré. Mientras, le diré a todo el mundo que me voy... ¡al alto río!

¡Felices vacaciones para quien las tenga! Y para los que no... ¡Feliz Semana Santa...!





lunes, 10 de marzo de 2008

Elecciones Electorales

Hoy estoy cansada. Me da que de tanto votar. Bueno, pude votar sólo una vez. Pero lo hice con todas mis fuerzas... Y así me quedé de agotada. Aunque en las Elecciones Electorales anteriores mi participación sí que fue inestimable... Todavía lo recuerdo como si fuera hoy.

Era un oscuro día de marzo. Un día corriente, como cualquier otro. ¡Y sin embargo tan distinto! Aquel día cambiaría mi futuro. Y, por desgracia, el de mucha gente... Al llegar a casa me encontré un papelito debajo de la puerta. Me quedé un rato mirándolo sin saber qué hacer. ¿Por qué habían dejado un papel debajo de mi puerta si yo no estaba? Esa forma de actuar me pareció cuanto menos sospechosa. Así que, con mucho sigilo, me dispuse a leer la misteriosa misiva.

La carta decía, en un tono muy educado, que me habían elegido Presidente. ¡Presidente! ¡Yo...! ¡Pero si ni siquiera me había presentado! Hay que ver. Siempre he creído ser una persona muy válida. ¡Pero de ahí a que me nombren Presidente! Qué alegría. No me lo podía creer. Zafferano for President. Me esperaba una carrera larga y prometedora. ¡Con lo que a mí me gusta hacer promesas! Me iba a poner la botas.

Aquel domingo me levanté tempranito y me dirigí a mi mesa electoral. No podía faltar porque el papel decía que, si no iba, me pondrían una multa. ¡Vaya! A ver quién es el gracioso que le va a poner una multa al Presidente... Además, no hacía falta amenazarme, yo estaba ansiosa por ocupar mi puesto y cumplir con mi deber. El pueblo me había elegido. Y yo me debía a mi pueblo.

Por el camino me asaltó una duda. ¿Y si se habían equivocado? Yo conocía mucha gente, pero a toda España no... ¿Cómo se había corrido la voz? Pues seguro que de boca en boca... O por teléfono... No sé. Lo cierto es que cuando llegué allí me pidieron el carné y me confirmaron lo que ya sabía. El Presidente era yo. Ocupé mi puesto y empecé a organizar la bienvenida. A las nueve en punto se abrieron las puertas y una oleada de gente impaciente por conocerme empezó a desfilar.

¡Qué homenaje tan bonito! ¡Todos venían a mi mesa y se presentaban con su nombre y apellidos! Yo tenía cuatro ayudantes de cámara que iban apuntando todos los nombres. Se conoce que ya sabían de mis despistes y querían hacerme más fácil la tarea. Me aprendí el nombre de los cien primeros, pero por mucho empeño que puse, no conseguí memorizar ninguno más. Aquel día la participación fue masiva. Todos querían conocerme. Ni siquiera pude ir a comer de tanta gente que vino. Estaba en la gloria. ¡Qué contenta se iba a poner mi hija con una madre Presidente!

Terminé a las tres de la mañana, agotada pero feliz. El recuento fue maravilloso. Los interventores no me quitaban el ojo de encima por si hacía trampas. Pero no hizo falta. Mi experiencia contando fotocopias me dio la agilidad suficiente como para no equivocarme. En más de diez... ¡Y hasta me votaron por correo! Cuando tuve que abrir los sobres me emocioné. Gente que me apoyaba desde tan lejos... Absolutamente entrañable. ¡Y eso que no conocía a ninguno...!

Total que gané las Elecciones Electorales porque mi mesa fue la que más votos tuvo. ¡Y fuimos los últimos en terminar el recuento! Escoltada por la policía, como todo Presidente que se precie, fui al juzgado a entregar los resultados. Habían instalado en las puertas de los coches unos modernísimos sistemas de bloqueo para que los cacos y maleantes no pudieran escapar. Así que, cuando llegamos al juzgado, no había forma de salir de allí. Cuando por fin un grupo de policías pudo forzar la puerta y abrirla, bajé vaporosa, y les di las gracias por proteger al Presidente. Nadie en el mundo hubiera podido raptarme estando yo en ese coche. Qué efectiva e inteligente es la policía de La Laguna. Me miraron con asombro, supongo que no esperaban que el nuevo Presidente fuera una mujer, y se ofrecieron a llevarme a casa en el mismo coche.

Llegué a casa en taxi, con la innovadora idea de convocar una reunión de vecinos para pintar la casa de blanco. ¡Qué menos! Y me acosté, pensando en el futuro y en cuántas vidas dependían de mí y de mis decisiones. Mi primera medida como Presidente sería subir el sueldo a los maestros y comprarles una silla cómoda para corregir a gusto. Y sin embargo todavía no he podido ejercer como tal. No he tenido tiempo... Pero ahora ya sé por qué me nombraron a mí.

Es que yo también tengo una niña...



martes, 4 de marzo de 2008

La Medina y el zoco

Con este cuarto y último bloque cierro mi trilogía sobre Marruecos.

Los marraqueños son gente afable, bondadosa y altruista. No hay más que ir al zoco para darse cuenta. Recuerdo aquel día como algo especial. ¡Por fin podría consolidarme como turista! Salí del hotel con una idea fija: aprender el ancestral arte del regateo.

Sorteando el tráfico llegamos a Jamaa el Fna. Qué bullicio y algarabía. ¡Daban ganas de gastar sólo de ver el ambiente! Los nativos, amables como ellos solos, nos paraban de vez en cuando y señalando hacia el frente decían: ¡La Medina por allí! Y tendían la mano abierta, que yo, educadamente, me apresuraba a estrechar. Todavía me pregunto qué querrían decir. Porque por mucho que miré, la señora Medina no apareció por ningún lado. A lo mejor estaba por ahí, camuflada bajo un velo... y le daba vergüenza acercarse...

Lo cierto es que doña Medina no se dejó ver, así que nos encaminamos hacia el zoco. El zoco es un laberinto. Pero el Minotauro tampoco apareció ese día. Vaya usted a saber. ¡A lo mejor estaba orando con la Medina! Como era viernes... Nos adentramos por aquellas tortuosas callejuelas repletas de tiendas. Los dependientes gesticulaban tranquilamente apremiándome para entrar y visitar sus negocios. ¡Pero cuánta gentileza destilaba de aquellos seres! Todos estaban empeñados en mostrarme su mercancía. Sólo bastaba entrar en una tienda, para que el señor de allí empezara a sacar todo lo que había a la vista. Y lo que no se veía, también.

Lo más difícil era volver a salir. Porque tal era el empeño que ponía el dependiente en su demostración, que daba pena dejarlo allí hablando solo. Así que, haciendo uso del árabe que había aprendido, les decía: Mmmmmm! y me despedía con una ligera inclinación de cabeza, para demostrar mi agradecimiento. Yo estaba algo preocupada. Si en cada sitio que visitábamos íbamos a estar media hora ¡no nos iba a dar tiempo de desarmar muchas tiendas...! Y eso me parecía de muy mala educación.

Así que desmantelé todas las tiendas que pude. Y me lo agradecieron. Lo noté en sus dientes. Hasta que me acordé de lo que había ido a hacer allí. ¡A regatear! Pues regatear no es tan difícil como creía. Lo hice muy bien. Cuando me interesaba algo, rápidamente calculaba un tercio del precio que me daban. Y siempre me salía 100. Qué casualidad. Así que me decían 140 y ya estaba yo regateando. Y hasta que no me lo vendieran a 100, no me movía de allí... Total que el zoco es un "Todo a 100" pero en marraqueño. Todo lo que compré me salió a ese precio. Lo más fácil fue comprar un imán en forma de babucha para la nevera. Cuando le ofrecí 100 ¡hasta me regaló otro! ¡Vaya negocio! Y qué generosa es esta gente...

Por fin un vendedor de collares apreció mi valor intrínseco y ofreció por mí ocho mil camellos. Aunque me da que estaba fardando. Porque en la tienda sólo le cabía uno. A lo mejor en la trastienda... ¡O es posible que tuviera un rancho! No sé... pero era simpático. Así que le compré un collar por 100 dirham y me fui de allí toda contenta. Hasta que me enteré de que en Marruecos no hay camellos. Sino dromedarios. ¡Qué insulto! ¡Pero si un dromedario sólo tiene una joroba! Si lo sé no le sonrío... ¡Tan joyero tan joyero... y quería cambiarme por una submarca!

Esa noche soñé que galopaba en Minotauro por un laberinto de babuchas, mariposas y serpientes. Y en mi sueño apareció sublime, montada en un camello, ella, la más bella. La Medina...

A mi no pareja: Gracias. De corazón.

miércoles, 27 de febrero de 2008

Essaouira, ida y vuelta.

En el coche, camino a Essaouira, me entretuve pensando en las insólitas propiedades del té verde.

Era té, era verde y era diurético. Lo supe por el intenso escalofrío que me atenazaba y por las ganas incontrolables de bajarme del coche y tomar café. Así que intenté distraerme mirando el paisaje. Alguna parada haremos, pensaba. Pero por mucho que me estrujara los ojos allí no había nada. Ni una cafetería, ni un bar, ni una mísera gasolinera. Nada. Una inmensa carretera que llegaba al horizonte y un precioso valle, pasto y olivos. ¿Y los arbustos? ¿Dónde estaban los arbustos?

Deseché la idea y seguí mirando. Los olivos no estaban mal. Podrían servir para mis propósitos. Pero fijándome bien descubrí que estaban llenos de mariposas. ¡Mariposas gigantes! Me quité las gafas para ver mejor. ¡Qué mariposas tan raras! Tenían cuernos, cuatro patas y decían "be". Lo más parecido a una cabra que he visto en mi vida. ¡Pues sí que es rara la fauna ibérica de Marruecos...! Serpientes en forma de cinturón, ovejas karakul y ahora, mariposas tipo cabra... No salgo de mi asombro.

Naturalmente no me bajé del coche. ¿Y si mientras estaba debajo del árbol se me caía una mariposa encima...? Así que esperé pacientemente hasta que divisé, a lo lejos, una especie de construcción. Resultó ser un bar de carretera. ¡Con baño! Me encantan los baños de Marruecos. Tienen una estética limpia, austera, lineal, sencilla y minimalista. Tan minimalista era el baño de aquel bar, que sólo había cuatro paredes y un agujero en el suelo. Adorable. Me alegré por el encargado de la limpieza. Ni Pronto ni paño... Así que lo celebré con un té verde y seguimos camino a Essaouira.

En Essaouira, la ciudad blanca y azul, todos son parientes de Geppetto. Ya sé que San José también es carpintero, pero mucho me temo que, en este caso, pertenece a otra dinastía. Lo primero que hice al llegar, fue tomar café. Ya repuesta y mucho más ligera, me dediqué a ver la ciudad. Pero como no encontré a Pinocho por ningún lado, decidimos, después de comer, emprender el camino de vuelta.

Entre Essaouira y Marrakech hay una cooperativa de mujeres que se dedica a trabajar semillas de argán. El argán es el árbol de las mariposas gigantes, tan parecido al olivo. Resulta que las mariposas se comen el fruto del árbol dejando la semilla al descubierto. Y de la semilla se obtienen muchos productos: aceites, cremas, miel, champú, jabón... En fin, esa semilla es como el cerdo. Se aprovecha toda.

A las cuatro de la tarde el sol de Marruecos es más brillante que en ningún otro sitio. Me bajé del coche regañada y casi ciega por la luz tan devastadora que me envolvía. Me dirigí a duras penas hacia un portalón oscuro del que provenía un silencio de ultratumba. Y, nada más pisar la puerta, se oyó un grito estremecedor: ¡Luruluruluruluruuuuu! Unas quince mujeres empezaron a chillar. ¡Todas juntas! Moviendo la lengua arriba y abajo, haciendo una escandalera indescriptible y produciendo el grito más terroríficamente agudo que había oído en mi vida. Y allí estábamos nosotros, a la hora de la siesta, y sin saber qué estaba pasando.

Qué susto me llevé. Estuve a punto de salir corriendo. Pero una chica muy amable nos explicó que nos estaban dando la bienvenida. ¡Que original! Espero que todos los que paren allí tengan el corazón a prueba de grito. Aunque me da que un día de estos, como no moderen la bienvenida, las chicas se van a llevar un disgusto...

Pero no hay susto que por bien no venga. El aceite relajante de argán es fantástico. Esa misma noche lo probé.

miércoles, 20 de febrero de 2008

Valle del Ourika

Cuando el guía nos dijo que íbamos a ver el atlas, me quité las botas y me puse los zapatos. Faltaría más...

Seguimos el curso del río por una estrecha vereda flanqueada por casas de piedra y adobe encaramadas a la roca. El agua era de una limpidez inusitada, ensanchándose el río a medida que íbamos ascendiendo. Y el silencio, roto de vez en cuando por una carreta, dejaba oir claramente el murmullo del agua en su carrera.

Me pasé todo el camino preguntándome cómo sería el atlas. ¿Tendría tapas duras? ¿Los mapas serían en color? ¿Tendría muchas páginas? Pero sobre todo me asaltaba una gran duda. ¿Por qué nos alejábamos de la ciudad? ¿Dónde tendrían las librerías los marraqueños?

Me sumergí en la belleza del paisaje. Estábamos en el valle del Ourika. ¡El territorio de los pueblos bereberes! ¡Los hacedores de alfombras! Centenares de alfombras, tapices y kilims lucían, tendidos al sol, al borde del camino. Como si las laderas de la montaña estuvieran forradas de colorines. Qué espectáculo tan magnífico. A la izquierda el valle, con sus aguas transparentes. Y a la derecha la montaña, tapizada de colores.

La carretera terminaba justo al pie de una enorme cordillera. Imponente. Pero me da que el guía se equivocó de recorrido, porque el atlas no lo vi por ningún lado. Así que nos paramos en una casa llena de alfombras. Nos atendió un bereber corpulento y fortachón, con una larga chilaba y unos ojos impresionantes. Nos acomodó en un salón inmenso, trajo té y empezó el regateo. No íbamos a comprar nada, pero salimos de allí con dos kilims y una enorme alfombra naranja. ¡Qué ganga! Nos salió tan barato que no llevaba cambio y tuve que pagar con tarjeta...



Pero no importa. La alfombra es de pura lana. Pura lana de oveja karakul. ¿Karakul...? Pero a quién se le ocurre... Ovejas karakul... Algo grande tiene que haber pasado entre las ovejas y los marraqueños para que las llamen así. ¡Menos mal que las ovejas no hablan árabe, que si no...!

El bereber me quiso cambiar por dos alfombras. Necesitaba una mujer que atendiera el negocio. A mí dos alfombras me pareció poco, por eso prefiero no contarlo, así que le di un codazo a mi no pareja y le dije con la mirada: ¡Regatea! Pero creo que no me entendió porque estuvo a punto de aceptar. Menos mal que no se llegó a un acuerdo... El bereber no estaba mal, pero no me apetecía nada pasarme el resto de mi vida rodeada de karakul. Por muy suave que sea su lana. Es cuestión de olfato.

Total que regresamos al hotel. Con dinero de menos, alfombras de más, zapatos embarrados, indigestión de té verde, ojos llenos de colores y una inefable certeza: en Marruecos no hay atlas.

jueves, 14 de febrero de 2008

Zafferano en Marrakech (II)

Medio Oriente es fantástico. Como llegamos por la noche tuve que esperar hasta el día siguiente para ver la otra mitad. Pero me gustó también.

El primer día hicimos una visita histórica. Qué ciudad tan portentosa. Daba gusto cruzar la calle. En la misma vía circulaban coches, bicicletas, motos, guaguas, caballos, carretas, ciclomotores, calesas, carricoches, burros y personas andando.¡Y en todas direcciones! Y allí estaba yo, sintiéndome parte del tráfico rodado, intentando llegar a alguna acera que cada vez se me antojaba más lejana.

Camuflada entre la gente me dediqué a observar el caos monumental que tenía delante. Parecía un baile sincronizado. Se deslizaban los vehículos, los animales y la gente, ignorándose los unos a los otros hasta cruzarse entre sí a pocos centímetros de distancia. Qué fácil parecía. Pero hay que ser marraqueño para cruzar bien una calle. Lo aprendí el primer día...

Con una enorme sonrisa me lancé al tráfico. Quería bailar como ellos. Pero no me salió. Así que empecé a saltar sollozando mientras los coches me rozaban, las bicicletas me pitaban, los burros me rebuznaban y todo el mundo se quedaba asombrado con mi nuevo baile: la muerte del cisne.

Después de varias piruetas y un par de cabriolas logré llegar al otro extemo. Este ritual se repitió durante toda mi estancia allí, a pesar de que mi no pareja intentó convencerme de que no llorara mientras cruzaba la calle. No fue posible. ¡Con lo bien que se ve la Kutubia desde lejos! ¡Total, es igual que La Giralda! Pero en otro idioma.

Al final la vimos desde fuera, porque resulta que los canarios no pueden entrar en las mosquitas. No sé. Será que no cabemos todos... Pues dando saltos logré llegar a la plazuela de Jamaa el Fna. Cruzando un camino que daba a la plazoleta había un montón de calesas en fila. Con todos sus caballos. Mira que son ingeniosos estos marraqueños. Han ideado un pañal para caballos, así mantienen limpia la ciudad de caca. ¡De caca de caballo...! ¡La ciudad es muy bonita...! Así que gracias a este pañal sólo tienes que esquivar los charcos de pis. Genial.

Ya en la plaza y echando un efímero vistazo, pensé que el emperador había convocado un baile, de tantos trajes largos que vi. Todo el mundo iba muy elegante con su ropa de fiesta y sus velos. Y qué preciosidad de colores. ¡Si algunos hasta llevaban sombrero! Y así, rodeada de sedas, damascos y brocados, empecé a adentrarme en el corazón de Jamaa el Fna.

La plaza estaba abarrotada de gente, burros y de las omnipresentes bicicletas y ciclomotores que circulaban a toda mecha entre las personas. Entre bocinazo y bocinazo se distinguía el dulce sonido de una zambomba. O era una gaita marraqueña. No recuerdo bien. Creando una atmósfera mágica y mítica que soliviantaba el corazón. Yo miraba boquiabierta, rodeada de acróbatas, contadores de cuentos, magos, encantadores de serpientes... Mientras, el aire se iba llenando con el olor de las especias y los fritos de pescado que venían de los chiringuitos que empezaban a aparecer como por arte de magia.

Me paré en el centro de aquel paraíso, cuando de repente vi a un hombre larguirucho, con una túnica hasta el suelo, que se dirigía hacia mí a una velocidad impredecible. El señor movía los brazos, abiertos hacia el cielo, sosteniendo entre sus manos un cinturón de considerables dimensiones. No me dio tiempo de nada. Cuando me di cuenta el marraqueño estaba plantado ante mí y me había colgado del cuello una serpiente. ¡Una serpiente! ¡Pero qué clase de cinturones usan los de allí!

Me quedé paralizada como un perro a punto de cazar la mejor pieza. Los ojos estuvieron a punto de escapárseme. Así que los cerré. Sentí ese cuerpo víscido enroscarse en mi cintura mientras su dueño repetía: ¡Foto, foto! Por lo que maldije interiormente a la serpiente, al hombre, a la plaza, a los burros y a unos cuantos monos que había por allí. Pero me hice la foto. Salgo realmente horrenda. Serpiente entre las manos, ojos cerrados y una mueca indescriptible de asco y desesperación.

Así que la foto no me sirve. Por culpa de mi no pareja que no supo captar bien ese momento de gloria irrepetible. Porque sin lugar a dudas, la foto no la voy a repetir. Jamás.

Tengo la impresión de que no me da el papel para seguir escribiendo. No pensé alargarme tanto. Seguiré otro día. Cuando no sea la hora de cenar.

domingo, 10 de febrero de 2008

Zafferano en Marrakech (I)

Yo, Zafferano, valgo ocho mil camellos.

Con esta sublime certeza vuelvo hoy a casa. Cansada. Feliz. Y sin un duro.
No es un día para escribir. Me cuesta demasiado pensar en castellano. Así que voy a publicar un par de fotos. Gracias a mi buena suerte, todas salieron desenfocadas, por lo tanto nadie se va a enterar de que tengo pecas.

En esta foto estoy perdida en el zoco. Lo que llevo en la mano no es una bolsa de basura sino mi primera compra. Mi primer triunfo en el complicado y sutil arte del regateo. Logré salir de allí al cabo de unas horas. Los isleños se portaron muy bien, ninguno me atropelló.


La fortuna quiso que encontrara mi muela desaparecida. La tenía un dentista en la plazoleta de Jamaa el Fna. Y aquí estoy yo, feliz y con la boca abierta, dispuesta a que me la ponga. Al final no pudo ser. ¡A lo mejor es que estoy encogiendo, porque no me cupo!


Aquí un marraqueño se empeñó en llevarme al hotel en su carroza. La verdad es que todavía no se me había perdido un zapatito, entre otras cosas porque llevaba botas. Y las botas son más difíciles de perder... De todas formas se lo agradecí bastante. Se conoce que le caímos muy bien porque no quería irse. Hasta le tuvimos que pagar para que se fuera. ¡Qué amable y desenfadada es esta gente!

En esta foto estoy preparándome para volar la ciudad de "Agador"... O "Mogadir"... O Essaouira, para entendernos. La isla de Marruecos tiene que ser bien grande porque sólo vi el mar por este lado. La ciudad es toda blanca y azul, menos la gente, que es normal. Al final me arrepentí y no le prendí fuego al cañón. Entre otras cosas porque apuntaba al mar. Y los peces no tienen culpa.

Lo dejo aquí. La travesía ha sido larga y estoy cansada. Cuando logre volver del todo me sentaré y escribiré mi historia. Si consigo recordarla... Y desde que pueda pasaré por todas sus jaimas para ponerme al día. Por ahora, un beso grande a todos.

PD.- Señor Oscuro y ErMoya, muchísimas gracias.

domingo, 27 de enero de 2008

Volare, oh oh, cantare, oh oh oh oh

El otro día me levanté más espabilada de lo normal. Que yo esté lúcida, avispada y despierta por la mañana es tremendamente preocupante. Así que por la tarde me fui al médico.

Mi doctora me hizo un examen. Yo creo que aprobé con nota porque no me mandó a repetir. Y cuando terminó me dijo que tenía la tensión alta. ¡La tensión alta! ¡Qué alegría! Tuve que reprimir las ganas de aplaudir, sólo me reí, hice un par de piruetas y me volví a sentar.

La tensión alta. No me lo puedo creer. O sea, que tiendo a estar arriba... ¡Tengo tendencia a volar! Este nuevo poder sí que no me lo esperaba. Se sale de todos mis pronósticos. Siempre he deseado saber volar. Y ahora mis sueños se han hecho realidad. ¡Qué suerte tengo!

Los médicos son buena gente, pero yo creo que se complican la vida. ¡Mira que mandarme unas pastillas para bajar mi tendencia! No quiero pensar mal, pero es muy probable que todo sea por envidia. Ya quisiera ella volar como yo...

Además me mandó una batería de pruebas impresionante. Y aunque yo prefiera el saxo, ya empecé a hacérmelas. Total... Primero me mandó al médico del corazón. No sé qué tendrá que ver el amor con las alturas, pero bueno, yo fui. Como era de esperar, mi corazón late. Y por si fuera poco, a ritmo de mazurka. Claro, ¡con todos los repuestos que me regaló mi hija!

Después me miraron el fondo de ojo. ¡No vaya a ser que mientras esté volando me confunda de azotea y aterrice en otro lado! Así que me dilataron las pupilas, jugaron un rato más conmigo y cuando nos cansamos me dejaron ir. No sé en qué recóndito rincón tengo alojado al niño de mis pupilas porque, por mucho que me esforcé, no lo vi por ningún lado. Y eso que parecía un gato de noche de tan grandes que tenía las pupilas. Pero como de noche todos los gatos son pardos, me tuve que poner mis gafas de sol para poder distinguir un taxi de una ambulancia.

En fin, que mi vista telescópica también está en perfecto estado. Así que han llegado a la conclusión de que mi tendencia a volar es meramente emocional, tanta es la emoción que siento al pensarlo. Yo me alegro, porque sólo se trata de síntomas claramente paranoides, lo cual encaja con mi ingrávida personalidad. Así que la pastilla para la tendencia no me la tengo que tomar.

Y ahora que está todo bien clarito, voy a aprovechar este nuevo don y empezaré con mis despegues de un momento a otro. Aunque mejor espero a que llegue la primavera, porque en invierno tiene que hacer bastante frío allá arriba. Pero en verano pienso ir todos los días a la playa volando. ¡Y sin problemas de aparcamiento! Y yo que tenía pensado comprarme una alfombra voladora en Marrakech... ¡Pues ya no la necesito! En su lugar me voy a comprar una jaima.

Sólo me queda una duda. Después de mis experiencias eléctricas ¿seré una mujer de tensión alta o de alta tensión? Y en este mágico momento de mi vida ¿seré una mujer de altos vuelos o de alto riesgo? Da igual, sea lo que sea, seguiré midiendo lo mismo.


PD.- No sé si tendré tiempo de volver a escribir porque voy a estar muy ocupada aprendiendo árabe. Lo que sí haré será visitarles durante esta semana. Cuando me recupere del desierto escribiré sin falta mis gestas en un post con nombre de película, "Zafferano en Marrakech".
¡Hasta pronto!

lunes, 21 de enero de 2008

...y reflexionando

Esto de cumplir años sólo ocurre una vez al año. Lástima... Ya podría pasar con más frecuencia.

Total, qué más da... Es igual que con la gasolina. La gente se queja de que sube, pero a mí no me engañan. Llevo años poniéndole 20 euros, así que el precio es el de siempre. Y nadie me ha dicho que tengo que ponerle más... Pues lo mismo pasa con los cumpleaños. Por mucho que cumplas, si te empeñas, es como si tuvieras 20 años, pero sabiendo el triple. Como yo.

Los veinte que cumplí este año han sido fantásticos. Todo el mundo se acordó de felicitarme. Menos los chinos. Pero eso sí, ni siquiera tuve que hacer llamaditas el día anterior. ¡Se acordaron ellos solos! No salgo de mi asombro.

Aquel día alguien me despertó a la mítica hora de las siete de la madrugada con un montón de regalos. Mi cuerpo astral se sentó en la cama y empezó a abrir los paquetes. Mientras, yo seguía tendida, con los ojos semiabiertos, intentando ponerme en situación. No podía ser ninguno de los reyes porque no tenía barba. Y además ¡me llamaba mami...! ¿Quién sería a esas horas?

Fuera quien fuese, desapareció. Y yo me quedé allí sentada, rodeada de papeles y entre otras cosas, un cucurucho transparente lleno de corazones de pasta roja entre las manos. ¡Qué suerte!¡Corazones de repuesto! Preparé la pasta el mismo día y compartí los repuestos con mi hija. Qué menos. Desde aquel instante tengo la absoluta certeza de que por muchos sustos que me lleve, nunca me dará un infarto...

El niño de mis pupilas, mi no pareja, me dio dos viajes. De avión... Uno en carnavales y otro en Semana Santa. O sea, que no voy a descansar nunca. Pero no importa, me ha hecho muy feliz. Del segundo ya no me acuerdo, pero el primero es, nada más y nada menos, que a la isla de Marruecos. ¡En el archipiélago africano! Qué bien. Nunca he salido del europeo. No sé cómo agradecérselo. Bueno, sí.

A falta de documentarme y por lo poco que sé, creo que Marruecos viene de "maracas", y en especial la metrópoli donde vamos a ir, Marrakech. Por tanto los isleños de allí tienen que estar todos como una maraca, lo cual me satisface positivamente porque voy a pasar desapercibida.

Creo que salimos el lunes cuatro. O el día cuatro, que es un lunes, no estoy segura. Así que, como tengo tiempo, le voy a dar una sorpresa a mi no pareja y estos días voy a aprender árabe. Pero hablado, porque escrito es algo complicado y se confunde con las instrucciones para hacer ganchillo. Me voy a leer "Las Mil y Una Noches" de un tirón. Ya sé decir Aladín, Alí Babá y A la Bim-bom-ba. ¡Qué contento se va a poner cuando se lo diga al recepcionista del hotel...!

Dicen que allí para hacer una buena compra hay que regatear. No sé cómo lo voy a hacer, porque los barcos me marean y eso de las regatas no es lo mío. Tengo que apuntar sin falta en la lista de lo que llevo una caja de biodraminas, a ver si así me voy de compras sin que me den náuseas.

Pero lo que más me preocupa es que algún marraqueño se encapriche conmigo y me quiera cambiar por un par de camellos. O más... Todavía no sé cuánto valgo al cambio. Menos mál que mi no pareja ya tiene perro. Además, tampoco sabe montar en camello, creo. Y los reyes ya pasaron. Sólo espero que no se acuerde de eso de "A camello regalado..."

No voy a estirarme más porque empieza a dolerme el cuerpo de tanto reflexionar. Me merezco un buen descanso.

A mi niña y a mi niño, que sé a ciencia exacta que me leen, gracias por tantas cosas. Y a todos ustedes también, por acordarse de mi cumple a pesar de no haber usado el teléfono.

martes, 15 de enero de 2008

Analizando

A estas alturas del año es sano y prudente hacer un análisis profundo del tiempo transcurrido. Voy a elegir al azar, así que hablaré de enero.

Lingüísticamente hablando, es un mes sorprendente. Enero tiene tres sílabas, no lleva tilde y es llano, porque la tónica es la penúltima y termina en vocal. Además empieza por "e", la segunda de todas las vocales. Por tanto es un mes irrepetible porque no hay ningún otro que empiece así. También tiene cinco letras, a cuál más bonita. Y, por si fuera poco, es un sustantivo masculino que empieza por "en-" y termina en "-ero", por lo que rima con muchas otras palabras. Por ejemplo "camionero" o "sepulturero".

Desde un punto de vista matemático, enero tiene 31 días, hecho que lo convierte en uno de los meses más largos de este año. Sus semanas, que son cuatro y pico, tienen todas siete días y pico. Pico más pico menos... Además se le conoce como el 1º, el 1, el o1, ó internacionalmente, the first. No voy a perder el tiempo calculando sus horas, minutos y segundos. Baste decir que son incalculables...

Enero es un mes astronómico. Tiene cuatro Lunas, todas distintas, y un único Sol, que sale cuando le da la gana. A pesar de todo también tiene estrellas y algún que otro planeta alrededor. Enero es Capricornio, por tanto es un mes reflexivo y prudente, tiene paciencia y hasta es cauteloso cuando hace falta.

Geográficamente es el mes más empinado. Famosa en todo el mundo, su "Cuesta de Enero", se viene escalando desde tiempos inmemorables, siendo pocos aquellos que han logrado llegar ilesos a la cima.

Es un mes muy metafísico y espiritual. Tan grande es su influencia sobre los humanos que consigue que todo suba. Bueno, casi... Y así, sin darnos cuenta, todo empieza a levitar. La gasolina, la luz, los alquileres... Y todo el mundo se vuelve loco intentando alcanzar la cesta de la compra, que también sube. El sueldo no. El sueldo se queda en su sitio. ¡Hasta feo estaría que se nos fuera de las manos! Y además, para qué va a subir... ¡si hay rebajas!

Para días de fiesta, enero. Tenemos unos cuantos domingos, el día de Año Nuevo, el día de Reyes, el 30 de enero que es día de La Paz. Y este año la bomba, el 31 empiezan los carnavales. Qué maravilla de mes, si nos ponemos a contar ¡es que casi no se trabaja! Todos los días deberían de ser enero...

Termino este acertado y recalcitrante análisis del mes destacando un hecho singular e intrastocable. Mañana, 16 de enero del año que nos ocupa, es mi cumple. ¡Y no sé en qué apartado ponerlo!

martes, 8 de enero de 2008

Ama, no dueña.

Tengo una hermana que es un sueño. No le da la noche para descansar. Pobre...

Después de mucho pensar decidió hacerse ama de casa. Así que ahora tiene cuatro hijas y un marido. Que yo sepa...

Las niñas son unos soles. ¡Así la tienen de quemada! Raquel, la mayor, es la más sensata. Tiene una visión de futuro admirable para su edad. Se pasa el día practicando relaciones públicas. Con sus amigas. Seguro que dentro de unos años va a sacar matrícula.

Inés, la segunda, va a ser veterinaria. Le encantan los animales. Su animal preferido es el gato. Ya ha desplumado unos cuantos. Y los gatos sienten la misma animadversión contra ella. Tiene el futuro asegurado. Los gatos no...

Eva, la tercera, va a ser Miss. Todavía no tiene claro de qué país, pero todos los días ensaya delante del espejo. E Irene, la cuarta, será cantante de tan potente que tiene la voz. Como todavía es pequeña practica tirando copas al suelo. Pero estoy segura de que cuando crezca no habrá cristal que se resista a su Do de pecho.

Hubo un tiempo en que la envidia hacia mi hermana me corroía. Era una envidia insana, todo sea dicho... Yo tenía jefe y ella no. Qué injusta era la vida. Hasta que un día me di cuenta de que mi hermana bañaba a las niñas de dos en dos para poder cenar. ¡Y a pesar de eso le faltaba tiempo!

A partir de entonces me enmendé y aprendí que cenar sentada es todo un lujo. Que la envidia no sirve para librarse de los jefes. Y también aprendí a admirar a mi hermana.

Como todos los años, pasé estas navidades en su casa. Qué suerte tener una hermana como yo. Cada vez que voy intento ayudarla en su trabajo, distraerla con mi amena conversación y darle todo el apoyo moral posible. Y esta vez no fue menos.

Desde que llegué me senté en la cocina y empecé a mirarla fijamente. ¡Qué bien hace de comer mi hermana! Se lo dije muchas veces y sé que le gustó. También dejé que pusiera la mesa, porque es una experta. Cuando todo estuvo en su sitio entré en acción. Primero rodé los vasos hacia la derecha. Después volví a doblar las servilletas. Cambié de sitio la cesta del pan. Le di la vuelta a un tenedor que estaba al revés. Puse el salero al otro extremo de la mesa. Le quité el sitio a mi cuñado. Recogí con un dedo unas miguitas de pan y llamé a las niñas para que vinieran a comer. Qué bien me sentí. Mi hermana no dijo nada, pero su silencio vale más que mil palabras...

Lo mejor fue intentar hablar con ella. Cuando menos lo esperaba desaparecía. Si yo estaba en la sala ella estaba en la solana doblando ropa. Cuando yo llegaba a la solana ella estaba en el dormitorio colocándola en los armarios. Cuando por fin llegaba al dormitorio ella estaba limpiando el baño. Y cuando yo llegaba al baño, había vuelto a la cocina para hacer de comer. ¡No nos cruzamos ni una vez! Y así estuvimos todo el tiempo. Jugando al escondite. ¡Nos lo pasamos de bien!

Después de mucho meditar y teniendo en cuenta lo vivido, además de admirar más a mi hermana he llegado a una indescifrable conclusión: el ama de casa no es dueña, sino ama. Y mucho. Porque si no... no me lo explico.

A Patricia. Si algún día tienes tiempo y me lees, te quiero linda.

lunes, 31 de diciembre de 2007

Año nuevo...¡vida nueva!

Mira que tenemos suerte los humanos. Cada año que pasa volvemos a nacer. Y después nos quejamos de los gatos. ¡Pero si ellos sólo tienen siete! ¡Vaya comparación...!

Lo que pasa es que hay que tener mucho cuidado con la vida que se elige cada año. Y, sobre todo, hay que dominar el vocabulario. Porque de no ser así te puedes meter en un buen lío.

Como ya no soy una niña, tengo la suerte de tener muchas vidas en mi haber, todas variadas y sorprendentes. Me lo he pasado tan bien en cada vida que no he tenido necesidad de repetir ninguna. Además, estoy convencida de que en la variedad se hicieron colores, por eso es bueno cambiar.

Recuerdo que una vez, cuando era pequeña, elegí la vida de "niña repelente". Lo pasé tan bien que mis padres casi me expulsan. El siguiente año, para compensarles, me hice "niña prodigio". No fue tan divertido, pero en casa estaban encantados y en el colegio me hice muy famosa. De esa época también recuerdo el año que fui "niñata", mis hermanos terminaron un poco hartos de mí, pero yo conseguí la Barbie China.

Me divertí tanto en mi vida de "jovenzuela" que pasado un tiempo lo intenté de nuevo con la de "mujerzuela". Pero no fue lo mismo, así que me quité de la lista y ese año lo pasé de incógnito.

Cuando me hice mujer se abrieron ante mí muchísimos caminos por explorar. Así que empecé siendo "mujer de su casa". Estuve todo el año buscando pero no logré dar con la casa. Todas las que visitaba ya tenían una mujer dentro. Un año de estos voy a repetir la experiencia a ver si tengo suerte y encuentro la casa que es...

Otro año me hice "mujer trabajadora". ¡Qué agotador! No descansaba nunca. Me pasaba los días pensando qué trabajo me convendría más. Y encima por la noche tenía pesadillas. ¡Qué angustia! Cada vez que intentaba descansar soñaba que estaba haciendo cola en las oficinas del paro. Fue un añus terribilum. Tanto que decidí febrilmente no volverlo a intentar.

Así que el siguiente me hice "mujer florero". Qué relax. Me pasaba el día limándome las uñas. Y qué perfumada tenía la casa de tantas flores que compraba. Hasta que me aburrí. Para una persona con una actividad tan galopante como la mía, ser "mujer florero" tiene sus limitaciones. ¡No te puedes mover de la mesa! Y eso de ser como un mueble no está hecho para mí.

Ya descansada y con las manos impecables, el año siguiente elegí ser "mujer independiente". Fue muy gratificante, pero con tanta independencia me quedé sin amigos. No me llevaba con nadie. ¡Faltaría más! Una persona independiente tiene que hacerlo todo sola, sin pender de los demás. Y así lo hice. Hay que ser consecuente con lo que se quiere. Yo quería independencia y no podía, bajo ningún prospecto, estar pendiente de nadie, ni siquiera de mí misma. Así que me despendí de todo y de todos hasta que me dieron el título. Lo tengo enmarcado.

El año que decidí ser "mujer fatal" fue horroroso. Por mucho que intentara hacer las cosas bien todo me salía al revés. No atinaba con nada. Cualquier proyecto, iniciativa, idea, pronóstico o intención que tuviera se malograban al instante. Como si alguien me hubiera mirado mal o algo parecido. El resumen del año fue desastroso. Peor que peor. Fatal. No quiero volver a oir hablar de esa palabra nunca más.

Todavía me quedan muchas cosas por ser, "mujer de gobierno", "mujer de vida alegre", "mujer de estado" y muchas mujeres más, pero este año he decidido no complicarme. Mi nueva vida va a ser de "mujer normal", a ver cómo me va... Y ustedes, por favor, tengan cuidado con las palabras, lean bien los significados, elijan con detenimiento sus nuevas vidas y no se fíen del diccionario, que tiene letra pequeña...

A todos ¡BUENOS DÍAS! Que amanece un nuevo enero...

sábado, 22 de diciembre de 2007

Esferas celestes

Estos últimos días han sido estupendos. Yo diría que sorprendentes. Casi una semana después del diluvio las altas esferas decidieron suspender las clases por las lluvias. Supongo yo que las altas esferas tienen que estar muy arriba para tardar tanto en reaccionar. Y por eso el emisario no llegó a tiempo aquel día... Aunque me da a mí que esas esferas son más cuadradas que redondas.

Lo cierto es que el martes, con un sol más que radiante, ¡evacuamos el colegio! Más vale tarde que nunca... O como decía mi abuela "Nunca es tarde si la dicha es buena". ¿Para qué suspender las clases cuando hay inundación? ¡Mejor hacerlo un día normal! ¡Así aprovechamos bien el tiempo!

Eso sí, qué bien nos portamos todos. Nos lo creímos tanto e interpretamos tan bien nuestro papel que casi vuelve a llover. Los padres cruzaban el patio corriendo como si se estuvieran mojando. Algunos llevaban el paraguas abierto, desafiando al cielo. Otros aprovecharon para estrenar las botas de agua. Y el resto se quedó atrapado en el aparcamiento de padres tocando la pita. Qué emocionante.

Hasta yo me animé. Tenía tantas ganas de participar que, desde que pude, abrí el paraguas y me puse a correr por el colegio. Fue fantástico. Lo que pasa es que me dolió un poco porque el sol pegaba. Así que decidí volver a mi clase a seguir esperando el temporal. Que nunca llegó...

A las cuatro de la tarde no había ni un solo niño en el colegio. ¡Qué eficacia! Prueba superada. Gracias a la oportuna intervención de las altas esferas, al civismo de los padres y a nuestra propia sangre fría, habíamos logrado cumplir el objetivo del día: ¡Tarde libre!

Salimos en desbandada hacia el aparcamiento, por si las esferas se arrepentían, y en un din don nos evacuamos todos. Qué bien. No hay nada como una tarde libre e inesperada para poder aprovechar el tiempo. Así que decidí irme a dormir. Estaba agotada de tanto evacuar. ¿Y qué mejor lugar para terminar una evacuación que tu propia casa?

Dudé un buen rato entre el sofá y la cama. El sofá me da que pensar, allí pienso pensamientos. Pero no hay nada como la cama para pensar ideas. Así que me puse manos a la obra y me acosté. Las ideas acudieron a mí de forma casi instantánea. Soñé con un plato de conejo en pepitoria y papitas arrugadas de guarnición. ¡Conejo en pepitoria! ¡El plato típico de Navidad!

Me senté en la cama sobresaltada. Había tenido una premonición. ¡Era Navidad! ¡Y yo sin enterarme! ¿Pero por qué nadie me había avisado? Qué despistada es la gente...

Desde entonces no he parado. Estoy buscando una tienda de comida para camellos y no encuentro ninguna. También he hecho gestiones para ver si me da tiempo de instalar una chimenea en casa. A ver si no por dónde entra Papá Noel... A último remedio dejaré la ventana de la sala abierta a ver si caben los renos por ahí. No sé cómo va a terminar esto. Estoy muy preocupada.

A pesar de mi estupor por tan cercanas fiestas, quiero felicitar de corazón a todos mis amigos. Por sus palabras, por su presencia, por sus ánimos, por sus ocurrencias, por su benevolencia, por su apoyo, por su cariño, por su tiempo, por su comprensión, por hacerme sentir tan bien y por muchas cosas más... a todos ¡gracias!

Les deseo con todo mi amor y displicencia: ¡FELIZ CAMPAMENTO!

domingo, 16 de diciembre de 2007

Noé

Y gracias a Noé, que inventó el diluvio, por fin llovió en Canarias. ¡Y se inundó todo!

Fue fantástico. Sobre todo porque nadie se lo esperaba. Y la gente no sacó el paraguas.

Aquel día me asomé a la ventana para ver qué hora era. El cielo gris merengue no me dijo nada. Así que no me di por enterada. La mañana pasó sin Pena ni Gloria, que se habían ido de excursión. Pero el muy ladino del temporal permanecía agazapado entre la maleza esperando el momento propicio para atacar. Y así lo hizo.

Después de comer, como todos los días, me atrincheré en mi coche y emprendí el camino de vuelta al cole. Cuando, de repente, se hizo de noche. ¡Qué rápido ha pasado la tarde! - pensé para mis adentros - ¡Si casi no me he enterado! Pero como los misterios de la vida son inescrutables, no le presté mucha atención. Encendí las luces y me dispuse a dar la vuelta para volver a casa. Total ¿qué iba a hacer yo de noche en el colegio?

De golpe, una terrible sospecha se apoderó de mí. ¿Dónde estaban las estrellas? Miré de soslayo el reloj y, pese a mi más absoluta resistencia, marcaba las 14:15 de la tarde. Inexplicable. Ni sol, ni estrellas, ni luna, ni nada... No era ni de día ni de noche, qué misterio tan promiscuo. ¡Había entrado en otra dimensión! Para mí que eso sólo pasaba en las Bermudas... pero no, estaba de lleno en el triángulo de las Canarias.

Y de repente empezó a llover. Cualquier Miroslav o Johnny Ingle que vivan por aquí confirmarán lo que digo. El jueves 13, de dos a tres de la tarde, el cielo se desparramó sobre nosotros. Y allí estaba yo, bien histérica dentro de mi coche, intentando llegar a alguna parte. Pero qué bien. Por fin había ríos en Canarias. Y todo el mundo salió a la calle a verlos. Había coches por todas partes ¡y todos tocando la pita! Qué fiesta del agua más divertida.

Entre truenos, relámpagos y atravesando graciosamente semejante muro de agua y granizo, llegué como pude al aparcamiento del colegio. Aparqué en el centro del lago y, sin pensármelo mucho, me quedé allí, esperando a que la lluvia remitiera. El paraguas de emergencia lo tenía en clase y el de cuadros en casa. Total, que no tenía paraguas...

Dormité unos diez minutos a ver si lograba controlar la situación. Pero no funcionó. Entonces comprendí que había que actuar. Y rápido. De otro modo la isla se hundiría. En un heroico arranque de desesperación me remangué los pantalones hasta las rodillas, abrí la puerta del coche y, con mi más hierática sonrisa, empecé a luchar contra los elementos.

Nada más bajarme del coche me hundí. Pero me dio igual. Con el bolso colgando, las llaves en la mano, un chal en la otra, los pantalones por la rodilla y el abrigo negro sobre la cabeza, empecé a cruzar a grandes zancadas el aparcamiento. La puerta de secundaria estaba abarrotada de gente que no podía salir. Todos me miraban, asombrados por mi gentil carrera, viendo cómo avanzaba casi volando sobre las aguas y levantando a mi paso enormes cortinas de barro. Mi abrigo en la cabeza me confería un aire mágico y misterioso, me sentía como Superman con su capa al viento. Pero la mía era negra...

Cuendo llegué a la puerta los que habían sido testigo de mi proeza me acogieron con risas y fiestas. Sólo les faltó aplaudirme. Qué orgullosa me sentí. El colegio estaba inundado. Pero yo ya estaba ahí. No tenían nada que temer...

Efectivamente. A los pocos minutos dejó de llover. Menos mal que se me había ocurrido intervenir. No sé qué habría sido de toda esa pobre gente sin mi presencia. Estaba empapada, pero feliz. Canarias ya no estaba en situación de alerta, el temporal había huido despavorido y los niños estaban a salvo. Todo había vuelto a la normalidad.

Gracias a mí, que inventé el altruismo, el colegio sigue funcionando.
Espero que mi jefe me lo tenga en cuenta...

lunes, 10 de diciembre de 2007

Vivaldi

Gracias a Vivaldi, que inventó las estaciones, tenemos el año ordenado.

Las estaciones son cuatro, a saber: Carnavales, Semana Santa, Estío y Navidad. ¡Y todas son vacaciones! Aunque en este preciso instante no tengo muy claro en qué estación se trabaja. Las cuentas no me salen. Será que no era Vivaldi...

Carnavales es una estación muy cosmopolita. Es un buen momento para vestirte de lo que siempre has deseado ser. Las hay que se visten de hadas, princesas, brujas, ninfas de las charcas o trogloditas. A mí me encanta disfrazarme de cotorra o de lirón, según mi estado de ánimo. Aunque a veces también me visto de Pepito Grillo. Por eso de la conciencia... Y casi todos los hombres se visten de mujer.

Semana Santa es muy parecida a la anterior estación porque la gente también se disfraza. Se ponen unos cucuruchos en la cabeza y salen en fila tocando el tambor. No sé cómo se las arregla el tiempo, pero en Semana Santa siempre llueve. Aunque no importa, porque en la tele ponen las mejores películas del año, Las Pasiones, así que siempre te puedes quedar en casa si no te apetece tocar el tambor.

El Estío es la estación más larga de todas, así que no voy a describir el día a día porque sería interminable. Dura tanto el Estío que siempre terminas comiendo, durmiendo y, bueno no, tomando el sol. Aunque a veces también te vas de viaje...

La Navidad es una de mis cuatro estaciones favoritas. Su filosofía se basa en dos conceptos elementales: creer o no creer. Yo soy creyente. Sin embargo mi hija dice que los Reyes son los padres. ¡A quién se le ocurre! ¡Si mis padres viven en otra isla...! Lo que hay que aguantar con estos resabidos chicos de hoy en día...

Notas que es Navidad porque los días se hacen más largos, a veces es que ni se acaban. Y el sol nunca se pone de tan iluminadas que están las calles. Salir es un gusto. Nadie te pisa. Estoy desesperada por que pasen los meses y llegue la Navidad. Este año voy a cantar "Ay del Chiquirritín" bajo la hojarasca. Lo estoy deseando.

Pero hoy no voy a cantar. Siento un gran desasosiego y una profunda salazón. Llevo todo el día intentando acordarme de algo y no lo logro. Algo va a pasar. Lo sé. Pero no sé en qué momento. Sólo espero iluminarme antes de fin de mes...por lo menos... Así que dejo de escribir y voy a sentarme en el sofá. A pensar.



martes, 4 de diciembre de 2007

Accidentes escogidos

El nuestro es un colectivo muy especial. Enseñantes. Qué bien suena. Somos distintos.

Pero a pesar de no parecernos mucho, tenemos algo en común: nuestros accidentes laborales, que también son muy peculiares. El mío es un macrocolegio. Entre unos y otros, si paso lista, me contestan más de dos mil niños. La entrada al patio por las mañanas es espectacular. No hay terapia mejor contra el sueño.

Ni el despertador ni los sustos diarios al cruzarme con mi hija por el pasillo logran despertarme por la mañana. Así que todos los días, tras una inútil ducha y un inservible café, el coche me lleva hacia mi destino laboral. ¡El colegio! Aparco donde encuentro, me arrastro por el aparcamiento, cruzo los edificios de secundaria, subo dormida la escalera, repto unos metros más por un pasillo... y es entonces, sólo entonces, cuando me doy cuenta de que no estoy en casa.

Para un cerebro dormido como el mío a esas horas de la mañana la entrada al patio central es un verdadero trauma que, después de muchos años, todavía no he logrado superar. ¡Centenares de niños! ¡Y todos gritando! Es terrible. Mil despertadores sonando juntos parecerían una serenata de violines a su lado. Y yo me resisto, me resisto mucho, pero termino despertándome.

Y en este idílico e incomparable marco de paz y quietud empezamos, mis compañeros y yo, nuestra jornada laboral. Los accidentes en el patio son lúdicos, por tanto no tienen importancia. Me acuerdo lo que nos reímos cuando a Sara, la de Inglés, le llegó un balonazo en plena cara. Ella misma se puso a llorar de la risa. Y cuando a Javier, el de Física, le dieron un latigazo con una soga de saltar a la comba, casi nos partimos todos. Qué gracioso. Pero la época más divertida fue cuando se puso de moda el diábolo. ¡Qué de palos nos llevamos al cruzar el patio! Al final lo prohibieron porque a las nueve los niños hacían fila y los profesores nos quedábamos allí, jugando a esquivar los diábolos que caían. Fue una pena. ¡Si en el fondo somos más niños que los niños...!

Después están los accidentes cultos. Esos ya pertenecen a otra categoría. Más refinada. Recuerdo cuando Tere, colgando unos trabajos en el panel de su clase, se cayó del pupitre al suelo. Tuvo un esguince de tobillo que le duró un par de meses. Con venda y todo. ¡Me dio una envidia! Por esos días y para no ser menos, pisé una chincheta que me traspasó la suela del zapato. Qué orgullosa me sentí. Es que no todo el mundo puede tener un accidente de los cultos, así que me dediqué a divulgarlo a los cuatro mundos y aunque no fuera tan espectacular como el de Tere, me subió bastante la autoestima.

El día que me grapé un dedo intentando arreglar la grapadora me sentí tan realizada que casi se me salen las lágrimas de la emoción. Me dejé la grapa hasta la hora del recreo, para que pudieran verla todos y, cuando me la quitaron con unas pinzas, me dio hasta pena. Pero pude lucir por un tiempo las marcas de tan culto accidente en forma de dos diminutos puntitos en la yema del dedo. Cual picadura de áspid... ¡Como Cleopatra! Me sentí tan egipcia y tan histórica...

También están los accidentes especiales. Los que no ocurren casi nunca. Pero yo, como soy una experta, tengo en mi haber un par de ellos, todos muy entrañables. Uno fue el día en que me tocaba hacer guardia en el patio de infantil. Fue maravilloso. El patio de infantil es una golosina. ¡Está lleno de columpios! Y delante de los columpios está la sala de guardia. Y allí estaba yo, apoyada en la puerta y mirando al suelo, abstraída en mis más profundos pensamientos, cuando, de repente, vi una mancha negra que corría por el suelo dirigiéndose hacia mí a una velocidad vertiginosa. Rápidamente me incorporé alertando alguno de mis sentidos. La mancha avanzaba veloz en línea recta y no tenía intención de pararse. ¡Me iba a pisar! Un suave aleteo distrajo mi atención y, cuando levanté la cabeza extrañada, me llegó tal zapatazo en la frente que me dejó traspuesta. ¡Qué bien! ¡Había resuelto el caso de la sombra misteriosa! ¡Menos mal que estaba yo allí cuando al niño del columpio se le salió volando el zapato cuya sombra confundí con una mancha negra y peligrosa hasta que el dichoso zapato rebotó en mi frente! Ese día aprendí que las sombras también duelen. Y que en la enseñanza nunca sabes lo que se te va a venir encima.

Tropezar con el felpudo de tu propia clase también se incluye en la categoría de accidentes especiales. Eso me pasó hace un par de años. Iba yo caminando hacia mi clase, toda recta y curvilínea, cuando una de mis más torpes sandalias se enganchó con el felpudo. Después del felpudo hay dos escalones y después está mi clase. Todavía no me explico en qué momento de mi vida aprendí a volar. Pero ese día lo hice muy bien. Un padre que estaba sentado más allá me vio completa y, de repente, sólo vio mis pies volando. Desaparecí de su vista como una blanca paloma y aterricé, a cuatro patas, justo delante de un pupitre. Y así me quedé, a cuatro patas, sin saber si era yo o un cuadrúpedo cualquiera. ¿Pero qué estaba haciendo yo a cuatro patas en medio de la clase cuando sólo un segundo antes me pavoneaba cultamente por el patio? Me quedé allí un buen rato, haciéndome a la idea. Y cuando al fin, temblorosa y machacada, pude ponerme en pie, cerré la puerta, cogí el móvil y llorando desconsoladamente... llamé a mi hija. Ese día aprendí que las hijas a veces sirven de madres. Y que no somos pájaros.

De botón valga una muestra... Estos accidentes escogidos, y otros más, como su propio nombre indica, han hecho de mí una mujer más lúdica, culta y especial. He crecido con ellos y me he nutrido de sus enseñanzas. Pero ya estoy un poco harta... Y como mis llaves de seguridad me han hecho perder la fe en los seguros, estoy pensando hacerme un anti-seguro personal.

¡A ver si no protegiéndome me va mejor!


Felices vacaciones pre-natales y próspero puente nuevo para todos. No sé si entera, pero volveré la semana que viene.

PD.- Todavía no he aprendido a poner el botón, pero, para los que quieran, pueden seguir votando en el post anterior. Grazie!