lunes, 31 de diciembre de 2007

Año nuevo...¡vida nueva!

Mira que tenemos suerte los humanos. Cada año que pasa volvemos a nacer. Y después nos quejamos de los gatos. ¡Pero si ellos sólo tienen siete! ¡Vaya comparación...!

Lo que pasa es que hay que tener mucho cuidado con la vida que se elige cada año. Y, sobre todo, hay que dominar el vocabulario. Porque de no ser así te puedes meter en un buen lío.

Como ya no soy una niña, tengo la suerte de tener muchas vidas en mi haber, todas variadas y sorprendentes. Me lo he pasado tan bien en cada vida que no he tenido necesidad de repetir ninguna. Además, estoy convencida de que en la variedad se hicieron colores, por eso es bueno cambiar.

Recuerdo que una vez, cuando era pequeña, elegí la vida de "niña repelente". Lo pasé tan bien que mis padres casi me expulsan. El siguiente año, para compensarles, me hice "niña prodigio". No fue tan divertido, pero en casa estaban encantados y en el colegio me hice muy famosa. De esa época también recuerdo el año que fui "niñata", mis hermanos terminaron un poco hartos de mí, pero yo conseguí la Barbie China.

Me divertí tanto en mi vida de "jovenzuela" que pasado un tiempo lo intenté de nuevo con la de "mujerzuela". Pero no fue lo mismo, así que me quité de la lista y ese año lo pasé de incógnito.

Cuando me hice mujer se abrieron ante mí muchísimos caminos por explorar. Así que empecé siendo "mujer de su casa". Estuve todo el año buscando pero no logré dar con la casa. Todas las que visitaba ya tenían una mujer dentro. Un año de estos voy a repetir la experiencia a ver si tengo suerte y encuentro la casa que es...

Otro año me hice "mujer trabajadora". ¡Qué agotador! No descansaba nunca. Me pasaba los días pensando qué trabajo me convendría más. Y encima por la noche tenía pesadillas. ¡Qué angustia! Cada vez que intentaba descansar soñaba que estaba haciendo cola en las oficinas del paro. Fue un añus terribilum. Tanto que decidí febrilmente no volverlo a intentar.

Así que el siguiente me hice "mujer florero". Qué relax. Me pasaba el día limándome las uñas. Y qué perfumada tenía la casa de tantas flores que compraba. Hasta que me aburrí. Para una persona con una actividad tan galopante como la mía, ser "mujer florero" tiene sus limitaciones. ¡No te puedes mover de la mesa! Y eso de ser como un mueble no está hecho para mí.

Ya descansada y con las manos impecables, el año siguiente elegí ser "mujer independiente". Fue muy gratificante, pero con tanta independencia me quedé sin amigos. No me llevaba con nadie. ¡Faltaría más! Una persona independiente tiene que hacerlo todo sola, sin pender de los demás. Y así lo hice. Hay que ser consecuente con lo que se quiere. Yo quería independencia y no podía, bajo ningún prospecto, estar pendiente de nadie, ni siquiera de mí misma. Así que me despendí de todo y de todos hasta que me dieron el título. Lo tengo enmarcado.

El año que decidí ser "mujer fatal" fue horroroso. Por mucho que intentara hacer las cosas bien todo me salía al revés. No atinaba con nada. Cualquier proyecto, iniciativa, idea, pronóstico o intención que tuviera se malograban al instante. Como si alguien me hubiera mirado mal o algo parecido. El resumen del año fue desastroso. Peor que peor. Fatal. No quiero volver a oir hablar de esa palabra nunca más.

Todavía me quedan muchas cosas por ser, "mujer de gobierno", "mujer de vida alegre", "mujer de estado" y muchas mujeres más, pero este año he decidido no complicarme. Mi nueva vida va a ser de "mujer normal", a ver cómo me va... Y ustedes, por favor, tengan cuidado con las palabras, lean bien los significados, elijan con detenimiento sus nuevas vidas y no se fíen del diccionario, que tiene letra pequeña...

A todos ¡BUENOS DÍAS! Que amanece un nuevo enero...

sábado, 22 de diciembre de 2007

Esferas celestes

Estos últimos días han sido estupendos. Yo diría que sorprendentes. Casi una semana después del diluvio las altas esferas decidieron suspender las clases por las lluvias. Supongo yo que las altas esferas tienen que estar muy arriba para tardar tanto en reaccionar. Y por eso el emisario no llegó a tiempo aquel día... Aunque me da a mí que esas esferas son más cuadradas que redondas.

Lo cierto es que el martes, con un sol más que radiante, ¡evacuamos el colegio! Más vale tarde que nunca... O como decía mi abuela "Nunca es tarde si la dicha es buena". ¿Para qué suspender las clases cuando hay inundación? ¡Mejor hacerlo un día normal! ¡Así aprovechamos bien el tiempo!

Eso sí, qué bien nos portamos todos. Nos lo creímos tanto e interpretamos tan bien nuestro papel que casi vuelve a llover. Los padres cruzaban el patio corriendo como si se estuvieran mojando. Algunos llevaban el paraguas abierto, desafiando al cielo. Otros aprovecharon para estrenar las botas de agua. Y el resto se quedó atrapado en el aparcamiento de padres tocando la pita. Qué emocionante.

Hasta yo me animé. Tenía tantas ganas de participar que, desde que pude, abrí el paraguas y me puse a correr por el colegio. Fue fantástico. Lo que pasa es que me dolió un poco porque el sol pegaba. Así que decidí volver a mi clase a seguir esperando el temporal. Que nunca llegó...

A las cuatro de la tarde no había ni un solo niño en el colegio. ¡Qué eficacia! Prueba superada. Gracias a la oportuna intervención de las altas esferas, al civismo de los padres y a nuestra propia sangre fría, habíamos logrado cumplir el objetivo del día: ¡Tarde libre!

Salimos en desbandada hacia el aparcamiento, por si las esferas se arrepentían, y en un din don nos evacuamos todos. Qué bien. No hay nada como una tarde libre e inesperada para poder aprovechar el tiempo. Así que decidí irme a dormir. Estaba agotada de tanto evacuar. ¿Y qué mejor lugar para terminar una evacuación que tu propia casa?

Dudé un buen rato entre el sofá y la cama. El sofá me da que pensar, allí pienso pensamientos. Pero no hay nada como la cama para pensar ideas. Así que me puse manos a la obra y me acosté. Las ideas acudieron a mí de forma casi instantánea. Soñé con un plato de conejo en pepitoria y papitas arrugadas de guarnición. ¡Conejo en pepitoria! ¡El plato típico de Navidad!

Me senté en la cama sobresaltada. Había tenido una premonición. ¡Era Navidad! ¡Y yo sin enterarme! ¿Pero por qué nadie me había avisado? Qué despistada es la gente...

Desde entonces no he parado. Estoy buscando una tienda de comida para camellos y no encuentro ninguna. También he hecho gestiones para ver si me da tiempo de instalar una chimenea en casa. A ver si no por dónde entra Papá Noel... A último remedio dejaré la ventana de la sala abierta a ver si caben los renos por ahí. No sé cómo va a terminar esto. Estoy muy preocupada.

A pesar de mi estupor por tan cercanas fiestas, quiero felicitar de corazón a todos mis amigos. Por sus palabras, por su presencia, por sus ánimos, por sus ocurrencias, por su benevolencia, por su apoyo, por su cariño, por su tiempo, por su comprensión, por hacerme sentir tan bien y por muchas cosas más... a todos ¡gracias!

Les deseo con todo mi amor y displicencia: ¡FELIZ CAMPAMENTO!

domingo, 16 de diciembre de 2007

Noé

Y gracias a Noé, que inventó el diluvio, por fin llovió en Canarias. ¡Y se inundó todo!

Fue fantástico. Sobre todo porque nadie se lo esperaba. Y la gente no sacó el paraguas.

Aquel día me asomé a la ventana para ver qué hora era. El cielo gris merengue no me dijo nada. Así que no me di por enterada. La mañana pasó sin Pena ni Gloria, que se habían ido de excursión. Pero el muy ladino del temporal permanecía agazapado entre la maleza esperando el momento propicio para atacar. Y así lo hizo.

Después de comer, como todos los días, me atrincheré en mi coche y emprendí el camino de vuelta al cole. Cuando, de repente, se hizo de noche. ¡Qué rápido ha pasado la tarde! - pensé para mis adentros - ¡Si casi no me he enterado! Pero como los misterios de la vida son inescrutables, no le presté mucha atención. Encendí las luces y me dispuse a dar la vuelta para volver a casa. Total ¿qué iba a hacer yo de noche en el colegio?

De golpe, una terrible sospecha se apoderó de mí. ¿Dónde estaban las estrellas? Miré de soslayo el reloj y, pese a mi más absoluta resistencia, marcaba las 14:15 de la tarde. Inexplicable. Ni sol, ni estrellas, ni luna, ni nada... No era ni de día ni de noche, qué misterio tan promiscuo. ¡Había entrado en otra dimensión! Para mí que eso sólo pasaba en las Bermudas... pero no, estaba de lleno en el triángulo de las Canarias.

Y de repente empezó a llover. Cualquier Miroslav o Johnny Ingle que vivan por aquí confirmarán lo que digo. El jueves 13, de dos a tres de la tarde, el cielo se desparramó sobre nosotros. Y allí estaba yo, bien histérica dentro de mi coche, intentando llegar a alguna parte. Pero qué bien. Por fin había ríos en Canarias. Y todo el mundo salió a la calle a verlos. Había coches por todas partes ¡y todos tocando la pita! Qué fiesta del agua más divertida.

Entre truenos, relámpagos y atravesando graciosamente semejante muro de agua y granizo, llegué como pude al aparcamiento del colegio. Aparqué en el centro del lago y, sin pensármelo mucho, me quedé allí, esperando a que la lluvia remitiera. El paraguas de emergencia lo tenía en clase y el de cuadros en casa. Total, que no tenía paraguas...

Dormité unos diez minutos a ver si lograba controlar la situación. Pero no funcionó. Entonces comprendí que había que actuar. Y rápido. De otro modo la isla se hundiría. En un heroico arranque de desesperación me remangué los pantalones hasta las rodillas, abrí la puerta del coche y, con mi más hierática sonrisa, empecé a luchar contra los elementos.

Nada más bajarme del coche me hundí. Pero me dio igual. Con el bolso colgando, las llaves en la mano, un chal en la otra, los pantalones por la rodilla y el abrigo negro sobre la cabeza, empecé a cruzar a grandes zancadas el aparcamiento. La puerta de secundaria estaba abarrotada de gente que no podía salir. Todos me miraban, asombrados por mi gentil carrera, viendo cómo avanzaba casi volando sobre las aguas y levantando a mi paso enormes cortinas de barro. Mi abrigo en la cabeza me confería un aire mágico y misterioso, me sentía como Superman con su capa al viento. Pero la mía era negra...

Cuendo llegué a la puerta los que habían sido testigo de mi proeza me acogieron con risas y fiestas. Sólo les faltó aplaudirme. Qué orgullosa me sentí. El colegio estaba inundado. Pero yo ya estaba ahí. No tenían nada que temer...

Efectivamente. A los pocos minutos dejó de llover. Menos mal que se me había ocurrido intervenir. No sé qué habría sido de toda esa pobre gente sin mi presencia. Estaba empapada, pero feliz. Canarias ya no estaba en situación de alerta, el temporal había huido despavorido y los niños estaban a salvo. Todo había vuelto a la normalidad.

Gracias a mí, que inventé el altruismo, el colegio sigue funcionando.
Espero que mi jefe me lo tenga en cuenta...

lunes, 10 de diciembre de 2007

Vivaldi

Gracias a Vivaldi, que inventó las estaciones, tenemos el año ordenado.

Las estaciones son cuatro, a saber: Carnavales, Semana Santa, Estío y Navidad. ¡Y todas son vacaciones! Aunque en este preciso instante no tengo muy claro en qué estación se trabaja. Las cuentas no me salen. Será que no era Vivaldi...

Carnavales es una estación muy cosmopolita. Es un buen momento para vestirte de lo que siempre has deseado ser. Las hay que se visten de hadas, princesas, brujas, ninfas de las charcas o trogloditas. A mí me encanta disfrazarme de cotorra o de lirón, según mi estado de ánimo. Aunque a veces también me visto de Pepito Grillo. Por eso de la conciencia... Y casi todos los hombres se visten de mujer.

Semana Santa es muy parecida a la anterior estación porque la gente también se disfraza. Se ponen unos cucuruchos en la cabeza y salen en fila tocando el tambor. No sé cómo se las arregla el tiempo, pero en Semana Santa siempre llueve. Aunque no importa, porque en la tele ponen las mejores películas del año, Las Pasiones, así que siempre te puedes quedar en casa si no te apetece tocar el tambor.

El Estío es la estación más larga de todas, así que no voy a describir el día a día porque sería interminable. Dura tanto el Estío que siempre terminas comiendo, durmiendo y, bueno no, tomando el sol. Aunque a veces también te vas de viaje...

La Navidad es una de mis cuatro estaciones favoritas. Su filosofía se basa en dos conceptos elementales: creer o no creer. Yo soy creyente. Sin embargo mi hija dice que los Reyes son los padres. ¡A quién se le ocurre! ¡Si mis padres viven en otra isla...! Lo que hay que aguantar con estos resabidos chicos de hoy en día...

Notas que es Navidad porque los días se hacen más largos, a veces es que ni se acaban. Y el sol nunca se pone de tan iluminadas que están las calles. Salir es un gusto. Nadie te pisa. Estoy desesperada por que pasen los meses y llegue la Navidad. Este año voy a cantar "Ay del Chiquirritín" bajo la hojarasca. Lo estoy deseando.

Pero hoy no voy a cantar. Siento un gran desasosiego y una profunda salazón. Llevo todo el día intentando acordarme de algo y no lo logro. Algo va a pasar. Lo sé. Pero no sé en qué momento. Sólo espero iluminarme antes de fin de mes...por lo menos... Así que dejo de escribir y voy a sentarme en el sofá. A pensar.



martes, 4 de diciembre de 2007

Accidentes escogidos

El nuestro es un colectivo muy especial. Enseñantes. Qué bien suena. Somos distintos.

Pero a pesar de no parecernos mucho, tenemos algo en común: nuestros accidentes laborales, que también son muy peculiares. El mío es un macrocolegio. Entre unos y otros, si paso lista, me contestan más de dos mil niños. La entrada al patio por las mañanas es espectacular. No hay terapia mejor contra el sueño.

Ni el despertador ni los sustos diarios al cruzarme con mi hija por el pasillo logran despertarme por la mañana. Así que todos los días, tras una inútil ducha y un inservible café, el coche me lleva hacia mi destino laboral. ¡El colegio! Aparco donde encuentro, me arrastro por el aparcamiento, cruzo los edificios de secundaria, subo dormida la escalera, repto unos metros más por un pasillo... y es entonces, sólo entonces, cuando me doy cuenta de que no estoy en casa.

Para un cerebro dormido como el mío a esas horas de la mañana la entrada al patio central es un verdadero trauma que, después de muchos años, todavía no he logrado superar. ¡Centenares de niños! ¡Y todos gritando! Es terrible. Mil despertadores sonando juntos parecerían una serenata de violines a su lado. Y yo me resisto, me resisto mucho, pero termino despertándome.

Y en este idílico e incomparable marco de paz y quietud empezamos, mis compañeros y yo, nuestra jornada laboral. Los accidentes en el patio son lúdicos, por tanto no tienen importancia. Me acuerdo lo que nos reímos cuando a Sara, la de Inglés, le llegó un balonazo en plena cara. Ella misma se puso a llorar de la risa. Y cuando a Javier, el de Física, le dieron un latigazo con una soga de saltar a la comba, casi nos partimos todos. Qué gracioso. Pero la época más divertida fue cuando se puso de moda el diábolo. ¡Qué de palos nos llevamos al cruzar el patio! Al final lo prohibieron porque a las nueve los niños hacían fila y los profesores nos quedábamos allí, jugando a esquivar los diábolos que caían. Fue una pena. ¡Si en el fondo somos más niños que los niños...!

Después están los accidentes cultos. Esos ya pertenecen a otra categoría. Más refinada. Recuerdo cuando Tere, colgando unos trabajos en el panel de su clase, se cayó del pupitre al suelo. Tuvo un esguince de tobillo que le duró un par de meses. Con venda y todo. ¡Me dio una envidia! Por esos días y para no ser menos, pisé una chincheta que me traspasó la suela del zapato. Qué orgullosa me sentí. Es que no todo el mundo puede tener un accidente de los cultos, así que me dediqué a divulgarlo a los cuatro mundos y aunque no fuera tan espectacular como el de Tere, me subió bastante la autoestima.

El día que me grapé un dedo intentando arreglar la grapadora me sentí tan realizada que casi se me salen las lágrimas de la emoción. Me dejé la grapa hasta la hora del recreo, para que pudieran verla todos y, cuando me la quitaron con unas pinzas, me dio hasta pena. Pero pude lucir por un tiempo las marcas de tan culto accidente en forma de dos diminutos puntitos en la yema del dedo. Cual picadura de áspid... ¡Como Cleopatra! Me sentí tan egipcia y tan histórica...

También están los accidentes especiales. Los que no ocurren casi nunca. Pero yo, como soy una experta, tengo en mi haber un par de ellos, todos muy entrañables. Uno fue el día en que me tocaba hacer guardia en el patio de infantil. Fue maravilloso. El patio de infantil es una golosina. ¡Está lleno de columpios! Y delante de los columpios está la sala de guardia. Y allí estaba yo, apoyada en la puerta y mirando al suelo, abstraída en mis más profundos pensamientos, cuando, de repente, vi una mancha negra que corría por el suelo dirigiéndose hacia mí a una velocidad vertiginosa. Rápidamente me incorporé alertando alguno de mis sentidos. La mancha avanzaba veloz en línea recta y no tenía intención de pararse. ¡Me iba a pisar! Un suave aleteo distrajo mi atención y, cuando levanté la cabeza extrañada, me llegó tal zapatazo en la frente que me dejó traspuesta. ¡Qué bien! ¡Había resuelto el caso de la sombra misteriosa! ¡Menos mal que estaba yo allí cuando al niño del columpio se le salió volando el zapato cuya sombra confundí con una mancha negra y peligrosa hasta que el dichoso zapato rebotó en mi frente! Ese día aprendí que las sombras también duelen. Y que en la enseñanza nunca sabes lo que se te va a venir encima.

Tropezar con el felpudo de tu propia clase también se incluye en la categoría de accidentes especiales. Eso me pasó hace un par de años. Iba yo caminando hacia mi clase, toda recta y curvilínea, cuando una de mis más torpes sandalias se enganchó con el felpudo. Después del felpudo hay dos escalones y después está mi clase. Todavía no me explico en qué momento de mi vida aprendí a volar. Pero ese día lo hice muy bien. Un padre que estaba sentado más allá me vio completa y, de repente, sólo vio mis pies volando. Desaparecí de su vista como una blanca paloma y aterricé, a cuatro patas, justo delante de un pupitre. Y así me quedé, a cuatro patas, sin saber si era yo o un cuadrúpedo cualquiera. ¿Pero qué estaba haciendo yo a cuatro patas en medio de la clase cuando sólo un segundo antes me pavoneaba cultamente por el patio? Me quedé allí un buen rato, haciéndome a la idea. Y cuando al fin, temblorosa y machacada, pude ponerme en pie, cerré la puerta, cogí el móvil y llorando desconsoladamente... llamé a mi hija. Ese día aprendí que las hijas a veces sirven de madres. Y que no somos pájaros.

De botón valga una muestra... Estos accidentes escogidos, y otros más, como su propio nombre indica, han hecho de mí una mujer más lúdica, culta y especial. He crecido con ellos y me he nutrido de sus enseñanzas. Pero ya estoy un poco harta... Y como mis llaves de seguridad me han hecho perder la fe en los seguros, estoy pensando hacerme un anti-seguro personal.

¡A ver si no protegiéndome me va mejor!


Felices vacaciones pre-natales y próspero puente nuevo para todos. No sé si entera, pero volveré la semana que viene.

PD.- Todavía no he aprendido a poner el botón, pero, para los que quieran, pueden seguir votando en el post anterior. Grazie!






jueves, 29 de noviembre de 2007

Un año en un post

Va a ser verdad eso que dice la gente. Cuanto más creces, más rápido pasa el tiempo. Este año ha sido fantástico, pero se ha ido realmente volando. Cuando era pequeña los años parecían más largos. Ahora que soy mayor, un año no me da para nada. No me lo explico. Los años de hoy en día ya no son lo que eran...

Haciendo memoria he llegado a la conclusión de que apenas he salido de casa. ¡En todo el año!
En enero hacía demasiado frío, así que esperé a febrero. Como febrero tiene unas horas menos que el resto, cuando quise darme cuenta, ya había pasado. En marzo sólo fui a la farmacia. A comprar medicinas para la gripe. Y como en abril aguas mil... ¡tampoco salí!

Los cuatro siguientes los dediqué a reflexionar sobre el paso del tiempo y en septiembre, al ser el séptimo, me quedé durmiendo... En octubre empezaron a caer hojas. Así que me pasé todo noviembre limpiando el patio.

Y cuando miré el reloj ¡ya era diciembre...! No me lo puedo creer. Esto de que los años tengan doce días es una estafa. Ni que fuéramos mariposas...

Menos mal que cada día tiene 365 horas, que si no...


PD.- Si quieren enviarme lo más lejos posible durante una semana, aprieten el botón. ¡Nueva York!



Promocion Navidad

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domingo, 25 de noviembre de 2007

Tu quoque mater?

Si hay algo que he procurado enseñarle a mi hija desde pequeñita es que hay que decir siempre la verdad. Aunque te cueste.

Mentir no es bueno para la salud. Si mientes no duermes bien y además, te crece la nariz. Como a Cyrano. Por eso siempre que conozco a alguien nuevo, antes de darle un beso, me quedo mirándole fijamente a la nariz. Aunque la verdad sea dicha, este truco no te protege del todo de los mentirosos...

Recuerdo una chica amiga mía que se llamaba Rosi. Rosi tenía una nariz descomunal, siempre roja y llena de pañuelos. Desde el primer día empecé a llamarla Esther. ¡A mí no me iba a engañar...! En esa época quedamos varias veces, pero yo nunca acudí a las citas. Porque no me la creía... Hasta que un día Esther se operó la nariz.

Cuál fue mi sorpresa cuando me di cuenta de que Esther, a pesar de su nariz pequeñita y respingona, seguía haciéndose pasar por Rosi. Aquel día supe que hay gente que nace mentirosa aunque intenten disimularlo por todos los medios. Las narices ya no eran tan fiables. Así que, desengañada, decidí creer sólo en lo que realmente me convenciera.

El día que me dijeron que La Luna era de queso, me lo creí. ¡Con lo que a mí me gusta el queso...! Y cuando lo dije en clase los niños quedaron encantados. El Ratoncito Pérez y Speedy González ya nunca pasarían hambre... Pero lo que nunca he podido creer es la absurda historia que cuentan por ahí de que los niños vienen de París. ¡Qué tontería! Como si todos los niños hablaran francés... Y además ¡también hay cigüeñas en España!

Este profundo y ensimismado tratado filosófico sobre la mentira tiene su razón de ser. No está aquí porque sí. Y tiene que ver conmigo. Aunque todavía no me ha crecido demasiado la nariz, yo también he intentado mentir alguna vez. Y ha sido desastroso. A pesar de mi amplia y enrevesada experiencia, no sé mentir. Y cuando lo hago, se nota. Mucho...

Así que empecé a ensayar con mi hija, a ver si lograba respirar mejor. Empecé un día de hace ya muchos años. Mi hija tendría unos seis por esa época. Tenía la niña un hermoso pelo largo del cual, como tiene que ser, se sentía muy orgullosa. Pero el destino, como siempre muy cruel, quiso que una voraz plaga de piojos hiciera su esperada aparición en el colegio. ¡Piojos! ¡Qué asco! No podía permitirlo. Una experiencia tan nefanda se salía de mis cálculos. Así que decidí llevarla a la peluquería para cortarle el pelo.

Por aquella época mi hija quería ser futbolista. Yo me sentía muy orgullosa de ella y, sin ánimo de lucro, me imaginaba haciendo anuncios televisivos como la madre de Ronaldiño. Qué suerte. Una hija futbolista. ¡Y famosa...! Le propuse pues cortarse el pelo, como cualquier futbolista que se precie, pero la niña dijo que no. ¡Que cómo iba a ponerse la cinta en la frente con el pelo corto! Y por mucho que intenté convencerla de que Sansón siguió metiendo muchos goles después de cortarse la melena, no hubo nada que hacer.

No podía ser. No sentía ningún rencor especial hacia los piojos, pero, en esa época, prefería las hormigas. Así que me armé de valor, me senté en el sillón, le cogí las manos y mirándola fijamente con los ojos cerrados... le mentí. "Sólo van a ser las puntas linda- le dije con todo el descaro del mundo- No voy a permitir que la mala de la peluquera te corte más". Y se lo creyó. ¡Angelito!

Fuimos al matadero cogidas de la mano. Y cantando "Abuelito dime tú" llegamos alegremente a la peluquería. Cuando le tocó el turno a mi hija la senté dulcemente en el sillón, contemplando por última vez su largo pelo de color indefinido. Rápidamente puse en marcha mi plan. Con voz atronadora y cantarina dije lo más alto que pude: "Sólo son las puntas ¿eh? ¡Las pun-tas!".
Y como la niña estaba de espaldas empecé a mover las manos en el aire indicándole con gestos inequívocos a la peluquera que tenía que cortar bastante. Si hubiesen traducido mis movimientos se hubiera oído: ¡Cortaaa, corta todo lo que puedas!

De repente me quedé paralizada con un mechón de mi pelo en la mano y dos dedos en forma de tijera cortándolo, mientras mi boca muda decía en silencio "cortaaa". Mi hija, de espaldas a mí, estaba sentada, como no, frente al espejo, en el que se estaba reflejando toda mi traición. ¡Pero a quién se le ocurre poner una espejo en una peluquería! ¡Maldición! Estos decoradores modernos no saben lo que es sobriedad. ¡Si con una pared basta! ¡Qué necesidad de verse uno la cara!

Sus ojos atravesaron el espejo y fueron a darme directo al corazón y a la vergüenza. Me sentí cual Bruto traicionando a César. Pero al revés... Bruta yo, sin lugar a dudas, y bruta también la peluquera que no fue capaz de pararme a tiempo. Total que le cortaron la puntas. Sólo las puntas. Y salimos de allí cómplices discretas de una mentira concebida y abortada al mismo tiempo.

Nunca me lo echó en cara. Nunca. Pero lo tiene dentro, lo sé. Desde entonces, cuando vamos juntas a la peluquería, se sienta de espaldas al espejo, me mira y se ríe con sorna.
Yo bajo los ojos, cojo una revista, me acurruco en una esquina y espero, paciente, a que termine.

Moraleja: Si no sabes mentir bien, más te vale predicar con el ejemplo.







miércoles, 21 de noviembre de 2007

A la tercera... fui la vencida

A veces las cosas más simples pueden hacerte muy feliz.

Y qué feliz me sentí yo aquella noche cuando, por fin, pude entrar en mi casa. No me lo podía creer. Estaba dentro. A salvo. Y con mis nuevas llaves de seguridad en la mano.

Llaves de seguridad. Qué portento. Nunca había tenido unas. Las miré detenidamente preguntándome cuál sería su secreto. Eran grandes, doradas, parecían unas llaves corrientes. Pero no. Algo especial tenían que tener, que para eso se llamaban llaves de seguridad... Lo cierto es que a partir de ese momento dejé de tener miedo. ¡Con mis llaves de seguridad ya no podía pasarme nada malo!

Las llaves de seguridad son como el ángel de la guarda. Te protegen en todo momento. ¡Incluso funcionan de noche! No entiendo por qué las estrellas contratan guardaespaldas pudiendo tener llaves de seguridad, que abultan menos y son igual de efectivas. Si todo el mundo tuviera unas, muchas cosas cambiarían. Incluso podríamos ir al cine a ver películas de miedo...

Desde aquel día no volví a separarme de mis llaves. Durante el día las llevaba siempre puestas y por la noche las metía debajo de la almohada por si aparecía algún espíritu. Tan tranquila y satisfecha me sentía que hasta le di las gracias a mi hija por tan acertado olvido y, sin pensármelo dos veces, no le cobré el gasto del cerrajero. Cuando las cosas se hacen bien, merecen su recompensa. Y esta vez mi hija se la merecía...

Y así pasaron los días, ni cortos ni perezosos, más bien todo lo contrario. Yo me sentía incluso un poco más gordita de tan segura que estaba. En la calle cruzaba sin mirar si venían coches y, antes de acostarme, dejé de levantar la colcha para ver si había alguien debajo de la cama. El cerrajero, con su mirada perdida y pescadora, me había hecho un regalo sin parangón. La seguridad.

Hasta que el miércoles las cosas empezaron a torcerse... Realmente lo que se torció primero fue mi mano derecha. ¡Las llaves de seguridad eran defectuosas! No podía ser. Qué contradicción tan contradictoria. Cada vez que las usaba se quedaban trabadas y, a medida que pasaban los días, era más difícil abrir la puerta. Así que empecé a cruzar la calle mirando de reojo. Por si acaso... Y mi seguridad empezó a menguar sin acopio.

El viernes por la tarde la puerta ya no abrió. Con un esfuerzo precoz de mis falanges, falanginas y falangetas logré, tras un buen rato, pasar la llave y entrar. Me dirigí, incrédula, a la cocina, cogí aceite y una cucharilla y, evitando pensar en males mayores, embadurné la cerradura todo lo que pude. Sin ganas de llorar, pero llorando, volví a la cocina y busqué el paño más grueso que tenía. Así que con destreza y armada con el paño, introduje la llave en la cerradura (con la puerta abierta, que no soy tonta...) y, haciendo un esfuerzo sobrehumano, logré pasarla. Un aceitoso "plop" fue lo último que oí de mi puerta. La llave no se movió más. Ni entraba ni salía. Y la puerta quedó abierta pero con la llave pasada. Y con dos vueltas...

Por fin llegó el momento de pensar. Así que me senté. En el suelo. Y llegué a una conclusión del todo sorprendente: ¡Si las llaves de seguridad ya no eran seguras, seguramente no sería seguro dormir con la puerta abierta! El cerrajero me había engañado. ¡La seguridad no existía! ¡Qué lección tan magistral! Eso sí, un poco cara... Pero el Saber no tiene precio...

Y el cerrajero volvió. Esta vez sin caña, sin semáforo y sin taladro. A cambio se trajo una lija eléctrica. De esas tan monas que se usan para cortar azulejos...

Y volvieron a ser las diez de la noche de un hermoso viernes. Todo estaba en silencio. El cerrajero sacó la llave como pudo y enchufó la lija. Yo me encerré en el baño más lejano, me tapé los oídos y comprobé lo bien que se oía de todas formas. Esta vez no me cobró, hasta feo estaría... así que lo dejé ir sin compromiso. Tampoco salieron los vecinos.

Pero perdí la fe. Ya nada me consuela. La cosa más segura que he tenido en mi vida me ha fallado. He retomado mi antigua costumbre y cada noche, como quién no quiere la cosa, me pongo de rodillas y casualmente, miro debajo de la cama. Sólo cruzo la calle en los pasos de peatones. Y le he dicho a mi hija, sin remilgos, que le toca prepararme el desayuno hasta que su deuda esté soldada.

Aunque pensándolo bien, no todo está perdido. Un día de éstos pido cita con San Pedro, a ver si, cordialmente, hacemos un trueque...

sábado, 17 de noviembre de 2007

... y paciencia.

Eran las diez de la noche de un hermoso viernes. Todo estaba en silencio. La luz de la escalera se apagaba de forma intermitente creando una atmósfera de ensueño. Y allí estábamos mi hija y yo, muertas de hambre y delante de una puerta más terca que un zorro. En ese momento decidí tocar el timbre de la vecina y, de paso, llamar a un cerrajero...

Mi vecina es abogada, así que no le gusta hablar. Es muy reservada. Nos abrió con el pijama de los viernes, nos hizo pasar amablemente, nos sentó en su sala y, sin casi mediar palabra, empezó su alegato. Qué bien hablan los abogados, qué riqueza de vocabulario. Nos contó en detalle sus últimos quince días. Con noches incluidas. Hay que ver... Qué reunión tan entretenida y qué interesante monólogo...

Logré interrumpirla hacia las once y, haciendo memoria, le expliqué por encima el motivo de mi visita. Sólo entonces mi hija confesó. Las llaves estaban dentro, sí, pero metidas en la cerradura... Tres saetas fulgurantes salieron de mis ojos en dirección a mi hija. Casi le doy... Pero por mucho fuego que pusiera en mi mirada, el presente no iba a cambiar, en todo caso se calentaría. ¿Y si llegaba a evaporarse? No podía correr ese riesgo. Así que me dispuse a llamar al cerrajero.

El cerrajero estaba pescando. ¡A quién se le ocurre...! ¡Ir a buscar las llaves al fondo del mar un viernes! ¡Y por la noche, que no se ve! Esto en Madrid no pasa... Me armé de impaciencia y no me quedó otro remedio que esperar a que el chico terminara su faena.

Se conoce que la mar estaba en calma y la noche era estrellada, porque apenas una hora después sonó el megáfono. ¡Nos llevamos un susto...! Bajé la escalera como alma que lleva el cántaro y cuando por fin tuve delante al cerrajero, le conté todos mis problemas. Bueno, todos no... Pero unos cuantos. ¡Es que estaba tan contenta de que alguien me escuchara...!

Mientras hablaba me iba dando cuenta de lo que se parecía mi cerrajero a un semáforo. ¡Tenía los ojos verdes y rojos! Bueno, más rojos que verdes. Y desprendía un olorcillo a cerveza verdaderamente irreprochable. Me puse a pensar en qué barra habría estado pescando el cerrajero. ¡Mira que ir de pesca y beberse la caña...! Lo cierto es que había pescado una merluza de aquí te espero...

-¡En un momentito te lo arreglo!- Dijo con tono firme y balbuciente. Sacó un tarjetón y empezó a pasarlo por la cerradura, arriba y abajo, arriba y abajo, acompañando el baile con unos tremendos patadones a la puerta. Mis ojos doblaron su tamaño natural en cuestión de segundos. ¡Se estaba cargando mi puerta a patadas! La emoción me impidió hablar y cuando el muchacho se dio cuenta de que aquello no se movía, decidió romper el picaporte.

Quitó los tornillos y con el canto del destornillador rompió todo lo que pudo. Yo seguía muda y lo único que atinaba a hacer era mantener el dedo pegado al interruptor para que no se apagara la luz. El escándalo en la escalera era infernal. La caja de herramientas, las imprecaciones del cerrajero, los golpetazos y las patadas retumbaban dulcemente en el ambiente. ¡Qué acústica tenía mi escalera! Ya me estaba planteando ponerme a cantar un solo a cappella, cuando el cerrajero decidió usar el taladro para reventar el tambor. De la cerradura, claro...

De repente me sentí indispuesta. No sé qué hora tendrían los demás, pero mi reloj marcaba las trece menos quince. ¡Y de la madrugada! ¡Qué dirían los vecinos! Pensé esconderme detrás del ficus de la entrada, pero maldición ¡Iba vestida de rojo! Con tres nudos en la garganta, enchufé el taladro en casa de la vecina y... el fin del mundo empezó.

Aquello se hizo eterno, de repente me sentí más vieja. Y más sabia. Al final, cuando todo quedó en silencio, se abrió tímidamente la puerta de enfrente. Eran unos vecinos preocupados por si alguien estaba intentando robar... Me tranquilizó la rapidez de su intervención. Menos mal que esa noche no tenía intención de robarme nada... Lo cierto es que la puerta se abrió, faltaría más... El cerrajero cambió la cerradura, me dio un juego de llaves de seguridad nuevo, me cobró tres ojos de la cara y se fue igual de borracho que había venido.

Me consolé pensando que si había algún vecino que no me conocía, aquella noche se había enterado de que yo vivía en el primero. Y por fin entré en mi casa con la firme intención de no volver a llamar nunca más a un cerrajero.
Si me vuelve a pasar algo así, pensé, llamaré a un cerrajista. Y si me apuras, buscaré el número de un cerrajólogo, que son más modernos.

Lo que yo no sabía en ese momento era que no pasaría mucho tiempo antes de tener que volver a llamar de nuevo al cerrajero...

martes, 13 de noviembre de 2007

Mi nuevo abrigo de lana

Martes trece de noviembre, fun fun fun.
Martes trece de no-viem-bre, fun.

¡Qué alegría! Cómo me gusta esta época. Aunque aquí en las islas hace un sol que raja las piedras, pronto será navidad. Bajan las temperaturas, hay borrascas y ventorrillos en todas partes, chubascos débiles a desconsiderados, mar gruesa tirando a mareadilla o a fuerte mareada, vientos trajeados de componente norte e, incluso, intervalos nubosos tendiendo a escandalosos en el resto... Vamos, síntomas inequívocos de invierno en toda España. Toda ...menos aquí.

Pero a mí ya no me engañan. Es todo un complot para que no saquemos la ropa de invierno. El calendario no puede equivocarse, que para algo lo hicieron... Y si la tele dice que en noviembre hace frío... ¡hace frío! Faltaría más... ¿Pero quién ha puesto el sol ahí? No me queda otro remedio que pensar que se trata de un espejismo. No me van a convencer de lo contrario.

Y con estos alegres pensamientos me levanté esta mañana, dispuesta, hoy más que nunca, a estrenar mi nuevo abrigo de lana. Así de convencida me dirigí a la ventana buscando una tierna nubecilla aunque fuera simplemente de algodón. Pero como viene siendo habitual últimamente, el reflejo del sol en las aceras rebotó como un relámpago a mis mis ojos, cegándome sin piedad y sin remedio y dejándome, más que nunca, turulata.

Me dio igual me dio lo mismo. Me vestí, desayuné, me duché y justo antes de salir, me calcé mis gafas de sol para evitar más confusiones. Y de repente, como por arte de magia, todo cambió. Benditas gafas... De pronto se oscureció la mañana, no acertaba a ver nada, ¡hasta tuve que encender la luz para encontrar el bolso...! ¡El invierno había llegado! Y si no era invierno, era otoño por lo menos... Lo que estaba muy muy claro es que el sol ya no brillaba como antes.

Sin pensármelo tres veces di la vuelta y, con el corazón rebozado de alegría me dirigí animada y cejijunta a mi armario, dispuesta a escoger, sin miramientos, la tan deseada ropa de invierno. En un momento estuve lista. Pantalón de pana, jersey de cuello alto, botas de ante, bufanda de cuadros, gorro de punto y como no ¡mi nuevo abrigo de lana...! Me miré satisfecha en el espejo. Qué mona estaba toda forradita. Sólo me faltaba una zanahoria en la nariz para parecer un muñeco de nieve de tan acorde que estaba con la época.

Bajé a trompicones la escalera y con mucho esfuerzo conseguí meterme en el coche. Conducir con el abrigo puesto es sensacional, tienes que pensar con antelación cualquier movimiento, por si acaso no te de tiempo. Es como si fueras un astronauta, pero en tu coche...

Conduje bastante distraída, porque la calefacción se había atascado y teniendo en cuenta que mi coche no tiene calefacción, allí dentro hacía demasiado calor. No me lo explico. ¡Si acabo de sacarlo del taller! Para distraerme un poco más me entretuve mirando los termómetros que hay por el camino. Marcaban 28º. ¡Pero quién los habría roto! Mira que hay gamberros... Quitarles las comas a los termómetros...

Por fin llegué al colegio con una temperatura ambiente de 2,8º. Qué gozada. Cuando me bajé del coche todo el mundo se me quedó mirando. Yo, consciente de mi elegancia natural, me acerqué al grupo de infiltrados y, como quien no quiere la cosa, les enseñé el forro de borreguillo de mi nuevo abrigo. Les encantó. Pero...¿qué hacía todo el mundo de asillas y con sandalias en noviembre? Vale que cobramos poco, pero para un par de zapatos cerrados da... En fin, que a la gente le gusta llevar la contraria. No cabe duda.

No voy a contar cuánto disfruté el resto del día vestida de invierno. Fui el centro de todas las miradas. A media tarde me entraron unos sofocos sublimes y me asusté un poco pensando en una nueva gripe, tenía un calor más que sofocante, pero no me dio fiebre. Eso sí, el abrigo no me lo quité en todo el día, por si las moscas.

Mañana, cuando salga, me pondré las gafas más oscuras que encuentre, así podré estrenar el chaquetòn polar que, a pesar de la época, todavía no me he podido poner...

Pero el sábado... ¡me voy a la playa!

viernes, 9 de noviembre de 2007

Herencia, experiencia... y paciencia

Tengo la terrible y desconcertante impresión de que mi hija ha heredado mis despistes. Llevo observándola un tiempo y cada vez estoy más convencida. Lo noto sobre todo por la mañana, cuando nos cruzamos por el pasillo y no nos reconocemos. A veces nos saludamos cortésmente con una leve inclinación de cabeza, en ocasiones nos damos la mano, pero hay días, los más frecuentes, que nos llevamos unos sustos tremendos.

Esto no puede seguir así. No es bueno para la salud. Empezar el día encontrándote con un intruso en casa es de lo más estresante. Estoy pensando poner una foto suya en mi mesa de noche para acordarme de su cara al despertarme y ya he mandado a hacer un póster gigante con la mía para pegarlo en su puerta. A ver si así desayunamos tranquilas...

De todas formas el mío es un despiste maduro, centrado, un despiste experto, fruto de muchos años de trabajo. El suyo no. No hay modalidad que se le resista. Es buena en todo. Perdiendo cosas es la mejor. Pierde llaves, ropa, apuntes, dinero... ¡una vez hasta perdió un avión! Todavía no me lo explico. Dónde lo metería...

Y mira que le digo y le digo. Encauza tus despistes, especialízate, no quieras abarcarlo todo... Pero ya se sabe, la juventud es así, necesitan experimentar. Y por mucho que yo intente aprenderme el DNI para que le sirva de ejemplo, si ella no pone de su parte, nunca sabrá exactamente en qué piso vive.

Hace unos meses, si la memoria no me falla, estaba muy tranquila en casa de mi no pareja. Me preparaba para mi famosa maratón de sueño del fin de semana, cuando, de repente, sonó mi móvil. Era una llamada perdida. Supe al instante que era ella. Mi hija. Porque siempre tiene ese gesto altruista de dejar que le devuelva la llamada. Así que la llamé.

-Mami, que no puedo entrar en casa...
-¿Y dónde estás a estas horas?
-Aquí... en casa...
-¿Y entonces...?
-Pero es que estoy fuera...
-¿Y a qué esperas?
-Se me quedó la llave dentro...
-¡Pues yo no te puedo abrir porque no estoy!
-¿Entonces no toco el timbre?
-No, es mejor que llames a tu madre.
-Vale, pues dame el número.
-Es que no lo tengo a mano...

De repente me di cuenta de lo que estaba ocurriendo en mi casa. ¡Maldición! ¡Mi hija estaba fuera! ¡Yo no estaba dentro! Y lo que es peor ¡No podía darle mi número porque no me acordaba! ¿Cómo me iba a avisar mi pobre hija de lo que le estaba pasando? Activé rápidamente todas mis conexiones y empecé a pensar. Me costó. Pero tras un esfuerzo innecesario, mi no pareja me aconsejó que volviera a casa y abriera la puerta con mi llave. Mi no pareja es genial. Lo intuyo en instantes como ése. Así que, con una sonrisa que me llegaba al suelo, me dispuse a coger el coche para salvar a mi hija.

Me estaba esperando sentada en la escalera, como una princesa, y yo, al verla tan bonita y fresca, no pude evitar darle un potente pellizcón en el brazo a modo de bienvenida. Le gustó tanto que subimos todas las escaleras dándonos nalgadas y tirándonos del pelo. Fue divertidísimo.

Por fin llegamos a casa, no sin antes comprobar los nombres en el buzón para asegurarnos del piso, y cuando ya estuvimos completamente seguras de que era nuestra puerta, saqué la llave y la metí, con gesto triunfal, en la cerradura. Miré a mi hija con ojos de cerrajero y me dispuse a abrir nuestra mansión.

Los dedos se me quedaron morados. Por mucho que girara la llave a un lado y al otro, la puerta no se movía ni un gramo. Saqué la llave, la volví a meter, lo intenté con todas las llaves del llavero, lo intenté con la llave del buzón, lo intenté con la rodilla, lo intenté con todo el cuerpo... pero la puerta no se abrió.

Eran las diez de la noche de un hermoso viernes. Todo estaba en silencio. La luz de la escalera se apagaba de forma intermitente creando una atmósfera de ensueño. Y allí estábamos mi hija y yo, muertas de hambre y delante de una puerta más terca que un zorro. En ese momento decidí tocar el timbre de la vecina y, de paso, llamar a un cerrajero...

Pero la historia del cerrajero es tan tremendamente encantadora... que prefiero dejarla para otro día.

martes, 6 de noviembre de 2007

Lailo lolailo la

Cada dos años cambiamos de curso. Así es, cuando te encariñas con algo, la vida va... y te lo quita.
Si no fuera porque cada dos años se te rompe el corazón, cambiar de niños es una muy sana costumbre.

Con mi inefable memoria sólo necesito un trimestre para aprenderme los nuevos nombres. En el segundo trimestre me aprendo los apellidos. Y en el tercero ya puedo asociar los nombres a las caras. Es un método muy práctico, porque te permite dedicar todo el segundo año a averiguar a qué padres pertenece cada niño.

Cuando empiezo con una clase nueva, aprovecho cualquier cosa para que los niños digan en alto su nombre y cada vez que uno habla le pregunto cómo se llama. Recuerdo el día, hace ya unos años, en que se me ocurrió preguntarle el nombre a Roberto...

Era un niño chiquitito y muy alegre, de pelo rizado y cara redonda. Se puso de pie y con voz aguda contestó: ¡Lobelto Lodlíguez Lamos!

¿Lobelto Lodlíguez Lamos...? No podía ser. Nunca había oído tal nombre. ¿Cuál sería su procedencia? Me dediqué a buscar todos los nombres con L de la historia, pero, por mucho que investigué, Lobelto no salía por ningún lado. Tampoco me sonaban los apellidos. Aunque el Lodlíguez tenía cierta reminiscencia húngara...

El idioma de este niño era un verdadero problema. Cuando le tocaba leer, aunque lo hiciera con bastante fluidez, los demás oíamos cosas como ésta:

Elle que elle, guitalla,
Elle que elle, ballil,
Qué lápido luedan las luedas
Del fellocallil.

Utilizando mi innovador método de observación directa, me di cuenta, durante un recreo, que los demás niños lo entendían. Así que me planteé que a lo mejor el problema lo tenía yo por no saber idiomas... Indecisa y estupefacta decidí pasarle una prueba. Lobelto, lo llamé, tradúceme esto.

La frase decía: El burro rebuzna y el gorrión está en la rama.
Cuál fue mi sorpresa cuando Lobelto tradujo: El bullo lebuzna y el gollión está en la lama.
¡Roberto no era húngaro! ¡Era húngalo! Qué alegría...

Decidí intervenir, así que a partir de aquel día dejé de llamarlo Lobelto, y en mis horas libres me lo llevé a la biblioteca para enseñarle a pronunciar la R. Nos sentábamos los dos en una esquina, de espaldas a la bibliotecaria y yo, muy bajito, le decía cómo colocar la lengua detrás de los dientes y acto seguido empezaba: Venga Roberto, es fácil. Rrrrrrrrrrrrrrr. El niño me miraba muy atento y repetía con mucho interés: Llllllllllllllllllllll... Parecíamos dos motos arrancando. Una de tierra y otra de agua...

Después de un par de semanas sin éxito alguno, empecé a preocuparme seriamente por Roberto. Me pasaba el día pensando en nuevas estrategias a seguir y llegó un momento en que hasta yo empecé a confundirme. Lo noté cuando, sin casi darme cuenta, le dije a mi hija: Pleciosa, tláeme el tenedol y la cuchala pala levolvel el alloz... Me quedé de piedra. ¡Desde cuándo se revuelve el arroz! ¡Dónde se ha visto!

Así que decidí llamar a la madre. De Roberto.
Yo estaba indignada. ¿Cómo era posible que la madre no se hubiese dado cuenta? Vale que yo... ¡pero la madre...! ¿Y cómo le enfocaría el tema? ¿Y si se ofendía? ¿Y si le daba lo mismo? ¿Y si era sorda? No sabía cómo decírselo. Pero estaba claro que Roberto tenía que ir urgentemente a un logopeda.

Me armé de valor y concerté una cita. El miércoles siguiente, a las cinco, me esperaba fuera de clase una mujer menuda, de rostro claro y sonrisa afable. La invité a entrar y justo cuando estaba a punto de empezar el discurso que me había preparado, me dijo:
-Buenas taldes, soy la madle de Lobelto. ¿Es usted su plofesola?

Respiré muy hondo aquel día y todo lo que tenía pensado se me borró de golpe.
La vida es así, lo dije antes. Cuando menos te lo esperas, te suelta un bofetón...

jueves, 1 de noviembre de 2007

Lo que fue, fue.

Lo que más me gusta del presente es que, cuando menos te lo esperas, ya es pasado. Por eso hay que saber aprovecharlo. Cuando estoy muy asustada siempre uso esta táctica y pienso que lo que me está pasando, pronto va a ser un recuerdo. Como no podía ser menos, por fin el martes ha pasado, así que puedo escribir con la más absoluta tranquilidad porque no va a volver. Eso espero...

El martes se presentaba como el día más emocionante del año. Tenía cita con dos dentistas. ¡Dos hombres sólo para mí! No me lo podía creer. Me levanté de muy buen humor, sobre todo porque me iba a fugar de clase por la tarde, y con esos alegres pensamientos me dispuse a desayunar medio bote de calmantes por si se me ocurría desaparecer antes de las citas.

Hoy en día los dentistas prefieren llamarse estomatólogos o Don Tólogos, será que son nombres más misteriosos y circunspectos. Aunque yo creo que al que se le ocurrió llamar estomatólogo a un dentista se equivocó, porque, que yo sepa, el estómago no tiene caries, ni se empasta... Lo único que puede pasar es que te tragues un diente. Una niña mía estornudó en clase y se le quedó un diente en la mano. Si hubiera tenido hipo...se lo habría tragado. Pero hay métodos más naturales para sacar un diente del estómago sin tener que recurrir a un estomatólogo...

Después están los Don Tólogos. ¡Qué casualidad que todos se llamen igual! Seguro que sus padres sabían que iban a ser dentistas y los llamaron así. Don Tólogo me parece una forma mucho más familiar y cortés para llamar a un dentista. Te sientes como en casa, en confianza, y así te relajas mucho más porque puedes dirigirte a tu dentista por su nombre de pila.

En fin, volvamos al martes. La primera cita era a las cuatro y la segunda a las cinco y media, bastante ajustaditas pero tremendamente agotadoras. Cuando entré en el baño para arreglarme y se fundió la bombilla pensé que era una señal. Mala... Y cuando me asomé a la ventana y empezó a llover, tuve la certeza de que el día no iba a ser soleado. Aun así salí de casa. Una cita es una cita, y dos citas son el doble...

A mitad de camino me di cuenta de que se estaba apoderando de mí uno de mis más hilarantes ataques de pánico. Lo supe por lo que chirriaban mis articulaciones, también me di cuenta porque el volante se agarró a mis manos sin intención de soltarse, y además la tierra se quedó sin aire. Respiraba afanosamente, como si fuera a dar a luz de un momento a otro, y con los ojos como platos intenté cantar una canción. Sólo me salió una frase, pero en inglés y con un timbre muy sonoro y cálido. Todo el camino conduje en primera, para no llegar muy pronto.

Entré a la primera consulta y le pregunté a la enfermera: -¿Está Don Tólogo?- Se me quedó mirando a los ojos un buen rato, sin moverse ni pestañear, y por fin, muy amablemente, contestó: -Don Luis está a punto de llegar- ¿Don Luis? Tiene que ser la excepción que confirma la regla, pensé para mis adentros.

Cuando por fin llegó Don Luis, le enseñé la famosa radiografía, la miró unos instantes, consultó con una colega y, con una amplia sonrisa de estomatólogo me dijo:
-¡Qué mala suerte! Un caso entre mil. Es una reabsorción radicular. No hay nada que hacer.
Con una amplia sonrisa de maestra le dije ¡Ah! Di las gracias afectuosamente por tan buenos auspicios y puse en práctica mi nuevo poder. Así que desaparecí.

Me volví a materializar en la consulta del segundo dentista, mi Don Tólogo de siempre. Esta vez, como buena futuróloga, sabía lo que me iba a pasar, así que entré al despacho disimulando. Me reconocieron enseguida, no me lo explico. Don Tólogo me abrió a duras penas la boca, volvió a examinar mi muela menguante y le dijo a la enfermera: ¡Hay que eliminarla!

En ese mismo instante llegué a la terrible e inquietante conclusión de que los dentistas pertenecen a la mafia. ¡Mamma mía, la cosa nostra! Mi muela iba a ser eliminada y cualquiera les dice que no. Que después me mandan un sicario y a ver...

Total que se salieron con la suya. En un pis pas eterno, eliminaron la muela traidora y yo, aliviada y contrahecha, me sentí tan agradecida y humillada que me hice miembro de la mafia.
Esa tarde supe que mi Don Tólogo, en realidad, se llamaba Don Vito.

Y así fue la historia, sin pena ni gloria.
Sólo añadir lo siguiente: es cierto, me equivoqué. No estoy desapareciendo, lo cual es un alivio, sólo me estoy reabsorbiendo. Hace dos días, desde que me enteré, estoy practicando mi nuevo don, la reabsorción, para controlarlo a mi antojo. Pero me gustaría saber, porque todavía no caigo, cuál es su utilidad... Tendré que pensarlo.


sábado, 27 de octubre de 2007

El misterio de la muela

Tengo un dolor de muela intransitable. No tengo ganas de nada, sólo de comer. ¡Pero no puedo...!
No es una muela del juicio, no, es una de las mías. Pero me duele como si no le importara.
¡No es justo...! ¿Por qué todo me pasa los fines de semana?

Hace unos días fui al dentista porque ya empezaba a dolerme, y esta vez estaba casi segura de que no me lo estaba imaginando. Me encanta ir al dentista, te tratan muy bien.

En la sala de espera de un dentista siempre hay música relajante y todos los pacientes están serios y callados, para oír mejor. Cuando te toca el turno y pasas a la consulta no te hacen sentar, como otros, ¡te puedes tender! y el sillón es muy cómodo. Además te enfocan con un montón de luces, y eso, quieras o no, te hace sentir muy importante, como una estrella.

Como iba diciendo, aquel día fui al dentista, y tras una larga espera por fin logré tenderme en el sillón. Se me agarrotaron todos los músculos de tan relajada que estaba y, mientras mis uñas se clavaban en el asiento, el dentista y su enfermera empezaron a hablarme dulcemente, intentando convencerme para que abriera la boca.

Mis dientes estaban sellados y yo permanecía allí tendida, agarrándome con todas mis fuerzas al sillón, con una inamovible sonrisa de agradecimiento. Los focos me cegaban y, como si de una pesadilla se tratara, sólo veía dos siluetas verdes gesticulando y moviendo ante mí unos temibles instrumentos afilados.

Después de un largo pero intenso forcejeo lograron abrirme la boca. Cerré los ojos violentamente, escondí la lengua para que no me la pellizcaran, pegué la campanilla al paladar y los dejé hacer... me había rendido.

Todo está en perfecto orden, le dijo el dentista a la enfermera, y cuando ya estaba a punto de saltar del sillón, dar las gracias y salir corriendo, decidieron hacerme una radiografía.

La radiografía descubrió algo insólito. A mi muela se le está desapareciendo la raíz. El dentista se quedó desconcertado y sin saber qué decir. Por lo visto los casos de desaparición de raíz son muy raros y todavía están en estudio. En resumen, que no tienen ni idea.

Pero a mí no me engañan. Yo sé perfectamente lo que me está pasando: ¡estoy desapareciendo por dentro! Qué alivio. Sólo es eso. Estoy empezando a desaparecer...

Supongo que cuando desaparezca por dentro me sentiré más ligera y me costará mucho menos levantarme por la mañana. Además, va a ser muy divertido cuando alguien me toque y me traspase. Lo único que me preocupa es cómo decírselo a mi hija.

Qué suerte tengo, voy a ser invisible. Cuando desaparezca por completo voy a dedicarme a asustar a todo el mundo, sobre todo a mi jefe. Me lo voy a pasar genial. La vida me ha concedido muchos poderes, mi sexto sentido, mis descargas eléctricas y ahora, cuando menos lo esperaba, el don de la invisibilidad. No tengo palabras, así que no diré nada.

Sin embargo nunca pensé que desaparecer fuera tan doloroso. Será cuestión de tiempo... El martes vuelvo al dentista. Mientras, me voy a tomar un calmante, a ver si me alivia el dolor.

PS.- Si alguien conoce algún caso similar, o por lo menos parecido, se agradece información.

domingo, 21 de octubre de 2007

El bluff de las marcas

Como quedó bien claro en el post anterior, detesto ir de compras.
Además, con tantas marcas y tantas imitaciones hay que tener todos los ojos abiertos para evitar que te estafen. Por eso ya no puedo ni siquiera oir miccionar la palabra "marca" sin ponerme de muy mal humor.

Recuerdo el día en que casi me estafan. Menos mal que con un cerebro despierto y avispado como el mío, es prácticamente imposible hacerlo...

Tenía una cena de negocios. Con mi hija. Íbamos a discutir el tema de la paga semanal y su relación directa con el orden de su habitación. Un compromiso tan importante requería un toque especial en mi indumentaria. Quería impresionarla con mi elegancia y saber estar, así que decidí vestirme para aquel evento, toda de marca, de pies a cabeza... pasando por el cuerpo.

Acudí a unos grandes almacenes de esos donde encuentras de todo. O por lo menos eso creía yo... Ya me veía vestida por los grandes diseñadores, sobria pero sencilla, ebria pero discreta, dispuesta a causar pésima impresión. Y con todos esos alegres pensamientos me dirigí canturreando a la planta de gente joven.

Había oído hablar de una diseñadora divertida y atrevida en el uso del color, pero, con mi mala memoria, no me acordaba de su nombre. Sabía que tenía que ver con una piedra, Topacio, Ágata, Amatista, Ámbar... No había manera. Pero su apellido sí lo recordaba. Ruiz me la Paga.

-¿Una falda de Ágata Ruiz me la Paga, por favor?- Pregunté con mucho desparpajo. Qué educadas son las dependientas, siempre se están riendo, por tarde que sea. Y aquel día no fue menos. Con una amable carcajada, la chica me dijo que no. Que hasta que no viniera Ruiz a pagar, que no había nada que hacer. Supuse que no quedaban existencias, así que pensé en Carolina Espera.

En Carolina Espera, como su propio nombre indica, estuve esperando un buen rato y como no aparecía nadie que se llamase Carolina, pensé intentarlo más allá. Más allá estaba Emporio Ay Mami. ¡Mira que llamar a un hijo Emporio... ! Con razón se queja en su firma. Con gran desilusión comprobé que de Ay Mami no había nada y lo que es peor: ¡Nadie había oído hablar nunca de esa marca! ¡Qué desfachatez!

Así me pasé el resto de la tarde. No encontré nada de nada. Y mira que pregunté por firmas famosas... Don Gordinflón, Turú, Dolce Almorrana, Verbache, Tommy Mc Giver. Ni siquiera me pude comprar un simple vaquero en Pepelín...

Cuando pregunté por Ofidio Tuxi me mandaron a la sección de animales, cuando quise comprarme unos pendientes de Fous me indicaron dónde estaba el aseo y para colmo, cuando fui a la sección de perfumería y amablemente solicité un Panel nº 5 o un Cacharrel, me mandaron a repuestos de automóviles... No me lo explico. Tanta propaganda, tanta propaganda... y la cruda realidad es que las firmas sólo las vemos en las facturas.

No volveré a comprar nada de marca. Las marcas no existen. ¡Todo es un bluff!
Y cuidado ustedes también, no les vayan a vender fresas por un Toma Strawberry...

jueves, 18 de octubre de 2007

Lluvia de estrellas

Cuando quiero relajarme, salgo de compras con mi hija.

Ir de tiendas con su hija adolescente es todo lo que una buena madre pueda desear. Por eso suelo hacerlo con frecuencia, y si no hay nada que comprar, me lo invento. Lo importante es ser constante y entrenar cuerpo y mente con esta actividad tan lúdica.

Recuerdo el aciago día en que se me ocurrió decirle a la niña que le hacía falta un bikini. Aquel día mi hija tenía exactamente trece años. Yo no.
Después de una abrumadora semana me sentía tensa y nerviosa y necesitaba, como nunca, hacer terapia. Así que le rogué encarecidamente que fuéramos de compras.

Tras mucho insistir, logré mi propósito. Qué emocionante. Toda una tarde de compras. Y un sábado. No podía pedir más. Le di las gracias a mi buena fortuna y nos dispusimos a salir, haciendo un recuento de las tiendas disponibles para no olvidarnos de ninguna.

Y así fue. No dejamos atrás ninguna tienda. Caminamos horas y horas como buenas hermanas en la más tierna armonía, arrastrando yo los pies y ella, incansable, con toda su energía intacta ...y su mala uva también. Por fin, ya de noche, llegamos a una tienda de deportes, famosa por sus lindos y asequibles modelitos.

Como toda tienda que se precie, el probador era minúsculo. Cabíamos bien de perfil, pero si nos poníamos de frente, una de las dos sobraba. La puerta no era puerta, sino una cortina monísima que no llegaba al suelo, cubriendo únicamente de rodilla para arriba.

Gracias a la cortina pudimos desenvolvernos en aquel ecosistema y después de varios codazos y unas cuantas patadas, descubrimos, con inmensa alegría, que había llegado la hora de comprar. Lo habíamos conseguido. ¡Teníamos bikini!

Recuerdo la ropa en el suelo, el espejo, la gente impaciente que esperaba fuera. Recuerdo a mi hija agarrada de un perchero, yo de pie con el bikini nuevo en las manos. Recuerdo decir algo, no sé qué, y empezar a reirnos como locas. Y como tantas otras veces, recuerdo cómo el tiempo se paró y cómo el mundo empezó a girar a cámara lenta.

El ataque de risa fue tan grande que, de repente, mi hija se agachó, abrió las piernas, me miró... y se puso a hacer pis de una forma encantadora. Al principio fue un chorrito que poco a poco fue aumentando, convirtiéndose de repente en una sonora cascada que iba inundando el probador por momentos. Mi risa se congeló en ese mismo instante. ¡No podía ser! ¡ Eso no me podía estar pasando a mí! ¡No era justo!

Quise desaparecer, quise volatilizarme, quise abrir los brazos y convertirme en puerta blindada, quise no volver a salir de allí. Pero la realidad era bien distinta. Una tienda llena de gente y un probador inundado de pis. Paralizada, desesperada, enigmática y confusa, supe al momento lo que tenía que hacer. Dos lagrimones surcaron mis mejillas y así, sin más, me puse a llorar.

Y lloré un buen rato, no te creas, justo el tiempo de ver que detrás de la cortina no había pies. Entonces salimos disparadas, como dos almas en pena, encorvadas y veloces mirando al suelo, sintiendo encima de nosotras la mirada fría y acusadora de todos los que habían oído, detrás de la cortina, aquella riada espectacular.

La terapia funcionó. Llegué a casa tan cansada, deshecha y trastornada que aquella noche dormí como una bendita. Soñé con lluvia, lluvia de estrellas, que inundaba inexorablemente mi camerino, cortinas de humo, percheros flotantes, bikinis de rayas y terapias de grupo. Creo que fue una pesadilla. No me lo explico.

A pesar de todo, ahorré. No gastamos ni un duro, hicimos ejercicio, ocupamos la tarde, conocimos un montón de gente y nos pusimos al día en bikinis de nueva temporada.
Sin embargo, a partir de entonces, no hemos vuelto a compartir probador.

Y colorado colorín,
todo es cierto, de principio a fin.

domingo, 14 de octubre de 2007

Imagina

Recibir un premio por internet es fantástico. Sobre todo porque no tienes que emperifollarte para ir a recogerlo. Así como estás, en pijama, en zapatillas o con el delantal puesto, vas, lo recoges y nadie se entera.

Tampoco tienes que asistir a uno de esos aburridos actos de entrega, ni dar un discurso, y menos todavía terminar en un cóctel donde no conoces a nadie, comiendo canapés y bebiendo lo que pilles.

No no, aquí es bien distinto. Pero el miércoles pasado yo aun no lo sabía...

Estaba comiendo, bastante abatida, pensando en mi tarde de padres, cuando recibí una extraña notificación. Tenía que ir a recoger algo a casa de Nanny-Ogg. Me puse a meditar. ¿Qué tendría que darme Nanny con tanta urgencia? ¿Un cuento nuevo? ¿Un café? ¿Un queso de Guía? ¿Acaso una nueva gripe? ¿O sería un premio al blog que menos te hace pensar? ¡Qué ilusión! ¡Seguro que iba a ser eso!

-No me da tiempo- pensé. Pero la curiosidad es una de mis mejores aliadas, así que, sobre la marcha, me puse mi traje de noche rojo pasión, unos tacones vertiginosos, me pinté, me recogí el pelo, me perfumé... ¡vamos, que me puse hecha un primor! y me senté a esperar la limusina, que no tardó.

Me subí al coche con gran escándalo del vecindario. La calle estaba cubierta por una extraña alfombra roja a juego con mi traje, que todavía no sé de donde pudo haber salido, y así, entre aplausos, vítores y fanfarrias, le dije al chófer: - ¡A Hollywood por favor!

Cuando llegué todo el mundo me estaba esperando y una banda tocaba "Yellow Submarine". Con una sonrisa perfecta le di un par de besos a Nanny, me subí al escenario, recogí mi premio, recité una poesía a todas las pelusas, me tomé un vino, dejé mis huellas dactilares en el cemento, me despedí cordialmente y regresé como un tiro a casa porque se me había hecho tarde y tenía que volver al colegio.

Nanny-Ogg me ha dado uno de los premios más bonitos que se pueda imaginar, el premio a la imaginación. Gracias Nanny, me ha encantado recibirlo y, sobre todo, que haya venido de ti.
Así que me preparo a pasar el testigo, como dicen las normas.

Hay un blog que me gusta especialmente. Habla de amor, qué mejor tema para dejar volar la imaginación, y lo hace de una manera absolutamente original. Sus escritos son cortos pero densos y hace uso de la imagen literaria de forma magistral. Es ingenioso, creativo y de una belleza expresiva envidiable. En fin, que lo recomiendo: El detective amaestrado.

Termino con música. Imagina imagina...
Imagina un mundo mejor.
Puede hacerse realidad...

martes, 9 de octubre de 2007

Tarde de padres

Así como algunos tienen su tarde de toros, yo tengo mi tarde de padres.
Una vez al año hacemos una reunión con todos los padres y a cada uno le toca lidiar con sus propios morlacos. Todavía recuerdo la del año pasado...

A pesar de haber anunciado a los cinco vientos que no había nada demasiado importante que decir, únicamente presentarnos y dar los contenidos y objetivos del curso, aquella tarde, y ante mi más absoluta desesperación, aparecieron todos. ¡Todos!

Recuerdo cómo, de repente, se llenó la clase de desconocidos que iban, en alegre algarabía, ocupando los pupitres vacíos de sus hijos. Se sentaron como pudieron, muchos a presión, y un numeroso grupo se quedó de pie, amenazante.
¡Estaba rodeada!

Cuando me di cuenta, se había hecho un silencio ensordecedor y tenía frente a mí cincuenta y cuatro narices apuntándome, ciento ocho ojos escudriñándome, otros tantos oídos atendiéndome y una cantidad incalculable de dedos dedicados a las más diversas ocupaciones.

Ante aquel obtuso silencio, sentí cómo mi cuerpo menguaba. Empecé a hacerme pequeña pequeña, hasta casi el punto de desaparecer. Me había quedado en el centro, delante de la pizarra, que en esos momentos se me antojaba enorme, gigantesca, y yo, encogida, insignificante bajo aquella mole verde que hasta ese instante me había caído bien. Pensé en mimetizarme con ella, o convertirme en tiza, pero a pesar del traje blanco que llevaba, no lo logré.

En uno de mis impredecibles arranques de osadía, me dirigí con paso firme y tendencioso hacia mi mesa, seguida en todo momento por ese montón de ojos curiosos, bocas solitarias, dedos inquietos, orejas salvajes, gestos impacientes, narices rebeldes, glotis difusas, en fin, de su esencia.

Y en un gesto de coraje y valentía, saqué de mi bolso el abanico de mano, intentando así ganar tiempo, crecer un poco más y conseguir el aire que faltaba en mis pulmones.

Con un gracioso ademán abrí el abanico, que chocó con uno de mis pendientes nacarados, que a su vez se soltó de mi oreja, se introdujo en mi escote, se escurrió cuerpo abajo y cayó, con un potente "toclón", a mis pies.

No hubo forma de disimularlo. ¡No iba a pisarlo pues...! Así que me quedé como una gallina con un huevo recién puesto y sintiéndome un güebíparo de esos que dicen mis niños...

Pero a partir de ese instante todo cambió.

Como primera medida pasé lista, después les hice sacar el Dragón Canelón y les mandé media hora de lectura colectiva. A los de la primera fila les pregunté las tablas y a los del fondo el abecedario, saqué a unos cuantos a la pizarra para que escribieran su nombre y eché de clase a dos que estaban hablando. Les di una charla sobre lo saludable que es traer merienda al cole y por último les hice cantar una canción. ¡Quedaron encantados! Y prometieron volver este año con dulces y pasteles...

Cuando abrí los ojos la pizarra seguía en su sitio, el borrador, las tizas, el pendiente, los padres, el silencio ...y yo.
Fue entonces cuando empezó la corrida. ¡Me llevé de banderillazos...!



Mañana, a las cinco, tengo mi tarde de padres.
Sólo espero que no se olviden de los dulces...

sábado, 6 de octubre de 2007

Qué bonito es el otoño

Llevo tres días con una gripe estupedda.
No soy propensa a que esta abiga be visite, pero cuando aparece, lo hace con toda su virulencia.

He probado ya tres tratabientos.
El jueves be tobé un sobre de cuyo nobbre do quiero acordarbe.
Ayer, una aspirida.
Y hoy, un agradable jarabe color fucsia.

Pero dada me hace efecto y cada día me siento bejor.
De todas formas, do teggo ni un decímetro de fiebre, así que es muy probable que se trate de una gripe fantasba.

Por eso no voy a ir al bédico, porque me va a decir que todo es psicológico y se va a enfadar cobbigo por hacerle perder el tiempo.

Por lo tanto he decidido aguantarme, quejarme lo benos posible y acostarme el resto del fin de sebana, a ver si se me olvida y logro reponerme de este trastordo de la ibaginación.

Tappoco voy a escribir, porque estoy tan convencida de que me encuentro bal, que mi legeddaria lucidez se vería mermada por culpa de tan nefastos pensabientos.

Feliz fin de sebana a todos y no den rienda suelta a su ibaginación, no vaya a ser que se cojan una gripe.

lunes, 1 de octubre de 2007

Grandes acontecimientos

Hoy es un día muy especial, así que voy a escribir antes de que se me acabe.
Me alegro porque no tengo que hacer el esfuerzo de recordar nada. Me ceñiré al presente, sin ningún esfuerzo, y escribiré por qué hoy es un día de celebraciones.

Los eventos son tres:

El primero, y no por ello menos importante, es que hoy, 1 de octubre, nació mi madre.
Este acontecimiento me confunde. Llevo todo el día pensando, y si estoy en lo cierto (que lo estoy porque acabo de felicitarla) mi madre es más joven que yo.

Además, haciendo cuentas, le llevo casi un año, porque yo nací en enero...
Qué alegría tener una madre tan joven. Recién nacida y ya con una nieta. Se va a llevar una sorpresa...!

De todas formas seguiré pensando en este asunto porque hay algo que no cuadra. Yo nací en enero, entonces ¿cómo es posible que mi hija haya nacido en mayo si un embarazo dura más o menos nueve meses? Me falta un dato. Tendré que repasar el calendario de este año.

Tras este extenso homenaje, paso a citar el segundo gran acontecimiento del día.
Hoy, 1 de octubre, empecé a trabajar por la tarde. También.

Por fin. Esto de trabajar media jornada en septiembre era un aburrimiento. A quién se le ocurre... Trabajando todo el día me entretengo más, ocupo el tiempo que me sobra, no pierdo media tarde durmiendo la siesta y además, las relaciones con mi hija mejoran drásticamente. Como salgo por la mañana, almuerzo sola y vuelvo a casa cerca de las seis, sólo nos peleamos por la noche. Qué paz y qué armonía se vive ahora en casa. Lástima que no tengamos nocturno en el colegio...

La tercera y última razón que hace este día tan especial es una bomba.
Hoy, 1 de octubre, hace exactamente un año y medio que conocí a mi no pareja.
...y todavía no es mi ex!!!
No me extraña. Lo tengo encandilado con mi elocuencia, mi coherencia y, sobre todo, con mi pensamiento lógico y profundo. En fin, que soy un chollo...

Termino este breve post agradeciendo, de antemano, sus muestras de alegría por tener una madre tan joven, un trabajo tan estupendo y una no pareja tan duradera.

Gracias.

jueves, 27 de septiembre de 2007

Momentos electrizantes (II)

Como iba diciendo, la electricidad es mi fuerte. Es como un don que tengo, lo que pasa es que todavía no lo controlo bien. A veces me siento como Superman cuando llegó a la Tierra, aprendiendo a encauzar mi energía. Lo malo es cuando me distraigo y hay alguien cerca...

Lo que sí me gusta es desmontar enchufes cuando no están enchufados. Lo paso muy bien quitando todas esas piecitas diminutas. Las ordeno por tamaños y formas, por colores, por orden alfabético. Pero no sé por qué, cuando vuelvo a montarlas no me caben y me es imposible crear un enchufe nuevo. No me lo explico, porque las piezas son las mismas...

Así que las voy poniendo todas en una caja grande que tengo y, de vez en cuando, hago una reunión en casa con todas mis amigas y nos ponemos a jugar a "Monta el enchufe". La primera que lo consigue paga la cena. El otro día hice trampa, monté un enchufe con menos piezas de las que habíamos acordado y gané. Así que me tocó pagar la cena. Todavía me remuerde la conciencia, menos mal que tengo un blog para poderme confesar.

Nací con este don, ahora lo sé. Mi infancia fue emocionante y llena de sorpresas. Las descargas me sacudían cuando menos lo esperaba. No había aparato que se me resistiera: la nevera, la lavadora, la tele, los interruptores del pasillo...y hasta una pared monda y lironda! Incluso yo me sorprendí aquel día, una pared...qué poder tan portentoso.

Lo que me fastidiaba bastante era tener que levantarme de la mesa para cambiar de canal o subir el volumen de la tele. En aquella época no se apretaba un botón, el mando a distancia era yo. Supongo que mis padres sólo me mandaban a mí porque creían que mis espasmos se debían a la enorme alegría de sentirme útil. Nunca supieron la verdad de por qué volvía a la mesa saltando. Mi don era mío, y no pensaba compartirlo.

Ya de mayor me especialicé en coches. De un coche, tooodo me da corriente. Menos mal que el volante todavía no, pero si algún día ocurre, pienso contárselo a la policía. Por eso estoy escribiendo este informe. Hoy en día todo hay que demostrarlo con papeles.

Mi recuerdo más sexy es de un día en que se me ocurrió aparcar delante de una obra para tirar la basura. Fue espectacular. Me dirigía a mi trabajo y tenía que deshacerme urgentemente de un par de bolsas de basura que me estaban aromatizando el coche. Aparqué de medio lado delante del andamio. Allí estaban ellos, deseosos de estrenar un nuevo repertorio de piropos guarros. Y allí estaba yo, encerrada en el coche y calculando mis movimientos para llegar al contenedor de basura lo más elegantemente posible.

Apoyé un dedo en el cristal y empujé con fuerza la puerta. Se abrió poco, porque había un coche justo al lado. Entonces deslicé una pierna hasta poner un pie en el suelo, saqué un brazo con la primera bolsa de basura, puse el otro pie en el suelo, ladeé las caderas hasta sacar medio cuerpo del coche, saqué el otro brazo con la segunda bolsa de basura y, por último, contorsionándome ágilmente, de puntillas y siempre de lado, saqué el resto del cuerpo junto con la cabeza.

Estaba a salvo, había logrado salir sin tocar absolutamente nada. Qué alegría sentí. Me di torpemente la vuelta buscando el equilibrio, y fue entonces cuando mi oreja izquierda rozó levemente la puerta entreabierta del coche. La descarga fue impresionante. ¡En la oreja!

No me acuerdo cuál fue mi imprecación pero maldije al barrio entero. Sólo sé que mi cuerpo se estremeció, levanté los brazos, abrí las manos y las bolsas cayeron al suelo estrepitosamente. Me quedé traspuesta el tiempo justo. En silencio y mirando al suelo recogí mi basura y me dirigí lo más dignamente posible al contenedor.

Los piropos, aquel día, se quedaron por el camino. Seguro que los obreros quedaron impresionados por mi desenvoltura al salir del coche... He intentado repetirlo, pero por ahora no me ha vuelto a salir.

Seguiré bajando la basura.

domingo, 23 de septiembre de 2007

Momentos electrizantes

Llevo muchos años en el cole.
No es que sea una burra... Es que trabajo allí...

Durante todos estos años he conocido a muchos niños, pero, el más entrañable, dulce y sensible, ha sido, sin duda, Ángel.

Ángel era precioso. Tenía el pelo rubio, casi blanco, y en su carita perfecta lucían unos ojos azules, tan claros e inocentes, que entraban ganas de robárselos. Pensé en hacerlo más de una vez, pero desistí porque no me cabían. Era alto, delgado, frágil, casi etéreo. Era distinto.

Tendría unos nueve años cuando lo conocí. Yo no, él...
Y siempre iba de un lado a otro con un osito de peluche en las manos.

Desde el primer momento empecé a quererlo y a protegerlo. Su dulzura y delicadeza despertaron en mí un nuevo sentido, el sexto, que todavía no tiene nombre...

Pues allí estábamos, Ángel y yo, en el poli del colegio. Lejos el uno del otro. Ángel con su osito en la mano y yo ensayando con mi nuevo sentido, sin quitarle los ojos de encima por si le llegaba un balonazo de los que te suelen sorprender en plena cara cuando menos te lo esperas.

Ángel me sonrió, y como otras muchas veces en mi vida, todo empezó a funcionar a cámara lenta. Recordé un antiguo anuncio en el que se veían dos chicos en una playa, corriendo lentamente el uno hacia el otro con los brazos abiertos, hasta fundirse en un tierno abrazo.

Así me veía yo en mi carrera, avanzando sonriente a grandes zancadas y con los brazos abiertos hacia Ángel, que venía hacia mí con la misma lentitud, asiendo su osito de peluche y con la boca abierta de contento. El sol hacía brillar su cabello y mis rizos ondeaban al aire.
Qué perfección. Qué instante mágico.

Ante la atónita mirada de medio colegio que estaba en las gradas, unimos nuestras manos en un momento irrepetible de alborozo y ternura.

El calambrazo fue tan grande que salimos rebotados hacia atrás, mientras nuestras sonrisas se convertían irremediablemente en muecas de dolor y el osito de peluche salía disparado hacia las gradas. ¡Fuerte corrientazo!
Nos quedamos los dos saltando y batiendo las manos, como si fuéramos a salir volando de un momento a otro.

Haciendo caso omiso de las carcajadas de la gente, intenté acercarme al niño para consolarlo. Tenía el pelo tieso y los ojos como platos. Nunca olvidaré su mirada.
Pero él prefirió al oso. Lo entendí...

Desde entonces no volvimos a acercarnos. No a menos de un metro. Le explicaba las divisiones a dos pupitres de distancia, me compré un megáfono para pasar lista y nuestras únicas demostraciones de cariño fueron, a partir de entonces, besos volados.

Tampoco pude volver a compartir con él la merienda, lo cual me causó hondo dolor, porque la madre hacía unos montaditos de jamón con tomate que eran la alegría del recreo... pero bueno, cualquier sacrificio vale la pena cuando está en juego la seguridad de un niño.

Sentí mucho aquel incidente, en serio, pero no sé de qué me extraño, porque la electricidad y yo somos fieles amigas desde tiempos inmemorables. Será porque las dos somos muy estáticas o demasiado volátiles, vete tú a saber...

Lo cierto es que me he alargado. Seguiré con mis momentos...en otro momento.

martes, 18 de septiembre de 2007

No hay oferta que valga

Todo invitaba a salir: el sol, la triste mañana, los grillos cantando, las ranas croando, el gato maullando, el perro ladrando, la oveja balando, las aves trinando, la vaca mugiendo, el cerdo comiendo, etc.etc. Así que me decidí a encender la tele.

Procastinear y ver la tele son dos de las actividades cotidianas que más me satisfacen, pero no todos los días... Siempre se ha dicho que las mujeres somos capaces de hacer, como mínimo, dos cosas a la vez, así que, cuando procastineo y veo la tele, me siento más mujer. Y eso que no siempre me sale...

Estaban dando no sé qué película, cuando, por fin, empezó lo que más me divierte. Los anuncios.
Qué arte, cuánta sabiduría encierran los anuncios en sus cortas e ingeniosas frases, "Contigo no salgo, porque yo lo valgo", "Con Knorr se vive mejor", "Para mí y para usté, mayonesa Calvé"...y muchas joyas más, que, inevitablemente, me incitan a la reflexión más profunda cada vez que tengo la suerte de escucharlas.

Aquel día me sorprendió un anuncio nuevo. Gente sonriente, carritos de la compra llenos, felicidad, alegría y todo el mundo repitiendo: "¡Tres por dos! ¡Tres por dos!".
¡Era una oferta! ¡Nada más y nada menos que un 3 x 2! ¡Qué ofertón! No cupe en mí del gozo, y rápidamente, sobreponiéndome al impacto e intentando recuperar mis medidas, decidí salir a comprar.

Una vez en el súper, como de costumbre, empecé a pensar qué me podría hacer falta, intentando recordar qué había en la nevera y qué artículos de primera necesidad podría adquirir aprovechando tan generosa oferta.
Como soy tan buena cocinera, y además, no me gusta cocinar, empecé con los ingredientes básicos y esenciales para preparar un buen banquete.

Compré: seis latas de tomate frito, seis lasañas congeladas, seis tortillas de calabacín, seis tarros de paella campesina y, como no, seis pizzas carbonara.
Con algunos productos fue fácil, como comer y cantar. Los huevos, que vienen en paquetes de seis, los actimel, las pilas, el papel higiénico.
Pero con otros fue algo más problemático. Por ejemplo, la fruta. Como no me vendían seis uvas, las cambié por seis melones, que al fin y al cabo tienen la misma forma y son igual de dulces...
No entiendo por qué el charcutero me miró de manera extraña cuando le pedí seis lonchas de queso y seis de jamón, pero me las puso...

También me llevé seis botellas de limpia cristales, que siempre se usan, y otros tantos botellones de lejía para blanquear la ropa. Seis paquetes de tostadas "Los Compadres", seis mermeladas de arándano "Hacendado" y seis pinturas de labios "Delyplus". ¡Ah! Y seis bolsas de macarrones "La Isleña".

Cuando me di cuenta, el carro estaba a rebosar. Supongo que influirían los seis sacos de castañas y los seis garrafones de agua de rosas para planchar. Lo cierto es que yo me sentía como la chica del anuncio ( la guapita) con una sonrisa desgarradora y al límite de la felicidad.

Por más que intentara caminar en línea recta, el carrito se empeñaba en torcerse hacia la izquierda. Pero, como soy experta en llegar, entre otras cosas, allá donde me propongo, empujé el carrito con tal vigor, que en un 3 x 2 había llegado, intacta, a la meta: la caja registradora.

No me registraron. Pero yo me dispuse, educadamente, a sacar el monedero para contar las monedas sueltas y dejarles cambio, que siempre se agradece.

Cuando me dieron la factura me quedé horripilada. La cifra era astronómica. Por mucho que intenté convencer a la cajera de que se estaba cometiendo una injusticia, no quiso entrar en razón. La compra me salió un diente de la boca y encima tuve que pagar con tarjeta porque no me daba el sueldo.

¡Habráse visto! ¡Dónde iremos a parar! ¡Me lo van a decir a mí que soy maestra! Mira que no saber la cajera que, de toda la vida, ¡TRES POR DOS SON SEIS!
No me lo explico.


Y, Abracadabra...
no te creas ni una palabra.

domingo, 16 de septiembre de 2007

¡Hay que ver!

¡Hay que ver!
Toda la vida trabajando y nunca me han dado un premio.
Bueno sí. Un día, en el cole, me dieron una placa muy bonita como reconocimiento a mi labor. Lo extraño es que llevaba sólo un año trabajando, no me lo explico. En esa época hacía jerseys de punto y los vendía para poder llegar a fin de mes. A lo mejor es que se enteraron y la placa me la dieron en reconocimiento a mis labores...

¡Hay que ver!
Toda la vida comprando rifas y nunca me ha tocado nada.
Bueno sí. Cuando era pequeña. Recuerdo tener un boleto en la mano, y al oír el número ganador, salí corriendo hacia el escenario con el corazón a mil. Lo peor fue cuando se dieron cuenta de que yo tenía el 68 y había salido el 89. Se dieron cuenta porque había un puntito encima del número señalando cómo había que leerlo, pero yo era pequeña y no entendía de eso... Así que, cuando subió al escenario el verdadero ganador, lo miré de abajo a arriba... y me dieron el premio: una horrenda muñeca. En fin, que ni la bauticé.

¡Hay que ver!
Toda la vida comprando lotería de Navidad y nunca me ha salido ni el reintegro.
Bueno sí. Fue hace unos años. Cuando mi madre me llamó diciéndome que teníamos los tres últimos números me volví loca buscando el dichoso boleto, hasta que recordé que lo había hecho trizas en una de estas limpiezas compulsivas que a todos nos dan de vez en cuando, y lo había tirado a la basura, precisamente, el día anterior. Me rasgué las vestiduras. Menos mal que estábamos en rebajas.

¡Hay que ver!
Un par de semanas escribiendo sandeces... y me dan un premio. No me lo explico.
Seguro que se han equivocado dada mi trayectoria. La culpable es Lamirada, que me mira con muy buenos ojos. Gracias Lamirada, este premio me anima y me enorgullece, y sobre todo me incita y me espolea para seguir escribiendo sandeces un tiempito más, como mínimo...


Por lo visto hay que seguir una serie de normas, entre ellas, nombrar a otros siete premiados.
Y no me atrevo. Soy demasiado joven. Y demasiado inexperta. (Por fin puedo decir algo así)
No voy a nombrar a siete. Mi premio será para todos los incautos que entren a mi blog y me lean.
Así que tú, sí, TÚ, que has tenido el valor de llegar hasta aquí y soportarme, acabas de ganar el "Primer Premio a la Procastinación y Alevosía".

¡Felicidades!

miércoles, 12 de septiembre de 2007

Cosas de niños

Este post no es mío. Es de mis niños.
En septiembre pasamos pruebas y ejercicios de repaso para saber si se acuerdan de los contenidos del año anterior. Ésta es una recopilación de alguna de sus respuestas, sólo he alterado la ortografía.
No tiene desperdicio...

LENGUA

¿Qué dos tipos de sonidos pronunciamos al hablar?

- La lengua española. (Dije dos!!!)
- El español y el castellano. (Dije sonidos!!!)

¿Qué es una oración?


-Una oración es una palabra. (Así de fácil)

Tres lenguas que se hablan en España:

-E
spañol, chino y japonés. (Hay que aclararle hasta donde abarca España)
-Sonidos, gestos e imágenes. (Hay que aclararle lo que es una lengua)


MATES

¿Este prisma es un cubo?


-No, porque tiene tapa y no debería tener tapa. (¿A quién se le ocurrió taparlo?)

Escribe el nombre de estos triángulos:

-
Pentágono, isósceles, escaleno. (No contó bien los lados)
-Triángulo, triángulo, triángulo. (Éste sí...)

¿Qué hora señalan estos relojes?

-Las 23 menos 15 -Las 22 y cuarto -Las 10 menos 40

-La una menos 9 -Las 11 y en
punto -Las 3 menos 30


CONOCIMIENTO DEL MEDIO


Animales que ponen huevos:

-Huevífaros (Por lo menos lo puso con "h")
-Güebíparos (Por lo menos...)

Animales ovíparos:

-Un ovíparo es un animal de origen vegetal. (Vale, ¿y una berza?)

Los cinco sentidos:

-Oído, busto, olfacto, tacto y vista. (Perfesto)

Tipos de dientes:

-Anfibios y caninos. (Vale pulpo...)

¿Para qué sirven?


-Con los incisivos arrancamos los bocadillos. (No, no quiero merienda hoy, gracias)

Montaña:


-Corriente con fuertes pendientes. (¿?)
-Una cosa que tiene pico y una bajada. (Visto así...)

Cordillera:

-Varias montañas haciendo una fila. (Me encanta...)

Llanura:

-Es la costa alta que se llama acantilado. (Umpf!)

Meseta:

-Es la mitad de la costa alta. (Aprobado en matemáticas)

Isla:

-Porción de agua rodeada por todas partes. (Qué agobio!!!)

Archipiélago:

-Está rodeado de tierra, por ejemplo una playa. (No me hago una idea de dónde puede veranear)
-Varias islas agrupadas, por ejemplo España. (Tengo que reforzar lo de España)

Río:


-Los ríos son corrientes húmedas con curvas estrechas. (Con lo fácil que es decir "agua")
-Pendientes de agua. (Con lo fácil que es decir "corrientes")

¿Por qué decimos que en Canarias las temperaturas son suaves?


-Porque son así. (¿A quién se le ocurrió hacer esta pregunta?)

¿Cómo son las lluvias en Canarias?


-Lluviosas. (Valga la redundancia...)

Las partes de una hoja son dos...


-Bisípalo y peciólogo. (¿Alguien tiene un pañuelo?)

Las plantas de hoja caduca son las que...


-Son muy sencillas. (Antes muerta...)

Frutos carnosos:

-La papalla y el paraguallo. (Olle)

¿Qué medio de comunicación usarías para comunicarte con una amiga que vive en otro país? ¿Por qué?

-
Un móvil. Porque no tengo otra cosa en la mano. (Práctico)
-El oído. Y lo usaría muy atentamente para escuchar bien. (Muy atentamente tiene que ser...)

Qué medio de comunicación usarías para escuchar canciones de moda? ¿Por qué?


-Un cassette. Porque sé ponerlo. (Menos mal...)
-Una pone el oído, la otra enciende la radio y la pone pegada al teléfono y ya está, ya se puede escuchar. (Colaborando se llega a todas partes...)

Ciclo del agua:

-Es el que va por todas partes, del mar al cielo, del cielo al mar y de la tierra otra vez al mar y así todo el ciclo, eso es el ciclo del agua
seño, que yo sepa. (Te creo)

Escribe algo que hayas estudiado y no te he preguntado:


-Pues lo que no me has preguntado.
(Cierto...)
-El cráneo no se mueve, porque al darte en la cabeza y el cráneo no está en su sitio, te escachas el cerebro. (Así me gusta, todo en su sitio)
-La caja está en el pecho, está protegida por el pulmón y el corazón. (Algo desencaminado vas...)




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