lunes, 31 de diciembre de 2007

Año nuevo...¡vida nueva!

Mira que tenemos suerte los humanos. Cada año que pasa volvemos a nacer. Y después nos quejamos de los gatos. ¡Pero si ellos sólo tienen siete! ¡Vaya comparación...!

Lo que pasa es que hay que tener mucho cuidado con la vida que se elige cada año. Y, sobre todo, hay que dominar el vocabulario. Porque de no ser así te puedes meter en un buen lío.

Como ya no soy una niña, tengo la suerte de tener muchas vidas en mi haber, todas variadas y sorprendentes. Me lo he pasado tan bien en cada vida que no he tenido necesidad de repetir ninguna. Además, estoy convencida de que en la variedad se hicieron colores, por eso es bueno cambiar.

Recuerdo que una vez, cuando era pequeña, elegí la vida de "niña repelente". Lo pasé tan bien que mis padres casi me expulsan. El siguiente año, para compensarles, me hice "niña prodigio". No fue tan divertido, pero en casa estaban encantados y en el colegio me hice muy famosa. De esa época también recuerdo el año que fui "niñata", mis hermanos terminaron un poco hartos de mí, pero yo conseguí la Barbie China.

Me divertí tanto en mi vida de "jovenzuela" que pasado un tiempo lo intenté de nuevo con la de "mujerzuela". Pero no fue lo mismo, así que me quité de la lista y ese año lo pasé de incógnito.

Cuando me hice mujer se abrieron ante mí muchísimos caminos por explorar. Así que empecé siendo "mujer de su casa". Estuve todo el año buscando pero no logré dar con la casa. Todas las que visitaba ya tenían una mujer dentro. Un año de estos voy a repetir la experiencia a ver si tengo suerte y encuentro la casa que es...

Otro año me hice "mujer trabajadora". ¡Qué agotador! No descansaba nunca. Me pasaba los días pensando qué trabajo me convendría más. Y encima por la noche tenía pesadillas. ¡Qué angustia! Cada vez que intentaba descansar soñaba que estaba haciendo cola en las oficinas del paro. Fue un añus terribilum. Tanto que decidí febrilmente no volverlo a intentar.

Así que el siguiente me hice "mujer florero". Qué relax. Me pasaba el día limándome las uñas. Y qué perfumada tenía la casa de tantas flores que compraba. Hasta que me aburrí. Para una persona con una actividad tan galopante como la mía, ser "mujer florero" tiene sus limitaciones. ¡No te puedes mover de la mesa! Y eso de ser como un mueble no está hecho para mí.

Ya descansada y con las manos impecables, el año siguiente elegí ser "mujer independiente". Fue muy gratificante, pero con tanta independencia me quedé sin amigos. No me llevaba con nadie. ¡Faltaría más! Una persona independiente tiene que hacerlo todo sola, sin pender de los demás. Y así lo hice. Hay que ser consecuente con lo que se quiere. Yo quería independencia y no podía, bajo ningún prospecto, estar pendiente de nadie, ni siquiera de mí misma. Así que me despendí de todo y de todos hasta que me dieron el título. Lo tengo enmarcado.

El año que decidí ser "mujer fatal" fue horroroso. Por mucho que intentara hacer las cosas bien todo me salía al revés. No atinaba con nada. Cualquier proyecto, iniciativa, idea, pronóstico o intención que tuviera se malograban al instante. Como si alguien me hubiera mirado mal o algo parecido. El resumen del año fue desastroso. Peor que peor. Fatal. No quiero volver a oir hablar de esa palabra nunca más.

Todavía me quedan muchas cosas por ser, "mujer de gobierno", "mujer de vida alegre", "mujer de estado" y muchas mujeres más, pero este año he decidido no complicarme. Mi nueva vida va a ser de "mujer normal", a ver cómo me va... Y ustedes, por favor, tengan cuidado con las palabras, lean bien los significados, elijan con detenimiento sus nuevas vidas y no se fíen del diccionario, que tiene letra pequeña...

A todos ¡BUENOS DÍAS! Que amanece un nuevo enero...

sábado, 22 de diciembre de 2007

Esferas celestes

Estos últimos días han sido estupendos. Yo diría que sorprendentes. Casi una semana después del diluvio las altas esferas decidieron suspender las clases por las lluvias. Supongo yo que las altas esferas tienen que estar muy arriba para tardar tanto en reaccionar. Y por eso el emisario no llegó a tiempo aquel día... Aunque me da a mí que esas esferas son más cuadradas que redondas.

Lo cierto es que el martes, con un sol más que radiante, ¡evacuamos el colegio! Más vale tarde que nunca... O como decía mi abuela "Nunca es tarde si la dicha es buena". ¿Para qué suspender las clases cuando hay inundación? ¡Mejor hacerlo un día normal! ¡Así aprovechamos bien el tiempo!

Eso sí, qué bien nos portamos todos. Nos lo creímos tanto e interpretamos tan bien nuestro papel que casi vuelve a llover. Los padres cruzaban el patio corriendo como si se estuvieran mojando. Algunos llevaban el paraguas abierto, desafiando al cielo. Otros aprovecharon para estrenar las botas de agua. Y el resto se quedó atrapado en el aparcamiento de padres tocando la pita. Qué emocionante.

Hasta yo me animé. Tenía tantas ganas de participar que, desde que pude, abrí el paraguas y me puse a correr por el colegio. Fue fantástico. Lo que pasa es que me dolió un poco porque el sol pegaba. Así que decidí volver a mi clase a seguir esperando el temporal. Que nunca llegó...

A las cuatro de la tarde no había ni un solo niño en el colegio. ¡Qué eficacia! Prueba superada. Gracias a la oportuna intervención de las altas esferas, al civismo de los padres y a nuestra propia sangre fría, habíamos logrado cumplir el objetivo del día: ¡Tarde libre!

Salimos en desbandada hacia el aparcamiento, por si las esferas se arrepentían, y en un din don nos evacuamos todos. Qué bien. No hay nada como una tarde libre e inesperada para poder aprovechar el tiempo. Así que decidí irme a dormir. Estaba agotada de tanto evacuar. ¿Y qué mejor lugar para terminar una evacuación que tu propia casa?

Dudé un buen rato entre el sofá y la cama. El sofá me da que pensar, allí pienso pensamientos. Pero no hay nada como la cama para pensar ideas. Así que me puse manos a la obra y me acosté. Las ideas acudieron a mí de forma casi instantánea. Soñé con un plato de conejo en pepitoria y papitas arrugadas de guarnición. ¡Conejo en pepitoria! ¡El plato típico de Navidad!

Me senté en la cama sobresaltada. Había tenido una premonición. ¡Era Navidad! ¡Y yo sin enterarme! ¿Pero por qué nadie me había avisado? Qué despistada es la gente...

Desde entonces no he parado. Estoy buscando una tienda de comida para camellos y no encuentro ninguna. También he hecho gestiones para ver si me da tiempo de instalar una chimenea en casa. A ver si no por dónde entra Papá Noel... A último remedio dejaré la ventana de la sala abierta a ver si caben los renos por ahí. No sé cómo va a terminar esto. Estoy muy preocupada.

A pesar de mi estupor por tan cercanas fiestas, quiero felicitar de corazón a todos mis amigos. Por sus palabras, por su presencia, por sus ánimos, por sus ocurrencias, por su benevolencia, por su apoyo, por su cariño, por su tiempo, por su comprensión, por hacerme sentir tan bien y por muchas cosas más... a todos ¡gracias!

Les deseo con todo mi amor y displicencia: ¡FELIZ CAMPAMENTO!

domingo, 16 de diciembre de 2007

Noé

Y gracias a Noé, que inventó el diluvio, por fin llovió en Canarias. ¡Y se inundó todo!

Fue fantástico. Sobre todo porque nadie se lo esperaba. Y la gente no sacó el paraguas.

Aquel día me asomé a la ventana para ver qué hora era. El cielo gris merengue no me dijo nada. Así que no me di por enterada. La mañana pasó sin Pena ni Gloria, que se habían ido de excursión. Pero el muy ladino del temporal permanecía agazapado entre la maleza esperando el momento propicio para atacar. Y así lo hizo.

Después de comer, como todos los días, me atrincheré en mi coche y emprendí el camino de vuelta al cole. Cuando, de repente, se hizo de noche. ¡Qué rápido ha pasado la tarde! - pensé para mis adentros - ¡Si casi no me he enterado! Pero como los misterios de la vida son inescrutables, no le presté mucha atención. Encendí las luces y me dispuse a dar la vuelta para volver a casa. Total ¿qué iba a hacer yo de noche en el colegio?

De golpe, una terrible sospecha se apoderó de mí. ¿Dónde estaban las estrellas? Miré de soslayo el reloj y, pese a mi más absoluta resistencia, marcaba las 14:15 de la tarde. Inexplicable. Ni sol, ni estrellas, ni luna, ni nada... No era ni de día ni de noche, qué misterio tan promiscuo. ¡Había entrado en otra dimensión! Para mí que eso sólo pasaba en las Bermudas... pero no, estaba de lleno en el triángulo de las Canarias.

Y de repente empezó a llover. Cualquier Miroslav o Johnny Ingle que vivan por aquí confirmarán lo que digo. El jueves 13, de dos a tres de la tarde, el cielo se desparramó sobre nosotros. Y allí estaba yo, bien histérica dentro de mi coche, intentando llegar a alguna parte. Pero qué bien. Por fin había ríos en Canarias. Y todo el mundo salió a la calle a verlos. Había coches por todas partes ¡y todos tocando la pita! Qué fiesta del agua más divertida.

Entre truenos, relámpagos y atravesando graciosamente semejante muro de agua y granizo, llegué como pude al aparcamiento del colegio. Aparqué en el centro del lago y, sin pensármelo mucho, me quedé allí, esperando a que la lluvia remitiera. El paraguas de emergencia lo tenía en clase y el de cuadros en casa. Total, que no tenía paraguas...

Dormité unos diez minutos a ver si lograba controlar la situación. Pero no funcionó. Entonces comprendí que había que actuar. Y rápido. De otro modo la isla se hundiría. En un heroico arranque de desesperación me remangué los pantalones hasta las rodillas, abrí la puerta del coche y, con mi más hierática sonrisa, empecé a luchar contra los elementos.

Nada más bajarme del coche me hundí. Pero me dio igual. Con el bolso colgando, las llaves en la mano, un chal en la otra, los pantalones por la rodilla y el abrigo negro sobre la cabeza, empecé a cruzar a grandes zancadas el aparcamiento. La puerta de secundaria estaba abarrotada de gente que no podía salir. Todos me miraban, asombrados por mi gentil carrera, viendo cómo avanzaba casi volando sobre las aguas y levantando a mi paso enormes cortinas de barro. Mi abrigo en la cabeza me confería un aire mágico y misterioso, me sentía como Superman con su capa al viento. Pero la mía era negra...

Cuendo llegué a la puerta los que habían sido testigo de mi proeza me acogieron con risas y fiestas. Sólo les faltó aplaudirme. Qué orgullosa me sentí. El colegio estaba inundado. Pero yo ya estaba ahí. No tenían nada que temer...

Efectivamente. A los pocos minutos dejó de llover. Menos mal que se me había ocurrido intervenir. No sé qué habría sido de toda esa pobre gente sin mi presencia. Estaba empapada, pero feliz. Canarias ya no estaba en situación de alerta, el temporal había huido despavorido y los niños estaban a salvo. Todo había vuelto a la normalidad.

Gracias a mí, que inventé el altruismo, el colegio sigue funcionando.
Espero que mi jefe me lo tenga en cuenta...

lunes, 10 de diciembre de 2007

Vivaldi

Gracias a Vivaldi, que inventó las estaciones, tenemos el año ordenado.

Las estaciones son cuatro, a saber: Carnavales, Semana Santa, Estío y Navidad. ¡Y todas son vacaciones! Aunque en este preciso instante no tengo muy claro en qué estación se trabaja. Las cuentas no me salen. Será que no era Vivaldi...

Carnavales es una estación muy cosmopolita. Es un buen momento para vestirte de lo que siempre has deseado ser. Las hay que se visten de hadas, princesas, brujas, ninfas de las charcas o trogloditas. A mí me encanta disfrazarme de cotorra o de lirón, según mi estado de ánimo. Aunque a veces también me visto de Pepito Grillo. Por eso de la conciencia... Y casi todos los hombres se visten de mujer.

Semana Santa es muy parecida a la anterior estación porque la gente también se disfraza. Se ponen unos cucuruchos en la cabeza y salen en fila tocando el tambor. No sé cómo se las arregla el tiempo, pero en Semana Santa siempre llueve. Aunque no importa, porque en la tele ponen las mejores películas del año, Las Pasiones, así que siempre te puedes quedar en casa si no te apetece tocar el tambor.

El Estío es la estación más larga de todas, así que no voy a describir el día a día porque sería interminable. Dura tanto el Estío que siempre terminas comiendo, durmiendo y, bueno no, tomando el sol. Aunque a veces también te vas de viaje...

La Navidad es una de mis cuatro estaciones favoritas. Su filosofía se basa en dos conceptos elementales: creer o no creer. Yo soy creyente. Sin embargo mi hija dice que los Reyes son los padres. ¡A quién se le ocurre! ¡Si mis padres viven en otra isla...! Lo que hay que aguantar con estos resabidos chicos de hoy en día...

Notas que es Navidad porque los días se hacen más largos, a veces es que ni se acaban. Y el sol nunca se pone de tan iluminadas que están las calles. Salir es un gusto. Nadie te pisa. Estoy desesperada por que pasen los meses y llegue la Navidad. Este año voy a cantar "Ay del Chiquirritín" bajo la hojarasca. Lo estoy deseando.

Pero hoy no voy a cantar. Siento un gran desasosiego y una profunda salazón. Llevo todo el día intentando acordarme de algo y no lo logro. Algo va a pasar. Lo sé. Pero no sé en qué momento. Sólo espero iluminarme antes de fin de mes...por lo menos... Así que dejo de escribir y voy a sentarme en el sofá. A pensar.



martes, 4 de diciembre de 2007

Accidentes escogidos

El nuestro es un colectivo muy especial. Enseñantes. Qué bien suena. Somos distintos.

Pero a pesar de no parecernos mucho, tenemos algo en común: nuestros accidentes laborales, que también son muy peculiares. El mío es un macrocolegio. Entre unos y otros, si paso lista, me contestan más de dos mil niños. La entrada al patio por las mañanas es espectacular. No hay terapia mejor contra el sueño.

Ni el despertador ni los sustos diarios al cruzarme con mi hija por el pasillo logran despertarme por la mañana. Así que todos los días, tras una inútil ducha y un inservible café, el coche me lleva hacia mi destino laboral. ¡El colegio! Aparco donde encuentro, me arrastro por el aparcamiento, cruzo los edificios de secundaria, subo dormida la escalera, repto unos metros más por un pasillo... y es entonces, sólo entonces, cuando me doy cuenta de que no estoy en casa.

Para un cerebro dormido como el mío a esas horas de la mañana la entrada al patio central es un verdadero trauma que, después de muchos años, todavía no he logrado superar. ¡Centenares de niños! ¡Y todos gritando! Es terrible. Mil despertadores sonando juntos parecerían una serenata de violines a su lado. Y yo me resisto, me resisto mucho, pero termino despertándome.

Y en este idílico e incomparable marco de paz y quietud empezamos, mis compañeros y yo, nuestra jornada laboral. Los accidentes en el patio son lúdicos, por tanto no tienen importancia. Me acuerdo lo que nos reímos cuando a Sara, la de Inglés, le llegó un balonazo en plena cara. Ella misma se puso a llorar de la risa. Y cuando a Javier, el de Física, le dieron un latigazo con una soga de saltar a la comba, casi nos partimos todos. Qué gracioso. Pero la época más divertida fue cuando se puso de moda el diábolo. ¡Qué de palos nos llevamos al cruzar el patio! Al final lo prohibieron porque a las nueve los niños hacían fila y los profesores nos quedábamos allí, jugando a esquivar los diábolos que caían. Fue una pena. ¡Si en el fondo somos más niños que los niños...!

Después están los accidentes cultos. Esos ya pertenecen a otra categoría. Más refinada. Recuerdo cuando Tere, colgando unos trabajos en el panel de su clase, se cayó del pupitre al suelo. Tuvo un esguince de tobillo que le duró un par de meses. Con venda y todo. ¡Me dio una envidia! Por esos días y para no ser menos, pisé una chincheta que me traspasó la suela del zapato. Qué orgullosa me sentí. Es que no todo el mundo puede tener un accidente de los cultos, así que me dediqué a divulgarlo a los cuatro mundos y aunque no fuera tan espectacular como el de Tere, me subió bastante la autoestima.

El día que me grapé un dedo intentando arreglar la grapadora me sentí tan realizada que casi se me salen las lágrimas de la emoción. Me dejé la grapa hasta la hora del recreo, para que pudieran verla todos y, cuando me la quitaron con unas pinzas, me dio hasta pena. Pero pude lucir por un tiempo las marcas de tan culto accidente en forma de dos diminutos puntitos en la yema del dedo. Cual picadura de áspid... ¡Como Cleopatra! Me sentí tan egipcia y tan histórica...

También están los accidentes especiales. Los que no ocurren casi nunca. Pero yo, como soy una experta, tengo en mi haber un par de ellos, todos muy entrañables. Uno fue el día en que me tocaba hacer guardia en el patio de infantil. Fue maravilloso. El patio de infantil es una golosina. ¡Está lleno de columpios! Y delante de los columpios está la sala de guardia. Y allí estaba yo, apoyada en la puerta y mirando al suelo, abstraída en mis más profundos pensamientos, cuando, de repente, vi una mancha negra que corría por el suelo dirigiéndose hacia mí a una velocidad vertiginosa. Rápidamente me incorporé alertando alguno de mis sentidos. La mancha avanzaba veloz en línea recta y no tenía intención de pararse. ¡Me iba a pisar! Un suave aleteo distrajo mi atención y, cuando levanté la cabeza extrañada, me llegó tal zapatazo en la frente que me dejó traspuesta. ¡Qué bien! ¡Había resuelto el caso de la sombra misteriosa! ¡Menos mal que estaba yo allí cuando al niño del columpio se le salió volando el zapato cuya sombra confundí con una mancha negra y peligrosa hasta que el dichoso zapato rebotó en mi frente! Ese día aprendí que las sombras también duelen. Y que en la enseñanza nunca sabes lo que se te va a venir encima.

Tropezar con el felpudo de tu propia clase también se incluye en la categoría de accidentes especiales. Eso me pasó hace un par de años. Iba yo caminando hacia mi clase, toda recta y curvilínea, cuando una de mis más torpes sandalias se enganchó con el felpudo. Después del felpudo hay dos escalones y después está mi clase. Todavía no me explico en qué momento de mi vida aprendí a volar. Pero ese día lo hice muy bien. Un padre que estaba sentado más allá me vio completa y, de repente, sólo vio mis pies volando. Desaparecí de su vista como una blanca paloma y aterricé, a cuatro patas, justo delante de un pupitre. Y así me quedé, a cuatro patas, sin saber si era yo o un cuadrúpedo cualquiera. ¿Pero qué estaba haciendo yo a cuatro patas en medio de la clase cuando sólo un segundo antes me pavoneaba cultamente por el patio? Me quedé allí un buen rato, haciéndome a la idea. Y cuando al fin, temblorosa y machacada, pude ponerme en pie, cerré la puerta, cogí el móvil y llorando desconsoladamente... llamé a mi hija. Ese día aprendí que las hijas a veces sirven de madres. Y que no somos pájaros.

De botón valga una muestra... Estos accidentes escogidos, y otros más, como su propio nombre indica, han hecho de mí una mujer más lúdica, culta y especial. He crecido con ellos y me he nutrido de sus enseñanzas. Pero ya estoy un poco harta... Y como mis llaves de seguridad me han hecho perder la fe en los seguros, estoy pensando hacerme un anti-seguro personal.

¡A ver si no protegiéndome me va mejor!


Felices vacaciones pre-natales y próspero puente nuevo para todos. No sé si entera, pero volveré la semana que viene.

PD.- Todavía no he aprendido a poner el botón, pero, para los que quieran, pueden seguir votando en el post anterior. Grazie!