martes, 13 de julio de 2010

La boda

                                                                                                               A ti, con todo mi cariño

 El día que recibí la invitación para la boda me volví loca de alegría.




Me encantan las bodas con sus arroces. Sus campanas al viento. Sus tartas gigantes. Pero sobre todo me encanta que esta vez no me haya tocado a mí. Que ya con una tuve bastante. Y eso que fue por lo civil. ¡Pues me tiraron arroz igual...! Hasta que me llegó un proyectil directo al ojo y me dejó bizca el resto del día. ¡Total...! No había mucho que ver. Estaba lloviendo a cántaros y la gente aprovechaba para decirme "¡Novia mojada, novia afortunada!" Pero lo que mal empieza...

 De aquella boda salí hecha una paella, tuerta y empapada. Con tanto superávit de arroz, que, segura de tener provisiones de por vida, me inventé una frase que me catapultó, un año más tarde, a la miseria más miserable. ¡A Dios pongo por testigo! ¡A Dios pongo por testigo... de que jamás volveré a pasar hambre!  Pero me equivoqué:  me divorcié, no hubo testigos... ¡y encima pasé hambre! Desde entonces mi lema fue: "¡Ya no quiero ni un testigo de que jamás volveré a casarme!" Y eso es lo que he hecho. Aunque me ha resultado muy difícil, debido a las múltiples y recalcitrantes propuestas de matrimonio que he recibido durante estos últimos veinte años...

 Sábado. Ocho de la mañana. Peluquería. Qué bien... Para una boda de tanta vergadura ¡no iba yo a ser menos! Así que me dejé... Empezaron haciéndome las manos y los pies. Hay que ver ... ¡Y yo que creía que esas cosas venían de nacimiento!  Así que les di mis extremidades incompletas y dejé que me las hicieran a su forma y semejanza. Y allí estaba yo, tendida en un sillón reclinable, con los pies en una palangana, las manos en otra y la cabeza hacia atrás de espaldas al espejo. Y mientras una me reconstruía manos y pies, la otra me llenaba la cara y el pelo de emplastes y pegotes a ritmo de turbo secador.

Lo más divertido fue cuando a la chica de las manos se le cayó la palangana encima de mi barriga. Fue formidable. Porque el agua estaba caliente. Y como yo tenía ganas de ir al baño y no podía, me dieron la oportunidad de hacerme pis encima sin que nadie se enterara. Les di las gracias amablemente y al poco terminamos la sesión. Cuando me di la vuelta y me miré al espejo una indecente duda se apoderó de mí. ¿Quién sería esa negra de labios naranja que tenía enfrente? ¿Dónde estaba yo con mis manos y mis pies? ¿En qué momento había entrado esa persona en la peluquería sin ser vista? ¿Por qué esa negra me recordaba tanto a alguien?

Del susto me reí. Ella también. Nos reímos frente a frente. Y cuando me dispuse a presentarme para preguntarle si Canarias era de su gusto, me fijé en sus dientes. Qué dientes tan característicos y desiguales... ¡Pero si eran igualitos a los míos! Por segunda vez se me ocurrió una indecencia. ¿Por qué ese espantapájaros tenía mis dientes en su boca? ¿Qué hacía esa negra mojada delante de mí? ¿Dónde estaba mi hija para ayudarme? Me busqué insistentemente debajo del sillón, detrás de la puerta... ¡e incluso me llamé! Mientras, la negra jugaba a imitarme todo el tiempo. Y de repente, tomé conciencia de la dura realidad. ¡La negra no era otra cosa sino yo! ¡Con mis dientes y mis manos! ¡Y unos caracolillos que no había visto nunca! ¿Pero qué había pasado en ese antro? No se contentaron con las manos y los pies. ¡Me habían vuelto a hacer entera! ¡De arriba a abajo! ¡Y de otro color! ¡Brujería! ¡Brujería!

Salí espantada de allí, no sin antes haber pagado un ojo de la cara, para completar la transformación... Y fue tanta la prisa que me di, que al ponerme los zapatos, se me quedaron los pies pegados a la tela, de tan bien pintadas que estaban las uñas... Y por fin llegué a mi casa, con los zapatos integrados, el cuerpo empapado, la boca naranja y miles de caracolillos de pelo encogido en la cabeza. Lo único que quedaba de mí eran los dientes. Vaya... Total que me metí en la ducha, me despinté las uñas, me peiné como siempre, me puse mi traje color natilla y unos zapatos que casi no dolían y me fui, sintiéndome yo misma, a la Orotava. A la boda de la niña.

No suelo llorar en público. Reservo esos momentos para explayarme en casa. Pero cuando la novia entró espléndida a la iglesia, sin su padre al lado, un nudo insoportable me cerró la garganta y dos lagrimones resbalaron sin querer mejilla abajo mojándome hasta el traje. Es que las bodas, el agua y yo no nos llevamos... La ceremonia fue preciosa y el convite inigualable. Y allí estuviste tú, disfrutando de la fiesta, en el sitio que te habíamos reservado, todos y cada uno de nosotros, en el corazón.

Y al final me dieron un puro.

jueves, 1 de julio de 2010

Espacio y estropicio

Hay que ver lo que crecen los niños de hoy en día. Cuando menos te lo esperas ¡ya no caben en su habitación!


Esto es lo que le está pasando a mi pobre hija Adriana. Ha crecido tanto en los últimos años ¡que su habitación se le ha quedado pequeña! Pero como es una persona muy inteligente (mejorando lo presente...) ha sabido distribuir el poco espacio que le toca en tres zonas perfectamente delimitadas:

- Centro de estudio y tentempié: en mi cocina.
- Ocio, ordenador, películas y reuniones: en mi sala.
- Zona de descanso y asueto: en mi sofá ...o en su cama.

Me alegra saber que mi hija es capaz de arreglárselas así. Con poco. Y que ante las adversidades haya sido capaz de encontrar soluciones sencillas y desinteresadas, siempre teniendo en cuenta la comodidad y el bienestar de las dos personas que intentamos vivir aquí dentro. Gracias a sus buenas ideas, por ejemplo ¡puedo usar mi dormitorio todo el día! Y cuando me apetece, me doy un paseo por la habitación de invitados y me siento un rato allí. Mirando a la pared. ¡También tengo la suerte de tener un baño! Y cuando me aburro de la pared de la habitación de invitados, me miro al espejo. Y así me paso el día, de un lado a otro, procurando no invadir el espacio de mi pobre hija, que bastante trauma tiene por no caber en su habitación.

Total que hemos decidido quitar todos los muebles del dormitorio de Dana y cambiarlos por otros más pequeños. ¡A ver si así cabemos las dos de pie! Primero tendremos que deshacernos de todo lo que no sirva: o sea, todo. Dejaremos la habitación vacía ¡y la volveremos a llenar! Qué bien y qué sencillo. Me gusta ocupar mi tiempo haciendo cosas útiles y relajantes.

Empezamos la faena ayer tarde mismo. Nos apoyamos ilusionadas al vano de la puerta para contemplar el panorama. Y a partir de ahí, el caos más absoluto se apoderó de mi espíritu... Me llevé una grata sorpresa al descubrir que la graciosa alfombra de colorines que teníamos delante era una mezcla de camisetas, toallas, chancletas, algún que otro papel, dos bolsos y cuatro pijamas. ¡Lo que sabe la gente joven del arte de reciclar...! Te hacen una alfombra con cualquier cosa... Y además ¡reversible! Porque si le das la vuelta, por debajo está hecha de calcetines sin pareja, ropa interior, más papeles y tres o cuatro pantalones parecidos a los que siempre está buscando y nunca encuentra. ¡Qué arte! Y yo que sólo sé hacer macramé con un hilo...

No sé... me pareció recordar que antes el suelo era marrón, pero no lograba verlo por ningún lado. En su lugar  la alfombra de colorines se extendía alegremente a lo largo y ancho de la habitación, y , haciendo juego con ella, miles de mangas de camisas y jersey colgaban graciosamente desde lo alto de la litera, de los armarios y hasta de los ganchos de la ventana, formando un conjunto armonioso y cálido, imposible de superar. Libros, apuntes, collares, pañuelos, bufandas, flores de plástico, cajitas de madera, CDs, sombreros,cables de todos los tamaños y formas, plumas, rotuladores, cuencos, vasos y vasitos, le daban el toque final al decorado. Moderno. Desenfadado. Irrepetible. Inaguantable ¡Imperdonable!

 Al cuarto grito, mi hija se dio cuenta de que la alfombra no era de mi total agrado. Intentó sustituirla por una hecha con pareos, bikinis, sandalias, toallas y apuntes del año pasado. Tampoco tuvo éxito. ¡Pero si en esa habitación no cabía ni un alfiler! ¡Había más cachivaches ahí dentro que en todo el resto de la casa! En un arranque de desesperación me entraron ganas de quemarlo todo. Más limpio. Más rápido. Y más vengativo. Pero me contuve. Y en su lugar seguí gritando. Total... ¡la habitación estaba insonorizada de tantas capas de ropa que tenía!

Urgía elaborar un plan. Así que, cuando la garganta me empezó a doler, dejé de lado mis dotes cantoras y urdí el más sofisticado e incompetente plan que nunca se haya visto ni oído. ¡Empezaremos por el principio! Dije. Orgullosa de mi ocurrencia. Mi hija asintió mirando al vacío e intentando adivinar cuál era el principio. Yo tampoco lo tenía muy claro. Así que señalé un estante. El más pequeño, para no deprimirme demasiado...

Lo que había en ese estante y lo que hicimos con ello merece ser contado en otro post. Sólo decirles que tras una tarde de duro trabajo, me asomo a la habitación de mi hija y... ¡todo sigue igual! En fin, que por qué crecen tanto los hijos que ya no caben en sus propias habitaciones...

martes, 22 de junio de 2010

Crónicas canarias I

Para contribuir al bienestar de mi salud mental, el jueves pasado vino a visitarme mi hermana Paola.


Mi hermana es Yogui. Y vive en una parte de Jellystone que se llama Dublín. Que como parque está muy bien... Lo cierto es que Paola es tan mística tan mística ¡que hasta su anterior pareja se llamaba Sangha Pala! Aunque yo a veces lo llamaba Bubú. Porque no me acordaba del nombre entero. Y siempre me salía Pata Palo... Total que cuando por fin aprendí a llamarlo Sangha, mi hermana va ¡y se cambia de pareja! Nos quedamos todos de piedra. ¡A ver qué nuevo nombre nos tendría reservado...! Yo qué sé... Kala Trava, Pande Monio, Mando Lina, Granca Naria. O Peri Follo..., que también podría haber sido...

Y es que los nombres extranjeros se las traen. ¡Nada de Pepe Paco o Paco Pepe! Que al fin y al cabo no tienen H y se pronuncian con las mismas letras... Los nombres extranjeros siempre tienen que tener alguna complicación. Como el quiosquero Philip Morris, que se pronuncia con la FI. O el cosmonauta Stephen Hawking, que se pronuncia con la FE. La misma que hay que tener para pronunciar su apellido... O el phamoso Phantomas Alva Edison, que se pronuncia con la Fa. En este momento no me acuerdo de ninguno con la FO o con la FU... En fin, que esto de la H no es lo mío.

Menos mal que tengo otra hemana, la más pequeña, que también vive en el parque de Dublín. Ella sí  que no se ha complicado demasiado la vida. Al marido le puso Jerry y al hijo, Thomas. Así que cada vez que la llamo ¡sólo tengo que preguntar por Tom y Jerry! Y ya está. ¡Sin tanta parafarmacia...! Así de sencillo y rápido para la memoria a corto plazo.

Aquí en Canarias no tenemos ese problema, los nombres son fáciles de recordar. Como un niño del colegio que se llamaba Armiche. Armiche estaba saliendo con Guayarmina. Y Guayarmina tenía un padre que se llamaba Bentagay. Bentagay estaba enrollado con Chaxiraxi, que tenía un hijo llamado Tanausú. Tanausú era amigo de Tenesoya que tenía un hermano llamado Bentejuí. Bentejuí era vecino de Tinguaro, Nauzet y Yeray, que eran compañeros de Akaymo y de Aythami... ¡Así da gusto! ¡Nombres normales! Con estos nombres sencillos, aunque uno quiera ¡no se te traba la lista al pasar lengua! Como tiene que ser. No como otros... Lástima que los nombres canarios estén en desuso. ¡Y ahora todos se llamen Ronaldinho! Con la ÑO...

Volviendo a mi historia... Menos mal que Paola dejó a Sangha Pala. Esa pareja daba lugar a muchas confusiones. Y hasta el más experto en pronunciar su nombre, cuando lo unía al de mi hermana, solía terminar diciendo: "¿Qué sabes de Pala y Sangha Paola...? ¿De Panga y Shala Pala...? ¿De Shaola y Paga Nala? ¿De Ponga y Sanga Lala...? ¿De Sola y Pinga Longa...? O sea... ¿Qué sabes de ellos...?"

Y ahora está con Nigel. ¡Nigel el Avatar! Pero ésa es otra historia...



PD: No te preocupes hermanita, Sangha Pala ya no va a salir más...

miércoles, 9 de junio de 2010

Fin de curso

Todos los años, cuando llega fin de curso, me come la ansiedad. Incluso los viernes...




Y por mucho que le diga que los viernes son famosos por su pescado, a la ansiedad le da lo mismo. Yo creo que no le caigo bien. Porque con todos los restaurantes que hay en Tenerife venirme a comer siempre a mí no me parece justo. Me siento como una Caperucita Roja cualquiera. ¡Y encima sin abuela!

El curso pasado, como ya tenía experiencia en este asunto, lo intenté con acupuntura. A ver si se le atragantaba alguna aguja... Pero al cabo de un mes de indescriptibles pinchazos a lo largo y ancho de mi cuerpo, empecé a pensármelo mejor. Total... Qué más da... Para que te zurza la vecina ¡más vale que te coma la ansiedad! Que es gratis... Así que me despedí de mi vecina y volví a las viejas costumbres.

Este curso, sin ir más lejos, he encontrado la solución perfecta para mis problemas.¡Me he suscrito a clases de Yoga! ¡Ya he asistido tres días! Es una maravilla. El primer día fue simplemente fantástico. Llegué a clase la primera. Quería coger un buen sitio en el centro para colocar mi colchoneta, tenderme y relajarme.

Así que me puse en un rincón... Porque todos iban de blanco. Menos yo... Que iba de negro. Pero me dio igual. Aunque me había equivocado de uniforme, allí estaba el suelo. Dispuesto a acogerme con los brazos abiertos. Y la música... Una música tan celestial y relajante que me impedía ver incluso a la Maestra de tanto que se me cerraban los ojos.

Mientras estaba eligiendo con qué sueño soñar en la hora y media de relax que me esperaba, todos los discípulos se pusieron de pie de repente. Me levanté como un resorte haciendo el saludo militar. Porque fue el único que se me ocurrió en ese momento... Les gustó mucho. Lo noté en la mirada cargada de admiración de todos los presentes. Y a partir de ese momento, perdí la noción de espacio, tiempo y equilibrio. Mi cuerpo fue, en la siguiente hora y media, una contorsión en sí mismo. Nunca podré entenderlo.

Y allí estaba yo, como una oveja negra entre etéreos e inmaculados entes que se movían sin parar, mientras, obnubilada, intentaba coger el ritmo. Menos mal que estaba en una esquina, porque las veces que me caí, simplemente reboté de una pared a otra, y seguí, como si nada, doblando cada trozo de mis articulaciones como una veterana más... 

Cuando ya todo mi ser se estaba desintegrando de tanto torcimiento corporal, la Maestra, con voz suave y armoniosa, dijo:

- Ahora van a hacer la postura del árbol.

Yo me quedé pensando un buen rato. Porque aunque tenga una amplia cultura sobre el tema y me haya leído varias veces el Kamasutra, ¡esa postura no la conocía! Así que, para no ser menos, me puse de pie, cerré los ojos y abrí los brazos sobre la cabeza. Porque para mí un árbol es redondo... Y así estuve, haciendo de árbol un tiempo ilimitado. Hasta que abrí los ojos, porque el tronco y las ramas me pesaban. ¡Pero cuál fue mi sorpresa cuando vi a todos mis compañeros sentados en la colchoneta, con las piernas cruzadas, las manos descansando en las rodillas y haciendo un canuto con los dedos...!

Hice lo propio, y, como en sueños, todos los que allí estaban empezaron a emitir un sonido mágico, el saludo de despedida:

-Muuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu!

Me uní a ellos mugiendo con todas mis fuerzas, para liberar de mi cuerpo todas las malas energías y dejarlo en estado de grecia. Y así, después de unos cuantos mugidos, se acabó la clase. Salí de allí medio coja y medio tuerta, pero feliz. Sobre todo por haber aprendido una palabra nueva. Mú. Mú es la palabra más tántrica que he conocido en mi vida. Con razón las vacas son tan felices y dan leche. Y lo más importante. A las vacas no se las come la ansiedad. ¡Nos las comemos nosotros!

Seguiré pues, practicando esta nueva disciplina que me he impuesto voluntariamente, y sé, porque lo sé, que algún día lograré ir vestida de blanco, me pondré en el centro de la sala, y les enseñaré a todos a hacer la postura del jinete, la de la balanza, la postura del yunque, la del misionero (aunque esa es vieja), la del columpio, en fin , todas las posturas que me sé... menos la de las cucarachas porque me caen mal. Y además, como regalo, les voy a llevar unas cuantas fotos eróticas. Seguro que la Señorita me lo va a agradecer y me va a premiar con el primer Dan.

¡Vaya vaya con el Yoga!  Si lo sé me apunto antes...

miércoles, 25 de noviembre de 2009

La "circular..."

Hay que ver que poco claros son los jefes. A veces...




Dentro de poco se celebra el día del Maestro. Qué bien. Menos mal que tenemos días para todo. Así nunca nos aburrimos de ser lo mismo. A mí personalmente me encanta ser Árbol. Cuando no hay perros cerca... También me gusta el día de la Bestia, con todos los animalitos maltratados que hay por ahí... El día de Ayer, el día a Día, el día de Mañana, que cuando cae sábado es mi favorito, el pan nuestro de cada día, y muchos días más que no recuerdo en este preciso instante. Y los días que no son nada, me dedico simplemente a ser o no ser, como William Hamlet.

Por el día del Maestro, el jefe organiza siempre una cena. Así que, sin ton ni son, me llegó la siguiente circular:

Para los que hacemos N:

La comida del día del maestro mezclará tradición y modernidad. La tradición la pondrá el sitio: será aquí, en el colegio. La modernidad, la comida: la hará
El Drago, de Carlos Gamonal. Después, baile, barra libre, huevos con chorizo...

El día, el jueves 3 de diciembre, que así da tiempo a descansar después. La
hora, a partir de las 21.30.

Recuerda que todos, aquí, somos maestros. Todos somos capaces de enseñar y aprender.


Responde por el conducto habitual.


- Iré a la cena del día del Maestro.


- No puedo ir, y mira que me da rabia.


- Mi actual pareja irá conmigo.


- O no tengo o la dejo en casita.


Me quedé mirando la circular con ojo cítrico y avizor. Y mientras me preguntaba en qué tamaño de copa servirían los huevos con chorizo, me di cuenta de lo complejo de la situación. ¿Responde por el conducto habitual...? ¿Qué querría decir mi jefe con esta afirmación...? Repasé mentalmente todos mis conductos habituales. El auditivo, el lagrimal, el nasal, la uretra y el intestino. Y me asaltaron miles de preguntas, a cual más profunda y poco esclarecedora. ¿El papel es soluble? ¿Por qué la circular no es redonda? ¿A cuál de todos mis conductos se estará refiriendo el jefe? ¿Cuánta celulosa puede contener una circular rectangular? ¿A qué sabe el papel?

Agobiada y sin resuello, le mandé una nota a mi coordinador. "¿Qué conducto vas a usar tú... ? " Seguro que le dio vergüenza decirme la verdad, porque al cabo de un rato pasó por mi ventana riendo y desapareció por el patio. Y allí me quedé yo. Rodeada de treinta niños silvestres, con la circular rectangular en la mano y pensando, por una vez, qué hacer. Debido a mi escasa y prominente sagacidad, hallé una solución rápida y efectiva. Cogí un bolígrafo, me senté en mi mesa y escribí lo siguiente de mi puño y letra. Pero con la mano...

"La cena del Maestro, o la tengo o me quedo en casita. Y mira que me da rabia..."

Qué frase tan sencilla y elegante. Seguro que cuando al jefe le llegue mi respuesta me va a ascender. Aunque todavía no sé a dónde. Total que aquí estoy. Con la circular entera, la respuesta escrita y pendiente de elegir un conducto habitual... Y estoy desesperada. Porque la circular no me cabe en la nariz, ni en la oreja... ¡Y mucho menos me entra por los ojos...! Así que no me va a quedar otro remedio que...

No sé... A lo mejor no le gusta mi respuesta...

martes, 18 de agosto de 2009

Aventura en Fuerteventura (I)

Como iba diciendo, necesitaba estar sola.



Así que invité a mi hermana Patricia. Ella, a su vez, invitó a su hija Raquel. Para no ser menos, yo invité a mi hija Adriana. Y al final me salió un pastón. Pero qué más da... ¡Con tal de estar sola! Y nos fuimos las cuatro, solas, pero bien acompañadas, en busca de nuevas soledades que compartir.

Llegamos al aeropuerto tempranito. Por si el avión salía a su hora. ¡Nunca se sabe...! ¡Más vale pájaro en mano que ciento volando! Aunque no sé si en el aeropuerto de Las Palmas caben cien aviones... En el cielo desde luego que sí. Pero en la pista me parece que se atascarían... Lo que si cabía en mi mano era nuestro avión. De lo pequeñito que era. ¡Pero si parecía un helicóptero! Y como fuimos caminando, sin guagua y ni siquiera un autobús, de tan entretenidas que íbamos con nuestras soledades ¡casi nos lo pasamos de largo pensando que era un adorno!

Menos mal que por un lado el avión tenía escrito "Islas" en letras verdes. ¡Porque el nombre de las siete no cabía...! Y gracias a esa valiosa información nos dimos cuenta de que el avionazo de al lado no era el nuestro. Menos mal, porque las islas "Lufthansa" no me suenan... Yo me puse muy contenta. Cuanto más pequeño fuera nuestro avión ¡menos gente habría! Y de eso se trataba. Sólo recé para que cupiera el piloto. Y así, mientras elegía entre una oración o una plegaria, me dispuse a subir al avión por una escalerilla con alfombrilla roja, que todavía no he descubierto qué simbolizaba.

A partir de ese momento todo fueron reverencias. La gente entraba agachando la cabeza y retorciendo la espalda. Qué manera tan curiosa de saludar. Hay que ver lo educados que somos en Canarias ¡Y yo no iba a ser menos! Me doblé cuanto puede y así, de medio lado, mirando al suelo y procurando no chocar con las cabezas que salían de los asientos, logré llegar al centro del pasillo. ¡Y sin ninguna dificultad! Allí me esperaba la azafata que cabía, la cual, alegremente y sin tacones, me señaló con la mirada un sillín un poco más allá. Tampoco cabían palabras, así que, a base de miradas, nos fuimos sentando en los sillines y poco a poco todo volvió a la normalidad.

Ya por fin no había minucias. Atrás quedó la escalerilla, la ventanilla, el pasillo, la alfombrilla y el sillín. Y allí estaba yo, en un avión, sentada a presión e intentando atarme el cinturón. ¡Qué situación tan superlativa! La azafata, con media sonrisa, se puso a bailar un baile nuevo, y yo, con el rabo del ojo que me quedaba sin tapar por el asiento de alante, puede darme cuenta de que el sillín delantero estaba ocupado por ¡un abuelo y su fabulosa nieta!

La niña era absolutamente angelical, de ojos rubios y pelo azul, cual princesa del mejor cuento de hadas. Jéssica. Así se llamaba el caramelito. Lo supe porque su abuela estaba sentada cinco o seis sillines más atrás. No lo sé exactamente porque no me cabía la cara de perfil y no podía darme la vuelta. Pero seguro que estaba lejos. Lo intuí por la conversación privada que mantuvieron durante todo el vuelo:

- ¡JESSICAAA!¡SIÉNTATEEE!
- ¡ABUELAAA VEN CONMIGOOO!
- ¡NO ME PUEDO MOVEER! ¡QUÉDATE SENTADA! ¡JESSICA NO GRITEEES!
- ¡ABUELAAAA! LEVÁNTATE QUE NO TE VEOOO!
- ¡JESSICA, NO TE SUBAS A LA SILLA QUE MOLESTAS A LA SEÑORA DE ATRÁAAS!
- ¡JESSICA NO LLOREEEES! ¡NO GRITEEEES! ¡QUE ESTÁS MOLESTANDOOO!
- JESSICA, ¿QUÉ ES ESE PALO QUE TIENES EN LA MANOOO? NOOO! NO LO TIREES!

Fíjense qué chiquitito el avión ¡que era hasta desmontable! Lo supe cuando me llegó un reposabrazos directo a la cabeza. Como pude y contorsionando mi cuerpo hasta lo indecible, recogí la pieza del suelo y se la entregué al abuelo de la niña que tenía cara de ser experto en bricolaje, porque en un pis pas recolocó el reposabrazos en su sitio sin necesidad de pegamento. Lo que no entendí, y todavía no entiendo, es por qué todo el mundo me miraba a mí con cara de pena. ¡Como si el avión fuera mío! Qué más daba que Jéssica quisiera jugar con el reposabrazos. ¡Lo importante era que no se fijara en las hélices! Si es que eran dos...

En fin, que así empezó mi viaje a Fuerteventura. Hoy me quedo en el avión. Porque de aquí a que podamos salir todos, va a pasar un buen rato. Por la descompresión... Pero les adelanto que ahora es cuando realmente empieza la verdadera aventura. ¡Cuántas sorpresas nos estaban esperando! Sobre todo cuando nos enteramos de que Fuerteventura ¡no era una isla desierta...!

Continuará...

viernes, 31 de julio de 2009

El verano de Zafferano

Qué bien. Ya ha pasado la mitad del verano y yo sin darme cuenta.



Eso quiere decir que me lo estoy pasando bien. Porque de lo contrario estaría sufriendo... Y cuando se sufre, el tiempo pasa más despacio. Como casi todo el año. Menos los lunes. Que son eternos.

En este tiempo de asueto, me he convertido en una mujer hiperpasiva. ¡Ya era hora! ¡Pensé que nunca me iba a tocar...! Así que, todas las mañanas, me levanto y recuerdo el famoso refrán: "No dejes para hoy lo que no puedas hacer mañana". Y eso es lo que hago. Nada. Total... Como no tiene remedio...

La terracita ya está cogiendo color. ¡No hay nada como el verano para que las plantas prosperen! Ya tengo: mosca blanca, oruga verde, araña roja y pulgón negro. Y no sé si me falta algún otro color. Pero el conjunto queda muy estético...

Además, me he comprado una mesita y dos sillas. Sólo me siento en una... Pero por si acaso... Son una monada, de hierro negro y muy ligeras. Las coloqué debajo de la pérgola de la terraza, que es donde único da la sombra por la mañana. Y como el techo de la pérgola es de plástico transparente, a partir de las dos de la tarde las sillas negras alcanzan una temperatura mínima de 80 grados celtíberos. Por lo que he optado por seguir sentada en el suelo que es más sano y más barato.

Eso sí, a las tres de la mañana se está de maravilla. Te puedes sentar en cualquiera de las dos sillas. ¡E incluso se puede tocar la mesa! Por eso, a veces, adelanto un poco el desayuno solamente por el placer de comer en la terraza. Y con la luz encendida...

Del resto bien. A principio de mes, para afianzar mi estado de hiperpasividad, me fui unos días a Fuerteventura. A un hotel alejado del mundo, de la civilización y de las plagas fitosanitarias. Y allí estuve unos días, desonectada y fecunda. Pero eso lo contaré en mi próximo post: "Aventura en Fuerteventura". Que escribiré cuando me pueda sentar en mis sillas nuevas...

Ahora me voy. Me reclama una nueva plaga: El hongo de la Roya. De cuya rima no quiero acordarme...

¡Besos a todos y feliz verano!

domingo, 24 de mayo de 2009

En blanco y negro

¡Hay que ver qué pronto pasa el tiempo matando mosca blanca!




Para mí que habían pasado solamente un par de meses. Pero contando y recontando ¡llevo ya sesenta días! ¡Qué barbaridad! Y redondeando, que si no...

Con la mosca blanca lo he intentado casi todo. Agua y jabón, infusión de tabaco, pegatinas amarillas. Planté romero, tomillo y lavándula, que dicen que la espantan. Y sucumbieron en el intento. Las enterré discretamente en su propio macetero... Un día usé la aspiradora. ¡Magnífico! Le daba un suave toque a las plantas y cuando se formaba una nube de bichitos blancos los aspiraba sin piedad. Fue tanto lo que me gustó que lo intenté con todas las macetas. ¡Qué entretenido! Hasta que aspiré las petunias del murete y, ante mi mirada horrorizada, de mi planta más vistosa sólo quedó un tronco y un par de hojillas despelujadas. ¡Pero las flores eran blancas...! ¡Así que muy desencaminada no iba...!

No me di por vencida... ¡El "caldo bordelés" era la mejor solución! ¡Lo decían todos! ¿Pero qué era un "caldo bordelés"? ¿Qué ingredientes llevaba? ¿Cuál era la formula mágica que me iba a librar de una vez por todas de la mosca blanca? Me puse a pensar. Y no en vano... Sino en el sofá. Como siempre. Y rápidamente llegué a una acertada conclusión. ¡Sopa de sobre! Mira que son originales los que se dedican a la jardinería... Caldo bordelés... Qué finos...

Así que elegí un caldo de pollo sin fideos. Y cuando lo tuve listo lo introduje en mi pulverizador fucsia. Frío... No se vayan a creer... Y al anochecer, como buena jardinera que soy, les di un baño a mis plantitas con todo el caldo bordelés de pollo Maggi. ¡Mejor veneno no creo que haya...! No me dejé ni una gota. Las mojé por todas partes. En el haz, en el envés, por encima de la hoja y por debajo también. Quedaron preciosas. Y me acosté rezando un cántico por las moscas blancas que quedarían definitivamente aniquiladas esa misma noche.

A la mañana siguiente me levanté al alba para ver el resultado de mi caldo bordelés. El sol estaba alto y mis plantas refulgían pegajosas en la terraza. Me acerqué sigilosamente, inspeccioné el hibisco y para mi sorpresa ¡las moscas seguían allí! ¡Y mucho más gordas! Algo había fallado en mi receta de cocina. ¡A lo mejor es que tenían que ser dos sobres...! ¡O es que no le puse sal...! No sé. Pero no importa. ¡No me vencerá una mosca blanca! ¡Y una plaga de ellas menos! Creo...

Me queda un único consuelo. Las cagaditas de estos simpáticos bichitos forman un hongo en las hojas de las plantas que se llama roya negra o negrilla. Yo siempre había pensado que se decía roña... O roñilla... Pues no, resulta que es roya. ¡Lo que se aprende cada día...! ¡Y yo llamando roñoso a mi jefe cuando en realidad es royoso! Mayana se lo digo. Y me disculpo... No sé si sabrá perdonarme, porque siendo maestra estos errores no se pueden cometer. De ahora en adelante me dedicaré a llamar royoso a todo el mundo. Para enmendar mis faltas. Aunque este ayo no he faltado casi nada...

Total, que entre la mosca blanca y la roya negra tengo una terraza verde en blanco y negro. Bueno... también son colores relajantes... ¡No como el rojo! Sólo espero no sufrir el ataque de la araya roja, que si no... En fin, que mi último método ecológico al respecto ha sido sentarme al sol con dos zapatillas en la mano y un sombrero en la cabeza, y cada vez que a una mosca blanca se le ocurre pasar por delante de mí...¡la aplasto! A este paso terminaré pronto con mi problema y lo mejor de todo es que ¡no contamina! Aunque si las moscas siguen engordando tanto tendré que plantearme usar un 38.

Mientras mataba mosca blanca, mi hija se fue a Miami. Lo contaré otro día. La gripe no se la trajo. ¡Menos mal! Y es que la mosca blanca, la roya negra, el fin de curso y la gripe aviar son demasiada plaga para un cuerpo tan endeble y contrahecho como el mío. Ya lo dice el dicho: ¡A perro flaco todos son plagas! Así que estoy pensando hacer una dieta rica en chocolate. A ver si engordando me libro de un par de ellas. ¡Que ya está bien!

Termino ya con mis avances, experimentos, conocimientos y demás sabidurías de botánicas y moscas de colores y me despido hasta la próxima, esperando aprender a contar de una vez por todas los días, para que no se me vuelva a pasar tan rápido el tiempo. Un beso grande a todos.

lunes, 23 de marzo de 2009

The Love Boat

¡Menos mal que ha dejado de llover un poco...!



Ha caído tanta agua en las últimas semanas... Y lo extraño es que esta isla sigue a flote. ¡Y las demás también! Espectacular... Con razón las llaman Afortunadas... Aunque estoy segura de que si nos pusiéramos a saltar todos juntos terminarían hundiéndose. Porque entre el agua que chupan del mar y la que cae del cielo tienen que tener sobrepeso. Sólo espero que a nadie se le ocurra dar la orden... Yo, por si acaso, vivo en alto. Por si se hunden los bordes... De todas formas no les viene mal pesar un poco. Para que no se las lleve la corriente...

Recuerdo una vez que fui a Las Palmas. En barco. El mar estaba echado. Como un verdadero plato. Y de repente llegó, nada más y nada menos ¡que mi ex vecino de enfrente! Entró cargado de gracia y belleza y, como quién no quiere la cosa ¡se me sentó al lado! No podía pedir más. ¡Ochenta minutos con un bellezón solo para mí! ¡Y atado al asiento! Neptuno estaba conmigo aquel día, que si no... Todos los dioses del Olimpo me protegían aquella tarde. No quedaba otra explicación. Con todos los asientos libres que había y lo grande que era el barco ¡se había sentado conmigo! Y con mi hija... Pero mi hija tenía los auriculares puestos. O sea que...

Con gran disimulo saqué el espejito del bolso y, agachándome de manera elegante y displicente, me eché un rápido vistazo. El rizo de la izquierda estaba bien colocado. La boca estaba en su sitio y las pecas seguían en la nariz. ¡Qué suerte! Reunía las condiciones óptimas para una travesía romántica. ¡No sabía mi ex vecino con quién se había sentado! A partir de ese día ya no sería el mismo. Tenía tiempo suficiente como para embrujarlo, arrebatarlo, atraerlo, embelesarlo, seducirlo, cautivarlo, fascinarlo y todos los arlos, erlos e irlos que uno pueda imaginar.

Así que lo recibí con un discreto "¡Hooooooolaa!" Tras lo cual empecé a pensar cuál de mis famosas artimañas utilizaría en aquel momento. Mientras pensaba y pensaba y no me decidía, noté cómo los motores del barco se ponían en marcha. Y fue entonces cuando se me ocurrió mirar por la ventanilla... Se conoce que no había llovido aquel verano, la tierra estaba seca y no pesaba. Lo cierto es que la isla empezó a moverse como diablo que se lleva la corriente. Subía, bajaba, se retorcía, el muelle aparecía y desaparecía como por arte de magia. Las nubes bailaban, las montañas giraban, las casas se agitaban ¡Todo se movía en aquella maldita isla!

Empecé a sentir cómo el cabello se me alisaba, el cuerpo me abandonaba y la piel se me iba poniendo de un extraño color verde que no sé reproducir. Yo creo que me quedé hasta sin pecas. Miré de reojo a mi hija. Estaba hecha a mi imagen y semejanza... Miré de soslayo a mi compañero de viaje, que, amablemente, sacó una bolsita del asiento y me la puso, como pudo, en la mano. El barco seguía anclado. Pero no importó. Dana y yo compartimos la bolsita como buenas amigas. Qué menos... Primero yo, después ella, otra vez yo. Y así...

Hasta que terminamos. Y nos quedamos deshechas, rotas, aniquiladas, tiradas en el asiento como dos muñecos de trapo. En silencio. A mi ex vecino tampoco se le oía. Sólo intuía su presencia. Silente. Hasta que la corriente se llevó a Tenerife. Y la vi cada vez más lejos. Moviéndose y saltando como si estuviera poseída. El resto del viaje me lo pasé en babia. Pegada al asiento mientras una lágrima de indignación rodaba por mi mejilla sin llegar a caer nunca a ningún lado. Quejándome. Inmóvil. Los ochenta minutos se me hicieron eternos. Yo creo que fueron ciento diez. Y por fin vi a lo lejos Gran Canaria. Que se acercaba a ritmo de salsa.

Nunca hablé con mi ex vecino. Ni siquiera lo miré. Tardé días en recuperarme de ese viaje y todavía hoy, mientras escribo, siento un cierto no sé qué que no me gusta. ¡Y todo por culpa de la sequía! Desde entonces sólo viajo cuando llueve. Para que a la isla no la mueva la corriente.

domingo, 15 de marzo de 2009

Una visita inesperada

A Valentina con todo mi cariño

Cuando tocaron a mi casa aquella noche, nunca pensé que podría ser Valentina.



Hasta que abrí la puerta... Supe que era ella porque tenía la mano apoyada en el timbre. Y a su lado, una gran maleta verde. ¡Valentina! ¡Mi becaria del curso pasado! No lo entiendo... ¿Cómo puede haber vuelto Valentina a esta casa con lo mal que cocino? Se conoce que he mejorado con el tiempo... Que si no...

A partir de entonces llevo dos semanas contando Valentinas. Yo creo que vinieron por lo menos dieciséis... Cuando iba a la cocina, allí estaba Valentina que tenía hambre. Si quería usar mi baño, dentro había una Valentina peinándose. Cuando iba a sentarme en el sofá no podía. Porque una Valentina estaba usando su portátil allí. Si quería entrar en el baño de mi hija me encontraba a otra Valentina cepillándose los dientes. ¡Había Valentinas hasta en mi habitación! Si me sentaba al ordenador, aparecía una Valentina en mi cama y me preguntaba que qué estaba haciendo.

Si me subía al coche, allí estaba Valentina, de copiloto. Cuando me despertaba por la mañana, Valentina estaba preparada para desayunar. Y cuando salía del colegio había una Valentina en la esquina de mi casa esperándome para dar una vuelta. Si iba a comprar el pan me encontraba a Valentina en la tienda. ¡Pero si hasta había una Valentina en el colegio! ¡Estaba rodeada! ¡Era como la multiplicación de los panes y los peces! Pero en Valentinas... No podía dar un paso sin encontrarme con una. Un día probé a ir a la farmacia. A ver si allí no había... Pero me encontré a una Valentina con dolor de garganta. Así que tuve que volver a la farmacia tres veces seguidas porque no daba con el medicamento idóneo. Hasta que la farmacéutica se enfadó y le dio una caja de aspirinas...

Al final no me salieron las cuentas, nunca supe cuántas fueron. Todavía no me explico de dónde salieron tantas Valentinas. ¡Y no sé cómo se las arreglaron para dormir todas juntas! Tendré que plantearme comprarme una casa mayor. Para cuando vuelvan... Lo cierto es que fui con una de ellas a comprar semillas para su padre. Así que me dejé llevar y compré unas cuantas plantas para mí. De forma compulsiva. Lo reconozco... Dos hortensias, seis geranios, cinco petunias, un hibiscus, cinco crisantemos de colores, dos geranios más de una variedad desconocida, una gardenia y siete plantas más que no sé cómo se llaman. Cien litros de tierra en bolsas de veinte cada una, cuatro jardineras y cuatro macetones. Y por último, ¡un biombo de madera para que se enrede la buganvilla que pronto compraré!

Teniendo en cuenta que mi casa no tiene ni siquiera un balcón, no me quedó otro remedio que llevármelo todo a casa de mi no pareja, que tiene un ático. O tenía. Antes de la invasión... Y así me he pasado el fin de semana. Haciendo lo que más me gusta. O casi... Estar con las plantas. Que por lo menos no hablan. Y he dejado la terraza hecha una flor... Y lo que me queda...

En fin, que Valentina ya se fue. Lo noto porque estoy aquí escribiendo. Y por fin he empezado mi aventura como jardinera. Cuando tenga mi primera plaga de mosca blanca ya avisaré. Y me siento muy feliz.

Mi madre siempre decía que hay que poner los pies en la tierra. Yo prefiero poner las manos...

jueves, 26 de febrero de 2009

Los carnavales de antaño

Recuerdo los carnavales de antaño...




"Antaño" es realmente una palabra deliciosa. Porque no se refiere a nada. Me gusta por eso. Antaño pudo ser hace tres años. O cinco. O diez. Con decir antaño las veces que quieras, tienes. Nadie se va a enterar de cuál es la fecha. Puedes decir nací antaño... Tuve una hija antaño... Empecé a trabajar antaño... Fui a la playa antaño... Y con tantas cosas que has hecho ¡sólo han pasado cuatro antaños! ¡Fantástico! Como ahora. Que voy a contar lo que me pasó hace treinta años ¡y nadie se va a enterar! Menos mal que hay palabras que quitan edad. Que si no...

Pues como iba diciendo, recuerdo los carnavales de antaño. ¡Hace nada...! Total... Yo tenía unos cuantos antaños menos. Pero no se notaba... Empezaba mis estudios en la Universidad de La Laguna. Vivía en un pisito alquilado en el centro de la ciudad. Y como la beca no me daba, busqué a cinco más para compartir. El piso... Total que éramos seis. Si las cuentas no me fallan... Y vivíamos en paz y armonía como buenas chicas de antaño. Menos una. Que quería ser enfermera. Y comía croissants para desayunar. ¡Con lo buena que estaba la leche en polvo con un poco de agua por las mañanas!

Total que no me entendía con la enfermera. Porque yo estudiaba filología inglesa y no había llegado al vocabulario médico aún. Pero con las otras cuatro fue distinto. Nos sentamos en la cocina y empezamos a hacer buenas migas. Con lo laborioso que es el plato... Y así estuvimos, haciendo migas durante los cinco años que duraron los estudios. Acabamos la carrera siendo expertas, pero eso fue antaño, porque ya no lo recuerdo... Y haciendo buenas migas llegaron también los carnavales.

La enfermera se quedó comiendo croissants. Y nosotras, con nuestro gran presupuesto, ideamos los disfraces. Iríamos todas iguales. Vestidas de trogloditas. ¡Qué sexi! ¡Y qué cómodo! Después de mucho pensar y hacer cuentas encontramos el disfraz de troglodita ideal. Se componía de cuatro elementos básicos: cabeza, tronco, extremidades ¡y un hueso de plástico para cada una! Para no confundirnos nos colocamos el hueso en sitios distintos. En el pelo, de collar, de broche... A mí me tocó colgando de la oreja. No podía pedir más. ¡Mi cuerpo y mi cara de antaño y un hueso blancuzco en la oreja!

Y así bajamos, como verdaderas cavernícolas, al carnaval de Santa Cruz. Era tanta la gente que corrimos el riesgo de perdernos más de una vez. Pero gracias a nuestro distintivo nos reconocíamos entre la multitud. Hasta que los huesos salieron volando... Los pisaron, los patearon, los aplastaron, los perdieron. Y en un míralo y vete nos quedamos sin disfraz. ¡Menos mal que nos quedaba el resto! Cabeza, tronco y extremidades seguían es su sitio. No sabíamos hasta cuándo. Así que decidimos bailar una conga. Para agarrarnos bien y no perder ninguna parte de nosotras.

¡Qué bonita la conga! No se sabía dónde empezaba. Ni en qué parte de la ciudad acababa. Era una fila inmensa de gente agarrada por la cintura que iba avanzando a paso saltarín hacia no se sabe dónde. Y nos unimos a la fiesta. Por encima de la música de los altavoces sobresalía la voz de la gente cantando: "La conga de Jalisco, ya viene caminando, la conga de Jalisco, ya viene caminando". Y todo el mundo marchando al compás de la canción, levantando primero una pierna, después la otra. Y así sucesivamente. ¡Qué divertido!

Yo era la última de mi grupo. No lo sabía. Y me daba lo mismo. Todos éramos iguales en aquel momento. Unidos por la música y el baile como verdaderos hermanos. Qué experiencia tan mística. No importaba nada. ¡Sólo llegar a Jalisco! Hasta que me di cuenta de que la persona que tenía detrás ¡no se sabía la letra! Decía algo así como: "La gonga de Galisho ya biene gabinaddo". ¿Gabinaddo? ¡Pero a dónde íbamos a llegar gabinaddo! ¿Se había vuelto loco el de atrás? Así que me di la vuelta para enseñarle la canción. Era un hombre grande, con un abrigo negro. El abrigo estaba abierto. Y de él salía una enorme conga directa a mi trasero. ¡A mi trasero! ¡Pero si llevaba más de una hora bailando con aquel ser pegado a mí!



Qué extraño disfraz. Me dije a mí misma... ¡A lo mejor perdió el resto en la refriega! Pero al ver su empeño en volver a tomar posiciones y harta de tanto desafino, lo mandé al Jalisco sin ningún miramiento. La pena es que al separarme de él tan bruscamente, la cadena se rompió y la gente empezó a correr de un lado a otro, dejando al hombretón en el centro. Pasando frío en la conga. Pobre...

Nunca volví a los carnavales de antaño. A ésos no. A los del antaño siguiente me parece que sí. De vez en cuando me acuerdo del hombre del abrigo. ¿Se habrá aprendido la letra de la conga ya? ¿Habrá logrado llegar a Jalisco gabinaddo? ¿Habrá descubierto que en la conga sólo se levantan las piernas? Y lo más importante ¿habrá logrado superar su complejo de conguito? Nunca lo sabré. Es lo que pasa con las cosas de antaño...

martes, 17 de febrero de 2009

El refranero español: un gran desconocido

Gracias al refranero español disfrutamos de una vida en verso.



Y yo me pregunto: ¿Quién será este ser tan misterioso capaz de regir nuestros destinos? Por mucho que investigue no logro dar con su nombre. ¡Ni siquiera un apellido! Pero tiene que ser una persona excepcional. ¡Porque si ha podido conseguir el título...! Refranero español... ¡Qué bonita profesión! Es como el cocinero del reino. Pero sin calderos.

La única pista que tengo del señor refranero es que es español. O por lo menos tiene la nacionalidad... Menos mal. Porque de haber sido inglés ¡a ver cómo pronunciamos los refranes! De todas formas ser refranero es un puesto de mucha responsabilidad. Te inventas un refrán y todo el mundo te hace caso. ¡Hasta las nubes! Llega abril ¡y todas a llover! Te regalan un caballo y no le miras el diente. ¡Y hasta los peces mueren casi todos por la boca! Hay que ver... Qué influencia tiene este hombre...

Estoy deseando conocerlo. Para poder echarle en cara un trabajito suyo. ¡Pero a quién se le ocurre inventarse que a quien madruga Dios le ayuda! ¡Así nos va! Madrugando todos los días por culpa del refranero. Y Dios haciéndose el loco. O será que no entiende español... O que somos muchos madrugando... Pues si es así ¡yo me doy de baja del refrán! Total... Y me apunto al de "Quien mal anda, mal acaba". Que no me afecta. Porque tengo coche.

También le voy a decir que hay alguna que otra errata en sus refranes. Y que corrija el de "Quien se pica es porque ajos come". Porque los ajos, que yo sepa, no tienen espinas. En Canarias por lo menos no... No sé, puede poner ortigas, rosas... ¡pero ajos...! A quién se le ocurre. O el "Ande yo caliente, ríase la gente". Es una verdadera provocación. ¿Pero no se da cuenta el señor refranero que si la gente se ríe cuando estoy caliente, más caliente me voy a poner? Es de sentido común... Y es que los refranes hay que hacerlos a conciencia. Siempre a favor de la comunidad. Que para eso pagamos impuestos. Con lo fácil que nos resultaría la vida con un "A Dios rogando y con el mazo dando". Que seguro que nos oye a la primera...

En fin, que en mi próxima vida quiero ser refranero. Y si es español, mejor. Para entenderme... Haré un retiro en el Tíbet. Renovaré la lista de refranes. Aboliré el "A quien madruga" ¡Y reinstauraré la República!

Y todo por no poner el despertador a las siete... ¡Dichoso refranero...!

lunes, 9 de febrero de 2009

Una reunión muy hogareña

Desde luego... No hay nada como vivir para aprender.

Cuando volví de Sevilla me llamó mi amiga Mónica. Quería que nos viéramos el sábado para cenar, celebrar mi cumpleaños y arreglar el mundo. Aunque mi cumpleaños había sido la semana anterior, cenar se me da muy bien. Así que acepté rápidamente. Y el sábado, a la hora convenida, estaba lista para darle un repasón al mundo. Que falta le hace...

Mónica es suiza. Pero no como una vaca... Así que a las diez y algo, puntual como un reloj, pasó a buscarme por casa. Yo llevaba un rato esperando. Porque por mi reloj habíamos quedado a las nueve y media. Pero en lo que me entretuve contando estrellas, el tiempo pasó volando. Y en menos de lo que canta un periquete, ya estaba subiéndome al coche de mi amiga. A partir de aquel instante... ¡la noche nunca volvió a ser la misma!

Mónica había reservado mesa en un restaurante nuevo. En Guamasa. Me encantan los restaurantes nuevos. Sobre todo si no los conozco. Así que, como estábamos cerca de su casa, pasamos un momento para ver las reformas que había hecho. Bajamos del coche, abrimos la puerta y... ¡SORPRESA! ¡Un globo azul! ¡Y volando!


Algo extraño estaba pasando... ¡Cómo podía volar un globo si allí dentro no hacía viento! Pero ahí no acababa la cosa. Muchos más globos empezaron a volar y un montón de gente empezó a gritar: "¡Felicidades! ¡Felicidades!" ¡Pues sí que habían gustado las reformas de Mónica! El susto fue tan grande que casi se me salen las lágrimas. Así que me di la vuelta y me puse a llorar. Y cuando me repuse, me uní al grupo y empecé a gritar yo también: ¡Felicidades! ¡Felicidades! Cuando se encendieron las luces descubrí que eran todas mujeres. Lástima... Así que le di un beso a todas, les pregunté si las reformas eran de su agrado y me dispuse a comer de una mesa que había en la esquina. Todavía me andaba preguntando a qué se debía tanto alboroto, cuando apareció una chica con una maleta y una mesa plegable. ¡Era una reunión de tupper!



Hay que ver lo moderna que está la industria. Y cómo han cambiado los utensilios con el tiempo... Los tupper eran estupendos. Los había de todos los colores y tamaños. ¡Y con formas deliciosas y aerodinámicas! Y hasta traían algún que otro ingrediente. Como la pasta kamasutra, el huevo del amor o aceites, geles y cremas de todos los sabores. ¡Incluso había plumeros para limpiar la cocina! Y un coqueto lápiz de labios que vibraba. Y se llamaba Cuco. Para cuando terminas de cocinar y te quieres poner guapa... En fin, que había de todo. Bolas y collares, ropita interior de lo más mona, algún látigo para cuando pierdes la paciencia, antifaces para los carnavales que ya vienen. Y así... Estaba yo muy entretenida averiguando el uso de un tupper llamado "Dildo el monarca" cuando, de repente, apareció... ¡un lindo marinerito!

¿Pero qué hacía un marinero en una reunión de tupper? ¿Será verdad eso de que en cada puerto tienen una mujer? Pues éste venía a buscar la suya. Seguro. Pero me da que no la vio. Porque salió disparado hacia mí como si me conociera de toda la vida. Yo intenté escapar, pero detrás de mí había una pared reformada. Así que el brasileriño me cogió de la mano y me arrastró al centro de la sala. Intenté tragar la tortilla para decirle que yo no era Ella. Pero sólo me salió "¡Meu Deu!" Y al segundo siguiente me vi atrapada por una masa de músculos y condecoraciones. No había escapatoria alguna. Más tiesa que una escoba di unos cuantos pasos de baile. Bailé cariacontecida, como debe ser..., La muerte del Cisne, una polka y un tango. Me pareció ver que la gente se reía. Hasta creí oír algunas carcajadas. ¡Qué contentas estaban todas! La reunión de tupper estaba siendo un exitazo. ¡Y menos mal que estaba yo! Amenizando la velada...



En fin, que cuando el marinerito se empeñó en que me sentara, la poca paciencia que me quedaba se esfumó. ¡Pero por qué tenía que sentarme si se bebe de pie! Yo creo que quería hipnotizarme, porque empezó a hacer unos extraños movimientos con los brazos y las piernas mientras se pegaba cada vez más a mí. Y casi lo logra, pero gracias a mi potente autocontrol, me levanté como gato que pierde la cola y en un arranque de generosidad se lo cedí al resto de mujeres. ¡Que casi se lo comen! Pues yo prefiero los canapés...



Total que el pobre chico entró en calor. O alguien le sugirió que la ropa resultaba algo indigesta... Y como quien no quiere la cosa terminó bailando con un taparrabos. El taparrabos era de mala calidad. Porque se mantenía colgado de un palo que el chico llevaba entre las piernas. ¡Y gracias al palo! Que si no... ¡A ver quién es la lista que le devuelve el taparrabos todo pisado!



La reunión fue muy instructiva y divertida. Ya sé cuántas clases de tupper existen hoy en día. Me compré unos cuantos y los usaré desde que pueda. Será un placer. Al marinerito brasileiro lo mandé a comprarse un uniforme nuevo, porque el suyo quedó para el arrastre. Y eso sí, las reformas no llegué a verlas nunca. Tendré que volver un día de estos para dar mi visto bueno. Y a todos ustedes, anímense, hagan reuniones de tupper. ¡Se van a sorprender!

PD.- A Dana, mi niña: Eres la mejor... Sé cuánto te costó organizar todo esto para mí, pero lograste tu objetivo. Nunca, y digo nunca, me olvidaré de este cumpleaños... ¡Gracias!

viernes, 30 de enero de 2009

Sevilla me queda al Norte

Desde luego, viajar a Sevilla ha sido fantástico. ¡No conozco otra Sevilla igual!



Como se puede apreciar en la foto, Sevilla tiene un TAV. Tren de alta velocidad. O tranvía... Aunque todo el mundo viaja en bici. Menos los que salimos en la foto. Que no tenemos tique. Yo estoy especialmente contenta porque una señora acaba de leerme la mano y me ha dicho que la tengo limpia. Menos mal... ¡Anda que si me llega a encontrar una chuleta! Y como premio me ha vendido una rama de romero. ¡A precio de ganga! Aunque yo no pienso cocinar estos días. Que para algo estoy de vacaciones.



Además del modernísimo TAV, Sevilla tiene muchas torres. La Giralda, la del Oro y la de Pisa. Entre muchas otras... Pero como son torres tan altas y torcidas no caben en la foto. Y sólo se me ve a mí que soy normal. A mis pies, una alcantarilla de Sevilla. Con reminiscencias árabes y moriscas. Una verdadera joya de la arquitectura grecorromana. Yo estoy especialmente contenta porque unos gorriones se acaban de hacer caca en mi abrigo. Así que, gracias a ellos, ya tengo traje de faralaes. ¡Y sin casi proponérmelo!



A la derecha, las murallas de Sevilla. Creo recordar... Y a la izquierda, una de sus famosas tascas con todos los platos a la vista. ¡Hay que ver lo bien que se come en Sevilla! Yo estoy especialmente contenta porque por fin voy a probar pescaito frito y chop suey de gambas. Al fondo, una de las pocas cuestas de la ciudad. Y me tocó a mí.



Adentrándonos en la Sevilla más salvaje podemos encontrar muchos parques y jardines. Como el de María Luisa, García Sanabria y Doñana. El de la foto no es ninguno de los tres. Pero tiene una fuente al fondo. La de Trevi. Yo estoy especialmente contenta porque por fin voy a poder tirar una moneda y pedir un deseo. Aunque tengo entendido que los deseos se piden en los pozos. Pero da igual. Así es más fácil recuperar la moneda.



No podía faltar en este reportaje la Sevilla monumental. Qué de monumentos hay en esta ciudad. Empezando por el Arco de Triunfo. Bajo el cual estoy haciendo guardia... Y terminando por el Puente de los Suspiros. Que cruza el río que pasa por debajo. Yo estoy especialmente seria porque estoy ensayando los suspiros que voy a dar cuando llegue al puente.



Pero señores... qué voy a decir yo de Sevilla...
¡Si Sevilla es para verla! Y enamorarse...


martes, 20 de enero de 2009

Milagros...

Cuando se me ocurrió quejarme de la espalda alguien me dijo:
-¡Pues tu vecina de enfrente hace milagros...!



Desde aquel día mi única obsesión fue conseguir un milagro para mí solita. ¿Qué forma tendría un milagro en la espalda? ¿Es que acaso me iban a salir alas? ¿Y de qué color serían? ¿Verdes tal vez? Decidí pedírselas de colorines, que van con todo. Así que me concentré en un nuevo problema. ¿Pero cómo duermen los ángeles? ¿Todo el tiempo vueltos para abajo? Porque de pie no puede ser... Aunque los pájaros no se quejan. Y nunca están cansados. Total que, perdida en éstos y otros profundos pensamientos, la semana pasada, por fin, coincidí con mi vecina en la escalera.

Como soy una persona clara y proclive, le dije sin ambages:
-¡Hola! Necesito un milagro en la espalda. ¿Tendrás un momento para verme?
-¡Naturalmente! - contestó - La consulta es de cuatro a siete. Te aviso desde que tenga un hueco.

¿De cuatro a siete...? ¡Fantástico! No sabía que los milagros se hicieran también por la tarde... En los huecos sueltos... Siempre pensé que tendrían horario de mañana. Y hasta las doce. Que es la hora del ángelus. Mejor así. Está claro que hay demanda de milagros, que si no... En fin, que se hacían milagros en la casa de enfrente ¡y yo sin enterarme! Hay que ver cómo es la gente. Qué calladito se lo tenían. La de loterías que se tienen que haber ganado... Aunque estoy convencida de que el milagro más grande lo llevamos dentro. Y no es el estómago...

Ayer por la mañana, cuando salí de casa, tenía un papelito pegado en la puerta. El papelito ponía: "Hola, soy Dinorah. Hoy a las 18:30 puedo verte en consulta. Trae ropa cómoda." Me quedé pensando un rato. ¿Cuál de todas las Dinorah que conozco sería...? Hasta que me di cuenta de la palabra "consulta". ¡Se trataba del milagro! ¡Por fin iba a enterarme de cómo duermen los ángeles! No me lo podía creer. Iba a ser la envidia del vecindario con mis nuevas alas de colorines. Así que por la tarde, cuando llegué a casa, me preparé para recibir mi propio milagro. Y a las seis y media me planté en la puerta de mi vecina dispuesta a aprender a volar.

Dinorah me recibió en un despacho muy acogedor. Perfecto para milagros. Y después de las preguntas de rigor, hizo que me tendiera en una camilla. Boca arriba. ¡Había llegado el gran momento! Cerré los ojos dócilmente, seguro que iba a recitar alguna letanía. O un conjuro mágico para hacer crecer las alas. Pero las únicas palabras que salieron de su boca fueron:
-¿Entonces,te has hecho alguna vez acupuntura...?

-¡Acupuntura! Ura-ura-ura-ura-ura...

La palabra sonó como un eco lejano y terrorífico en mi mente. Mi cuerpo se transformó en un trozo de madera, los dedos de los pies se clavaron en la camilla y mis manos adoptaron una postura bastante antinatural piediendo socorro. Creo que hasta se me cayó un mechón de pelo. Y del fondo de mi garganta surgió un potente alarido que fue perdiendo fuerza en el camino y salio por mi boca como un "Psssssssssss..." Abrí los ojos tan redondos como lunas. Y la imagen que vi me los cerró otra vez. Dinorah estaba de pie, a mi lado, con una dulce sonrisa.¡Y un bote de agujas gigantescas en la mano! ¿Pero quién habrá inventado las agujas? ¡Con lo bonitos que son los imperdibles!

Y allí estaba yo, tendida en una camilla y a punto de ser pinchada a la colchoneta como un insecto disecado. La dejé hacer. Digo yo que los milagros también cuestan... Y fue tanto lo que hizo, que me dejó como una muñeca vudú. ¡Qué clavada! Me puso agujas desde el centro de la cabeza hasta los tobillos. Pasando por la frente, el estómago y las muñecas... ¡Pues sí que cuestan los milagros! ¡Anda que como las alas no sean de mi agrado...! Después me dio la vuelta, me puso un paño ardiendo y me chupó la espalda. Con una ventosa. Qué buen método para sacar alas. Con una buena ventosa no hay ala que se resista. Me gustaría saber qué pasaría si me aplico las ventosas por delante... No sé... ¿Saldrán alas también? O qué...

Salí de la consulta como un colador, bastante relajada y con un bote de 200 pastillas que se llaman Xiao Yao Wan. Mira que hablan raro los ángeles... Total que estoy contenta. La espalda no me duele y las alas despuntarán de un momento a otro. El lunes vuelvo. A ver si me entero de cómo duermen los ángeles... Porque ayer, con la emoción, se me olvidó preguntar.

Y otro día les hablo de Sevilla...

domingo, 11 de enero de 2009

Reyes y demás celebraciones

Llevo unos días muy ocupada. Jugando.



Contra todo pronóstico el día de Reyes cayó un 6. Y martes... Justo a mitad de semana. Como los miércoles... Yo esperaba que este año cayera un jueves 8, para empatar con el fin de semana. Pero se conoce que los Reyes tenían prisa. Así que me fastidié, porque casi no me dio tiempo de disfrutar de mis regalos. A ver si el próximo año hay más suerte y llegan el 8, que si no...

A pesar de lo intempestivo de su llegada, los Reyes han sido muy generosos conmigo. Reconozco que me lo merezco, porque he estado todo el año portándome bien. Y no he faltado ni una vez al cole. Además, todos los días dejo que se me cuele un coche en los atascos. ¡Y eso no lo hace cualquiera! Así que mis buenas acciones han dado fruto. Contribuir al buen funcionamiento del tráfico es fundamental... Por tanto he decidido que este año voy a dejar que se me cuelen ¡por lo menos cinco! A ver qué pasa. Seguro que a los Reyes les va a encantar...

Total, que estoy muy contenta. En mi casa me han dejado muchas cosas, pero el juguete que más me gusta es el "Brain Training". Es una maquinita que mide tu edad cerebral. Y además, sirve para entrenar el brain... Que no sé lo que es. No entiendo por qué mi hija se lo pidió a los Reyes. A lo mejor fue porque el otro día, en la gasolinera, en vez de firmar el papel que me dio la dependienta, lo cogí rápidamente, hice una pelota con él y lo tiré a la basura. La dependienta y yo nos quedamos mirando en silencio. Fui a la papelera, desarrugué el papelito, lo firmé y ¡listo! Sólo se rieron cuatro... Los demás le dijeron a mi hija que me pidiera el "Brain Training" para Reyes.



Y qué alegría. Me he pasado horas jugando y los resultados han sido excelentes. ¡Mi edad cerebral es de 80 años! Y yo pensando que era una niña... ¡Hay que ver lo que he madurado sin darme cuenta...! Pero mi hija me supera. ¡Mi niña tiene una edad cerebral de 83! Estoy tan orgullosa... Está claro que de lo que se cría se mama. Si sigue así, cuando sea mayor, va a ser casi tan lista como yo. Aunque no creo que me supere... ¡Y en casa de mi no pareja me trajeron un portátil de verdad! Pero todavía no lo he usado. ¡Porque todo mi blog está en el ordenador antiguo...! Así que tendré que seguir escribiendo en el viejo. Si no encuentro otra solución...

Mi madre sí que fue previsora, no como los Reyes. Decidió tenerme un viernes 16 de enero. Buena fecha. Así que la semana que viene, como todos los viernes 16 de enero, será mi cumpleaños. Qué bien. Mi no pareja me ha regalado un viaje sorpresa. Es a una ciudad que empieza por "Sev-" y acaba en "-illa". Gracias a mi "Brain Training" y después de un buen rato de entrenamiento, creo que el viaje sorpresa va a ser a Sevilla. O por lo menos cerca... ¡Sevilla! ¡No me lo puedo creer! ¡Sevilla con su Feria de Enero! ¡Sevilla con su Giralda! La de ensaladas que voy a comer. Tomates con Giralda, lechuga con Giralda... Y hasta pan con Giralda si hace falta... En fin, que estoy más contenta que un Alcázar con la sorpresa de mi no pareja.



Total que por ahí andaré a partir del próximo jueves. Acepto encantada sugerencias. Para conocer mejor Sevilla... Y es posible que Córdoba también.

Disculpen mi poca actividad últimamente, tanto en respuesta a sus comentarios, actualizaciones y visitas a sus respectivos blogs, pero el "Brain Training" me tiene subyugada... Desde que logre llegar a una edad cerebral de 85 volveré con más brío. Mientras, ¡feliz cumpleaños a todos!

martes, 30 de diciembre de 2008

Las mujeres de mis vidas

Hay que ver lo que cuesta hacerse con una nueva vida. ¡Y cada año lo mismo...! Con lo bien que me fue siendo niña repelente, niña prodigio, incluso cuando fui niñata. Lo bien que lo pasé siendo jovenzuela y mujerzuela. Lo mucho que disfruté cuando fui mujer de su casa, mujer trabajadora, florero, independiente, mujer fatal, mujer de vida alegre... Y un largo etcétera que ya conté en su día. Pero faltaron unos años de mi vida que ahora mismo me dispongo a relatar.


Recuerdo el año que elegí ser señorita. Señorita de buen ver. ¡Fantástico! Lo primero que hice fue ir a una óptica. Compré gafas de todos los colores. Y así me pasé el año. Cambiándome de gafas y viendo como nadie. Estaba encantada con mi buen ver, hasta que me aburrí de tanta lente. Y al año siguiente me convertí en señorita de compañía. Ese año me lo pasé en grande. La de relaciones que tuve... ¡No paraba en casa de tanto acompañar! Que si cruzaba la calle a una ancianita, que si le daba la mano a un niño... Y así todo el tiempo.

Pero el año se acabó. Y me tocó ser señorita de alto standing. Lo primero que hice fue comprarme unos tacones. Y después aprendí inglés. Me pasé el año standing tan alto que a veces me daba vértigo. Hasta que mis pies se resistieron y decidí convertirme en señorita de buena presencia. Y allí estaba yo. Presentándome a todo el mundo con la mejor de mis sonrisas. No había acto benéfico o celebración altruista en los que faltara mi buena presencia. Fue agotador. Ese año adelgacé tanto que cuando me di cuenta me había convertido en señoritinga. ¡Qué debilidad! ¡Necesité un año para reponerme!

Hasta que se me metió en la cabeza ser dama... Ser dama es una experiencia alucinante. Empecé siendo damisela, para no llamar la atención. Pero pronto me convertí en dama de honor. Me pasaba el día dedicada a las más honorables causas. Yo qué sé, comía, dormía, paseaba, aba... Fue una experiencia tan relajante... Sintiendo estaba que se me terminara el año. Pero como nada es eterno, se me acabó la buena vida y de la noche a la mañana me convertí en dama de Shanghai. Ese año fue tremendo. ¡No me enteraba de nada! Cada vez que alguien me hablaba ¡me sonaba a chino! Menos mal que después me tocó ser damajuana. Fue tanto lo que bebí que terminé hecha un botijo. ¡Hay que ver lo que hace el agua y demás elementos nobles...!

El año siguiente me dejé de tonterías y me convertí en dama de las camelias. ¡Y de los camelios...! Y así me pasaba las horas. Montada en camelio de acá para allá. Hasta que un día una camelia se dio la vuelta, me enseñó los dientes y metió tal rugido ¡que me caí de las jorobas! Fue tan grande el susto que ipso facto me transformé en dama de hierro. Estuve todo el año tan rígida y estirada ¡que no me salió ni una arruga! Hasta que elegí ser dama de Elche. Me puse los cascos, unos cuantos collares y me pasé el año escuchando música. Hay que ver qué bien se pasa siendo dama de Elche. Nunca tuve frío en las orejas. ¡Pero el resto del cuerpo se me quedó petrificado...!


No quiero ni acordarme de cuando me tocó ser primera dama. Organicé todas las carreras que pude. De fondo, cien metros lisos, mariposa, obstáculos, empresariales, a caballo... En fin, todas las que ustedes puedan imaginar. Terminé agotada. Ese año fui siempre la primera. En acostarme. Porque del resto, nunca conseguí mis objetivos. Pero bueno, la vida es larga, así que algún día lo volveré a intentar. Y todavía me queda ser dama de noche, dama de negro, dama de Troya y unas cuantas damas más que no recuerdo. Este año, debido a mi múltiple y complicada personalidad, he decidido convertirme en damero. Qué bien. Me voy a pasar el año jugando. ¡A ver si conozco a un ajedrez! Mi media naranja. O mi medio tablero... Vaya usted a saber.

Mientras tanto ¡BUENOS DÍAS! ¡Que amanece un nuevo enero...!

lunes, 15 de diciembre de 2008

Mi afasia es mía (III)

Cuando se acerca el nifal de un mitrestre, piedro el troncol del lenguaje. Y en ésas ando...


Así que el viernes fui a ver a María, mi doctora. Y allí estuve, dos horas y media en un pasillo, pensando en la mejor frase para desearle felices fiestas. Y de paso contarle mis progresos... Fue tanto lo que pensé, que cuando me tocó entrar ¡ya no sabía a qué había ido! Pero en un arranque de soltura le dije con mi mejor sonrisa:

-¡Lefiz Vanidad, Ramía!

Le debió gustar. Porque en cinco minutos estaba fuera con un pase urgente para el neurólogo. ¿Pero qué tendrá que ver un neurólogo con la Navidad? No sé... ¡Haberme mandado a felicitar a un obstetra! ¡Con la de nacimientos que tendrá que atender en estas fechas...! En fin, los misterios de la mecidina. Pero como si dos no quieren, uno no se pelea, cogí el pase al neurólogo y me fui cantando glorias.

Esta mañana, a las ocho en punto, estaba otra vez sentada en un pasillo. Esta vez no quise pensar en nada. Si por una frase tan sencilla como "¡Lefiz Vanidad!" me mandaban a felicitar al neurólogo, no sé qué habría pasado de haber añadido "¡Y próntero año pruebo!". Y no tengo ganas de felicitar a un neurocirujano... Que ya me los conozco...

Total, que esta vez sólo tuve que esperar cuatro horas. Menos mal. No me dio tiempo de nada. Ni de dormirme. Y cuando entré a la consulta, un magnífico ejemplar me estrechó la mano y me dijo: "Hola, me llamo Ignacio". Me había hecho el propósito de mantener mis labios sellados a cal y arena. Pero como lo vi tan educado y con los ojos tan verdes, no pude más que decir: "¡Nuevos días!¡Soy Fazzerano! ¡Y vengo a sedearle las remojes tiesfas!"

También debió de gustarle. Así que me enseñó unos cuantos juegos. ¡Hay que ver cómo son los hombres! Por menos de nada se vuelven niños... Me sentó en una camilla y me obligó a que le sacara la lengua. Al principio me dio cosa. ¡Pero al cabo de un rato le saqué la lengua en todas las direcciones! Para arriba, para abajo, a la derecha, a la izquierda... ¡Casi me atraganto de risa! Después empezamos a tocarnos la nariz. ¡Con dos dedos! Primero él y después yo. ¡Insuperable!

Pero seguro que yo lo hice mejor. Porque en un arranque de celos me dio dos martillazos en la rodilla. ¡Lo que es no saber perder...! Para no ser menos, yo le pellizqué el brazo. Él me dio un martillazo en el codo. Yo le clavé una uña. Él me estiró los ojos. Y así seguimos un buen rato. Jugando a ver quién era el más ocurrente. Hasta que nos cansamos. Creo que gané yo...

Al final, cuando se dio cuenta de que no soy moco de pavo, decidió que lo mío no era gripe. Así que me mandó un par de resonancias. No entiendo por qué... Si para resonancias ya tenemos villancicos... A lo mejor ha salido un tema nuevo... Sólo espero que en las resonancias no usen zambomba. Porque soy muy sensible a la contaminación acústica y a los instrumentos bélicos. Como mucho, un clarinete...

No sé todavía cuándo me harán las resonancias, pero la próxima consulta me la dieron para el 2010. ¡Dos mil diez...! ¡Vaya nota saqué! ¡Dos mil sobresalientes! Cuando se entere mi hija le va a encantar. Es más. El año que viene, con estas notas ¡voy a pedir beca! Menos mal que existe la Seguridad Social. Ya lo he dicho alguna vez. Gracias a la SS y su rápido servicio al cliente, todos tenemos las mismas oportunidades: ser o no ser. De lo demás, se encargan los Reyes Magos...

Con mucho raquiño y de todo rocazón: ¡LEFIZ VANIDAD A DOTOS!

martes, 9 de diciembre de 2008

El cuento de la lucera...

Algo extraño está pasando en mi barrio desde hace unos días. Antes era un barrio tranquilo y apacible. Pero últimamente, cuando cae la tarde... ¡se encienden los árboles!



Llevo todo el fin de semana estudiando este fenómeno. ¿Cómo es posible que los árboles se enciendan si no tienen enchufe? Aquí hay pavo encerrado. Pero a mí no me engañan... Es una confabulación cósmica de la naturaleza para ayudarnos con la crisis mundial. Siempre he sabido que los árboles son inteligentes. ¡Pero de ahí a que tengan tantas ideas! ¡Y todas juntas! Porque si cada una de sus bombillas representa una idea ¡son casi más listos que yo...!

¡Y lo más alucinante es que la gente pasa a su lado y no se inmuta! ¡Como si fuera algo normal! ¿Se habrán vuelto todos ciegos? Después de meditarlo largamente, he llegado a la conclusión de que no. La gente ve bien. Lo sé porque se me quedan mirando cuando hablo con los árboles. Aunque por mucho que lo intente, los árboles no me contestan. ¿Se habrán vuelto todos sordos? No... Lo sé porque mueven las hojas cuando les pregunto. Lo único que me falta para comunicarme con ellos es la contraseña. Voy a probar con "Ábrete Sésamo" a ver si funciona...

Total que estoy contenta. He descubierto un nuevo don. Soy capaz de ver las ideas de los árboles de mi barrio. A diferencia de los demás, que no se enteran. Lástima que todavía no sepa traducirlas. Pero todo se andará. De aquí al tiempo que haga falta, descubriré lo que quieren comunicarle a la humanidad. Será un acontecimiento glorioso. "Los árboles regalan luz en tiempos de crisis", "Unelco se arruina por culpa de los árboles", "Se venden bonsáis inteligentes para mesillas de noche".

¡Qué gran descubrimiento! Y todo gracias a mí. Ya no hará falta farolas. Con un par de arbolitos inteligentes en cada calle tenemos. Y además, es más ecológico. Porque las luces de los árboles se alimentan de savia elaborada. Con un poco de agua y abono ¡ya tendremos energía hidroeléctrica! ¡Y gratis! ¡Cuánto nos vamos a ahorrar en la factura de la luz gracias a los árboles de mi barrio...! Y por si fuera poco, son árboles polivalentes. ¡Dan luces y sombras! Qué maravilla.

En fin, que me voy a forrar. Cuando logre comunicarme con ellos montaré una empresa. "Árboles inteligentes para el bolsillo de la gente". Y todo el mundo vendrá a comprarme. Con el dinero que saque construiré invernaderos para cultivar árboles inteligentes. Total, la luz me sale gratis... Y cuando los invernaderos estén a tope, exportaré mis árboles a todo el país. Así los demás podrán disfrutar de este fantástico capricho de la naturaleza. Me los quitarán de las manos. Ya lo estoy viendo. Y yo me iré a vivir a una casa con jardín. Para hacer injertos de árboles inteligentes. Tendré muchos empleados y fundaré una multinacional. Seré la jefa y no tendré que trabajar nunca más (...)

(...) mientras, seguiré intentando averiguar por qué los árboles de mi barrio, cuando cae la tarde, se encienden.


Post Secret.- No se preocupen. Cuando todo esté listo les haré llegar un plantón inteligente. Obsequio de la casa.

domingo, 30 de noviembre de 2008

Correspondencia (II)

Y allí estaba yo, de pie, con mi papelito doblado en las manos, mirando al frente y soñando sueños de gloria y solidaridad.


Ya veía los titulares: "Zafferano, la seño de las plantas, hace leña de un árbol caído", "Padres agradecidos enarbolan un monumento a la seño de sus hijos", "Zafferano declara: Quien a buen árbol se arrima, pierde el dinero y pierde el amigo...", "La educación empieza en casa, Zafferano hace el resto" y así... Hasta que me acordé de la carta. Con una sonrisa de mil demonios abrí la buena nueva y leí el siguiente mensaje:

"Nos parece muy bien que se le llame la atención si hace algo mal, pero Leo nos dice que él solamente estaba quitándose una planta de la camiseta que había tirado otro niño y le cayó a él, sabemos cuándo nos dice una mentira y por lo tanto le creemos, nuestra pregunta es: ¿le vio usted arrancar esas hojas de la planta? Un saludo: sus padres"

Y sólo me mandaban un saludo... Me quedé horrorizada. ¡A Leo le había caído una planta encima y yo sin enterarme! Con razón ni siquiera me daban los buenos días... ¡Pues una Campánula no sería, que la habría oído! ¡Un Farolillo lo habría visto! ¡Y un Dondiego de noche imposible, que a las tres de la tarde todavía hace sol...! Qué misterio. ¡Y qué pregunta tan fácil de contestar! Como un examen tipo test. Sí, o no. Y ya está. ¿Pero serían jueces estos padres, o del CSI...? La verdad es que firmaban como "sus padres", no como "sus señorías"... ¡pero querían pruebas! Así que, miré a Leo con sorna, me senté y me dispuse a contestar:

"Hola I. y D., sinceramente, no conservo en mi retina la imagen de Leo arrancando una hoja de la planta, pero les aseguro que, como todos los días, estaba en la refriega. De haber estado en su sitio, esta nota ni siquiera existiría. Saludos y hasta pronto. Zafferano"

Cogí un sobre, metí la nota, lo cerré y se lo di al niño. A las tres de la tarde había una señora en mi fila y en ese mismo instante supe, sin ton ni son, que era la madre de Leo. No es que estuviera arrancando hojas... Sino por el tamaño. Y además, no llevaba uniforme. Me acerqué graciosamente con paso firme y cadencioso y al cabo de un rato estuve a su lado. Empezamos a hablar y de repente, cuando menos lo esperaba, la señora se puso a llorar. ¡Y empezó a pedirme perdón por haberme llamado mentirosa...! ¿Mentirosa? ¿A mí...? ¿Cuándo? ¿En qué mensaje subliminal del texto se me llamaba mentirosa a mí? No salía de mi asombro. Entre sollozos me explicó que Leo, al ver el sobre cerrado y mi sonrisa sardónica, se había asustado y le había contado toda la verdad. Aproveché para decirle que "a bicho que no conozcas, no le pises la cola", la consolé como pude y nos despedimos como buenas.

Total que aprendí mucho de esta experiencia. Aprendí que no se debe escupir hacia arriba, que a su tiempo maduran las brevas y que sorna con gusto... ¡no pica!