Hacer memoria es como hacer café. Amargo si no lo endulzas. O dulce, si no lo amargas...
Por eso, cuando por la mañana hago café, de paso, me pongo a hacer memoria.¡Me cuesta...!¡Pero qué le vamos a hacer! ¡Prefiero hacer memoria que quedarme sin café...!Que ya lo decía un señor con gafas: si no bebes, no conduzcas. Y cuánta razón tenía... Sin mi taza de café por las mañanas soy el terror de La Laguna. Por la tarde sólo soy el peligro... Pero bueno... Sin embargo por la noche ¡soy la peor! Y menos mal que ahora tengo este coche automático que se sabe el camino y me dejo llevar ¡que si no...!
Y allí estaba yo, en pijama, con la cafetera en la mano, medio ojo abierto y, a esas horas de la madrugada ¡trabajando ya! ¡Haciendo memoria! Total, que entretenida haciendo memoria, recordé uno de los muchos episodios de mi vida que enterraría sin pensarlo. Uno de aquellos momentos para no recordar, que son varios, pero que recuerdo tan constantemente como de vez en cuando. O nunca.
El caso es que nos íbamos a reunir todos los hermanos en verano, así que se me ocurrió la brillante idea de gastarme la extra y pico en alquilar un bungalow en el sur de Gran Canaria. Había dos opciones. O Maspalomas o Playa del Inglés. Después de pensármelo nada, decidí que ya estaban las playas bastante llenas de gente ¡como para que hubiera también más palomas! ¡Con todas sus cacas y sus arrucutucutucúa! Así que me decidí por la Playa del Inglés. Seguro que este señor lo tendría todo muy cuidadito y con grandes reservas de té de todos los sabores. Buscando al Mister, me encontré con doña Olga. Menos mal, porque ella hablaba español y rápidamente accedió a alquilarme uno de los mejores bungalows del señor Inglés...
El bungalow tenía que ser espacioso. Venían mis hermanas, Paola y María Victoria de Irlanda, con todos sus infantes. Mi hermana, Adriana de Noruega, con su vástago. Y mi hermano, ¡Gianni de Ecuador! Aunque no sé bien si por esa época ya lo habían elegido rey. En cualquier caso, estaba al caer... Y como avanzadilla estábamos nosotras: Patricia de Gran Canaria y Zafferano de Tenerife. Silvia de Suecia, Margarita de Dinamarca y Alberto de Mónaco declinaron la invitación porque no tenían claro lo que era un Bungalow. Yo tampoco... Bueno, Reyes y gatos son bastante ingratos... Total, mejor así. ¡Que ya bastantes íbamos a ser!
Patricia y yo nos esmeramos en limpiar, ordenar y tener todo a punto para cuando llegara la real comitiva de mis hermanos. Nos pasamos el día en ello y por la noche, cuando Dana, que era muy pequeña, estuvo dormida, nos pusimos a contemplar satisfechas los resultados de nuestro duro trabajo. La cocina tenía nevera... ¡En el salón había un sofá ! El suelo era de un marrón espléndido y en el cuarto de baño, un grandioso espejo de plástico relucía en la pared. No podíamos pedir más... ¡No queríamos pedir más! ¡No necesitábamos más...!
¿Pero entonces qué hacía allí esa enorme cucaracha volona, plantada en el centro de la pared de la sala? ¡Si nadie la había invitado! ¡El cupo estaba lleno! Es proverbial el terror que tenemos todos en casa a las dulces e inofensivas cucarachas. Es algo ancestral. Traspasado de generación en generación y sin visos de cambio. Yo creo que Paola y Mavy se fueron a Irlanda porque allí no hay cucarachas sino duendes. Adriana está en Noruega porque en lugar de cucarachas tienen elfos y salmones... Y Gianni se fue a Ecuador porque como sólo es una línea, seguro que allí las cucarachas ni siquiera caben... Cada vez que miro un mapa y veo el Ecuador, me acuerdo de Gianni, y de las estrecheces que tendrá que pasar para ponerse de pie en esa raya... Pero por lo menos está a salvo del terror de las islas. Y no me refiero a mí...
Pues ésta era la situación: diez y pico de la noche, Dana durmiendo, Patricia y yo absolutamente paralizadas y la chopa volona inmóvil, ocupando un cuarto de pared de la sala... ¡Horror!
No es frecuente que me extienda tanto en la introducción, como sin embargo es habitual en mí. Así que seguiré con el grueso del relato en el próximo post. Y esta vez sin falta... Allí veremos con qué poder y maestría luchamos las dos hermanas contra el dragón. ¿Ganamos...? ¿Perdimos...? ¿La paliza se la dimos?
(Seguirá)
martes, 31 de mayo de 2011
domingo, 22 de mayo de 2011
La grapa
Y allí estaba yo, esperando en vano en el idem de la puerta de mi clase, la llegada del núcleo familiar de Raúl...
Raúl vino nuevo este año y es, presuntamente, ¡el niño más conflictivo de mi clase! Y para colmo, cada vez que cito a la madre, que no es poco..., ¡aparece en compañía de la abuela y de la tía del presunto! Aquel miércoles no fue distinto. A las cinco en punto de la tarde y cinco minutos, vi acercarse, a paso lento e indoloro, esquivando niños, balones y demás juguetes que pululan por el patio a esa hora, el núcleo familiar de Raúl al completo.
Normalmente, a pesar de mis esfuerzos por llegar a un acuerdo con el núcleo, cada vez que hablo con ellas y les cuento las presuntas andanzas del presunto, la única respuesta que recibo a cambio es un escueto e impenitente: ¡Pues antes no era así! Y por eso siempre las espero en vano. Porque sé que de pequeñas nunca vieron Barrio Sésamo. Y ahora no conocen la diferencia entre arriba y abajo, detrás y delante, antes y ahora, o blanco y azul, por ejemplo... A mí sólo me faltó el capítulo de izquierda y derecha. Pero espero recuperarlo algún día.
Total, que ese miércoles se presentaba tan sinónimo o más que cualquier otro. Lejos estaba yo de saber, a las cinco y siete en punto de la tarde, lo antónimo que iba a ser de todos los demás. Las senté, como siempre, alrededor de mi mesa. Para crear un ambiente más favorable al núcleo... Y así empezó la tutoría, cuatro imponentes mujeres, sobre todo ellas que eran mayoría..., sentadas amigablemente en corro, a punto de cantar la perpetua canción. Me dispuse a sacar la partitura, me aclaré la garganta y... comencé con el solo:
Solista: No está trabajando nada.
Coro: ¡Pues antes no era así!
Solista: Le dio un mordisco en el brazo a Daniel y le dejó la marca de los dientes...
Coro: ¡Pues antes no era así!
Solista: Se arranca las cejas mientras explico...
Coro: ¡Pues antes no era así!
Solista: Llamó puta a la monitora de patio...
Coro: ¡Pues antes no era así!
Solista: No hace más que escupir en el suelo...
Coro: ¡Pues antes no era así!
Total, que ya íbamos por la quinta estrofa y el octavo estribillo, cuando, de repente, la madre de Raúl, sin ton ni son, se puso a llorar... Era un llanto desconsolado, afligido, amargado, optimista. De esos llantos que te hacen sentir cruel, despiadada, mala persona. Y mientras me sentía el ser más vil y más proyecto de este mundo, quise darle un abrazo estremecedor para hacerle olvidar el mal trago. Hay que ver lo que hace la bebida... Pero el destino quiso que mi ojo avizor, que es el que me aviza de los cambios en mi entorno, se posara en un objeto que hasta ese mismo instante no había visto. ¡Una grapa! ¡Mi juguete favorito! ¿Cómo no me había dado cuenta de esa maravillosa grapa que fulguraba solitaria en el borde de mi mesa? ¿En qué estaría yo pensando para no verla antes? ¿Qué hacía una grapa entera tan cerca de mí?
Sin tiempo para contestar a tantas y tan repentinas inquietudes de mi alma, y antes de poderle decir a la madre de Raúl que yo antes tampoco era así, alargué la mano y atenacé la grapa entre mis dedos. Feliz . Agradecida con el miércoles. Absolutamente absorta con mi nuevo juguete y a punto de destrozarlo. Naturalmente quise recrearme con mi grapa. Así que primero rayé un rato la mesa. Después la hice danzar entre mis dedos demostrando mi pericia. A continuación me la clavé en el índice, anular y meñique. Pero flojito... Y, cuando ya estaba a punto de abrirla y dejarla completamente estirada como a mí me gusta, me pareció oír lo siguiente:
- Ten cuidado que puede tener un moco...
¿Un moco, oco, oco, oco...? Resonó en mis oídos. ¿Moco que como...? ¿Que como moco...? ¿¡Cómo que moco!? ¡Pero si yo no tenía gripe...! ¡De qué estaba hablando esta mujer! ¡¿Me estaba volviendo loca moco a moco? ¿O solo de mente? Se hizo el silencio entre el núcleo y yo. Y seis ojos burlones se clavaron en los míos mientras alguien decía...
- ¡Estás jugando con mi piercing!
Mi mano se retorció en una mueca impronunciable. Mis dedos se trenzaron entre sí. Y yo empecé a sacudirme esa cosa que se había quedado pegada, no quiero saber por qué, en mi pobre pulgar. El piercing salió volando y se adhirió de nuevo a la mesa. Mientras, el núcleo se reía a carcajadas. Presuntamente de mí... ¿Pero a quién se le ocurre quitarse el piercing para sonarse? ¡Pues si tienes un piercing no llores! ¡Y si lloras, te lo guardas en el bolsillo! ¡Y si no tienes bolsillo no vengas a tutoría! ¡Hay que ver los núcleos de hoy en día!
El miércoles que viene, a las cinco y cinco en punto, tengo tutoría con el núcleo familiar de Raúl. He decidido ir con guantes. Por si no traen bolsillos...
Raúl vino nuevo este año y es, presuntamente, ¡el niño más conflictivo de mi clase! Y para colmo, cada vez que cito a la madre, que no es poco..., ¡aparece en compañía de la abuela y de la tía del presunto! Aquel miércoles no fue distinto. A las cinco en punto de la tarde y cinco minutos, vi acercarse, a paso lento e indoloro, esquivando niños, balones y demás juguetes que pululan por el patio a esa hora, el núcleo familiar de Raúl al completo.
Normalmente, a pesar de mis esfuerzos por llegar a un acuerdo con el núcleo, cada vez que hablo con ellas y les cuento las presuntas andanzas del presunto, la única respuesta que recibo a cambio es un escueto e impenitente: ¡Pues antes no era así! Y por eso siempre las espero en vano. Porque sé que de pequeñas nunca vieron Barrio Sésamo. Y ahora no conocen la diferencia entre arriba y abajo, detrás y delante, antes y ahora, o blanco y azul, por ejemplo... A mí sólo me faltó el capítulo de izquierda y derecha. Pero espero recuperarlo algún día.
Total, que ese miércoles se presentaba tan sinónimo o más que cualquier otro. Lejos estaba yo de saber, a las cinco y siete en punto de la tarde, lo antónimo que iba a ser de todos los demás. Las senté, como siempre, alrededor de mi mesa. Para crear un ambiente más favorable al núcleo... Y así empezó la tutoría, cuatro imponentes mujeres, sobre todo ellas que eran mayoría..., sentadas amigablemente en corro, a punto de cantar la perpetua canción. Me dispuse a sacar la partitura, me aclaré la garganta y... comencé con el solo:
Solista: No está trabajando nada.
Coro: ¡Pues antes no era así!
Solista: Le dio un mordisco en el brazo a Daniel y le dejó la marca de los dientes...
Coro: ¡Pues antes no era así!
Solista: Se arranca las cejas mientras explico...
Coro: ¡Pues antes no era así!
Solista: Llamó puta a la monitora de patio...
Coro: ¡Pues antes no era así!
Solista: No hace más que escupir en el suelo...
Coro: ¡Pues antes no era así!
Total, que ya íbamos por la quinta estrofa y el octavo estribillo, cuando, de repente, la madre de Raúl, sin ton ni son, se puso a llorar... Era un llanto desconsolado, afligido, amargado, optimista. De esos llantos que te hacen sentir cruel, despiadada, mala persona. Y mientras me sentía el ser más vil y más proyecto de este mundo, quise darle un abrazo estremecedor para hacerle olvidar el mal trago. Hay que ver lo que hace la bebida... Pero el destino quiso que mi ojo avizor, que es el que me aviza de los cambios en mi entorno, se posara en un objeto que hasta ese mismo instante no había visto. ¡Una grapa! ¡Mi juguete favorito! ¿Cómo no me había dado cuenta de esa maravillosa grapa que fulguraba solitaria en el borde de mi mesa? ¿En qué estaría yo pensando para no verla antes? ¿Qué hacía una grapa entera tan cerca de mí?
Sin tiempo para contestar a tantas y tan repentinas inquietudes de mi alma, y antes de poderle decir a la madre de Raúl que yo antes tampoco era así, alargué la mano y atenacé la grapa entre mis dedos. Feliz . Agradecida con el miércoles. Absolutamente absorta con mi nuevo juguete y a punto de destrozarlo. Naturalmente quise recrearme con mi grapa. Así que primero rayé un rato la mesa. Después la hice danzar entre mis dedos demostrando mi pericia. A continuación me la clavé en el índice, anular y meñique. Pero flojito... Y, cuando ya estaba a punto de abrirla y dejarla completamente estirada como a mí me gusta, me pareció oír lo siguiente:
- Ten cuidado que puede tener un moco...
¿Un moco, oco, oco, oco...? Resonó en mis oídos. ¿Moco que como...? ¿Que como moco...? ¿¡Cómo que moco!? ¡Pero si yo no tenía gripe...! ¡De qué estaba hablando esta mujer! ¡¿Me estaba volviendo loca moco a moco? ¿O solo de mente? Se hizo el silencio entre el núcleo y yo. Y seis ojos burlones se clavaron en los míos mientras alguien decía...
- ¡Estás jugando con mi piercing!
Mi mano se retorció en una mueca impronunciable. Mis dedos se trenzaron entre sí. Y yo empecé a sacudirme esa cosa que se había quedado pegada, no quiero saber por qué, en mi pobre pulgar. El piercing salió volando y se adhirió de nuevo a la mesa. Mientras, el núcleo se reía a carcajadas. Presuntamente de mí... ¿Pero a quién se le ocurre quitarse el piercing para sonarse? ¡Pues si tienes un piercing no llores! ¡Y si lloras, te lo guardas en el bolsillo! ¡Y si no tienes bolsillo no vengas a tutoría! ¡Hay que ver los núcleos de hoy en día!
El miércoles que viene, a las cinco y cinco en punto, tengo tutoría con el núcleo familiar de Raúl. He decidido ir con guantes. Por si no traen bolsillos...
domingo, 20 de marzo de 2011
Tres triviales trazos
Como primera medida me voy a dar de baja.
Don Seguro todavía no me ha mandado el perito, aunque teniendo en cuenta que es primavera puede que se le hayan acabado. ¿Y qué hago yo ahora con el macetón? ¡Qué falta de seriedad! Pero lo que no voy a permitir es que este señor insinúe que mi coche es siniestro. ¡Siniestro total, me dijo...! ¡Fuerte forma de hablar para una persona adulta...! Yo qué sé..., absolutamente fúnebre, totalmente tétrico, completamente lúgubre, decididamente macabro... ¡Hay tantas formas elegantes de expresar una opinión! Pero no, me tocó un marchoso. Así que le contesté que mi coche es blanco y que nunca me he asustado conduciéndolo. A ver qué pasa ahora... Seguro que don Seguro se conmueve y lo sube a la categoría de "bondadoso total".
Como segunda medida aproveché los Carnavales para irme de viaje. Y olvidar lo poco que recuerdo... ¡Me fui a ver la Alfombra de Granada! Que dicen que es tan bonita... Lástima que elegí malas fechas, porque no vi ninguna. Me dijeron que la mejor época para ver la Alfombra de Granada es cuando venga Corpus Christin. Que se llena Granada de alfombras. ¡Habrá que enterarse cuándo vuelve la señorita Christin Corpus para regresar a Granada y ver de una vez por todas la Alfombra! Y si no, me iré a ver la Alfombra de Grenoble, que más o menos es lo mismo... A pesar de todo, Granada me encantó. Me pasé el viaje de puntillas por si explotaba, pero tuve suerte y se quedó entera todo el tiempo.
Como tercera medida, ayer, día del padre, recibí un mnñ al móvil. Decía textualmente: "Felicidades mamá". Un escalofrío recorrió por entero casi todo mi cuerpo. ¿Quién sería el remitente de tal sorpresivo mensaje? Me di la vuelta rápidamente. La cocina estaba desierta. Sólo había un pollo en el poyo. Pero era macho. Y el mensaje no podía ser para él. No tenía escapatoria. ¡Alguien me estaba felicitando y no era mayo! Repasé todas las fechas de mis cumpleaños en un desesperado intento de aclarar la situación. Esfuerzo inane, ninguna caía en marzo. Y entonces una aterradora duda se apoderó de mí. Corrí al baño para verificar si mi imagen seguía siendo la misma: rizos, pecas, dientes, ojos, ¡pero ni rastro de barba o bigote! Tampoco me estaba quedando calva. ¡Qué bien! ¡No era ningún José! Es que a veces no sabemos ni quienes somos... Total, que no era ningún padre, ningún José, no era mi cumpleaños, no estábamos en mayo... pero el mensaje seguía ahí, martillándome los sesos: felicidades, ...ades,...ades...ades!
Hasta que de repente se hizo la luz. ¡Dana! ¡Mi hija! No podía ser otra.... Un segundo escalofrío recorrió mi cuerpo, esta vez completo, lleno de orgullo y de agradecimiento. Le contesté rápidamente. "Linda gracias, dirás Pamá..." Y así, de esta forma tan cautivadora, nació una nueva palabra. Neutra. Pamá o Mapá, que da lo mismo. Y aunque no figure en el diccionario de la Real Academia, la hago mía y de todos aquellos que, por distintas circunstancias, han criado solos a sus hijos, cumpliendo los dos roles sin descuidar ninguno. Enhorabuena a esta secular categoría, que no queda definida en nigún lado pero que es, cada vez más, una tierna y dura realidad.
¡Felicidades pues, de todo corazón, a todos los Pamás y Mapás del mundo!
Y por hoy, no tomo más medidas...
Ps: Danita, te quiero. Pamá.
Don Seguro todavía no me ha mandado el perito, aunque teniendo en cuenta que es primavera puede que se le hayan acabado. ¿Y qué hago yo ahora con el macetón? ¡Qué falta de seriedad! Pero lo que no voy a permitir es que este señor insinúe que mi coche es siniestro. ¡Siniestro total, me dijo...! ¡Fuerte forma de hablar para una persona adulta...! Yo qué sé..., absolutamente fúnebre, totalmente tétrico, completamente lúgubre, decididamente macabro... ¡Hay tantas formas elegantes de expresar una opinión! Pero no, me tocó un marchoso. Así que le contesté que mi coche es blanco y que nunca me he asustado conduciéndolo. A ver qué pasa ahora... Seguro que don Seguro se conmueve y lo sube a la categoría de "bondadoso total".
Como segunda medida aproveché los Carnavales para irme de viaje. Y olvidar lo poco que recuerdo... ¡Me fui a ver la Alfombra de Granada! Que dicen que es tan bonita... Lástima que elegí malas fechas, porque no vi ninguna. Me dijeron que la mejor época para ver la Alfombra de Granada es cuando venga Corpus Christin. Que se llena Granada de alfombras. ¡Habrá que enterarse cuándo vuelve la señorita Christin Corpus para regresar a Granada y ver de una vez por todas la Alfombra! Y si no, me iré a ver la Alfombra de Grenoble, que más o menos es lo mismo... A pesar de todo, Granada me encantó. Me pasé el viaje de puntillas por si explotaba, pero tuve suerte y se quedó entera todo el tiempo.
Como tercera medida, ayer, día del padre, recibí un mnñ al móvil. Decía textualmente: "Felicidades mamá". Un escalofrío recorrió por entero casi todo mi cuerpo. ¿Quién sería el remitente de tal sorpresivo mensaje? Me di la vuelta rápidamente. La cocina estaba desierta. Sólo había un pollo en el poyo. Pero era macho. Y el mensaje no podía ser para él. No tenía escapatoria. ¡Alguien me estaba felicitando y no era mayo! Repasé todas las fechas de mis cumpleaños en un desesperado intento de aclarar la situación. Esfuerzo inane, ninguna caía en marzo. Y entonces una aterradora duda se apoderó de mí. Corrí al baño para verificar si mi imagen seguía siendo la misma: rizos, pecas, dientes, ojos, ¡pero ni rastro de barba o bigote! Tampoco me estaba quedando calva. ¡Qué bien! ¡No era ningún José! Es que a veces no sabemos ni quienes somos... Total, que no era ningún padre, ningún José, no era mi cumpleaños, no estábamos en mayo... pero el mensaje seguía ahí, martillándome los sesos: felicidades, ...ades,...ades...ades!
Hasta que de repente se hizo la luz. ¡Dana! ¡Mi hija! No podía ser otra.... Un segundo escalofrío recorrió mi cuerpo, esta vez completo, lleno de orgullo y de agradecimiento. Le contesté rápidamente. "Linda gracias, dirás Pamá..." Y así, de esta forma tan cautivadora, nació una nueva palabra. Neutra. Pamá o Mapá, que da lo mismo. Y aunque no figure en el diccionario de la Real Academia, la hago mía y de todos aquellos que, por distintas circunstancias, han criado solos a sus hijos, cumpliendo los dos roles sin descuidar ninguno. Enhorabuena a esta secular categoría, que no queda definida en nigún lado pero que es, cada vez más, una tierna y dura realidad.
¡Felicidades pues, de todo corazón, a todos los Pamás y Mapás del mundo!
Y por hoy, no tomo más medidas...
Ps: Danita, te quiero. Pamá.
martes, 22 de febrero de 2011
El extraño caso de los coches menguantes
Mi coche y yo somos de embrague único.
Llevamos juntos quince años. O más... Y le tengo mucho cariño. Pero nunca creí, hasta este mismísimo fin de semana, ser la afortunada propietaria de uno de los coches más revolucionarios del momento...
El domingo por la mañana, si ir más lejos, salí con mi no pareja para hacer nuestro segundo consuetudinario paseo por la playa. Así que, una vez en la calle, miré de soslayo a mi coche, que, como cada fin de semana, había pasado la noche fuera. Cuál fue mi sorpresa al comprobar que, a pesar de que había sitio de sobra, ¡mi coche había menguado! ¡Le faltaba la parte trasera! ¡La mitad de mi coche había desaparecido! Crucé la calle de un salto para ver de cerca tan asombroso acontecimiento. ¡Era cierto! ¡No estaba alucinando! Mi coche, en un acto de generosidad y solidaridad único, se había encogido totalmente, dejando espacio suficiente para que otros aparcaran. Qué alegría... Qué orgullosa me sentí de repente...¡Pero si le faltaba hasta la rueda! Y entonces fue cuando me entró un cisco en el ojo. Y de tan orgullosa que me sentí, empecé a llorar como una Tartaleta. No sé... Es tan entrañable levantarte por la mañana y encontrar tu coche encogido... Así, sin previo aviso... Tenía ganas de gritarlo al mundo. ¡Tenía medio coche aparcado! ¡Qué sorpresa tan devastadora! Pero me contuve. Y fui a la comisaría más cercana a contar la buena nueva. En la sala de espera me senté al lado de una niña de doce años. Angelito... Estaba llorando mientras comía papas fritas y, de paso, se disponía a denunciar a su madre. Hay que ver... Así que me puse las gafas de sol y prometí solemnemente ¡no volver a comprarle papas fritas a mi hija nunca más...!
El caso de las papas duró un buen rato, hasta que la madre, sorprendentemente molesta, se llevó a la niña del brazo. Y por fin empezaron con el mío.¡El caso de los coches menguantes! Me atendió un chico muy amable que, entre pitos y flautas, se puso a escribir todo lo que yo le iba contando. Empecé diciéndole lo que había desayunado, también le conté cómo había pasado la noche, que me había levantado a tomar agua, que tenía que comprar una almohada nueva, que el pijama era muy abrigado, que el café había salido amargo, que el agua no era del todo potable... y, cuando ya me disponía a describirle el dormitorio, me interrumpió para preguntarme que qué tenía el coche.
Hice un gracioso baile con los hombros para dilucidar en qué punto exacto estaba situada la izquierda. Y tras mucho pensar dije: "Le ha desaparecido la parte posterior izquierda..." Palabras mágicas las mías... Yo creo que se inspiró en mi baile, porque nada más decir "izquierda", el amable policía me dijo que unas horas antes habían estado allí dos chicos para contar una buena nueva parecida. Pero a ellos se les había encogido el coche por el lado anterior derecho. Y que había un noventa por ciento de posibilidades de que fueran ellos los precursores de este nuevo fenómeno. ¡Qué casualidad! ¿Se estarán poniendo de acuerdo todos los coches de Santa Cruz para menguar a la vez? ¡De ser así, ya no habrá problema para aparcar! ¡Qué contento se va a poner el alcalde...!
Total que el policía me dijo que iba a venir la científica. ¡La científica...! Si hasta con ropa de playa se me nota la intelectualidad... ¿Pero qué le iba a decir yo a la científica...? Si soy de letras... Hice un rápido repaso de las Leyes de Mendelssohn, de Murphy y del Talión, para tener una convesación a la altura de una mujer de ciencias... Pero no hizo falta, porque en su lugar vino un fotógrafo. Me encantó la idea, así que ensayé varias poses al lado del coche, aunque el fotógrafo me da a mí que apuntaba muy bajo. Pero alguna foto de mis pies seguro que salió... Al cabo de un rato vino otro coche con dos chicas. Pero de la científica ni rastro... Empezaron a medir todo lo que había encogido el coche. Yo, para quedar bien, les dije que la Ley de la Gravedad impedía conducir un coche con tres ruedas. Quedé impecable. Lástima que no me oyera la científica...
Después sacaron varios sobres y empezamos todos a recoger un reguero de plásticos y cristales que había en el suelo debido a la rápida compresión de mi auto. Fue divertidísimo. En cada sobre, un color. Un sobre para el blanco, otro para el rojo, otro para el ámbar y un cuarto para el gris y el negro. ¡Gané yo, que cogí más trozos! Y como ya era de noche ¡hasta usamos linternas!¡Como en los campamentos! Hay que ver lo limpia y hacendosa que es esta gente... Yo quería quedarme con la mitad de los sobres, pero no pudo ser. Total que, después de la sesión de fotos y la campaña de recogida, nos despedimos como buenos amigos, no sin antes comunicarme el fotógrafo, que los chicos del otro coche menguante estaban con la famosa científica. ¡Qué suerte! Seguro que un día de estos la conozco yo también...
Pues ayer lunes va ¡y me llama la científica! Me dijo que si me acordaba de ella... Yo casi le digo la verdad. Pero al final me dio pena y le dije que sí, que me acordaba perfectamente. Total que quería sacar fotos. Pero esta vez al coche. Y quería el teléfono del mecánico. Como no tenía gafas en ese momento, me equivoqué y le di el teléfono de la grúa. Total... ¡Que se las arregle! Y si no, haberse personado personalmente el día de los autos... También me llamó el seguro, y dicen que mañana me mandan un perito. Todavía estoy pensando qué voy a hacer yo con un perito si no tengo jardín. Estoy por llamarlos y decirles que me manden un limonero. Que se da mejor en maceta. Pero tratándose de un regalo... En fin, que plantaré el perito a ver...
Mientras dura todo este guirigay, mi no pareja me ha dejado su coche. Es un Smart. Automático... Con lo que a mí me gusta pensar... Ayer estuvimos haciendo prácticas. Realmente es fácil de llevar, es tan suave que ni te enteras cuando cambias de marcha, y el embrague es como si no estuviera de lo tan bien escondido que está. Vamos, que está camuflado en algún lado, porque yo lo piso pero no lo veo... En fin, que éste no creo que pueda encoger... Y así estoy ahora, conduciendo un Smart que no me deja pensar, esperando que me manden el perito, escrutando atentamente cualquier cambio en los coches del vecindario para ver si continúa este fenómeno de los coches menguantes y con la policía vuelta loca buscando a mi mecánico.
Pero no se preocupen. El día que por fin logre conocer a la científica ¡quedará pasmado aquí sin falta!
A mi no pareja: Gracias, lindo, por ponérmelo mucho más fácil.
A Dana: Aunque estés en Italia y no me entiendas, que alguien te traduzca que te echo de menos...
lunes, 24 de enero de 2011
Inteligencia Emocional
Los jefes nos quieren.
Como regalo de Navidad han organizado un estupendo curso de Inteligencia Emocional. Pero para nosotros... ¡Y para el fin de semana...! ¡Qué bien! Cuánta generosidad... El curso es obligatorio y tienen que inscribirse sesenta personas. Pero en dos grupos. Que es menos traumático. Los grupos son de treinta... Y además ¡somos libres de apuntarnos nosotros solos! Así que nos pasamos el día peleando porque los más inteligentes queremos que los más torpes aprovechen el curso. Faltaría más...
Naturalmente yo no me he apuntado todavía. Me parece un insulto a mi inteligencia tener que apuntarme a un curso de inteligencia... Así que todos los días entro en el aula virtual para ver si se ha llenado el cupo. Pero no hay manera. Yo creo que los más torpes no saben cómo apuntarse. Porque sólo hay una lista de veintitrés en un grupo y veinte en el otro. Y si me pongo a echar cuentas ¡deberían faltar plazas...! No lo entiendo. Un curso tan importante para el cerebro y el cerebelo ¡y que no sepan apuntarse los que más lo necesitan!
Por mi parte, mi inteligencia emocional está en perfecto estado. Ya lo supe desde mi primer test de Apgar. Que inesperadamente salió normal. En cuanto a las emociones, tengo una inteligencia emocionalmente desbordada. Qué más se puede pedir... Si tengo hambre, como. Si tengo sueño, duermo. Y cuando veo una película de miedo, me asusto. Lloro en contadas ocasiones. No llevo la cuenta, pero sólo han sido bastantes. Del resto, si no estoy de humor, no le hablo a nadie. Y poco más...
Las inteligencias emocionales como las mías, no necesitan cursos para lucirse. Por eso, desde que supe de este nuevo regalo de los jefes, no hago más que intentar ponerme mala. Llevo tres días sentándome en el pupitre de Andrés, que siempre tiene mocos. Pero como no me está pegando la gripe, hoy, a la hora del recreo, me puse en el centro del patio a cuidar. Estaba lloviendo a cántabros, y allí estaba yo, vestida de negro y sin bufanda. Hasta que me di cuenta de que no había nadie. Porque los niños se habían quedado en las clases por la lluvia. ¡Y ni siquiera había sonado el timbre del recreo! Pero no importa, total, hoy no me tocaba cuidar... Mi inteligencia emocional ha quedado más que en evidencia... ¡No sé a qué esperan los jefes para decirme que no tengo que ir al curso!
Dicen que estamos en alerta amarilla. Aunque yo no he notado ninguna invasión extraña... Todos seguimos siendo canarios. Y los ojos que he visto por ahí son tirando a redondos... Sin embargo, parece que va a seguir lloviendo. Así que mañana volveré a cuidar el recreo, pero esta vez debajo de la higuera. Que como es caducifolia (¿eh...?) no tiene higos. Y me voy a poder mojar bien. ¡Tengo toda la semana para cogerme un buen resfriado! Así verán los jefes quién es la más inteligente. Y el fin de semana, en vez de ir al curso, ¡me quedaré en casa con pulmonía! Hay que ver mamá, qué joya has traído al mundo...
Como regalo de Navidad han organizado un estupendo curso de Inteligencia Emocional. Pero para nosotros... ¡Y para el fin de semana...! ¡Qué bien! Cuánta generosidad... El curso es obligatorio y tienen que inscribirse sesenta personas. Pero en dos grupos. Que es menos traumático. Los grupos son de treinta... Y además ¡somos libres de apuntarnos nosotros solos! Así que nos pasamos el día peleando porque los más inteligentes queremos que los más torpes aprovechen el curso. Faltaría más...
Naturalmente yo no me he apuntado todavía. Me parece un insulto a mi inteligencia tener que apuntarme a un curso de inteligencia... Así que todos los días entro en el aula virtual para ver si se ha llenado el cupo. Pero no hay manera. Yo creo que los más torpes no saben cómo apuntarse. Porque sólo hay una lista de veintitrés en un grupo y veinte en el otro. Y si me pongo a echar cuentas ¡deberían faltar plazas...! No lo entiendo. Un curso tan importante para el cerebro y el cerebelo ¡y que no sepan apuntarse los que más lo necesitan!
Por mi parte, mi inteligencia emocional está en perfecto estado. Ya lo supe desde mi primer test de Apgar. Que inesperadamente salió normal. En cuanto a las emociones, tengo una inteligencia emocionalmente desbordada. Qué más se puede pedir... Si tengo hambre, como. Si tengo sueño, duermo. Y cuando veo una película de miedo, me asusto. Lloro en contadas ocasiones. No llevo la cuenta, pero sólo han sido bastantes. Del resto, si no estoy de humor, no le hablo a nadie. Y poco más...
Las inteligencias emocionales como las mías, no necesitan cursos para lucirse. Por eso, desde que supe de este nuevo regalo de los jefes, no hago más que intentar ponerme mala. Llevo tres días sentándome en el pupitre de Andrés, que siempre tiene mocos. Pero como no me está pegando la gripe, hoy, a la hora del recreo, me puse en el centro del patio a cuidar. Estaba lloviendo a cántabros, y allí estaba yo, vestida de negro y sin bufanda. Hasta que me di cuenta de que no había nadie. Porque los niños se habían quedado en las clases por la lluvia. ¡Y ni siquiera había sonado el timbre del recreo! Pero no importa, total, hoy no me tocaba cuidar... Mi inteligencia emocional ha quedado más que en evidencia... ¡No sé a qué esperan los jefes para decirme que no tengo que ir al curso!
Dicen que estamos en alerta amarilla. Aunque yo no he notado ninguna invasión extraña... Todos seguimos siendo canarios. Y los ojos que he visto por ahí son tirando a redondos... Sin embargo, parece que va a seguir lloviendo. Así que mañana volveré a cuidar el recreo, pero esta vez debajo de la higuera. Que como es caducifolia (¿eh...?) no tiene higos. Y me voy a poder mojar bien. ¡Tengo toda la semana para cogerme un buen resfriado! Así verán los jefes quién es la más inteligente. Y el fin de semana, en vez de ir al curso, ¡me quedaré en casa con pulmonía! Hay que ver mamá, qué joya has traído al mundo...
jueves, 28 de octubre de 2010
El relax del artista
Total, que cuando le pregunté a mi amiga por una actividad relajante porque el Yoga no me daba, me dijo que me pusiera a pintar...
Pintura... ¡Qué maravilla...! Me quedé mirándola sin pestañas mientras una única pregunta positiva me revolvía entrañablemente. ¿Pero cómo es posible que no se me haya ocurrido a mí antes? ¿Y entonces para qué estudié? ¿Quién es la más inteligente de las dos? ¿Y la más guapa? ¿Qué me pongo mañana? ¿Dónde está el móvil? ¿Qué estará haciendo mi hija que no llama? ¿Dónde aparqué el coche? ¿En qué bolsillo tengo el tique del aparcamiento? ¿Tendré dinero suficiente? ¿Estará cerrada la panadería? ¿Por qué tengo tanta hambre? ¿Qué hora será? Y así. Hasta que llegué a casa. Absolutamente relajada.
Días después me acordé de la conversación con mi amiga. Pintura... ¡Qué maravilla...! ¡Hay que ver las cosas que se me ocurren...! ¡Que para eso estudié...! Total, que sin comérmelo ni bebérmelo, salí a la calle como pude y me compré todo lo necesario e imprescriptible para empezar con mi nuevo entretenimiento: ¡la pintura! Y quién sabe... Incluso podría hacerme famosa... ¡Y rica! Como Raphaello. El famoso pintor de esa época...
Pintura... ¡Qué maravilla...! Y aquí sigo. Después de casi mes y medio. ¡Y todavía voy por el pasillo! A brocha... ¡Aunque empecé con un rodillo! Qué artista. Pero el rodillo gasta mucha pintura. Sobre todo en el suelo. Y como las baldosas no están muy pisoteadas todavía, prefiero dejarlo como está. Que ya lo pintaré en otro momento... Por ahora me entretengo con las paredes, que son muy versátiles. Relajantes. Porque gracias a las paredes, una vez que te rompes el cuello ¡ya no te duelen los brazos! Es maravilloso. No se me podía haber ocurrido una idea mejor.
Pintura... ¡Qué maravilla...! Mi habitación la pinté de color "Garbanzo". Y para el pasillo me decidí por un "Verde Edén". Que resultó, no sé por qué, ser un verde manzana. ¡Hay que ver lo complicados que son algunos para elegir los nombres...! Cuando mi casa tomó el aspecto de un escaparate de Euromueble, compré, sin derramar ni una sola lágrima, el "Melocotón suave". Y me dispuse a darle la segunda mano... Quedó, el pasillo, de un "Verdocotón" impactante. Pero como no me convencía, me dispuse a mezclar pinturas con un palo. Mezclé el "Melocotón" con el "Garbanzo" y el resultado fue un "Melonzo" impresionante, que estoy usando en estos momentos ¡para darle la tercera mano a mi pasillo!
Pintura... ¡Qué m...! No sé... Me quiero desapuntar de la clase porque ahora mismo ya no sé quién soy, si una brocha, una escalera andante, un melonzo o un verdocotón. Y además, ¡la casa se me está acabando! ¡En el pasillo tengo que pintar con flexo! ¡Cada vez llego más tarde a casa porque me da pena ensuciar la brocha! Y encima, tengo que soportar a mi hija diciendo "¡Pero quién te manda...! " Y esta vez, sin que sirva de precedente, estoy de acuerdo con ella.
¡Pero quién me manda a ser artista! ¡Si algunos con pintar un rombo tienen! Cuando termine con el salón, que lo estoy deseando, ensayaré una nueva técnica en la escalera y el zaguán. Los vecinos se van a quedar alucinados y agradecidos. Será mi sorpresa de Navidad. Rombos de melonzo y rayas de verdocotón. Que en algo tendré que usar la pintura que me sobra...
Apúntense a pintura, háganme caso. Sin cuotas. Ni mensualidades. Un par de euros en colores y tendrán relax asegurado. Por mucho tiempo... ¡Que para eso estudiaron...!
Pintura... ¡Qué maravilla...! Me quedé mirándola sin pestañas mientras una única pregunta positiva me revolvía entrañablemente. ¿Pero cómo es posible que no se me haya ocurrido a mí antes? ¿Y entonces para qué estudié? ¿Quién es la más inteligente de las dos? ¿Y la más guapa? ¿Qué me pongo mañana? ¿Dónde está el móvil? ¿Qué estará haciendo mi hija que no llama? ¿Dónde aparqué el coche? ¿En qué bolsillo tengo el tique del aparcamiento? ¿Tendré dinero suficiente? ¿Estará cerrada la panadería? ¿Por qué tengo tanta hambre? ¿Qué hora será? Y así. Hasta que llegué a casa. Absolutamente relajada.
Días después me acordé de la conversación con mi amiga. Pintura... ¡Qué maravilla...! ¡Hay que ver las cosas que se me ocurren...! ¡Que para eso estudié...! Total, que sin comérmelo ni bebérmelo, salí a la calle como pude y me compré todo lo necesario e imprescriptible para empezar con mi nuevo entretenimiento: ¡la pintura! Y quién sabe... Incluso podría hacerme famosa... ¡Y rica! Como Raphaello. El famoso pintor de esa época...
Pintura... ¡Qué maravilla...! Y aquí sigo. Después de casi mes y medio. ¡Y todavía voy por el pasillo! A brocha... ¡Aunque empecé con un rodillo! Qué artista. Pero el rodillo gasta mucha pintura. Sobre todo en el suelo. Y como las baldosas no están muy pisoteadas todavía, prefiero dejarlo como está. Que ya lo pintaré en otro momento... Por ahora me entretengo con las paredes, que son muy versátiles. Relajantes. Porque gracias a las paredes, una vez que te rompes el cuello ¡ya no te duelen los brazos! Es maravilloso. No se me podía haber ocurrido una idea mejor.
Pintura... ¡Qué maravilla...! Mi habitación la pinté de color "Garbanzo". Y para el pasillo me decidí por un "Verde Edén". Que resultó, no sé por qué, ser un verde manzana. ¡Hay que ver lo complicados que son algunos para elegir los nombres...! Cuando mi casa tomó el aspecto de un escaparate de Euromueble, compré, sin derramar ni una sola lágrima, el "Melocotón suave". Y me dispuse a darle la segunda mano... Quedó, el pasillo, de un "Verdocotón" impactante. Pero como no me convencía, me dispuse a mezclar pinturas con un palo. Mezclé el "Melocotón" con el "Garbanzo" y el resultado fue un "Melonzo" impresionante, que estoy usando en estos momentos ¡para darle la tercera mano a mi pasillo!
Pintura... ¡Qué m...! No sé... Me quiero desapuntar de la clase porque ahora mismo ya no sé quién soy, si una brocha, una escalera andante, un melonzo o un verdocotón. Y además, ¡la casa se me está acabando! ¡En el pasillo tengo que pintar con flexo! ¡Cada vez llego más tarde a casa porque me da pena ensuciar la brocha! Y encima, tengo que soportar a mi hija diciendo "¡Pero quién te manda...! " Y esta vez, sin que sirva de precedente, estoy de acuerdo con ella.
¡Pero quién me manda a ser artista! ¡Si algunos con pintar un rombo tienen! Cuando termine con el salón, que lo estoy deseando, ensayaré una nueva técnica en la escalera y el zaguán. Los vecinos se van a quedar alucinados y agradecidos. Será mi sorpresa de Navidad. Rombos de melonzo y rayas de verdocotón. Que en algo tendré que usar la pintura que me sobra...
Apúntense a pintura, háganme caso. Sin cuotas. Ni mensualidades. Un par de euros en colores y tendrán relax asegurado. Por mucho tiempo... ¡Que para eso estudiaron...!
martes, 13 de julio de 2010
La boda
A ti, con todo mi cariño
El día que recibí la invitación para la boda me volví loca de alegría.
Me encantan las bodas con sus arroces. Sus campanas al viento. Sus tartas gigantes. Pero sobre todo me encanta que esta vez no me haya tocado a mí. Que ya con una tuve bastante. Y eso que fue por lo civil. ¡Pues me tiraron arroz igual...! Hasta que me llegó un proyectil directo al ojo y me dejó bizca el resto del día. ¡Total...! No había mucho que ver. Estaba lloviendo a cántaros y la gente aprovechaba para decirme "¡Novia mojada, novia afortunada!" Pero lo que mal empieza...
De aquella boda salí hecha una paella, tuerta y empapada. Con tanto superávit de arroz, que, segura de tener provisiones de por vida, me inventé una frase que me catapultó, un año más tarde, a la miseria más miserable. ¡A Dios pongo por testigo! ¡A Dios pongo por testigo... de que jamás volveré a pasar hambre! Pero me equivoqué: me divorcié, no hubo testigos... ¡y encima pasé hambre! Desde entonces mi lema fue: "¡Ya no quiero ni un testigo de que jamás volveré a casarme!" Y eso es lo que he hecho. Aunque me ha resultado muy difícil, debido a las múltiples y recalcitrantes propuestas de matrimonio que he recibido durante estos últimos veinte años...
Sábado. Ocho de la mañana. Peluquería. Qué bien... Para una boda de tanta vergadura ¡no iba yo a ser menos! Así que me dejé... Empezaron haciéndome las manos y los pies. Hay que ver ... ¡Y yo que creía que esas cosas venían de nacimiento! Así que les di mis extremidades incompletas y dejé que me las hicieran a su forma y semejanza. Y allí estaba yo, tendida en un sillón reclinable, con los pies en una palangana, las manos en otra y la cabeza hacia atrás de espaldas al espejo. Y mientras una me reconstruía manos y pies, la otra me llenaba la cara y el pelo de emplastes y pegotes a ritmo de turbo secador.
Lo más divertido fue cuando a la chica de las manos se le cayó la palangana encima de mi barriga. Fue formidable. Porque el agua estaba caliente. Y como yo tenía ganas de ir al baño y no podía, me dieron la oportunidad de hacerme pis encima sin que nadie se enterara. Les di las gracias amablemente y al poco terminamos la sesión. Cuando me di la vuelta y me miré al espejo una indecente duda se apoderó de mí. ¿Quién sería esa negra de labios naranja que tenía enfrente? ¿Dónde estaba yo con mis manos y mis pies? ¿En qué momento había entrado esa persona en la peluquería sin ser vista? ¿Por qué esa negra me recordaba tanto a alguien?
Del susto me reí. Ella también. Nos reímos frente a frente. Y cuando me dispuse a presentarme para preguntarle si Canarias era de su gusto, me fijé en sus dientes. Qué dientes tan característicos y desiguales... ¡Pero si eran igualitos a los míos! Por segunda vez se me ocurrió una indecencia. ¿Por qué ese espantapájaros tenía mis dientes en su boca? ¿Qué hacía esa negra mojada delante de mí? ¿Dónde estaba mi hija para ayudarme? Me busqué insistentemente debajo del sillón, detrás de la puerta... ¡e incluso me llamé! Mientras, la negra jugaba a imitarme todo el tiempo. Y de repente, tomé conciencia de la dura realidad. ¡La negra no era otra cosa sino yo! ¡Con mis dientes y mis manos! ¡Y unos caracolillos que no había visto nunca! ¿Pero qué había pasado en ese antro? No se contentaron con las manos y los pies. ¡Me habían vuelto a hacer entera! ¡De arriba a abajo! ¡Y de otro color! ¡Brujería! ¡Brujería!
Salí espantada de allí, no sin antes haber pagado un ojo de la cara, para completar la transformación... Y fue tanta la prisa que me di, que al ponerme los zapatos, se me quedaron los pies pegados a la tela, de tan bien pintadas que estaban las uñas... Y por fin llegué a mi casa, con los zapatos integrados, el cuerpo empapado, la boca naranja y miles de caracolillos de pelo encogido en la cabeza. Lo único que quedaba de mí eran los dientes. Vaya... Total que me metí en la ducha, me despinté las uñas, me peiné como siempre, me puse mi traje color natilla y unos zapatos que casi no dolían y me fui, sintiéndome yo misma, a la Orotava. A la boda de la niña.
No suelo llorar en público. Reservo esos momentos para explayarme en casa. Pero cuando la novia entró espléndida a la iglesia, sin su padre al lado, un nudo insoportable me cerró la garganta y dos lagrimones resbalaron sin querer mejilla abajo mojándome hasta el traje. Es que las bodas, el agua y yo no nos llevamos... La ceremonia fue preciosa y el convite inigualable. Y allí estuviste tú, disfrutando de la fiesta, en el sitio que te habíamos reservado, todos y cada uno de nosotros, en el corazón.
Y al final me dieron un puro.
jueves, 1 de julio de 2010
Espacio y estropicio
Hay que ver lo que crecen los niños de hoy en día. Cuando menos te lo esperas ¡ya no caben en su habitación!
Esto es lo que le está pasando a mi pobre hija Adriana. Ha crecido tanto en los últimos años ¡que su habitación se le ha quedado pequeña! Pero como es una persona muy inteligente (mejorando lo presente...) ha sabido distribuir el poco espacio que le toca en tres zonas perfectamente delimitadas:
- Centro de estudio y tentempié: en mi cocina.
- Ocio, ordenador, películas y reuniones: en mi sala.
- Zona de descanso y asueto: en mi sofá ...o en su cama.
Me alegra saber que mi hija es capaz de arreglárselas así. Con poco. Y que ante las adversidades haya sido capaz de encontrar soluciones sencillas y desinteresadas, siempre teniendo en cuenta la comodidad y el bienestar de las dos personas que intentamos vivir aquí dentro. Gracias a sus buenas ideas, por ejemplo ¡puedo usar mi dormitorio todo el día! Y cuando me apetece, me doy un paseo por la habitación de invitados y me siento un rato allí. Mirando a la pared. ¡También tengo la suerte de tener un baño! Y cuando me aburro de la pared de la habitación de invitados, me miro al espejo. Y así me paso el día, de un lado a otro, procurando no invadir el espacio de mi pobre hija, que bastante trauma tiene por no caber en su habitación.
Total que hemos decidido quitar todos los muebles del dormitorio de Dana y cambiarlos por otros más pequeños. ¡A ver si así cabemos las dos de pie! Primero tendremos que deshacernos de todo lo que no sirva: o sea, todo. Dejaremos la habitación vacía ¡y la volveremos a llenar! Qué bien y qué sencillo. Me gusta ocupar mi tiempo haciendo cosas útiles y relajantes.
Empezamos la faena ayer tarde mismo. Nos apoyamos ilusionadas al vano de la puerta para contemplar el panorama. Y a partir de ahí, el caos más absoluto se apoderó de mi espíritu... Me llevé una grata sorpresa al descubrir que la graciosa alfombra de colorines que teníamos delante era una mezcla de camisetas, toallas, chancletas, algún que otro papel, dos bolsos y cuatro pijamas. ¡Lo que sabe la gente joven del arte de reciclar...! Te hacen una alfombra con cualquier cosa... Y además ¡reversible! Porque si le das la vuelta, por debajo está hecha de calcetines sin pareja, ropa interior, más papeles y tres o cuatro pantalones parecidos a los que siempre está buscando y nunca encuentra. ¡Qué arte! Y yo que sólo sé hacer macramé con un hilo...
No sé... me pareció recordar que antes el suelo era marrón, pero no lograba verlo por ningún lado. En su lugar la alfombra de colorines se extendía alegremente a lo largo y ancho de la habitación, y , haciendo juego con ella, miles de mangas de camisas y jersey colgaban graciosamente desde lo alto de la litera, de los armarios y hasta de los ganchos de la ventana, formando un conjunto armonioso y cálido, imposible de superar. Libros, apuntes, collares, pañuelos, bufandas, flores de plástico, cajitas de madera, CDs, sombreros,cables de todos los tamaños y formas, plumas, rotuladores, cuencos, vasos y vasitos, le daban el toque final al decorado. Moderno. Desenfadado. Irrepetible. Inaguantable ¡Imperdonable!
Al cuarto grito, mi hija se dio cuenta de que la alfombra no era de mi total agrado. Intentó sustituirla por una hecha con pareos, bikinis, sandalias, toallas y apuntes del año pasado. Tampoco tuvo éxito. ¡Pero si en esa habitación no cabía ni un alfiler! ¡Había más cachivaches ahí dentro que en todo el resto de la casa! En un arranque de desesperación me entraron ganas de quemarlo todo. Más limpio. Más rápido. Y más vengativo. Pero me contuve. Y en su lugar seguí gritando. Total... ¡la habitación estaba insonorizada de tantas capas de ropa que tenía!
Urgía elaborar un plan. Así que, cuando la garganta me empezó a doler, dejé de lado mis dotes cantoras y urdí el más sofisticado e incompetente plan que nunca se haya visto ni oído. ¡Empezaremos por el principio! Dije. Orgullosa de mi ocurrencia. Mi hija asintió mirando al vacío e intentando adivinar cuál era el principio. Yo tampoco lo tenía muy claro. Así que señalé un estante. El más pequeño, para no deprimirme demasiado...
Lo que había en ese estante y lo que hicimos con ello merece ser contado en otro post. Sólo decirles que tras una tarde de duro trabajo, me asomo a la habitación de mi hija y... ¡todo sigue igual! En fin, que por qué crecen tanto los hijos que ya no caben en sus propias habitaciones...
Esto es lo que le está pasando a mi pobre hija Adriana. Ha crecido tanto en los últimos años ¡que su habitación se le ha quedado pequeña! Pero como es una persona muy inteligente (mejorando lo presente...) ha sabido distribuir el poco espacio que le toca en tres zonas perfectamente delimitadas:
- Centro de estudio y tentempié: en mi cocina.
- Ocio, ordenador, películas y reuniones: en mi sala.
- Zona de descanso y asueto: en mi sofá ...o en su cama.
Me alegra saber que mi hija es capaz de arreglárselas así. Con poco. Y que ante las adversidades haya sido capaz de encontrar soluciones sencillas y desinteresadas, siempre teniendo en cuenta la comodidad y el bienestar de las dos personas que intentamos vivir aquí dentro. Gracias a sus buenas ideas, por ejemplo ¡puedo usar mi dormitorio todo el día! Y cuando me apetece, me doy un paseo por la habitación de invitados y me siento un rato allí. Mirando a la pared. ¡También tengo la suerte de tener un baño! Y cuando me aburro de la pared de la habitación de invitados, me miro al espejo. Y así me paso el día, de un lado a otro, procurando no invadir el espacio de mi pobre hija, que bastante trauma tiene por no caber en su habitación.
Total que hemos decidido quitar todos los muebles del dormitorio de Dana y cambiarlos por otros más pequeños. ¡A ver si así cabemos las dos de pie! Primero tendremos que deshacernos de todo lo que no sirva: o sea, todo. Dejaremos la habitación vacía ¡y la volveremos a llenar! Qué bien y qué sencillo. Me gusta ocupar mi tiempo haciendo cosas útiles y relajantes.
Empezamos la faena ayer tarde mismo. Nos apoyamos ilusionadas al vano de la puerta para contemplar el panorama. Y a partir de ahí, el caos más absoluto se apoderó de mi espíritu... Me llevé una grata sorpresa al descubrir que la graciosa alfombra de colorines que teníamos delante era una mezcla de camisetas, toallas, chancletas, algún que otro papel, dos bolsos y cuatro pijamas. ¡Lo que sabe la gente joven del arte de reciclar...! Te hacen una alfombra con cualquier cosa... Y además ¡reversible! Porque si le das la vuelta, por debajo está hecha de calcetines sin pareja, ropa interior, más papeles y tres o cuatro pantalones parecidos a los que siempre está buscando y nunca encuentra. ¡Qué arte! Y yo que sólo sé hacer macramé con un hilo...
No sé... me pareció recordar que antes el suelo era marrón, pero no lograba verlo por ningún lado. En su lugar la alfombra de colorines se extendía alegremente a lo largo y ancho de la habitación, y , haciendo juego con ella, miles de mangas de camisas y jersey colgaban graciosamente desde lo alto de la litera, de los armarios y hasta de los ganchos de la ventana, formando un conjunto armonioso y cálido, imposible de superar. Libros, apuntes, collares, pañuelos, bufandas, flores de plástico, cajitas de madera, CDs, sombreros,cables de todos los tamaños y formas, plumas, rotuladores, cuencos, vasos y vasitos, le daban el toque final al decorado. Moderno. Desenfadado. Irrepetible. Inaguantable ¡Imperdonable!
Al cuarto grito, mi hija se dio cuenta de que la alfombra no era de mi total agrado. Intentó sustituirla por una hecha con pareos, bikinis, sandalias, toallas y apuntes del año pasado. Tampoco tuvo éxito. ¡Pero si en esa habitación no cabía ni un alfiler! ¡Había más cachivaches ahí dentro que en todo el resto de la casa! En un arranque de desesperación me entraron ganas de quemarlo todo. Más limpio. Más rápido. Y más vengativo. Pero me contuve. Y en su lugar seguí gritando. Total... ¡la habitación estaba insonorizada de tantas capas de ropa que tenía!
Urgía elaborar un plan. Así que, cuando la garganta me empezó a doler, dejé de lado mis dotes cantoras y urdí el más sofisticado e incompetente plan que nunca se haya visto ni oído. ¡Empezaremos por el principio! Dije. Orgullosa de mi ocurrencia. Mi hija asintió mirando al vacío e intentando adivinar cuál era el principio. Yo tampoco lo tenía muy claro. Así que señalé un estante. El más pequeño, para no deprimirme demasiado...
Lo que había en ese estante y lo que hicimos con ello merece ser contado en otro post. Sólo decirles que tras una tarde de duro trabajo, me asomo a la habitación de mi hija y... ¡todo sigue igual! En fin, que por qué crecen tanto los hijos que ya no caben en sus propias habitaciones...
martes, 22 de junio de 2010
Crónicas canarias I
Para contribuir al bienestar de mi salud mental, el jueves pasado vino a visitarme mi hermana Paola.
Mi hermana es Yogui. Y vive en una parte de Jellystone que se llama Dublín. Que como parque está muy bien... Lo cierto es que Paola es tan mística tan mística ¡que hasta su anterior pareja se llamaba Sangha Pala! Aunque yo a veces lo llamaba Bubú. Porque no me acordaba del nombre entero. Y siempre me salía Pata Palo... Total que cuando por fin aprendí a llamarlo Sangha, mi hermana va ¡y se cambia de pareja! Nos quedamos todos de piedra. ¡A ver qué nuevo nombre nos tendría reservado...! Yo qué sé... Kala Trava, Pande Monio, Mando Lina, Granca Naria. O Peri Follo..., que también podría haber sido...
Y es que los nombres extranjeros se las traen. ¡Nada de Pepe Paco o Paco Pepe! Que al fin y al cabo no tienen H y se pronuncian con las mismas letras... Los nombres extranjeros siempre tienen que tener alguna complicación. Como el quiosquero Philip Morris, que se pronuncia con la FI. O el cosmonauta Stephen Hawking, que se pronuncia con la FE. La misma que hay que tener para pronunciar su apellido... O el phamoso Phantomas Alva Edison, que se pronuncia con la Fa. En este momento no me acuerdo de ninguno con la FO o con la FU... En fin, que esto de la H no es lo mío.
Menos mal que tengo otra hemana, la más pequeña, que también vive en el parque de Dublín. Ella sí que no se ha complicado demasiado la vida. Al marido le puso Jerry y al hijo, Thomas. Así que cada vez que la llamo ¡sólo tengo que preguntar por Tom y Jerry! Y ya está. ¡Sin tanta parafarmacia...! Así de sencillo y rápido para la memoria a corto plazo.
Aquí en Canarias no tenemos ese problema, los nombres son fáciles de recordar. Como un niño del colegio que se llamaba Armiche. Armiche estaba saliendo con Guayarmina. Y Guayarmina tenía un padre que se llamaba Bentagay. Bentagay estaba enrollado con Chaxiraxi, que tenía un hijo llamado Tanausú. Tanausú era amigo de Tenesoya que tenía un hermano llamado Bentejuí. Bentejuí era vecino de Tinguaro, Nauzet y Yeray, que eran compañeros de Akaymo y de Aythami... ¡Así da gusto! ¡Nombres normales! Con estos nombres sencillos, aunque uno quiera ¡no se te traba la lista al pasar lengua! Como tiene que ser. No como otros... Lástima que los nombres canarios estén en desuso. ¡Y ahora todos se llamen Ronaldinho! Con la ÑO...
Volviendo a mi historia... Menos mal que Paola dejó a Sangha Pala. Esa pareja daba lugar a muchas confusiones. Y hasta el más experto en pronunciar su nombre, cuando lo unía al de mi hermana, solía terminar diciendo: "¿Qué sabes de Pala y Sangha Paola...? ¿De Panga y Shala Pala...? ¿De Shaola y Paga Nala? ¿De Ponga y Sanga Lala...? ¿De Sola y Pinga Longa...? O sea... ¿Qué sabes de ellos...?"
Y ahora está con Nigel. ¡Nigel el Avatar! Pero ésa es otra historia...
PD: No te preocupes hermanita, Sangha Pala ya no va a salir más...
Mi hermana es Yogui. Y vive en una parte de Jellystone que se llama Dublín. Que como parque está muy bien... Lo cierto es que Paola es tan mística tan mística ¡que hasta su anterior pareja se llamaba Sangha Pala! Aunque yo a veces lo llamaba Bubú. Porque no me acordaba del nombre entero. Y siempre me salía Pata Palo... Total que cuando por fin aprendí a llamarlo Sangha, mi hermana va ¡y se cambia de pareja! Nos quedamos todos de piedra. ¡A ver qué nuevo nombre nos tendría reservado...! Yo qué sé... Kala Trava, Pande Monio, Mando Lina, Granca Naria. O Peri Follo..., que también podría haber sido...
Y es que los nombres extranjeros se las traen. ¡Nada de Pepe Paco o Paco Pepe! Que al fin y al cabo no tienen H y se pronuncian con las mismas letras... Los nombres extranjeros siempre tienen que tener alguna complicación. Como el quiosquero Philip Morris, que se pronuncia con la FI. O el cosmonauta Stephen Hawking, que se pronuncia con la FE. La misma que hay que tener para pronunciar su apellido... O el phamoso Phantomas Alva Edison, que se pronuncia con la Fa. En este momento no me acuerdo de ninguno con la FO o con la FU... En fin, que esto de la H no es lo mío.
Menos mal que tengo otra hemana, la más pequeña, que también vive en el parque de Dublín. Ella sí que no se ha complicado demasiado la vida. Al marido le puso Jerry y al hijo, Thomas. Así que cada vez que la llamo ¡sólo tengo que preguntar por Tom y Jerry! Y ya está. ¡Sin tanta parafarmacia...! Así de sencillo y rápido para la memoria a corto plazo.
Aquí en Canarias no tenemos ese problema, los nombres son fáciles de recordar. Como un niño del colegio que se llamaba Armiche. Armiche estaba saliendo con Guayarmina. Y Guayarmina tenía un padre que se llamaba Bentagay. Bentagay estaba enrollado con Chaxiraxi, que tenía un hijo llamado Tanausú. Tanausú era amigo de Tenesoya que tenía un hermano llamado Bentejuí. Bentejuí era vecino de Tinguaro, Nauzet y Yeray, que eran compañeros de Akaymo y de Aythami... ¡Así da gusto! ¡Nombres normales! Con estos nombres sencillos, aunque uno quiera ¡no se te traba la lista al pasar lengua! Como tiene que ser. No como otros... Lástima que los nombres canarios estén en desuso. ¡Y ahora todos se llamen Ronaldinho! Con la ÑO...
Volviendo a mi historia... Menos mal que Paola dejó a Sangha Pala. Esa pareja daba lugar a muchas confusiones. Y hasta el más experto en pronunciar su nombre, cuando lo unía al de mi hermana, solía terminar diciendo: "¿Qué sabes de Pala y Sangha Paola...? ¿De Panga y Shala Pala...? ¿De Shaola y Paga Nala? ¿De Ponga y Sanga Lala...? ¿De Sola y Pinga Longa...? O sea... ¿Qué sabes de ellos...?"
Y ahora está con Nigel. ¡Nigel el Avatar! Pero ésa es otra historia...
PD: No te preocupes hermanita, Sangha Pala ya no va a salir más...
miércoles, 9 de junio de 2010
Fin de curso
Todos los años, cuando llega fin de curso, me come la ansiedad. Incluso los viernes...
Y por mucho que le diga que los viernes son famosos por su pescado, a la ansiedad le da lo mismo. Yo creo que no le caigo bien. Porque con todos los restaurantes que hay en Tenerife venirme a comer siempre a mí no me parece justo. Me siento como una Caperucita Roja cualquiera. ¡Y encima sin abuela!
El curso pasado, como ya tenía experiencia en este asunto, lo intenté con acupuntura. A ver si se le atragantaba alguna aguja... Pero al cabo de un mes de indescriptibles pinchazos a lo largo y ancho de mi cuerpo, empecé a pensármelo mejor. Total... Qué más da... Para que te zurza la vecina ¡más vale que te coma la ansiedad! Que es gratis... Así que me despedí de mi vecina y volví a las viejas costumbres.
Este curso, sin ir más lejos, he encontrado la solución perfecta para mis problemas.¡Me he suscrito a clases de Yoga! ¡Ya he asistido tres días! Es una maravilla. El primer día fue simplemente fantástico. Llegué a clase la primera. Quería coger un buen sitio en el centro para colocar mi colchoneta, tenderme y relajarme.
Así que me puse en un rincón... Porque todos iban de blanco. Menos yo... Que iba de negro. Pero me dio igual. Aunque me había equivocado de uniforme, allí estaba el suelo. Dispuesto a acogerme con los brazos abiertos. Y la música... Una música tan celestial y relajante que me impedía ver incluso a la Maestra de tanto que se me cerraban los ojos.
Mientras estaba eligiendo con qué sueño soñar en la hora y media de relax que me esperaba, todos los discípulos se pusieron de pie de repente. Me levanté como un resorte haciendo el saludo militar. Porque fue el único que se me ocurrió en ese momento... Les gustó mucho. Lo noté en la mirada cargada de admiración de todos los presentes. Y a partir de ese momento, perdí la noción de espacio, tiempo y equilibrio. Mi cuerpo fue, en la siguiente hora y media, una contorsión en sí mismo. Nunca podré entenderlo.
Y allí estaba yo, como una oveja negra entre etéreos e inmaculados entes que se movían sin parar, mientras, obnubilada, intentaba coger el ritmo. Menos mal que estaba en una esquina, porque las veces que me caí, simplemente reboté de una pared a otra, y seguí, como si nada, doblando cada trozo de mis articulaciones como una veterana más...
Cuando ya todo mi ser se estaba desintegrando de tanto torcimiento corporal, la Maestra, con voz suave y armoniosa, dijo:
- Ahora van a hacer la postura del árbol.
Yo me quedé pensando un buen rato. Porque aunque tenga una amplia cultura sobre el tema y me haya leído varias veces el Kamasutra, ¡esa postura no la conocía! Así que, para no ser menos, me puse de pie, cerré los ojos y abrí los brazos sobre la cabeza. Porque para mí un árbol es redondo... Y así estuve, haciendo de árbol un tiempo ilimitado. Hasta que abrí los ojos, porque el tronco y las ramas me pesaban. ¡Pero cuál fue mi sorpresa cuando vi a todos mis compañeros sentados en la colchoneta, con las piernas cruzadas, las manos descansando en las rodillas y haciendo un canuto con los dedos...!
Hice lo propio, y, como en sueños, todos los que allí estaban empezaron a emitir un sonido mágico, el saludo de despedida:
-Muuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu!
Me uní a ellos mugiendo con todas mis fuerzas, para liberar de mi cuerpo todas las malas energías y dejarlo en estado de grecia. Y así, después de unos cuantos mugidos, se acabó la clase. Salí de allí medio coja y medio tuerta, pero feliz. Sobre todo por haber aprendido una palabra nueva. Mú. Mú es la palabra más tántrica que he conocido en mi vida. Con razón las vacas son tan felices y dan leche. Y lo más importante. A las vacas no se las come la ansiedad. ¡Nos las comemos nosotros!
Seguiré pues, practicando esta nueva disciplina que me he impuesto voluntariamente, y sé, porque lo sé, que algún día lograré ir vestida de blanco, me pondré en el centro de la sala, y les enseñaré a todos a hacer la postura del jinete, la de la balanza, la postura del yunque, la del misionero (aunque esa es vieja), la del columpio, en fin , todas las posturas que me sé... menos la de las cucarachas porque me caen mal. Y además, como regalo, les voy a llevar unas cuantas fotos eróticas. Seguro que la Señorita me lo va a agradecer y me va a premiar con el primer Dan.
¡Vaya vaya con el Yoga! Si lo sé me apunto antes...
Y por mucho que le diga que los viernes son famosos por su pescado, a la ansiedad le da lo mismo. Yo creo que no le caigo bien. Porque con todos los restaurantes que hay en Tenerife venirme a comer siempre a mí no me parece justo. Me siento como una Caperucita Roja cualquiera. ¡Y encima sin abuela!
El curso pasado, como ya tenía experiencia en este asunto, lo intenté con acupuntura. A ver si se le atragantaba alguna aguja... Pero al cabo de un mes de indescriptibles pinchazos a lo largo y ancho de mi cuerpo, empecé a pensármelo mejor. Total... Qué más da... Para que te zurza la vecina ¡más vale que te coma la ansiedad! Que es gratis... Así que me despedí de mi vecina y volví a las viejas costumbres.
Este curso, sin ir más lejos, he encontrado la solución perfecta para mis problemas.¡Me he suscrito a clases de Yoga! ¡Ya he asistido tres días! Es una maravilla. El primer día fue simplemente fantástico. Llegué a clase la primera. Quería coger un buen sitio en el centro para colocar mi colchoneta, tenderme y relajarme.
Así que me puse en un rincón... Porque todos iban de blanco. Menos yo... Que iba de negro. Pero me dio igual. Aunque me había equivocado de uniforme, allí estaba el suelo. Dispuesto a acogerme con los brazos abiertos. Y la música... Una música tan celestial y relajante que me impedía ver incluso a la Maestra de tanto que se me cerraban los ojos.
Mientras estaba eligiendo con qué sueño soñar en la hora y media de relax que me esperaba, todos los discípulos se pusieron de pie de repente. Me levanté como un resorte haciendo el saludo militar. Porque fue el único que se me ocurrió en ese momento... Les gustó mucho. Lo noté en la mirada cargada de admiración de todos los presentes. Y a partir de ese momento, perdí la noción de espacio, tiempo y equilibrio. Mi cuerpo fue, en la siguiente hora y media, una contorsión en sí mismo. Nunca podré entenderlo.
Y allí estaba yo, como una oveja negra entre etéreos e inmaculados entes que se movían sin parar, mientras, obnubilada, intentaba coger el ritmo. Menos mal que estaba en una esquina, porque las veces que me caí, simplemente reboté de una pared a otra, y seguí, como si nada, doblando cada trozo de mis articulaciones como una veterana más...
Cuando ya todo mi ser se estaba desintegrando de tanto torcimiento corporal, la Maestra, con voz suave y armoniosa, dijo:
- Ahora van a hacer la postura del árbol.
Yo me quedé pensando un buen rato. Porque aunque tenga una amplia cultura sobre el tema y me haya leído varias veces el Kamasutra, ¡esa postura no la conocía! Así que, para no ser menos, me puse de pie, cerré los ojos y abrí los brazos sobre la cabeza. Porque para mí un árbol es redondo... Y así estuve, haciendo de árbol un tiempo ilimitado. Hasta que abrí los ojos, porque el tronco y las ramas me pesaban. ¡Pero cuál fue mi sorpresa cuando vi a todos mis compañeros sentados en la colchoneta, con las piernas cruzadas, las manos descansando en las rodillas y haciendo un canuto con los dedos...!
Hice lo propio, y, como en sueños, todos los que allí estaban empezaron a emitir un sonido mágico, el saludo de despedida:
-Muuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu!
Me uní a ellos mugiendo con todas mis fuerzas, para liberar de mi cuerpo todas las malas energías y dejarlo en estado de grecia. Y así, después de unos cuantos mugidos, se acabó la clase. Salí de allí medio coja y medio tuerta, pero feliz. Sobre todo por haber aprendido una palabra nueva. Mú. Mú es la palabra más tántrica que he conocido en mi vida. Con razón las vacas son tan felices y dan leche. Y lo más importante. A las vacas no se las come la ansiedad. ¡Nos las comemos nosotros!
Seguiré pues, practicando esta nueva disciplina que me he impuesto voluntariamente, y sé, porque lo sé, que algún día lograré ir vestida de blanco, me pondré en el centro de la sala, y les enseñaré a todos a hacer la postura del jinete, la de la balanza, la postura del yunque, la del misionero (aunque esa es vieja), la del columpio, en fin , todas las posturas que me sé... menos la de las cucarachas porque me caen mal. Y además, como regalo, les voy a llevar unas cuantas fotos eróticas. Seguro que la Señorita me lo va a agradecer y me va a premiar con el primer Dan.
¡Vaya vaya con el Yoga! Si lo sé me apunto antes...
miércoles, 25 de noviembre de 2009
La "circular..."
Hay que ver que poco claros son los jefes. A veces...

Dentro de poco se celebra el día del Maestro. Qué bien. Menos mal que tenemos días para todo. Así nunca nos aburrimos de ser lo mismo. A mí personalmente me encanta ser Árbol. Cuando no hay perros cerca... También me gusta el día de la Bestia, con todos los animalitos maltratados que hay por ahí... El día de Ayer, el día a Día, el día de Mañana, que cuando cae sábado es mi favorito, el pan nuestro de cada día, y muchos días más que no recuerdo en este preciso instante. Y los días que no son nada, me dedico simplemente a ser o no ser, como William Hamlet.
Por el día del Maestro, el jefe organiza siempre una cena. Así que, sin ton ni son, me llegó la siguiente circular:
Para los que hacemos N:
La comida del día del maestro mezclará tradición y modernidad. La tradición la pondrá el sitio: será aquí, en el colegio. La modernidad, la comida: la hará El Drago, de Carlos Gamonal. Después, baile, barra libre, huevos con chorizo...
El día, el jueves 3 de diciembre, que así da tiempo a descansar después. La hora, a partir de las 21.30.
Recuerda que todos, aquí, somos maestros. Todos somos capaces de enseñar y aprender.
Responde por el conducto habitual.
- Iré a la cena del día del Maestro.
- No puedo ir, y mira que me da rabia.
- Mi actual pareja irá conmigo.
- O no tengo o la dejo en casita.
Me quedé mirando la circular con ojo cítrico y avizor. Y mientras me preguntaba en qué tamaño de copa servirían los huevos con chorizo, me di cuenta de lo complejo de la situación. ¿Responde por el conducto habitual...? ¿Qué querría decir mi jefe con esta afirmación...? Repasé mentalmente todos mis conductos habituales. El auditivo, el lagrimal, el nasal, la uretra y el intestino. Y me asaltaron miles de preguntas, a cual más profunda y poco esclarecedora. ¿El papel es soluble? ¿Por qué la circular no es redonda? ¿A cuál de todos mis conductos se estará refiriendo el jefe? ¿Cuánta celulosa puede contener una circular rectangular? ¿A qué sabe el papel?
Agobiada y sin resuello, le mandé una nota a mi coordinador. "¿Qué conducto vas a usar tú... ? " Seguro que le dio vergüenza decirme la verdad, porque al cabo de un rato pasó por mi ventana riendo y desapareció por el patio. Y allí me quedé yo. Rodeada de treinta niños silvestres, con la circular rectangular en la mano y pensando, por una vez, qué hacer. Debido a mi escasa y prominente sagacidad, hallé una solución rápida y efectiva. Cogí un bolígrafo, me senté en mi mesa y escribí lo siguiente de mi puño y letra. Pero con la mano...
"La cena del Maestro, o la tengo o me quedo en casita. Y mira que me da rabia..."
Qué frase tan sencilla y elegante. Seguro que cuando al jefe le llegue mi respuesta me va a ascender. Aunque todavía no sé a dónde. Total que aquí estoy. Con la circular entera, la respuesta escrita y pendiente de elegir un conducto habitual... Y estoy desesperada. Porque la circular no me cabe en la nariz, ni en la oreja... ¡Y mucho menos me entra por los ojos...! Así que no me va a quedar otro remedio que...
No sé... A lo mejor no le gusta mi respuesta...

Dentro de poco se celebra el día del Maestro. Qué bien. Menos mal que tenemos días para todo. Así nunca nos aburrimos de ser lo mismo. A mí personalmente me encanta ser Árbol. Cuando no hay perros cerca... También me gusta el día de la Bestia, con todos los animalitos maltratados que hay por ahí... El día de Ayer, el día a Día, el día de Mañana, que cuando cae sábado es mi favorito, el pan nuestro de cada día, y muchos días más que no recuerdo en este preciso instante. Y los días que no son nada, me dedico simplemente a ser o no ser, como William Hamlet.
Por el día del Maestro, el jefe organiza siempre una cena. Así que, sin ton ni son, me llegó la siguiente circular:
Para los que hacemos N:
La comida del día del maestro mezclará tradición y modernidad. La tradición la pondrá el sitio: será aquí, en el colegio. La modernidad, la comida: la hará El Drago, de Carlos Gamonal. Después, baile, barra libre, huevos con chorizo...
El día, el jueves 3 de diciembre, que así da tiempo a descansar después. La hora, a partir de las 21.30.
Recuerda que todos, aquí, somos maestros. Todos somos capaces de enseñar y aprender.
Responde por el conducto habitual.
- Iré a la cena del día del Maestro.
- No puedo ir, y mira que me da rabia.
- Mi actual pareja irá conmigo.
- O no tengo o la dejo en casita.
Me quedé mirando la circular con ojo cítrico y avizor. Y mientras me preguntaba en qué tamaño de copa servirían los huevos con chorizo, me di cuenta de lo complejo de la situación. ¿Responde por el conducto habitual...? ¿Qué querría decir mi jefe con esta afirmación...? Repasé mentalmente todos mis conductos habituales. El auditivo, el lagrimal, el nasal, la uretra y el intestino. Y me asaltaron miles de preguntas, a cual más profunda y poco esclarecedora. ¿El papel es soluble? ¿Por qué la circular no es redonda? ¿A cuál de todos mis conductos se estará refiriendo el jefe? ¿Cuánta celulosa puede contener una circular rectangular? ¿A qué sabe el papel?
Agobiada y sin resuello, le mandé una nota a mi coordinador. "¿Qué conducto vas a usar tú... ? " Seguro que le dio vergüenza decirme la verdad, porque al cabo de un rato pasó por mi ventana riendo y desapareció por el patio. Y allí me quedé yo. Rodeada de treinta niños silvestres, con la circular rectangular en la mano y pensando, por una vez, qué hacer. Debido a mi escasa y prominente sagacidad, hallé una solución rápida y efectiva. Cogí un bolígrafo, me senté en mi mesa y escribí lo siguiente de mi puño y letra. Pero con la mano...
"La cena del Maestro, o la tengo o me quedo en casita. Y mira que me da rabia..."
Qué frase tan sencilla y elegante. Seguro que cuando al jefe le llegue mi respuesta me va a ascender. Aunque todavía no sé a dónde. Total que aquí estoy. Con la circular entera, la respuesta escrita y pendiente de elegir un conducto habitual... Y estoy desesperada. Porque la circular no me cabe en la nariz, ni en la oreja... ¡Y mucho menos me entra por los ojos...! Así que no me va a quedar otro remedio que...
No sé... A lo mejor no le gusta mi respuesta...
martes, 18 de agosto de 2009
Aventura en Fuerteventura (I)
Como iba diciendo, necesitaba estar sola.

Así que invité a mi hermana Patricia. Ella, a su vez, invitó a su hija Raquel. Para no ser menos, yo invité a mi hija Adriana. Y al final me salió un pastón. Pero qué más da... ¡Con tal de estar sola! Y nos fuimos las cuatro, solas, pero bien acompañadas, en busca de nuevas soledades que compartir.
Llegamos al aeropuerto tempranito. Por si el avión salía a su hora. ¡Nunca se sabe...! ¡Más vale pájaro en mano que ciento volando! Aunque no sé si en el aeropuerto de Las Palmas caben cien aviones... En el cielo desde luego que sí. Pero en la pista me parece que se atascarían... Lo que si cabía en mi mano era nuestro avión. De lo pequeñito que era. ¡Pero si parecía un helicóptero! Y como fuimos caminando, sin guagua y ni siquiera un autobús, de tan entretenidas que íbamos con nuestras soledades ¡casi nos lo pasamos de largo pensando que era un adorno!
Menos mal que por un lado el avión tenía escrito "Islas" en letras verdes. ¡Porque el nombre de las siete no cabía...! Y gracias a esa valiosa información nos dimos cuenta de que el avionazo de al lado no era el nuestro. Menos mal, porque las islas "Lufthansa" no me suenan... Yo me puse muy contenta. Cuanto más pequeño fuera nuestro avión ¡menos gente habría! Y de eso se trataba. Sólo recé para que cupiera el piloto. Y así, mientras elegía entre una oración o una plegaria, me dispuse a subir al avión por una escalerilla con alfombrilla roja, que todavía no he descubierto qué simbolizaba.
A partir de ese momento todo fueron reverencias. La gente entraba agachando la cabeza y retorciendo la espalda. Qué manera tan curiosa de saludar. Hay que ver lo educados que somos en Canarias ¡Y yo no iba a ser menos! Me doblé cuanto puede y así, de medio lado, mirando al suelo y procurando no chocar con las cabezas que salían de los asientos, logré llegar al centro del pasillo. ¡Y sin ninguna dificultad! Allí me esperaba la azafata que cabía, la cual, alegremente y sin tacones, me señaló con la mirada un sillín un poco más allá. Tampoco cabían palabras, así que, a base de miradas, nos fuimos sentando en los sillines y poco a poco todo volvió a la normalidad.
Ya por fin no había minucias. Atrás quedó la escalerilla, la ventanilla, el pasillo, la alfombrilla y el sillín. Y allí estaba yo, en un avión, sentada a presión e intentando atarme el cinturón. ¡Qué situación tan superlativa! La azafata, con media sonrisa, se puso a bailar un baile nuevo, y yo, con el rabo del ojo que me quedaba sin tapar por el asiento de alante, puede darme cuenta de que el sillín delantero estaba ocupado por ¡un abuelo y su fabulosa nieta!
La niña era absolutamente angelical, de ojos rubios y pelo azul, cual princesa del mejor cuento de hadas. Jéssica. Así se llamaba el caramelito. Lo supe porque su abuela estaba sentada cinco o seis sillines más atrás. No lo sé exactamente porque no me cabía la cara de perfil y no podía darme la vuelta. Pero seguro que estaba lejos. Lo intuí por la conversación privada que mantuvieron durante todo el vuelo:
- ¡JESSICAAA!¡SIÉNTATEEE!
- ¡ABUELAAA VEN CONMIGOOO!
- ¡NO ME PUEDO MOVEER! ¡QUÉDATE SENTADA! ¡JESSICA NO GRITEEES!
- ¡ABUELAAAA! LEVÁNTATE QUE NO TE VEOOO!
- ¡JESSICA, NO TE SUBAS A LA SILLA QUE MOLESTAS A LA SEÑORA DE ATRÁAAS!
- ¡JESSICA NO LLOREEEES! ¡NO GRITEEEES! ¡QUE ESTÁS MOLESTANDOOO!
- JESSICA, ¿QUÉ ES ESE PALO QUE TIENES EN LA MANOOO? NOOO! NO LO TIREES!
Fíjense qué chiquitito el avión ¡que era hasta desmontable! Lo supe cuando me llegó un reposabrazos directo a la cabeza. Como pude y contorsionando mi cuerpo hasta lo indecible, recogí la pieza del suelo y se la entregué al abuelo de la niña que tenía cara de ser experto en bricolaje, porque en un pis pas recolocó el reposabrazos en su sitio sin necesidad de pegamento. Lo que no entendí, y todavía no entiendo, es por qué todo el mundo me miraba a mí con cara de pena. ¡Como si el avión fuera mío! Qué más daba que Jéssica quisiera jugar con el reposabrazos. ¡Lo importante era que no se fijara en las hélices! Si es que eran dos...
En fin, que así empezó mi viaje a Fuerteventura. Hoy me quedo en el avión. Porque de aquí a que podamos salir todos, va a pasar un buen rato. Por la descompresión... Pero les adelanto que ahora es cuando realmente empieza la verdadera aventura. ¡Cuántas sorpresas nos estaban esperando! Sobre todo cuando nos enteramos de que Fuerteventura ¡no era una isla desierta...!
Continuará...

Así que invité a mi hermana Patricia. Ella, a su vez, invitó a su hija Raquel. Para no ser menos, yo invité a mi hija Adriana. Y al final me salió un pastón. Pero qué más da... ¡Con tal de estar sola! Y nos fuimos las cuatro, solas, pero bien acompañadas, en busca de nuevas soledades que compartir.
Llegamos al aeropuerto tempranito. Por si el avión salía a su hora. ¡Nunca se sabe...! ¡Más vale pájaro en mano que ciento volando! Aunque no sé si en el aeropuerto de Las Palmas caben cien aviones... En el cielo desde luego que sí. Pero en la pista me parece que se atascarían... Lo que si cabía en mi mano era nuestro avión. De lo pequeñito que era. ¡Pero si parecía un helicóptero! Y como fuimos caminando, sin guagua y ni siquiera un autobús, de tan entretenidas que íbamos con nuestras soledades ¡casi nos lo pasamos de largo pensando que era un adorno!
Menos mal que por un lado el avión tenía escrito "Islas" en letras verdes. ¡Porque el nombre de las siete no cabía...! Y gracias a esa valiosa información nos dimos cuenta de que el avionazo de al lado no era el nuestro. Menos mal, porque las islas "Lufthansa" no me suenan... Yo me puse muy contenta. Cuanto más pequeño fuera nuestro avión ¡menos gente habría! Y de eso se trataba. Sólo recé para que cupiera el piloto. Y así, mientras elegía entre una oración o una plegaria, me dispuse a subir al avión por una escalerilla con alfombrilla roja, que todavía no he descubierto qué simbolizaba.
A partir de ese momento todo fueron reverencias. La gente entraba agachando la cabeza y retorciendo la espalda. Qué manera tan curiosa de saludar. Hay que ver lo educados que somos en Canarias ¡Y yo no iba a ser menos! Me doblé cuanto puede y así, de medio lado, mirando al suelo y procurando no chocar con las cabezas que salían de los asientos, logré llegar al centro del pasillo. ¡Y sin ninguna dificultad! Allí me esperaba la azafata que cabía, la cual, alegremente y sin tacones, me señaló con la mirada un sillín un poco más allá. Tampoco cabían palabras, así que, a base de miradas, nos fuimos sentando en los sillines y poco a poco todo volvió a la normalidad.
Ya por fin no había minucias. Atrás quedó la escalerilla, la ventanilla, el pasillo, la alfombrilla y el sillín. Y allí estaba yo, en un avión, sentada a presión e intentando atarme el cinturón. ¡Qué situación tan superlativa! La azafata, con media sonrisa, se puso a bailar un baile nuevo, y yo, con el rabo del ojo que me quedaba sin tapar por el asiento de alante, puede darme cuenta de que el sillín delantero estaba ocupado por ¡un abuelo y su fabulosa nieta!
La niña era absolutamente angelical, de ojos rubios y pelo azul, cual princesa del mejor cuento de hadas. Jéssica. Así se llamaba el caramelito. Lo supe porque su abuela estaba sentada cinco o seis sillines más atrás. No lo sé exactamente porque no me cabía la cara de perfil y no podía darme la vuelta. Pero seguro que estaba lejos. Lo intuí por la conversación privada que mantuvieron durante todo el vuelo:
- ¡JESSICAAA!¡SIÉNTATEEE!
- ¡ABUELAAA VEN CONMIGOOO!
- ¡NO ME PUEDO MOVEER! ¡QUÉDATE SENTADA! ¡JESSICA NO GRITEEES!
- ¡ABUELAAAA! LEVÁNTATE QUE NO TE VEOOO!
- ¡JESSICA, NO TE SUBAS A LA SILLA QUE MOLESTAS A LA SEÑORA DE ATRÁAAS!
- ¡JESSICA NO LLOREEEES! ¡NO GRITEEEES! ¡QUE ESTÁS MOLESTANDOOO!
- JESSICA, ¿QUÉ ES ESE PALO QUE TIENES EN LA MANOOO? NOOO! NO LO TIREES!
Fíjense qué chiquitito el avión ¡que era hasta desmontable! Lo supe cuando me llegó un reposabrazos directo a la cabeza. Como pude y contorsionando mi cuerpo hasta lo indecible, recogí la pieza del suelo y se la entregué al abuelo de la niña que tenía cara de ser experto en bricolaje, porque en un pis pas recolocó el reposabrazos en su sitio sin necesidad de pegamento. Lo que no entendí, y todavía no entiendo, es por qué todo el mundo me miraba a mí con cara de pena. ¡Como si el avión fuera mío! Qué más daba que Jéssica quisiera jugar con el reposabrazos. ¡Lo importante era que no se fijara en las hélices! Si es que eran dos...
En fin, que así empezó mi viaje a Fuerteventura. Hoy me quedo en el avión. Porque de aquí a que podamos salir todos, va a pasar un buen rato. Por la descompresión... Pero les adelanto que ahora es cuando realmente empieza la verdadera aventura. ¡Cuántas sorpresas nos estaban esperando! Sobre todo cuando nos enteramos de que Fuerteventura ¡no era una isla desierta...!
Continuará...
viernes, 31 de julio de 2009
El verano de Zafferano
Qué bien. Ya ha pasado la mitad del verano y yo sin darme cuenta.

Eso quiere decir que me lo estoy pasando bien. Porque de lo contrario estaría sufriendo... Y cuando se sufre, el tiempo pasa más despacio. Como casi todo el año. Menos los lunes. Que son eternos.
En este tiempo de asueto, me he convertido en una mujer hiperpasiva. ¡Ya era hora! ¡Pensé que nunca me iba a tocar...! Así que, todas las mañanas, me levanto y recuerdo el famoso refrán: "No dejes para hoy lo que no puedas hacer mañana". Y eso es lo que hago. Nada. Total... Como no tiene remedio...
La terracita ya está cogiendo color. ¡No hay nada como el verano para que las plantas prosperen! Ya tengo: mosca blanca, oruga verde, araña roja y pulgón negro. Y no sé si me falta algún otro color. Pero el conjunto queda muy estético...
Además, me he comprado una mesita y dos sillas. Sólo me siento en una... Pero por si acaso... Son una monada, de hierro negro y muy ligeras. Las coloqué debajo de la pérgola de la terraza, que es donde único da la sombra por la mañana. Y como el techo de la pérgola es de plástico transparente, a partir de las dos de la tarde las sillas negras alcanzan una temperatura mínima de 80 grados celtíberos. Por lo que he optado por seguir sentada en el suelo que es más sano y más barato.
Eso sí, a las tres de la mañana se está de maravilla. Te puedes sentar en cualquiera de las dos sillas. ¡E incluso se puede tocar la mesa! Por eso, a veces, adelanto un poco el desayuno solamente por el placer de comer en la terraza. Y con la luz encendida...
Del resto bien. A principio de mes, para afianzar mi estado de hiperpasividad, me fui unos días a Fuerteventura. A un hotel alejado del mundo, de la civilización y de las plagas fitosanitarias. Y allí estuve unos días, desonectada y fecunda. Pero eso lo contaré en mi próximo post: "Aventura en Fuerteventura". Que escribiré cuando me pueda sentar en mis sillas nuevas...
Ahora me voy. Me reclama una nueva plaga: El hongo de la Roya. De cuya rima no quiero acordarme...
¡Besos a todos y feliz verano!

Eso quiere decir que me lo estoy pasando bien. Porque de lo contrario estaría sufriendo... Y cuando se sufre, el tiempo pasa más despacio. Como casi todo el año. Menos los lunes. Que son eternos.
En este tiempo de asueto, me he convertido en una mujer hiperpasiva. ¡Ya era hora! ¡Pensé que nunca me iba a tocar...! Así que, todas las mañanas, me levanto y recuerdo el famoso refrán: "No dejes para hoy lo que no puedas hacer mañana". Y eso es lo que hago. Nada. Total... Como no tiene remedio...
La terracita ya está cogiendo color. ¡No hay nada como el verano para que las plantas prosperen! Ya tengo: mosca blanca, oruga verde, araña roja y pulgón negro. Y no sé si me falta algún otro color. Pero el conjunto queda muy estético...
Además, me he comprado una mesita y dos sillas. Sólo me siento en una... Pero por si acaso... Son una monada, de hierro negro y muy ligeras. Las coloqué debajo de la pérgola de la terraza, que es donde único da la sombra por la mañana. Y como el techo de la pérgola es de plástico transparente, a partir de las dos de la tarde las sillas negras alcanzan una temperatura mínima de 80 grados celtíberos. Por lo que he optado por seguir sentada en el suelo que es más sano y más barato.
Eso sí, a las tres de la mañana se está de maravilla. Te puedes sentar en cualquiera de las dos sillas. ¡E incluso se puede tocar la mesa! Por eso, a veces, adelanto un poco el desayuno solamente por el placer de comer en la terraza. Y con la luz encendida...
Del resto bien. A principio de mes, para afianzar mi estado de hiperpasividad, me fui unos días a Fuerteventura. A un hotel alejado del mundo, de la civilización y de las plagas fitosanitarias. Y allí estuve unos días, desonectada y fecunda. Pero eso lo contaré en mi próximo post: "Aventura en Fuerteventura". Que escribiré cuando me pueda sentar en mis sillas nuevas...
Ahora me voy. Me reclama una nueva plaga: El hongo de la Roya. De cuya rima no quiero acordarme...
¡Besos a todos y feliz verano!
domingo, 24 de mayo de 2009
En blanco y negro
¡Hay que ver qué pronto pasa el tiempo matando mosca blanca!

Para mí que habían pasado solamente un par de meses. Pero contando y recontando ¡llevo ya sesenta días! ¡Qué barbaridad! Y redondeando, que si no...
Con la mosca blanca lo he intentado casi todo. Agua y jabón, infusión de tabaco, pegatinas amarillas. Planté romero, tomillo y lavándula, que dicen que la espantan. Y sucumbieron en el intento. Las enterré discretamente en su propio macetero... Un día usé la aspiradora. ¡Magnífico! Le daba un suave toque a las plantas y cuando se formaba una nube de bichitos blancos los aspiraba sin piedad. Fue tanto lo que me gustó que lo intenté con todas las macetas. ¡Qué entretenido! Hasta que aspiré las petunias del murete y, ante mi mirada horrorizada, de mi planta más vistosa sólo quedó un tronco y un par de hojillas despelujadas. ¡Pero las flores eran blancas...! ¡Así que muy desencaminada no iba...!
No me di por vencida... ¡El "caldo bordelés" era la mejor solución! ¡Lo decían todos! ¿Pero qué era un "caldo bordelés"? ¿Qué ingredientes llevaba? ¿Cuál era la formula mágica que me iba a librar de una vez por todas de la mosca blanca? Me puse a pensar. Y no en vano... Sino en el sofá. Como siempre. Y rápidamente llegué a una acertada conclusión. ¡Sopa de sobre! Mira que son originales los que se dedican a la jardinería... Caldo bordelés... Qué finos...
Así que elegí un caldo de pollo sin fideos. Y cuando lo tuve listo lo introduje en mi pulverizador fucsia. Frío... No se vayan a creer... Y al anochecer, como buena jardinera que soy, les di un baño a mis plantitas con todo el caldo bordelés de pollo Maggi. ¡Mejor veneno no creo que haya...! No me dejé ni una gota. Las mojé por todas partes. En el haz, en el envés, por encima de la hoja y por debajo también. Quedaron preciosas. Y me acosté rezando un cántico por las moscas blancas que quedarían definitivamente aniquiladas esa misma noche.
A la mañana siguiente me levanté al alba para ver el resultado de mi caldo bordelés. El sol estaba alto y mis plantas refulgían pegajosas en la terraza. Me acerqué sigilosamente, inspeccioné el hibisco y para mi sorpresa ¡las moscas seguían allí! ¡Y mucho más gordas! Algo había fallado en mi receta de cocina. ¡A lo mejor es que tenían que ser dos sobres...! ¡O es que no le puse sal...! No sé. Pero no importa. ¡No me vencerá una mosca blanca! ¡Y una plaga de ellas menos! Creo...
Me queda un único consuelo. Las cagaditas de estos simpáticos bichitos forman un hongo en las hojas de las plantas que se llama roya negra o negrilla. Yo siempre había pensado que se decía roña... O roñilla... Pues no, resulta que es roya. ¡Lo que se aprende cada día...! ¡Y yo llamando roñoso a mi jefe cuando en realidad es royoso! Mayana se lo digo. Y me disculpo... No sé si sabrá perdonarme, porque siendo maestra estos errores no se pueden cometer. De ahora en adelante me dedicaré a llamar royoso a todo el mundo. Para enmendar mis faltas. Aunque este ayo no he faltado casi nada...
Total, que entre la mosca blanca y la roya negra tengo una terraza verde en blanco y negro. Bueno... también son colores relajantes... ¡No como el rojo! Sólo espero no sufrir el ataque de la araya roja, que si no... En fin, que mi último método ecológico al respecto ha sido sentarme al sol con dos zapatillas en la mano y un sombrero en la cabeza, y cada vez que a una mosca blanca se le ocurre pasar por delante de mí...¡la aplasto! A este paso terminaré pronto con mi problema y lo mejor de todo es que ¡no contamina! Aunque si las moscas siguen engordando tanto tendré que plantearme usar un 38.
Mientras mataba mosca blanca, mi hija se fue a Miami. Lo contaré otro día. La gripe no se la trajo. ¡Menos mal! Y es que la mosca blanca, la roya negra, el fin de curso y la gripe aviar son demasiada plaga para un cuerpo tan endeble y contrahecho como el mío. Ya lo dice el dicho: ¡A perro flaco todos son plagas! Así que estoy pensando hacer una dieta rica en chocolate. A ver si engordando me libro de un par de ellas. ¡Que ya está bien!
Termino ya con mis avances, experimentos, conocimientos y demás sabidurías de botánicas y moscas de colores y me despido hasta la próxima, esperando aprender a contar de una vez por todas los días, para que no se me vuelva a pasar tan rápido el tiempo. Un beso grande a todos.

Para mí que habían pasado solamente un par de meses. Pero contando y recontando ¡llevo ya sesenta días! ¡Qué barbaridad! Y redondeando, que si no...
Con la mosca blanca lo he intentado casi todo. Agua y jabón, infusión de tabaco, pegatinas amarillas. Planté romero, tomillo y lavándula, que dicen que la espantan. Y sucumbieron en el intento. Las enterré discretamente en su propio macetero... Un día usé la aspiradora. ¡Magnífico! Le daba un suave toque a las plantas y cuando se formaba una nube de bichitos blancos los aspiraba sin piedad. Fue tanto lo que me gustó que lo intenté con todas las macetas. ¡Qué entretenido! Hasta que aspiré las petunias del murete y, ante mi mirada horrorizada, de mi planta más vistosa sólo quedó un tronco y un par de hojillas despelujadas. ¡Pero las flores eran blancas...! ¡Así que muy desencaminada no iba...!
No me di por vencida... ¡El "caldo bordelés" era la mejor solución! ¡Lo decían todos! ¿Pero qué era un "caldo bordelés"? ¿Qué ingredientes llevaba? ¿Cuál era la formula mágica que me iba a librar de una vez por todas de la mosca blanca? Me puse a pensar. Y no en vano... Sino en el sofá. Como siempre. Y rápidamente llegué a una acertada conclusión. ¡Sopa de sobre! Mira que son originales los que se dedican a la jardinería... Caldo bordelés... Qué finos...
Así que elegí un caldo de pollo sin fideos. Y cuando lo tuve listo lo introduje en mi pulverizador fucsia. Frío... No se vayan a creer... Y al anochecer, como buena jardinera que soy, les di un baño a mis plantitas con todo el caldo bordelés de pollo Maggi. ¡Mejor veneno no creo que haya...! No me dejé ni una gota. Las mojé por todas partes. En el haz, en el envés, por encima de la hoja y por debajo también. Quedaron preciosas. Y me acosté rezando un cántico por las moscas blancas que quedarían definitivamente aniquiladas esa misma noche.
A la mañana siguiente me levanté al alba para ver el resultado de mi caldo bordelés. El sol estaba alto y mis plantas refulgían pegajosas en la terraza. Me acerqué sigilosamente, inspeccioné el hibisco y para mi sorpresa ¡las moscas seguían allí! ¡Y mucho más gordas! Algo había fallado en mi receta de cocina. ¡A lo mejor es que tenían que ser dos sobres...! ¡O es que no le puse sal...! No sé. Pero no importa. ¡No me vencerá una mosca blanca! ¡Y una plaga de ellas menos! Creo...
Me queda un único consuelo. Las cagaditas de estos simpáticos bichitos forman un hongo en las hojas de las plantas que se llama roya negra o negrilla. Yo siempre había pensado que se decía roña... O roñilla... Pues no, resulta que es roya. ¡Lo que se aprende cada día...! ¡Y yo llamando roñoso a mi jefe cuando en realidad es royoso! Mayana se lo digo. Y me disculpo... No sé si sabrá perdonarme, porque siendo maestra estos errores no se pueden cometer. De ahora en adelante me dedicaré a llamar royoso a todo el mundo. Para enmendar mis faltas. Aunque este ayo no he faltado casi nada...
Total, que entre la mosca blanca y la roya negra tengo una terraza verde en blanco y negro. Bueno... también son colores relajantes... ¡No como el rojo! Sólo espero no sufrir el ataque de la araya roja, que si no... En fin, que mi último método ecológico al respecto ha sido sentarme al sol con dos zapatillas en la mano y un sombrero en la cabeza, y cada vez que a una mosca blanca se le ocurre pasar por delante de mí...¡la aplasto! A este paso terminaré pronto con mi problema y lo mejor de todo es que ¡no contamina! Aunque si las moscas siguen engordando tanto tendré que plantearme usar un 38.
Mientras mataba mosca blanca, mi hija se fue a Miami. Lo contaré otro día. La gripe no se la trajo. ¡Menos mal! Y es que la mosca blanca, la roya negra, el fin de curso y la gripe aviar son demasiada plaga para un cuerpo tan endeble y contrahecho como el mío. Ya lo dice el dicho: ¡A perro flaco todos son plagas! Así que estoy pensando hacer una dieta rica en chocolate. A ver si engordando me libro de un par de ellas. ¡Que ya está bien!
Termino ya con mis avances, experimentos, conocimientos y demás sabidurías de botánicas y moscas de colores y me despido hasta la próxima, esperando aprender a contar de una vez por todas los días, para que no se me vuelva a pasar tan rápido el tiempo. Un beso grande a todos.
lunes, 23 de marzo de 2009
The Love Boat
¡Menos mal que ha dejado de llover un poco...!

Ha caído tanta agua en las últimas semanas... Y lo extraño es que esta isla sigue a flote. ¡Y las demás también! Espectacular... Con razón las llaman Afortunadas... Aunque estoy segura de que si nos pusiéramos a saltar todos juntos terminarían hundiéndose. Porque entre el agua que chupan del mar y la que cae del cielo tienen que tener sobrepeso. Sólo espero que a nadie se le ocurra dar la orden... Yo, por si acaso, vivo en alto. Por si se hunden los bordes... De todas formas no les viene mal pesar un poco. Para que no se las lleve la corriente...
Recuerdo una vez que fui a Las Palmas. En barco. El mar estaba echado. Como un verdadero plato. Y de repente llegó, nada más y nada menos ¡que mi ex vecino de enfrente! Entró cargado de gracia y belleza y, como quién no quiere la cosa ¡se me sentó al lado! No podía pedir más. ¡Ochenta minutos con un bellezón solo para mí! ¡Y atado al asiento! Neptuno estaba conmigo aquel día, que si no... Todos los dioses del Olimpo me protegían aquella tarde. No quedaba otra explicación. Con todos los asientos libres que había y lo grande que era el barco ¡se había sentado conmigo! Y con mi hija... Pero mi hija tenía los auriculares puestos. O sea que...
Con gran disimulo saqué el espejito del bolso y, agachándome de manera elegante y displicente, me eché un rápido vistazo. El rizo de la izquierda estaba bien colocado. La boca estaba en su sitio y las pecas seguían en la nariz. ¡Qué suerte! Reunía las condiciones óptimas para una travesía romántica. ¡No sabía mi ex vecino con quién se había sentado! A partir de ese día ya no sería el mismo. Tenía tiempo suficiente como para embrujarlo, arrebatarlo, atraerlo, embelesarlo, seducirlo, cautivarlo, fascinarlo y todos los arlos, erlos e irlos que uno pueda imaginar.
Así que lo recibí con un discreto "¡Hooooooolaa!" Tras lo cual empecé a pensar cuál de mis famosas artimañas utilizaría en aquel momento. Mientras pensaba y pensaba y no me decidía, noté cómo los motores del barco se ponían en marcha. Y fue entonces cuando se me ocurrió mirar por la ventanilla... Se conoce que no había llovido aquel verano, la tierra estaba seca y no pesaba. Lo cierto es que la isla empezó a moverse como diablo que se lleva la corriente. Subía, bajaba, se retorcía, el muelle aparecía y desaparecía como por arte de magia. Las nubes bailaban, las montañas giraban, las casas se agitaban ¡Todo se movía en aquella maldita isla!
Empecé a sentir cómo el cabello se me alisaba, el cuerpo me abandonaba y la piel se me iba poniendo de un extraño color verde que no sé reproducir. Yo creo que me quedé hasta sin pecas. Miré de reojo a mi hija. Estaba hecha a mi imagen y semejanza... Miré de soslayo a mi compañero de viaje, que, amablemente, sacó una bolsita del asiento y me la puso, como pudo, en la mano. El barco seguía anclado. Pero no importó. Dana y yo compartimos la bolsita como buenas amigas. Qué menos... Primero yo, después ella, otra vez yo. Y así...
Hasta que terminamos. Y nos quedamos deshechas, rotas, aniquiladas, tiradas en el asiento como dos muñecos de trapo. En silencio. A mi ex vecino tampoco se le oía. Sólo intuía su presencia. Silente. Hasta que la corriente se llevó a Tenerife. Y la vi cada vez más lejos. Moviéndose y saltando como si estuviera poseída. El resto del viaje me lo pasé en babia. Pegada al asiento mientras una lágrima de indignación rodaba por mi mejilla sin llegar a caer nunca a ningún lado. Quejándome. Inmóvil. Los ochenta minutos se me hicieron eternos. Yo creo que fueron ciento diez. Y por fin vi a lo lejos Gran Canaria. Que se acercaba a ritmo de salsa.
Nunca hablé con mi ex vecino. Ni siquiera lo miré. Tardé días en recuperarme de ese viaje y todavía hoy, mientras escribo, siento un cierto no sé qué que no me gusta. ¡Y todo por culpa de la sequía! Desde entonces sólo viajo cuando llueve. Para que a la isla no la mueva la corriente.

Ha caído tanta agua en las últimas semanas... Y lo extraño es que esta isla sigue a flote. ¡Y las demás también! Espectacular... Con razón las llaman Afortunadas... Aunque estoy segura de que si nos pusiéramos a saltar todos juntos terminarían hundiéndose. Porque entre el agua que chupan del mar y la que cae del cielo tienen que tener sobrepeso. Sólo espero que a nadie se le ocurra dar la orden... Yo, por si acaso, vivo en alto. Por si se hunden los bordes... De todas formas no les viene mal pesar un poco. Para que no se las lleve la corriente...
Recuerdo una vez que fui a Las Palmas. En barco. El mar estaba echado. Como un verdadero plato. Y de repente llegó, nada más y nada menos ¡que mi ex vecino de enfrente! Entró cargado de gracia y belleza y, como quién no quiere la cosa ¡se me sentó al lado! No podía pedir más. ¡Ochenta minutos con un bellezón solo para mí! ¡Y atado al asiento! Neptuno estaba conmigo aquel día, que si no... Todos los dioses del Olimpo me protegían aquella tarde. No quedaba otra explicación. Con todos los asientos libres que había y lo grande que era el barco ¡se había sentado conmigo! Y con mi hija... Pero mi hija tenía los auriculares puestos. O sea que...
Con gran disimulo saqué el espejito del bolso y, agachándome de manera elegante y displicente, me eché un rápido vistazo. El rizo de la izquierda estaba bien colocado. La boca estaba en su sitio y las pecas seguían en la nariz. ¡Qué suerte! Reunía las condiciones óptimas para una travesía romántica. ¡No sabía mi ex vecino con quién se había sentado! A partir de ese día ya no sería el mismo. Tenía tiempo suficiente como para embrujarlo, arrebatarlo, atraerlo, embelesarlo, seducirlo, cautivarlo, fascinarlo y todos los arlos, erlos e irlos que uno pueda imaginar.
Así que lo recibí con un discreto "¡Hooooooolaa!" Tras lo cual empecé a pensar cuál de mis famosas artimañas utilizaría en aquel momento. Mientras pensaba y pensaba y no me decidía, noté cómo los motores del barco se ponían en marcha. Y fue entonces cuando se me ocurrió mirar por la ventanilla... Se conoce que no había llovido aquel verano, la tierra estaba seca y no pesaba. Lo cierto es que la isla empezó a moverse como diablo que se lleva la corriente. Subía, bajaba, se retorcía, el muelle aparecía y desaparecía como por arte de magia. Las nubes bailaban, las montañas giraban, las casas se agitaban ¡Todo se movía en aquella maldita isla!
Empecé a sentir cómo el cabello se me alisaba, el cuerpo me abandonaba y la piel se me iba poniendo de un extraño color verde que no sé reproducir. Yo creo que me quedé hasta sin pecas. Miré de reojo a mi hija. Estaba hecha a mi imagen y semejanza... Miré de soslayo a mi compañero de viaje, que, amablemente, sacó una bolsita del asiento y me la puso, como pudo, en la mano. El barco seguía anclado. Pero no importó. Dana y yo compartimos la bolsita como buenas amigas. Qué menos... Primero yo, después ella, otra vez yo. Y así...
Hasta que terminamos. Y nos quedamos deshechas, rotas, aniquiladas, tiradas en el asiento como dos muñecos de trapo. En silencio. A mi ex vecino tampoco se le oía. Sólo intuía su presencia. Silente. Hasta que la corriente se llevó a Tenerife. Y la vi cada vez más lejos. Moviéndose y saltando como si estuviera poseída. El resto del viaje me lo pasé en babia. Pegada al asiento mientras una lágrima de indignación rodaba por mi mejilla sin llegar a caer nunca a ningún lado. Quejándome. Inmóvil. Los ochenta minutos se me hicieron eternos. Yo creo que fueron ciento diez. Y por fin vi a lo lejos Gran Canaria. Que se acercaba a ritmo de salsa.
Nunca hablé con mi ex vecino. Ni siquiera lo miré. Tardé días en recuperarme de ese viaje y todavía hoy, mientras escribo, siento un cierto no sé qué que no me gusta. ¡Y todo por culpa de la sequía! Desde entonces sólo viajo cuando llueve. Para que a la isla no la mueva la corriente.
domingo, 15 de marzo de 2009
Una visita inesperada
A Valentina con todo mi cariño
Cuando tocaron a mi casa aquella noche, nunca pensé que podría ser Valentina.

Hasta que abrí la puerta... Supe que era ella porque tenía la mano apoyada en el timbre. Y a su lado, una gran maleta verde. ¡Valentina! ¡Mi becaria del curso pasado! No lo entiendo... ¿Cómo puede haber vuelto Valentina a esta casa con lo mal que cocino? Se conoce que he mejorado con el tiempo... Que si no...
A partir de entonces llevo dos semanas contando Valentinas. Yo creo que vinieron por lo menos dieciséis... Cuando iba a la cocina, allí estaba Valentina que tenía hambre. Si quería usar mi baño, dentro había una Valentina peinándose. Cuando iba a sentarme en el sofá no podía. Porque una Valentina estaba usando su portátil allí. Si quería entrar en el baño de mi hija me encontraba a otra Valentina cepillándose los dientes. ¡Había Valentinas hasta en mi habitación! Si me sentaba al ordenador, aparecía una Valentina en mi cama y me preguntaba que qué estaba haciendo.
Si me subía al coche, allí estaba Valentina, de copiloto. Cuando me despertaba por la mañana, Valentina estaba preparada para desayunar. Y cuando salía del colegio había una Valentina en la esquina de mi casa esperándome para dar una vuelta. Si iba a comprar el pan me encontraba a Valentina en la tienda. ¡Pero si hasta había una Valentina en el colegio! ¡Estaba rodeada! ¡Era como la multiplicación de los panes y los peces! Pero en Valentinas... No podía dar un paso sin encontrarme con una. Un día probé a ir a la farmacia. A ver si allí no había... Pero me encontré a una Valentina con dolor de garganta. Así que tuve que volver a la farmacia tres veces seguidas porque no daba con el medicamento idóneo. Hasta que la farmacéutica se enfadó y le dio una caja de aspirinas...
Al final no me salieron las cuentas, nunca supe cuántas fueron. Todavía no me explico de dónde salieron tantas Valentinas. ¡Y no sé cómo se las arreglaron para dormir todas juntas! Tendré que plantearme comprarme una casa mayor. Para cuando vuelvan... Lo cierto es que fui con una de ellas a comprar semillas para su padre. Así que me dejé llevar y compré unas cuantas plantas para mí. De forma compulsiva. Lo reconozco... Dos hortensias, seis geranios, cinco petunias, un hibiscus, cinco crisantemos de colores, dos geranios más de una variedad desconocida, una gardenia y siete plantas más que no sé cómo se llaman. Cien litros de tierra en bolsas de veinte cada una, cuatro jardineras y cuatro macetones. Y por último, ¡un biombo de madera para que se enrede la buganvilla que pronto compraré!
Teniendo en cuenta que mi casa no tiene ni siquiera un balcón, no me quedó otro remedio que llevármelo todo a casa de mi no pareja, que tiene un ático. O tenía. Antes de la invasión... Y así me he pasado el fin de semana. Haciendo lo que más me gusta. O casi... Estar con las plantas. Que por lo menos no hablan. Y he dejado la terraza hecha una flor... Y lo que me queda...
En fin, que Valentina ya se fue. Lo noto porque estoy aquí escribiendo. Y por fin he empezado mi aventura como jardinera. Cuando tenga mi primera plaga de mosca blanca ya avisaré. Y me siento muy feliz.
Mi madre siempre decía que hay que poner los pies en la tierra. Yo prefiero poner las manos...
jueves, 26 de febrero de 2009
Los carnavales de antaño
Recuerdo los carnavales de antaño...

"Antaño" es realmente una palabra deliciosa. Porque no se refiere a nada. Me gusta por eso. Antaño pudo ser hace tres años. O cinco. O diez. Con decir antaño las veces que quieras, tienes. Nadie se va a enterar de cuál es la fecha. Puedes decir nací antaño... Tuve una hija antaño... Empecé a trabajar antaño... Fui a la playa antaño... Y con tantas cosas que has hecho ¡sólo han pasado cuatro antaños! ¡Fantástico! Como ahora. Que voy a contar lo que me pasó hace treinta años ¡y nadie se va a enterar! Menos mal que hay palabras que quitan edad. Que si no...
Pues como iba diciendo, recuerdo los carnavales de antaño. ¡Hace nada...! Total... Yo tenía unos cuantos antaños menos. Pero no se notaba... Empezaba mis estudios en la Universidad de La Laguna. Vivía en un pisito alquilado en el centro de la ciudad. Y como la beca no me daba, busqué a cinco más para compartir. El piso... Total que éramos seis. Si las cuentas no me fallan... Y vivíamos en paz y armonía como buenas chicas de antaño. Menos una. Que quería ser enfermera. Y comía croissants para desayunar. ¡Con lo buena que estaba la leche en polvo con un poco de agua por las mañanas!
Total que no me entendía con la enfermera. Porque yo estudiaba filología inglesa y no había llegado al vocabulario médico aún. Pero con las otras cuatro fue distinto. Nos sentamos en la cocina y empezamos a hacer buenas migas. Con lo laborioso que es el plato... Y así estuvimos, haciendo migas durante los cinco años que duraron los estudios. Acabamos la carrera siendo expertas, pero eso fue antaño, porque ya no lo recuerdo... Y haciendo buenas migas llegaron también los carnavales.
La enfermera se quedó comiendo croissants. Y nosotras, con nuestro gran presupuesto, ideamos los disfraces. Iríamos todas iguales. Vestidas de trogloditas. ¡Qué sexi! ¡Y qué cómodo! Después de mucho pensar y hacer cuentas encontramos el disfraz de troglodita ideal. Se componía de cuatro elementos básicos: cabeza, tronco, extremidades ¡y un hueso de plástico para cada una! Para no confundirnos nos colocamos el hueso en sitios distintos. En el pelo, de collar, de broche... A mí me tocó colgando de la oreja. No podía pedir más. ¡Mi cuerpo y mi cara de antaño y un hueso blancuzco en la oreja!
Y así bajamos, como verdaderas cavernícolas, al carnaval de Santa Cruz. Era tanta la gente que corrimos el riesgo de perdernos más de una vez. Pero gracias a nuestro distintivo nos reconocíamos entre la multitud. Hasta que los huesos salieron volando... Los pisaron, los patearon, los aplastaron, los perdieron. Y en un míralo y vete nos quedamos sin disfraz. ¡Menos mal que nos quedaba el resto! Cabeza, tronco y extremidades seguían es su sitio. No sabíamos hasta cuándo. Así que decidimos bailar una conga. Para agarrarnos bien y no perder ninguna parte de nosotras.
¡Qué bonita la conga! No se sabía dónde empezaba. Ni en qué parte de la ciudad acababa. Era una fila inmensa de gente agarrada por la cintura que iba avanzando a paso saltarín hacia no se sabe dónde. Y nos unimos a la fiesta. Por encima de la música de los altavoces sobresalía la voz de la gente cantando: "La conga de Jalisco, ya viene caminando, la conga de Jalisco, ya viene caminando". Y todo el mundo marchando al compás de la canción, levantando primero una pierna, después la otra. Y así sucesivamente. ¡Qué divertido!
Yo era la última de mi grupo. No lo sabía. Y me daba lo mismo. Todos éramos iguales en aquel momento. Unidos por la música y el baile como verdaderos hermanos. Qué experiencia tan mística. No importaba nada. ¡Sólo llegar a Jalisco! Hasta que me di cuenta de que la persona que tenía detrás ¡no se sabía la letra! Decía algo así como: "La gonga de Galisho ya biene gabinaddo". ¿Gabinaddo? ¡Pero a dónde íbamos a llegar gabinaddo! ¿Se había vuelto loco el de atrás? Así que me di la vuelta para enseñarle la canción. Era un hombre grande, con un abrigo negro. El abrigo estaba abierto. Y de él salía una enorme conga directa a mi trasero. ¡A mi trasero! ¡Pero si llevaba más de una hora bailando con aquel ser pegado a mí!

Qué extraño disfraz. Me dije a mí misma... ¡A lo mejor perdió el resto en la refriega! Pero al ver su empeño en volver a tomar posiciones y harta de tanto desafino, lo mandé al Jalisco sin ningún miramiento. La pena es que al separarme de él tan bruscamente, la cadena se rompió y la gente empezó a correr de un lado a otro, dejando al hombretón en el centro. Pasando frío en la conga. Pobre...
Nunca volví a los carnavales de antaño. A ésos no. A los del antaño siguiente me parece que sí. De vez en cuando me acuerdo del hombre del abrigo. ¿Se habrá aprendido la letra de la conga ya? ¿Habrá logrado llegar a Jalisco gabinaddo? ¿Habrá descubierto que en la conga sólo se levantan las piernas? Y lo más importante ¿habrá logrado superar su complejo de conguito? Nunca lo sabré. Es lo que pasa con las cosas de antaño...

"Antaño" es realmente una palabra deliciosa. Porque no se refiere a nada. Me gusta por eso. Antaño pudo ser hace tres años. O cinco. O diez. Con decir antaño las veces que quieras, tienes. Nadie se va a enterar de cuál es la fecha. Puedes decir nací antaño... Tuve una hija antaño... Empecé a trabajar antaño... Fui a la playa antaño... Y con tantas cosas que has hecho ¡sólo han pasado cuatro antaños! ¡Fantástico! Como ahora. Que voy a contar lo que me pasó hace treinta años ¡y nadie se va a enterar! Menos mal que hay palabras que quitan edad. Que si no...
Pues como iba diciendo, recuerdo los carnavales de antaño. ¡Hace nada...! Total... Yo tenía unos cuantos antaños menos. Pero no se notaba... Empezaba mis estudios en la Universidad de La Laguna. Vivía en un pisito alquilado en el centro de la ciudad. Y como la beca no me daba, busqué a cinco más para compartir. El piso... Total que éramos seis. Si las cuentas no me fallan... Y vivíamos en paz y armonía como buenas chicas de antaño. Menos una. Que quería ser enfermera. Y comía croissants para desayunar. ¡Con lo buena que estaba la leche en polvo con un poco de agua por las mañanas!
Total que no me entendía con la enfermera. Porque yo estudiaba filología inglesa y no había llegado al vocabulario médico aún. Pero con las otras cuatro fue distinto. Nos sentamos en la cocina y empezamos a hacer buenas migas. Con lo laborioso que es el plato... Y así estuvimos, haciendo migas durante los cinco años que duraron los estudios. Acabamos la carrera siendo expertas, pero eso fue antaño, porque ya no lo recuerdo... Y haciendo buenas migas llegaron también los carnavales.
La enfermera se quedó comiendo croissants. Y nosotras, con nuestro gran presupuesto, ideamos los disfraces. Iríamos todas iguales. Vestidas de trogloditas. ¡Qué sexi! ¡Y qué cómodo! Después de mucho pensar y hacer cuentas encontramos el disfraz de troglodita ideal. Se componía de cuatro elementos básicos: cabeza, tronco, extremidades ¡y un hueso de plástico para cada una! Para no confundirnos nos colocamos el hueso en sitios distintos. En el pelo, de collar, de broche... A mí me tocó colgando de la oreja. No podía pedir más. ¡Mi cuerpo y mi cara de antaño y un hueso blancuzco en la oreja!
Y así bajamos, como verdaderas cavernícolas, al carnaval de Santa Cruz. Era tanta la gente que corrimos el riesgo de perdernos más de una vez. Pero gracias a nuestro distintivo nos reconocíamos entre la multitud. Hasta que los huesos salieron volando... Los pisaron, los patearon, los aplastaron, los perdieron. Y en un míralo y vete nos quedamos sin disfraz. ¡Menos mal que nos quedaba el resto! Cabeza, tronco y extremidades seguían es su sitio. No sabíamos hasta cuándo. Así que decidimos bailar una conga. Para agarrarnos bien y no perder ninguna parte de nosotras.
¡Qué bonita la conga! No se sabía dónde empezaba. Ni en qué parte de la ciudad acababa. Era una fila inmensa de gente agarrada por la cintura que iba avanzando a paso saltarín hacia no se sabe dónde. Y nos unimos a la fiesta. Por encima de la música de los altavoces sobresalía la voz de la gente cantando: "La conga de Jalisco, ya viene caminando, la conga de Jalisco, ya viene caminando". Y todo el mundo marchando al compás de la canción, levantando primero una pierna, después la otra. Y así sucesivamente. ¡Qué divertido!
Yo era la última de mi grupo. No lo sabía. Y me daba lo mismo. Todos éramos iguales en aquel momento. Unidos por la música y el baile como verdaderos hermanos. Qué experiencia tan mística. No importaba nada. ¡Sólo llegar a Jalisco! Hasta que me di cuenta de que la persona que tenía detrás ¡no se sabía la letra! Decía algo así como: "La gonga de Galisho ya biene gabinaddo". ¿Gabinaddo? ¡Pero a dónde íbamos a llegar gabinaddo! ¿Se había vuelto loco el de atrás? Así que me di la vuelta para enseñarle la canción. Era un hombre grande, con un abrigo negro. El abrigo estaba abierto. Y de él salía una enorme conga directa a mi trasero. ¡A mi trasero! ¡Pero si llevaba más de una hora bailando con aquel ser pegado a mí!

Qué extraño disfraz. Me dije a mí misma... ¡A lo mejor perdió el resto en la refriega! Pero al ver su empeño en volver a tomar posiciones y harta de tanto desafino, lo mandé al Jalisco sin ningún miramiento. La pena es que al separarme de él tan bruscamente, la cadena se rompió y la gente empezó a correr de un lado a otro, dejando al hombretón en el centro. Pasando frío en la conga. Pobre...
Nunca volví a los carnavales de antaño. A ésos no. A los del antaño siguiente me parece que sí. De vez en cuando me acuerdo del hombre del abrigo. ¿Se habrá aprendido la letra de la conga ya? ¿Habrá logrado llegar a Jalisco gabinaddo? ¿Habrá descubierto que en la conga sólo se levantan las piernas? Y lo más importante ¿habrá logrado superar su complejo de conguito? Nunca lo sabré. Es lo que pasa con las cosas de antaño...
martes, 17 de febrero de 2009
El refranero español: un gran desconocido
Gracias al refranero español disfrutamos de una vida en verso.

Y yo me pregunto: ¿Quién será este ser tan misterioso capaz de regir nuestros destinos? Por mucho que investigue no logro dar con su nombre. ¡Ni siquiera un apellido! Pero tiene que ser una persona excepcional. ¡Porque si ha podido conseguir el título...! Refranero español... ¡Qué bonita profesión! Es como el cocinero del reino. Pero sin calderos.
La única pista que tengo del señor refranero es que es español. O por lo menos tiene la nacionalidad... Menos mal. Porque de haber sido inglés ¡a ver cómo pronunciamos los refranes! De todas formas ser refranero es un puesto de mucha responsabilidad. Te inventas un refrán y todo el mundo te hace caso. ¡Hasta las nubes! Llega abril ¡y todas a llover! Te regalan un caballo y no le miras el diente. ¡Y hasta los peces mueren casi todos por la boca! Hay que ver... Qué influencia tiene este hombre...
Estoy deseando conocerlo. Para poder echarle en cara un trabajito suyo. ¡Pero a quién se le ocurre inventarse que a quien madruga Dios le ayuda! ¡Así nos va! Madrugando todos los días por culpa del refranero. Y Dios haciéndose el loco. O será que no entiende español... O que somos muchos madrugando... Pues si es así ¡yo me doy de baja del refrán! Total... Y me apunto al de "Quien mal anda, mal acaba". Que no me afecta. Porque tengo coche.
También le voy a decir que hay alguna que otra errata en sus refranes. Y que corrija el de "Quien se pica es porque ajos come". Porque los ajos, que yo sepa, no tienen espinas. En Canarias por lo menos no... No sé, puede poner ortigas, rosas... ¡pero ajos...! A quién se le ocurre. O el "Ande yo caliente, ríase la gente". Es una verdadera provocación. ¿Pero no se da cuenta el señor refranero que si la gente se ríe cuando estoy caliente, más caliente me voy a poner? Es de sentido común... Y es que los refranes hay que hacerlos a conciencia. Siempre a favor de la comunidad. Que para eso pagamos impuestos. Con lo fácil que nos resultaría la vida con un "A Dios rogando y con el mazo dando". Que seguro que nos oye a la primera...
En fin, que en mi próxima vida quiero ser refranero. Y si es español, mejor. Para entenderme... Haré un retiro en el Tíbet. Renovaré la lista de refranes. Aboliré el "A quien madruga" ¡Y reinstauraré la República!
Y todo por no poner el despertador a las siete... ¡Dichoso refranero...!

Y yo me pregunto: ¿Quién será este ser tan misterioso capaz de regir nuestros destinos? Por mucho que investigue no logro dar con su nombre. ¡Ni siquiera un apellido! Pero tiene que ser una persona excepcional. ¡Porque si ha podido conseguir el título...! Refranero español... ¡Qué bonita profesión! Es como el cocinero del reino. Pero sin calderos.
La única pista que tengo del señor refranero es que es español. O por lo menos tiene la nacionalidad... Menos mal. Porque de haber sido inglés ¡a ver cómo pronunciamos los refranes! De todas formas ser refranero es un puesto de mucha responsabilidad. Te inventas un refrán y todo el mundo te hace caso. ¡Hasta las nubes! Llega abril ¡y todas a llover! Te regalan un caballo y no le miras el diente. ¡Y hasta los peces mueren casi todos por la boca! Hay que ver... Qué influencia tiene este hombre...
Estoy deseando conocerlo. Para poder echarle en cara un trabajito suyo. ¡Pero a quién se le ocurre inventarse que a quien madruga Dios le ayuda! ¡Así nos va! Madrugando todos los días por culpa del refranero. Y Dios haciéndose el loco. O será que no entiende español... O que somos muchos madrugando... Pues si es así ¡yo me doy de baja del refrán! Total... Y me apunto al de "Quien mal anda, mal acaba". Que no me afecta. Porque tengo coche.
También le voy a decir que hay alguna que otra errata en sus refranes. Y que corrija el de "Quien se pica es porque ajos come". Porque los ajos, que yo sepa, no tienen espinas. En Canarias por lo menos no... No sé, puede poner ortigas, rosas... ¡pero ajos...! A quién se le ocurre. O el "Ande yo caliente, ríase la gente". Es una verdadera provocación. ¿Pero no se da cuenta el señor refranero que si la gente se ríe cuando estoy caliente, más caliente me voy a poner? Es de sentido común... Y es que los refranes hay que hacerlos a conciencia. Siempre a favor de la comunidad. Que para eso pagamos impuestos. Con lo fácil que nos resultaría la vida con un "A Dios rogando y con el mazo dando". Que seguro que nos oye a la primera...
En fin, que en mi próxima vida quiero ser refranero. Y si es español, mejor. Para entenderme... Haré un retiro en el Tíbet. Renovaré la lista de refranes. Aboliré el "A quien madruga" ¡Y reinstauraré la República!
Y todo por no poner el despertador a las siete... ¡Dichoso refranero...!
lunes, 9 de febrero de 2009
Una reunión muy hogareña
Desde luego... No hay nada como vivir para aprender.
Cuando volví de Sevilla me llamó mi amiga Mónica. Quería que nos viéramos el sábado para cenar, celebrar mi cumpleaños y arreglar el mundo. Aunque mi cumpleaños había sido la semana anterior, cenar se me da muy bien. Así que acepté rápidamente. Y el sábado, a la hora convenida, estaba lista para darle un repasón al mundo. Que falta le hace...
Mónica es suiza. Pero no como una vaca... Así que a las diez y algo, puntual como un reloj, pasó a buscarme por casa. Yo llevaba un rato esperando. Porque por mi reloj habíamos quedado a las nueve y media. Pero en lo que me entretuve contando estrellas, el tiempo pasó volando. Y en menos de lo que canta un periquete, ya estaba subiéndome al coche de mi amiga. A partir de aquel instante... ¡la noche nunca volvió a ser la misma!
Mónica había reservado mesa en un restaurante nuevo. En Guamasa. Me encantan los restaurantes nuevos. Sobre todo si no los conozco. Así que, como estábamos cerca de su casa, pasamos un momento para ver las reformas que había hecho. Bajamos del coche, abrimos la puerta y... ¡SORPRESA! ¡Un globo azul! ¡Y volando!

Algo extraño estaba pasando... ¡Cómo podía volar un globo si allí dentro no hacía viento! Pero ahí no acababa la cosa. Muchos más globos empezaron a volar y un montón de gente empezó a gritar: "¡Felicidades! ¡Felicidades!" ¡Pues sí que habían gustado las reformas de Mónica! El susto fue tan grande que casi se me salen las lágrimas. Así que me di la vuelta y me puse a llorar. Y cuando me repuse, me uní al grupo y empecé a gritar yo también: ¡Felicidades! ¡Felicidades! Cuando se encendieron las luces descubrí que eran todas mujeres. Lástima... Así que le di un beso a todas, les pregunté si las reformas eran de su agrado y me dispuse a comer de una mesa que había en la esquina. Todavía me andaba preguntando a qué se debía tanto alboroto, cuando apareció una chica con una maleta y una mesa plegable. ¡Era una reunión de tupper!

Hay que ver lo moderna que está la industria. Y cómo han cambiado los utensilios con el tiempo... Los tupper eran estupendos. Los había de todos los colores y tamaños. ¡Y con formas deliciosas y aerodinámicas! Y hasta traían algún que otro ingrediente. Como la pasta kamasutra, el huevo del amor o aceites, geles y cremas de todos los sabores. ¡Incluso había plumeros para limpiar la cocina! Y un coqueto lápiz de labios que vibraba. Y se llamaba Cuco. Para cuando terminas de cocinar y te quieres poner guapa... En fin, que había de todo. Bolas y collares, ropita interior de lo más mona, algún látigo para cuando pierdes la paciencia, antifaces para los carnavales que ya vienen. Y así... Estaba yo muy entretenida averiguando el uso de un tupper llamado "Dildo el monarca" cuando, de repente, apareció... ¡un lindo marinerito!
¿Pero qué hacía un marinero en una reunión de tupper? ¿Será verdad eso de que en cada puerto tienen una mujer? Pues éste venía a buscar la suya. Seguro. Pero me da que no la vio. Porque salió disparado hacia mí como si me conociera de toda la vida. Yo intenté escapar, pero detrás de mí había una pared reformada. Así que el brasileriño me cogió de la mano y me arrastró al centro de la sala. Intenté tragar la tortilla para decirle que yo no era Ella. Pero sólo me salió "¡Meu Deu!" Y al segundo siguiente me vi atrapada por una masa de músculos y condecoraciones. No había escapatoria alguna. Más tiesa que una escoba di unos cuantos pasos de baile. Bailé cariacontecida, como debe ser..., La muerte del Cisne, una polka y un tango. Me pareció ver que la gente se reía. Hasta creí oír algunas carcajadas. ¡Qué contentas estaban todas! La reunión de tupper estaba siendo un exitazo. ¡Y menos mal que estaba yo! Amenizando la velada...

En fin, que cuando el marinerito se empeñó en que me sentara, la poca paciencia que me quedaba se esfumó. ¡Pero por qué tenía que sentarme si se bebe de pie! Yo creo que quería hipnotizarme, porque empezó a hacer unos extraños movimientos con los brazos y las piernas mientras se pegaba cada vez más a mí. Y casi lo logra, pero gracias a mi potente autocontrol, me levanté como gato que pierde la cola y en un arranque de generosidad se lo cedí al resto de mujeres. ¡Que casi se lo comen! Pues yo prefiero los canapés...

Total que el pobre chico entró en calor. O alguien le sugirió que la ropa resultaba algo indigesta... Y como quien no quiere la cosa terminó bailando con un taparrabos. El taparrabos era de mala calidad. Porque se mantenía colgado de un palo que el chico llevaba entre las piernas. ¡Y gracias al palo! Que si no... ¡A ver quién es la lista que le devuelve el taparrabos todo pisado!

La reunión fue muy instructiva y divertida. Ya sé cuántas clases de tupper existen hoy en día. Me compré unos cuantos y los usaré desde que pueda. Será un placer. Al marinerito brasileiro lo mandé a comprarse un uniforme nuevo, porque el suyo quedó para el arrastre. Y eso sí, las reformas no llegué a verlas nunca. Tendré que volver un día de estos para dar mi visto bueno. Y a todos ustedes, anímense, hagan reuniones de tupper. ¡Se van a sorprender!
PD.- A Dana, mi niña: Eres la mejor... Sé cuánto te costó organizar todo esto para mí, pero lograste tu objetivo. Nunca, y digo nunca, me olvidaré de este cumpleaños... ¡Gracias!
Cuando volví de Sevilla me llamó mi amiga Mónica. Quería que nos viéramos el sábado para cenar, celebrar mi cumpleaños y arreglar el mundo. Aunque mi cumpleaños había sido la semana anterior, cenar se me da muy bien. Así que acepté rápidamente. Y el sábado, a la hora convenida, estaba lista para darle un repasón al mundo. Que falta le hace...
Mónica es suiza. Pero no como una vaca... Así que a las diez y algo, puntual como un reloj, pasó a buscarme por casa. Yo llevaba un rato esperando. Porque por mi reloj habíamos quedado a las nueve y media. Pero en lo que me entretuve contando estrellas, el tiempo pasó volando. Y en menos de lo que canta un periquete, ya estaba subiéndome al coche de mi amiga. A partir de aquel instante... ¡la noche nunca volvió a ser la misma!
Mónica había reservado mesa en un restaurante nuevo. En Guamasa. Me encantan los restaurantes nuevos. Sobre todo si no los conozco. Así que, como estábamos cerca de su casa, pasamos un momento para ver las reformas que había hecho. Bajamos del coche, abrimos la puerta y... ¡SORPRESA! ¡Un globo azul! ¡Y volando!

Algo extraño estaba pasando... ¡Cómo podía volar un globo si allí dentro no hacía viento! Pero ahí no acababa la cosa. Muchos más globos empezaron a volar y un montón de gente empezó a gritar: "¡Felicidades! ¡Felicidades!" ¡Pues sí que habían gustado las reformas de Mónica! El susto fue tan grande que casi se me salen las lágrimas. Así que me di la vuelta y me puse a llorar. Y cuando me repuse, me uní al grupo y empecé a gritar yo también: ¡Felicidades! ¡Felicidades! Cuando se encendieron las luces descubrí que eran todas mujeres. Lástima... Así que le di un beso a todas, les pregunté si las reformas eran de su agrado y me dispuse a comer de una mesa que había en la esquina. Todavía me andaba preguntando a qué se debía tanto alboroto, cuando apareció una chica con una maleta y una mesa plegable. ¡Era una reunión de tupper!

Hay que ver lo moderna que está la industria. Y cómo han cambiado los utensilios con el tiempo... Los tupper eran estupendos. Los había de todos los colores y tamaños. ¡Y con formas deliciosas y aerodinámicas! Y hasta traían algún que otro ingrediente. Como la pasta kamasutra, el huevo del amor o aceites, geles y cremas de todos los sabores. ¡Incluso había plumeros para limpiar la cocina! Y un coqueto lápiz de labios que vibraba. Y se llamaba Cuco. Para cuando terminas de cocinar y te quieres poner guapa... En fin, que había de todo. Bolas y collares, ropita interior de lo más mona, algún látigo para cuando pierdes la paciencia, antifaces para los carnavales que ya vienen. Y así... Estaba yo muy entretenida averiguando el uso de un tupper llamado "Dildo el monarca" cuando, de repente, apareció... ¡un lindo marinerito!
¿Pero qué hacía un marinero en una reunión de tupper? ¿Será verdad eso de que en cada puerto tienen una mujer? Pues éste venía a buscar la suya. Seguro. Pero me da que no la vio. Porque salió disparado hacia mí como si me conociera de toda la vida. Yo intenté escapar, pero detrás de mí había una pared reformada. Así que el brasileriño me cogió de la mano y me arrastró al centro de la sala. Intenté tragar la tortilla para decirle que yo no era Ella. Pero sólo me salió "¡Meu Deu!" Y al segundo siguiente me vi atrapada por una masa de músculos y condecoraciones. No había escapatoria alguna. Más tiesa que una escoba di unos cuantos pasos de baile. Bailé cariacontecida, como debe ser..., La muerte del Cisne, una polka y un tango. Me pareció ver que la gente se reía. Hasta creí oír algunas carcajadas. ¡Qué contentas estaban todas! La reunión de tupper estaba siendo un exitazo. ¡Y menos mal que estaba yo! Amenizando la velada...

En fin, que cuando el marinerito se empeñó en que me sentara, la poca paciencia que me quedaba se esfumó. ¡Pero por qué tenía que sentarme si se bebe de pie! Yo creo que quería hipnotizarme, porque empezó a hacer unos extraños movimientos con los brazos y las piernas mientras se pegaba cada vez más a mí. Y casi lo logra, pero gracias a mi potente autocontrol, me levanté como gato que pierde la cola y en un arranque de generosidad se lo cedí al resto de mujeres. ¡Que casi se lo comen! Pues yo prefiero los canapés...

Total que el pobre chico entró en calor. O alguien le sugirió que la ropa resultaba algo indigesta... Y como quien no quiere la cosa terminó bailando con un taparrabos. El taparrabos era de mala calidad. Porque se mantenía colgado de un palo que el chico llevaba entre las piernas. ¡Y gracias al palo! Que si no... ¡A ver quién es la lista que le devuelve el taparrabos todo pisado!

La reunión fue muy instructiva y divertida. Ya sé cuántas clases de tupper existen hoy en día. Me compré unos cuantos y los usaré desde que pueda. Será un placer. Al marinerito brasileiro lo mandé a comprarse un uniforme nuevo, porque el suyo quedó para el arrastre. Y eso sí, las reformas no llegué a verlas nunca. Tendré que volver un día de estos para dar mi visto bueno. Y a todos ustedes, anímense, hagan reuniones de tupper. ¡Se van a sorprender!
PD.- A Dana, mi niña: Eres la mejor... Sé cuánto te costó organizar todo esto para mí, pero lograste tu objetivo. Nunca, y digo nunca, me olvidaré de este cumpleaños... ¡Gracias!
viernes, 30 de enero de 2009
Sevilla me queda al Norte
Desde luego, viajar a Sevilla ha sido fantástico. ¡No conozco otra Sevilla igual!

Como se puede apreciar en la foto, Sevilla tiene un TAV. Tren de alta velocidad. O tranvía... Aunque todo el mundo viaja en bici. Menos los que salimos en la foto. Que no tenemos tique. Yo estoy especialmente contenta porque una señora acaba de leerme la mano y me ha dicho que la tengo limpia. Menos mal... ¡Anda que si me llega a encontrar una chuleta! Y como premio me ha vendido una rama de romero. ¡A precio de ganga! Aunque yo no pienso cocinar estos días. Que para algo estoy de vacaciones.

Además del modernísimo TAV, Sevilla tiene muchas torres. La Giralda, la del Oro y la de Pisa. Entre muchas otras... Pero como son torres tan altas y torcidas no caben en la foto. Y sólo se me ve a mí que soy normal. A mis pies, una alcantarilla de Sevilla. Con reminiscencias árabes y moriscas. Una verdadera joya de la arquitectura grecorromana. Yo estoy especialmente contenta porque unos gorriones se acaban de hacer caca en mi abrigo. Así que, gracias a ellos, ya tengo traje de faralaes. ¡Y sin casi proponérmelo!

A la derecha, las murallas de Sevilla. Creo recordar... Y a la izquierda, una de sus famosas tascas con todos los platos a la vista. ¡Hay que ver lo bien que se come en Sevilla! Yo estoy especialmente contenta porque por fin voy a probar pescaito frito y chop suey de gambas. Al fondo, una de las pocas cuestas de la ciudad. Y me tocó a mí.

Adentrándonos en la Sevilla más salvaje podemos encontrar muchos parques y jardines. Como el de María Luisa, García Sanabria y Doñana. El de la foto no es ninguno de los tres. Pero tiene una fuente al fondo. La de Trevi. Yo estoy especialmente contenta porque por fin voy a poder tirar una moneda y pedir un deseo. Aunque tengo entendido que los deseos se piden en los pozos. Pero da igual. Así es más fácil recuperar la moneda.

No podía faltar en este reportaje la Sevilla monumental. Qué de monumentos hay en esta ciudad. Empezando por el Arco de Triunfo. Bajo el cual estoy haciendo guardia... Y terminando por el Puente de los Suspiros. Que cruza el río que pasa por debajo. Yo estoy especialmente seria porque estoy ensayando los suspiros que voy a dar cuando llegue al puente.

Pero señores... qué voy a decir yo de Sevilla...
¡Si Sevilla es para verla! Y enamorarse...

Como se puede apreciar en la foto, Sevilla tiene un TAV. Tren de alta velocidad. O tranvía... Aunque todo el mundo viaja en bici. Menos los que salimos en la foto. Que no tenemos tique. Yo estoy especialmente contenta porque una señora acaba de leerme la mano y me ha dicho que la tengo limpia. Menos mal... ¡Anda que si me llega a encontrar una chuleta! Y como premio me ha vendido una rama de romero. ¡A precio de ganga! Aunque yo no pienso cocinar estos días. Que para algo estoy de vacaciones.

Además del modernísimo TAV, Sevilla tiene muchas torres. La Giralda, la del Oro y la de Pisa. Entre muchas otras... Pero como son torres tan altas y torcidas no caben en la foto. Y sólo se me ve a mí que soy normal. A mis pies, una alcantarilla de Sevilla. Con reminiscencias árabes y moriscas. Una verdadera joya de la arquitectura grecorromana. Yo estoy especialmente contenta porque unos gorriones se acaban de hacer caca en mi abrigo. Así que, gracias a ellos, ya tengo traje de faralaes. ¡Y sin casi proponérmelo!

A la derecha, las murallas de Sevilla. Creo recordar... Y a la izquierda, una de sus famosas tascas con todos los platos a la vista. ¡Hay que ver lo bien que se come en Sevilla! Yo estoy especialmente contenta porque por fin voy a probar pescaito frito y chop suey de gambas. Al fondo, una de las pocas cuestas de la ciudad. Y me tocó a mí.

Adentrándonos en la Sevilla más salvaje podemos encontrar muchos parques y jardines. Como el de María Luisa, García Sanabria y Doñana. El de la foto no es ninguno de los tres. Pero tiene una fuente al fondo. La de Trevi. Yo estoy especialmente contenta porque por fin voy a poder tirar una moneda y pedir un deseo. Aunque tengo entendido que los deseos se piden en los pozos. Pero da igual. Así es más fácil recuperar la moneda.

No podía faltar en este reportaje la Sevilla monumental. Qué de monumentos hay en esta ciudad. Empezando por el Arco de Triunfo. Bajo el cual estoy haciendo guardia... Y terminando por el Puente de los Suspiros. Que cruza el río que pasa por debajo. Yo estoy especialmente seria porque estoy ensayando los suspiros que voy a dar cuando llegue al puente.

Pero señores... qué voy a decir yo de Sevilla...
¡Si Sevilla es para verla! Y enamorarse...

Suscribirse a:
Entradas (Atom)