lunes, 24 de enero de 2011

Inteligencia Emocional

Los jefes nos quieren.




Como regalo de Navidad han organizado un estupendo curso de Inteligencia Emocional. Pero para nosotros... ¡Y para el fin de semana...! ¡Qué bien! Cuánta generosidad... El curso es obligatorio y tienen que inscribirse sesenta personas. Pero en dos grupos. Que es menos traumático. Los grupos son de treinta... Y además ¡somos libres de apuntarnos nosotros solos! Así que nos pasamos el día peleando porque los más inteligentes queremos que los más torpes aprovechen el curso. Faltaría más...

Naturalmente yo no me he apuntado todavía. Me parece un insulto a mi inteligencia tener que apuntarme a un curso de inteligencia... Así que todos los días entro en el aula virtual para ver si se ha llenado el cupo. Pero no hay manera. Yo creo que los más torpes no saben cómo apuntarse. Porque sólo hay una lista de veintitrés en un grupo y veinte en el otro. Y si me pongo a echar cuentas ¡deberían faltar plazas...! No lo entiendo. Un curso tan importante para el cerebro y el cerebelo ¡y que no sepan apuntarse los que más lo necesitan!

Por mi parte, mi inteligencia emocional está en perfecto estado. Ya lo supe desde mi primer test de Apgar. Que inesperadamente salió normal. En cuanto a las emociones, tengo una inteligencia emocionalmente desbordada. Qué más se puede pedir... Si tengo hambre, como. Si tengo sueño, duermo. Y cuando veo una película de miedo, me asusto. Lloro en contadas ocasiones. No llevo la cuenta, pero sólo han sido bastantes. Del resto, si no estoy de humor, no le hablo a nadie. Y poco más...

Las inteligencias emocionales como las mías, no necesitan cursos para lucirse. Por eso, desde que supe de este nuevo regalo de los jefes, no hago más que intentar ponerme mala. Llevo tres días sentándome en el pupitre de Andrés, que siempre tiene mocos. Pero como no me está pegando la gripe, hoy, a la hora del recreo, me puse en el centro del patio a cuidar. Estaba lloviendo a cántabros, y allí estaba yo, vestida de negro y sin bufanda. Hasta que me di cuenta de que no había nadie. Porque los niños se habían quedado en las clases por la lluvia. ¡Y ni siquiera había sonado el timbre del recreo! Pero no importa, total, hoy no me tocaba cuidar... Mi inteligencia emocional ha quedado más que en evidencia... ¡No sé a qué esperan los jefes para decirme que no tengo que ir al curso!

Dicen que estamos en alerta amarilla. Aunque yo no he notado ninguna invasión extraña... Todos seguimos siendo canarios. Y los ojos que he visto por ahí son tirando a redondos... Sin embargo,  parece que va a seguir lloviendo. Así que mañana volveré a cuidar el recreo, pero esta vez debajo de la higuera. Que como es caducifolia (¿eh...?) no tiene higos. Y me voy a poder mojar bien. ¡Tengo toda la semana para cogerme un buen resfriado! Así verán los jefes quién es la más inteligente. Y el fin de semana, en vez de ir al curso, ¡me quedaré en casa con pulmonía! Hay que ver mamá, qué joya has traído al mundo...