Este año me han tocado treinta alumnos. ¡Y todos tienen nombre! ¿Pero quién se ha inventado el Santoral? Con lo fácil que sería llamarnos Adán y Eva... Total, el que esté libre de pecado, desgraciado en amores. Además, hay santos que no me suenan: Sta. Keyla, Sta. Leila, Sta. Sheila, Sto. Adahi. No sé, serán santos de ultramar... De los apellidos por ahora no me preocupo. Porque todos tienen dos. ¡O tres! Y eso no hay memoria que lo aguante. Ni siquiera la mía. Así que he urdido un plan para aprenderme bien los nombres de diario. Y los apellidos, que los usen para el fin de semana. Que es más práctico...
Total que me he tomado la molestia de confeccionar treinta cartelitos de cartulina. De colores... Nos pasamos una mañana trabajando en ello. Cada niño decoró su cartelito con amor. Dibujaron flores, cometas, corazones... Y por último le pegaron encima su foto. ¡Genial! ¡Qué sería de mí sin mis ideas...! Ahora, en cada pupitre ¡hay un niño con su propia foto! Así cuando quiero saber quién es cada uno ¡sólo tengo que echar un vistazo! Y ya está. Si es que a veces nos ahogamos tanto... ¡Y no vemos que la solución está en el vaso de agua!
Estoy segura de que este año me voy a aprender los nombres de los niños en un periquete. Menos el de las gemelas... Porque sus fotos son tan iguales que de lejos no las distingo. Menos mal que una de ellas tiene un lunar en la nariz. ¡Que si no...! Aunque me tengo que acercar a la foto para verlo bien. Me pregunto cómo se las arreglará la madre para reconocerlas. Así, a secas... Sin foto ni nada...

Y por fin ya me han puesto el cañón. Como bien pronostiqué, al no encontrar sitio, lo han colgado del techo. Pero no apunta al patio... Tendré que cargarlo con balas de fogueo, por si las moscas... Y la pizarra, ahora que se enciende, funciona perfectamente. Lo más gracioso es que se puede escribir con el dedo. ¡Qué barbaridad! Tantos años aprendiendo a coger un lápiz correctamente... Y ahora ¡a practicar con el dedo! Caligrafía...
La semana que viene tendremos unos cursos para aprender a usar el aula virtual. ¡Qué bien! Lo estoy deseando. Por fin me voy a poder quedar en casa cuando llueva. Total... con el aula virtual ¿para qué voy a ir yo? Hay que ver lo que se aprende. El mío es el trabajo del futuro. ¡Se acabaron los madrugones! Sólo espero que el aula virtual tenga fotos. Si no, a ver cómo se aprende el nombre de los niños...
Y todo, gracias a la generosidad de nuestros jefes. Quién lo iba a decir...