domingo, 19 de agosto de 2007

El día que conocí a mi ex-novio

Si hay algo que no debería olvidar nunca es el día en que conocí a mi ex novio.

Era sábado, Miguel contaba cuentos en un conocido local, y yo había quedado con mis amigas para tomar un par de copas y pasar un rato agradable escuchando historias.

Miguel y yo nos conocíamos de vista desde hacía tiempo; habíamos coincidido en varios cursos, él como profesor, yo como alumna, y me gustaba.

Me gustaba su aire serio y distante, ese halo de misterio que lo envolvía, su mirada de hielo y su cuerpo moreno y bien trabajado.
Me gustaba su forma de hablar, su elegancia, su vasta cultura, su fama de soltero inaccesible y profesional intachable, su carisma.
Todo me gustaba de Miguel.

Así que esa noche salí de casa con la sana intención de recrearme la vista y regalarme el oído con uno de los hombres más atractivos y apetecibles de la ciudad.

Miguel contaba cuentos como nadie (lástima que no me acuerde de ninguno) y había elegido un repertorio fantástico, así que entre risas, aplausos y expectantes silencios, se acabó la primera parte y entramos en el descanso.

Se encendieron las luces. La sala estaba abarrotada de gente, en la barra, en el suelo, de pie, no cabía ni un alfiler ahí dentro. Nosotras estábamos sentadas en un rinconcito muy cómodo charlando animadamente, cuando, de entre la gente, surgió como por encanto, una vendedora de flores (recuerdo que era china) y se me acercó con una rosa en la mano.

La mujer estaba empeñadísima en que yo cogiera la flor, pero yo no quería comprársela y, lo más educadamente posible, apartaba su mano de la mía una y otra vez, diciendo que no con la cabeza, a ver si así me entendía. Pero no había manera, me cogía la mano e introducía entre mis dedos la dichosa rosa para que yo me la quedara.

El desconcierto y la impotencia se apoderaron de mí, la situación era absurda, estaba peleando a base de sonrisas con una china más cabezota que yo, y no pensaba ceder, ... pero ella tampoco.

De repente la mujer se dio la vuelta y con la cabeza señaló hacia la barra. Allí estaba Miguel, con una gran sonrisa y mirando divertido.
Y de pronto entendí: ¡ Miguel me mandaba la rosa ! ¡ A mí !
¡ De-lan-te-de-to-doel-mun-do !

Todo se oscureció para mí en ese instante, bajo el único foco existente sólo estaba yo, la única, con mi única rosa en la mano y con una sonrisa ... única. Creo que levité.

Cuando volví en mí, intenté controlarme y borrar esa sonrisa de idiota que seguía teniendo en la cara, y con un gesto de forzada naturalidad le mandé un beso volado a Miguel, (porque estaba muy lejos para dárselo directamente), y me senté, con el corazón a mil, intentando evitar las miradas de la mayoría de la gente que se había quedado con todo.

De la segunda parte del espectáculo no fui consciente. No me acuerdo absolutamente de nada. Cuando desperté estaba en la calle, flotando todavía, dirigiéndome hacia el coche y agarrando la rosa con todas mis fuerzas, por si algún maleante que pudiera pasar por allí me la robara.

No volví a ver a Miguel hasta el mes siguiente, enero, que fue cuando tuvimos muestra primera cita. No sé exactamente qué día fue, pero sí recuerdo que metí la pata ... y varias veces.

Pero eso queda para otro día.

1 comentario:

Anónimo dijo...

pues que no te olvides de contarla.
Gracias por tu visita, nos leeremos
Un beso

Comentado originalmente en Ya.com, el Martes, 21 Agosto 2007 19:24