miércoles, 13 de julio de 2011

Jesusito de mi vida...

Gracias al niño Jesús, mi ordenador vuelve a funcionar a las mil y una noches.


No sé por qué, pero siempre me había imaginado a Jesús con pelo rubio. Media melena, ojos azules, tez sonrosada, sonrisa angelical, piernas cruzadas, brazos abiertos, túnica celeste, medio aro en la cabeza y chiquirritín. Chiquirriquitín. Metidito entre pajas. Ay del chiquirritín, chiquirriquitín, queridín, queridito del alma.

Pues tenía entendido que era así ¡hasta que me lo presentaron! Le había comprado unos patucos a juego con la túnica para que no pasara frío, pero cuál fue mi sorpresa cuando, en lugar del bebé que yo esperaba, apareció un morenazo, guapetón, casi tan listo como yo ¡y de pie...! En fin, que no se parecía en nada a la estampita... Yo creo que ha mejorado con la edad. Se viste mejor, no tiene bucles y el aro lo tiene tan bien disimulado ¡que no se le nota! Me parece que sigue siendo casi nazareno, pero de Madrid... Así que se le entiende perfectamente.

Total que le llevé mi ordenador a Jesús a ver si me hacía un milagrito. Tras un rápido chequeo a ojo, así son los elegidos..., Jesús me dijo que tenía un malware. Que en español significa mal bicho. Y que la única solución era limpiar el ordenador. Yo me quedé media roja y media gualda, porque antes de salir de casa le había dado un repaso con "Don algodón no engaña". Pero se conoce que no fue suficiente ya que, según Jesús, había que hacer una limpieza más profunda. Casi de primavera.

A pesar de haberme vuelto añóstica con los años, confié en Jesús. No hay nada mejor que una buena propaganda para creer en los milagros. Y como tengo entendido que Jesús es líder de ventas en este mundillo, qué menos que creer en él de vez en cuando... Total que lo dejé en sus manos, no sin antes preguntar qué milagroso producto de limpieza iba a usar. No me lo dijo... Yo creo que no me oyó de tan concentrado y en éxtasis que estaba. Pero supongo que ante un mal bicho cualquier insecticida vale...

¡Hay que ver estos seres celestiales lo bien que se portan! Jesús descubrió en un pis pas que mi ordenador tenía el famoso mal bicho del doble acento. Todavía no sé de qué país. O bien si era acento catalán, canario o gallego... Lo cierto es que encima de ser un mal bicho ¡hasta sabe dos idiomas! No lo entiendo. Y tampoco entiendo cómo entró ese mal bicho en el ordenador ¡si tengo todos los agujeros taponados! A lo mejor por una tecla... No sé... Tendré que averiguarlo...

Total, que ya puedo escribir todas las esdrújulas, llanas y agudas. Las críticas, las diacríticas, las diéresis, las sinéresis y las sinopsis también. Y todo gracias a Jesús. Verlo para creerlo... Ya tengo pensado el regalo que le voy a hacer para agradecerle tan valioso milagro. Estas navidades compraré una cuna gigante y le haré un sitio a Jesús en mi portal de Belén. ¡Seguro que le va a encantar...!


Jesús, niño, ¡muchísimas gracias!

miércoles, 22 de junio de 2011

La mancha

La historia de la cucaracha queda aplazada porque no me acuerdo del grueso del relato. Ni siquiera de su nombre... Además, ¡mi presente me reclama con todas mis últimas buenas nuevas!




¡Tengo un derrame ocular en un ojo! Qué alegría. Nunca había tenido uno... ¡Y lo estaba deseando! Aunque hubiera preferido un derrame ocular en un dedo. Que es más fácil de disimular... Además, es un derrame rojo. No lo entiendo...¡Con todas las verduras que estoy comiendo! Aunque los rábanos... No sé, va a tener razón mi madre. Que dice que como por los ojos... Pero con toda la ropa usada que tengo ¡ya se me podría haber derramado el derrame en una blusa! En fin..., que más vale que me conforme con el que me ha tocado, que los de chocolate son más difíciles de limpiar.

Pues el lunes fue la fiesta de mis niños. Es un día importante porque todas las madres, padres, tíos, tías, abuelas, abuelos, primos, primas y demás familiares vienen a ver las actuaciones de los hijos, hijas, sobrinos, sobrinas, primas, primos, nietos, nietas y demás conocidos. Y allí estaba yo... Con un ojo rojo y el otro a su lado. Orgullosa de mí misma y teniendo la certeza de que, gracias a mi nuevo y elegante look, iba a ser la envidia de todos, de tan conjuntada que iba con mi blusa blanca y roja y mi ojo rojo y blanco.

Y así fue. Nada más verme, una multitud de personas de ojos insípidamente blancos, se acercó a curiosear. Pestañeé cuatro veces y, tras quitarme las gafas de sol con gesto altivo, abrí los ojos cuanto pude y saludé cortésmente a unos y a otros. Yo creo que les gustó, porque todo el mundo tuvo algo que decir al respecto. ¡Pero qué ojo tienes! ¡Cómo tienes el ojo! ¡Qué tienes en el ojo! ¡Qué te pasó en el ojo! En fin, que no pararon de alabarme. Hasta que una madre, que es médico, no lo pudo resistir y me mandó a que me viera un compañero suyo. Qué bien. ¡Mi ojo iba a traspasar las fronteras del colegio! ¡A las once de la mañana! Lo nunca visto...

¡Y a las once de la mañana había gente en la calle! Para un ojo acostumbrado a las cuatro paredes de mi clase, fue todo un descubrimiento. ¡Pero si yo pensaba que de nueve a cinco las calles estaban desiertas! Hay que ver... Lo que ha aumentado el paro... Me abrí paso entre la multitud que me cercaba y, como pude, entré en el ambulatorio. Pregunté por el Sr. Oftalmólogo, dejando bien claro que me mandaba Ani para que me echara un vistazo. Al ojo... ¡Qué bien te atienden cuando no tienes cita! Hay que ver. Todo el mundo me conocía y me dieron hasta un caramelo cuando me puse amarilla. La próxima vez voy a decir que me manda Pepa a ver si cuela... Yo creo que me cambió el color cuando miré el reloj y recordé que lo último que había tomado había sido un cortado a las siete y media de la mañana.

Así que devoré el caramelo en un pis pas, mi piel se volvió a llenar de pecas y mi derrame adquirió el tono brillante y saludable al que me tenía acostumbrada. Todo marchaba a las mil maravillas. Sólo tenían que pasar dos horas más para que la enfermera me pasara a la consulta, me hiciera el historial y, de acuerdo con don Oftalmólogo, me dilatara las pupilas con unas gotas erróneamente inofensivas. Y todo para verme el fondo del ojo... ¡Pero qué curiosos! ¡Es como si yo voy a su casa y le miro el fondo del armario! Total, si todos los fondos son iguales... Es donde se termina todo, menos los sacos sin fondo que tienen un problema añadido.

Total y para no extenderme, me quedé ciega. Ahí, en la sala de espera, muerta de hambre, con las pupilas desparramadas, el ojo derramado y la moral por los suelos porque no distinguía cuál era la puerta del baño. En fin, que aguanté estoicamente hasta que volvieron a llamarme. Don Oftalmólogo me hizo sentar en una graciosa silla negra de un tamaño improvisado. El mío no era... Tenía los pies colgando, las manos aferradas a los brazos del sillón y la cabeza empotrada en un aparato extraño a la par que raro. Total que Don Oftalmólogo era fotógrafo también y, sin avisarme para adoptar una buena pose, empezó a dispararme miles de luces de todos los fulgores dentro de mis ya pobres y cansados ojos.

Y así estuvimos, jugando un rato al "Dime qué ves". Y como yo no veía nada ¡perdí! Hicieron trampas porque ellos ya se conocían el juego y yo iba de novata. ¡La próxima vez les voy a ganar a todos! Pero cuál fue mi sorpresa cuando el buen señor me dijo que había tenido una subida. ¿Un subidón yo? ¡Pero si el último canutillo ni me acuerdo cuándo me lo fumé! Total que salí de allí cegata, con fama de drogadicta pero viendo la vida de otro color: rojo...

Poco a poco se me ha ido limpiando el derrame ocular en el ojo. Gracias a él he aprendido muchas cosas: en la calle hay vida en horario escolar, los sacos pueden tener fondo si se lo proponen, tener la pupila dilatada y el ojo derramado al mismo tiempo es mala cosa y lo más importante: con todos los padres que tengo, ¡nunca seré huérfana! Hay que ver... ¡Y todo por mancharme el día que no era!

martes, 31 de mayo de 2011

Hacer memoria (I)

Hacer memoria es como hacer café. Amargo si no lo endulzas. O dulce, si no lo amargas...




Por eso, cuando por la mañana hago café, de paso, me pongo a hacer memoria.¡Me cuesta...!¡Pero qué le vamos a hacer! ¡Prefiero hacer memoria que quedarme sin café...!Que ya lo decía un señor con gafas: si no bebes, no conduzcas. Y cuánta razón tenía... Sin mi taza de café por las mañanas soy el terror de La Laguna. Por la tarde sólo soy el peligro... Pero bueno... Sin embargo por la noche ¡soy la peor! Y menos mal que ahora tengo este coche automático que se sabe el camino y me dejo llevar ¡que si no...!

Y allí estaba yo, en pijama, con la cafetera en la mano, medio ojo abierto y, a esas horas de la madrugada ¡trabajando ya! ¡Haciendo memoria! Total, que entretenida haciendo memoria, recordé uno de los muchos episodios de mi vida que enterraría sin pensarlo. Uno de aquellos momentos para no recordar, que son varios, pero que recuerdo tan constantemente como de vez en cuando. O nunca.

El caso es que nos íbamos a reunir todos los hermanos en verano, así que se me ocurrió la brillante idea de gastarme la extra y pico en alquilar un bungalow en el sur de Gran Canaria.  Había dos opciones. O Maspalomas o Playa del Inglés. Después de pensármelo nada, decidí que ya estaban las playas bastante llenas de gente ¡como para que hubiera también más palomas! ¡Con todas sus cacas y sus arrucutucutucúa! Así que me decidí por la Playa del Inglés. Seguro que este señor lo tendría todo muy cuidadito y con grandes reservas de té de todos los sabores. Buscando al Mister, me encontré con doña Olga. Menos mal, porque ella hablaba español y rápidamente accedió a alquilarme uno de los mejores bungalows del señor Inglés...

El bungalow tenía que ser espacioso. Venían mis hermanas, Paola y María Victoria de Irlanda, con todos sus infantes. Mi hermana, Adriana de Noruega, con su vástago. Y mi hermano, ¡Gianni de Ecuador! Aunque no sé bien si por esa época ya lo habían elegido rey. En cualquier caso, estaba al caer... Y como avanzadilla estábamos nosotras: Patricia de Gran Canaria  y Zafferano de Tenerife.  Silvia de Suecia, Margarita de Dinamarca y Alberto de Mónaco declinaron la invitación porque no tenían claro lo que era un Bungalow. Yo tampoco... Bueno, Reyes y gatos son bastante ingratos... Total, mejor así. ¡Que ya bastantes íbamos a ser!

Patricia y yo nos esmeramos en limpiar, ordenar y tener todo a punto para cuando llegara la real comitiva de mis hermanos. Nos pasamos el día en ello y por la noche, cuando Dana, que era muy pequeña, estuvo dormida, nos pusimos a contemplar satisfechas los resultados de nuestro duro trabajo. La cocina tenía nevera... ¡En el salón había un sofá ! El suelo era de un marrón espléndido y en el cuarto de baño, un grandioso espejo de plástico relucía en la pared. No podíamos pedir más... ¡No queríamos pedir más! ¡No necesitábamos más...!

¿Pero entonces qué hacía allí esa enorme cucaracha volona, plantada en el centro de la pared de la sala? ¡Si nadie la había invitado! ¡El cupo estaba lleno! Es proverbial el terror que  tenemos todos en casa a las dulces e inofensivas cucarachas. Es algo ancestral. Traspasado de generación en generación y sin visos de cambio. Yo creo que Paola y Mavy se fueron a Irlanda porque allí no hay cucarachas sino duendes. Adriana está en Noruega porque en lugar de cucarachas tienen elfos y salmones... Y Gianni se fue a Ecuador porque como sólo es una línea, seguro que allí las cucarachas ni siquiera caben... Cada vez que miro un mapa y veo el Ecuador, me acuerdo de Gianni, y de las estrecheces que tendrá que pasar para ponerse de pie en esa raya... Pero por lo menos está a salvo del terror de las islas. Y no me refiero a mí...

Pues ésta era la situación: diez y pico de la noche, Dana durmiendo, Patricia y yo absolutamente paralizadas y la chopa volona inmóvil, ocupando un cuarto de pared de la sala... ¡Horror!

No es frecuente que me extienda tanto en la introducción, como sin embargo es habitual en mí. Así que seguiré con el grueso del relato en el próximo post. Y esta vez sin falta... Allí veremos con qué poder y maestría luchamos las dos hermanas contra el dragón. ¿Ganamos...? ¿Perdimos...?  ¿La paliza se la dimos?

(Seguirá)

domingo, 22 de mayo de 2011

La grapa

Y allí estaba yo, esperando en vano en el idem de la puerta de mi clase, la llegada del núcleo familiar de Raúl...


Raúl vino nuevo este año y es, presuntamente, ¡el niño más conflictivo de mi clase! Y para colmo, cada vez que cito a la madre, que no es poco..., ¡aparece en compañía de la abuela y de la tía del presunto!  Aquel miércoles no fue distinto. A las cinco en punto de la tarde  y cinco minutos, vi acercarse, a paso lento e indoloro, esquivando niños, balones y demás juguetes que pululan por el patio a esa hora, el núcleo familiar de Raúl al completo.

Normalmente, a pesar de mis esfuerzos por llegar a un acuerdo con el núcleo, cada vez que hablo con ellas y les cuento las presuntas andanzas del presunto, la única respuesta que recibo a cambio es un escueto e impenitente: ¡Pues antes no era así! Y por eso siempre las espero en vano. Porque sé que de pequeñas nunca vieron Barrio Sésamo. Y ahora no conocen la diferencia entre arriba y abajo, detrás y delante, antes y ahora, o blanco y azul, por ejemplo... A mí sólo me faltó el capítulo de izquierda y derecha. Pero espero recuperarlo algún día.

Total, que ese miércoles se presentaba tan sinónimo o más que cualquier otro. Lejos estaba yo de saber, a las cinco y siete en punto de la tarde, lo antónimo que iba a ser de todos los demás. Las senté, como siempre, alrededor de mi mesa. Para crear un ambiente más favorable al núcleo... Y así empezó la tutoría, cuatro imponentes mujeres, sobre todo ellas que eran mayoría..., sentadas amigablemente en corro, a punto de cantar la perpetua canción. Me dispuse a sacar la partitura, me aclaré la garganta y... comencé con el solo:

Solista:  No está trabajando nada.
Coro: ¡Pues antes no era así!
Solista: Le dio un mordisco en el brazo a Daniel y le dejó la marca de los dientes...
Coro: ¡Pues antes no era así!
Solista: Se arranca las cejas mientras explico...
Coro: ¡Pues antes no era así!
Solista: Llamó puta a la monitora de patio...
Coro: ¡Pues antes no era así!
Solista: No hace más que escupir en el suelo...
Coro: ¡Pues antes no era así!

Total, que ya íbamos por la quinta estrofa y el octavo estribillo, cuando, de repente, la madre de Raúl, sin ton ni son, se puso a llorar... Era un llanto desconsolado, afligido, amargado, optimista. De esos llantos que te hacen sentir cruel, despiadada, mala persona. Y mientras me sentía el ser más vil y más proyecto de este mundo, quise darle un abrazo estremecedor para hacerle olvidar el mal trago. Hay que ver lo que hace la bebida... Pero el destino quiso que mi ojo avizor, que es el que me aviza de los cambios en mi entorno, se posara en un objeto que hasta ese mismo instante no había visto. ¡Una grapa! ¡Mi juguete favorito! ¿Cómo no me había dado cuenta de esa maravillosa grapa que fulguraba solitaria en el borde de mi mesa? ¿En qué estaría yo pensando para no verla antes? ¿Qué hacía una grapa entera tan cerca de mí?

Sin tiempo para contestar a tantas y tan repentinas inquietudes de mi alma, y antes de poderle decir a la madre de Raúl que yo antes tampoco era así, alargué la mano y atenacé la grapa entre mis dedos. Feliz . Agradecida con el miércoles. Absolutamente absorta con mi nuevo juguete y a punto de destrozarlo. Naturalmente quise recrearme con mi grapa. Así que primero rayé un rato la mesa. Después la hice danzar entre mis dedos demostrando mi pericia. A continuación me la clavé en el índice, anular y meñique. Pero flojito... Y, cuando ya estaba a punto de abrirla y dejarla completamente estirada como a mí me gusta, me pareció oír lo siguiente:

- Ten cuidado que puede tener un moco...

¿Un moco, oco, oco, oco...? Resonó en mis oídos. ¿Moco que como...? ¿Que como moco...? ¿¡Cómo que moco!? ¡Pero si yo no tenía gripe...! ¡De qué estaba hablando esta mujer! ¡¿Me estaba volviendo loca moco a moco? ¿O solo de mente? Se hizo el silencio entre el núcleo y yo. Y seis ojos burlones se clavaron en los míos mientras alguien decía...

- ¡Estás jugando con mi piercing!

Mi mano se retorció en una mueca impronunciable. Mis dedos se trenzaron entre sí. Y yo empecé a sacudirme esa cosa que se había quedado pegada, no quiero saber por qué, en mi pobre pulgar. El piercing salió volando y se adhirió de nuevo a la mesa. Mientras, el núcleo se reía a carcajadas. Presuntamente de mí... ¿Pero a quién se le ocurre quitarse el piercing para sonarse? ¡Pues si tienes un piercing no llores! ¡Y si lloras, te lo guardas en el bolsillo! ¡Y si no tienes bolsillo no vengas a tutoría! ¡Hay que ver los núcleos de hoy en día!

El miércoles que viene, a las cinco y cinco en punto, tengo tutoría con el núcleo familiar de Raúl. He decidido ir con guantes. Por si no traen bolsillos...

domingo, 20 de marzo de 2011

Tres triviales trazos

Como primera medida me voy a dar de baja.



Don Seguro todavía no me ha mandado el perito, aunque teniendo en cuenta que es primavera puede que se le hayan acabado. ¿Y qué hago yo ahora con el macetón? ¡Qué falta de seriedad! Pero lo que no voy a permitir es que este señor insinúe que mi coche es siniestro. ¡Siniestro total, me dijo...! ¡Fuerte forma de hablar para una persona adulta...! Yo qué sé..., absolutamente fúnebre, totalmente tétrico, completamente lúgubre, decididamente macabro... ¡Hay tantas formas elegantes de expresar una opinión! Pero no, me tocó un marchoso. Así que le contesté que mi coche es blanco y que nunca me he asustado conduciéndolo. A ver qué pasa ahora... Seguro que don Seguro se conmueve y lo sube a la categoría de "bondadoso total".

Como segunda medida aproveché los Carnavales para irme de viaje. Y olvidar lo poco que recuerdo... ¡Me fui a ver la Alfombra de Granada! Que dicen que es tan bonita... Lástima que elegí malas fechas, porque no vi ninguna. Me dijeron que la mejor época para ver la Alfombra de Granada es cuando venga Corpus Christin. Que se llena Granada de alfombras. ¡Habrá que enterarse cuándo vuelve la señorita Christin Corpus para regresar a Granada y ver de una vez por todas la Alfombra! Y si no, me iré a ver la Alfombra de Grenoble, que más o menos es lo mismo... A pesar de todo, Granada me encantó. Me pasé el viaje de puntillas por si explotaba, pero tuve suerte y se quedó entera todo el tiempo.

Como tercera medida, ayer, día del padre, recibí un mnñ al móvil.  Decía textualmente: "Felicidades mamá". Un escalofrío recorrió por entero casi todo mi cuerpo. ¿Quién sería el remitente de tal sorpresivo mensaje? Me di la vuelta rápidamente. La cocina estaba desierta. Sólo había un pollo en el poyo. Pero era macho. Y el mensaje no podía ser para él. No tenía escapatoria. ¡Alguien me estaba felicitando y no era mayo! Repasé todas las fechas de mis cumpleaños en un desesperado intento de aclarar la situación. Esfuerzo inane, ninguna caía en marzo. Y entonces una aterradora duda se apoderó de mí. Corrí al baño para verificar si mi imagen seguía siendo la misma: rizos, pecas, dientes, ojos, ¡pero ni rastro de barba o bigote! Tampoco me estaba quedando calva. ¡Qué bien! ¡No era ningún José! Es que a veces no sabemos ni quienes somos... Total, que no era ningún padre, ningún José, no era mi cumpleaños, no estábamos en mayo... pero el mensaje seguía ahí, martillándome los sesos: felicidades, ...ades,...ades...ades!

Hasta que de repente se hizo la luz. ¡Dana! ¡Mi hija! No podía ser otra.... Un segundo escalofrío recorrió mi cuerpo, esta vez completo, lleno de orgullo y de agradecimiento. Le contesté rápidamente. "Linda gracias, dirás Pamá..." Y así, de esta forma tan cautivadora, nació una nueva palabra. Neutra. Pamá o Mapá, que da lo mismo. Y aunque no figure en el diccionario de la Real Academia, la hago mía y de todos aquellos que, por distintas circunstancias, han criado solos a sus hijos, cumpliendo los dos roles sin descuidar ninguno. Enhorabuena a esta secular categoría, que no queda definida en nigún lado pero que es, cada vez más, una tierna y dura realidad.

¡Felicidades pues, de todo corazón, a todos los Pamás y Mapás del mundo!

Y por hoy, no tomo más medidas...



Ps: Danita, te quiero. Pamá.

martes, 22 de febrero de 2011

El extraño caso de los coches menguantes


Mi coche y yo somos de embrague único.
Llevamos juntos quince años. O más... Y le tengo mucho cariño. Pero nunca creí, hasta este mismísimo fin de semana, ser la afortunada propietaria de uno de los coches más revolucionarios del momento...

El domingo por la mañana, si ir más lejos, salí con mi no pareja para hacer nuestro segundo consuetudinario paseo por la playa. Así que, una vez en la calle, miré de soslayo a mi coche, que, como cada fin de semana, había pasado la noche fuera. Cuál fue mi sorpresa al comprobar que, a pesar de que había sitio de sobra, ¡mi coche había menguado! ¡Le faltaba la parte trasera! ¡La mitad de mi coche había desaparecido! Crucé la calle de un salto para ver de cerca tan asombroso acontecimiento. ¡Era cierto! ¡No estaba alucinando! Mi coche, en un acto de generosidad y solidaridad único, se había encogido totalmente, dejando espacio suficiente para que otros aparcaran. Qué alegría... Qué orgullosa me sentí de repente...¡Pero si le faltaba hasta la rueda! Y entonces fue cuando me entró un cisco en el ojo. Y de tan orgullosa que me sentí, empecé a llorar como una Tartaleta. No sé... Es tan entrañable levantarte por la mañana y encontrar tu coche encogido... Así, sin previo aviso... Tenía ganas de gritarlo al mundo. ¡Tenía medio coche aparcado! ¡Qué sorpresa tan devastadora! Pero me contuve. Y fui a la comisaría más cercana a contar la buena nueva. En la sala de espera me senté al lado de una niña de doce años. Angelito... Estaba llorando mientras comía papas fritas y, de paso, se disponía a denunciar a su madre. Hay que ver... Así que me puse las gafas de sol y prometí solemnemente ¡no volver a comprarle papas fritas a mi hija nunca más...!

El caso de las papas duró un buen rato, hasta que la madre, sorprendentemente molesta, se llevó a la niña del brazo. Y por fin empezaron con el mío.¡El caso de los coches menguantes! Me atendió un chico muy amable que, entre pitos y flautas, se puso a escribir todo lo que yo le iba contando. Empecé diciéndole lo que había desayunado, también le conté cómo había pasado la noche, que me había levantado a tomar agua, que tenía que comprar una almohada nueva, que el pijama era muy abrigado, que el café había salido amargo, que el agua no era del todo potable... y, cuando ya me disponía a describirle el dormitorio, me interrumpió para preguntarme que qué tenía el coche.

Hice un gracioso baile con los hombros para dilucidar en qué punto exacto estaba situada la izquierda. Y tras mucho pensar dije: "Le ha desaparecido la parte posterior izquierda..." Palabras mágicas las mías... Yo creo que se inspiró en mi baile, porque nada más decir "izquierda", el amable policía me dijo que unas horas antes habían estado allí dos chicos para contar una buena nueva parecida. Pero a ellos se les había encogido el coche por el lado anterior derecho. Y que había un noventa por ciento de posibilidades de que fueran ellos los precursores de este nuevo fenómeno. ¡Qué casualidad! ¿Se estarán poniendo de acuerdo todos los coches de Santa Cruz para menguar a la vez? ¡De ser así, ya no habrá problema para aparcar! ¡Qué contento se va a poner el alcalde...!

Total que el policía me dijo que iba a venir la científica. ¡La científica...! Si hasta con ropa de playa se me nota la intelectualidad... ¿Pero qué le iba a decir yo a la científica...? Si soy de letras... Hice un rápido repaso de las Leyes de Mendelssohn, de Murphy y del Talión, para tener una convesación a la altura de una mujer de ciencias... Pero no hizo falta, porque en su lugar vino un fotógrafo. Me encantó la idea, así que ensayé varias poses al lado del coche, aunque el fotógrafo me da a mí que apuntaba muy bajo. Pero alguna foto de mis pies seguro que salió... Al cabo de un rato vino otro coche con dos chicas. Pero de la científica ni rastro... Empezaron a medir todo lo que había encogido el coche. Yo, para quedar bien, les dije que la Ley de la Gravedad impedía conducir un coche con tres ruedas. Quedé impecable. Lástima que no me oyera la científica...

Después sacaron varios sobres y empezamos todos a recoger un reguero de plásticos y cristales que había en el suelo debido a la rápida compresión de mi auto. Fue divertidísimo. En cada sobre, un color. Un sobre para el blanco, otro para el rojo, otro para el ámbar y un cuarto para el gris y el negro. ¡Gané yo, que cogí más trozos! Y como ya era de noche ¡hasta usamos linternas!¡Como en los campamentos! Hay que ver lo limpia y hacendosa que es esta gente... Yo quería quedarme con la mitad de los sobres, pero no pudo ser. Total que, después de la sesión de fotos y la campaña de recogida, nos despedimos como buenos amigos, no sin antes comunicarme el fotógrafo, que los chicos del otro coche menguante estaban con la famosa científica. ¡Qué suerte! Seguro que un día de estos la conozco yo también...

Pues ayer lunes va ¡y me llama la científica! Me dijo que si me acordaba de ella... Yo casi le digo la verdad. Pero al final me dio pena y le dije que sí, que me acordaba perfectamente. Total que quería sacar fotos. Pero esta vez al coche. Y quería el teléfono del mecánico. Como no tenía gafas en ese momento, me equivoqué y le di el teléfono de la grúa. Total... ¡Que se las arregle! Y si no, haberse personado personalmente el día de los autos... También me llamó el seguro, y dicen que mañana me mandan un perito. Todavía estoy pensando qué voy a hacer yo con un perito si no tengo jardín. Estoy por llamarlos y decirles que me manden un limonero. Que se da mejor en maceta. Pero tratándose de un regalo... En fin, que plantaré el perito a ver...

Mientras dura todo este guirigay, mi no pareja me ha dejado su coche. Es un Smart. Automático... Con lo que a mí me gusta pensar... Ayer estuvimos haciendo prácticas. Realmente es fácil de llevar, es tan suave que ni te enteras cuando cambias de marcha, y el embrague es como si no estuviera de lo tan bien escondido que está. Vamos, que está camuflado en algún lado, porque yo lo piso pero no lo veo... En fin, que éste no creo que pueda encoger... Y así estoy ahora, conduciendo un Smart que no me deja pensar, esperando que me manden el perito, escrutando atentamente cualquier cambio en los coches del vecindario para ver si continúa este fenómeno de los coches menguantes y con la policía vuelta loca buscando a mi mecánico.

Pero no se preocupen. El día que por fin logre conocer a la científica ¡quedará pasmado aquí sin falta!




A mi no pareja: Gracias, lindo, por ponérmelo mucho más fácil.
A Dana: Aunque estés en Italia y no me entiendas, que alguien te traduzca que te echo de menos...

lunes, 24 de enero de 2011

Inteligencia Emocional

Los jefes nos quieren.




Como regalo de Navidad han organizado un estupendo curso de Inteligencia Emocional. Pero para nosotros... ¡Y para el fin de semana...! ¡Qué bien! Cuánta generosidad... El curso es obligatorio y tienen que inscribirse sesenta personas. Pero en dos grupos. Que es menos traumático. Los grupos son de treinta... Y además ¡somos libres de apuntarnos nosotros solos! Así que nos pasamos el día peleando porque los más inteligentes queremos que los más torpes aprovechen el curso. Faltaría más...

Naturalmente yo no me he apuntado todavía. Me parece un insulto a mi inteligencia tener que apuntarme a un curso de inteligencia... Así que todos los días entro en el aula virtual para ver si se ha llenado el cupo. Pero no hay manera. Yo creo que los más torpes no saben cómo apuntarse. Porque sólo hay una lista de veintitrés en un grupo y veinte en el otro. Y si me pongo a echar cuentas ¡deberían faltar plazas...! No lo entiendo. Un curso tan importante para el cerebro y el cerebelo ¡y que no sepan apuntarse los que más lo necesitan!

Por mi parte, mi inteligencia emocional está en perfecto estado. Ya lo supe desde mi primer test de Apgar. Que inesperadamente salió normal. En cuanto a las emociones, tengo una inteligencia emocionalmente desbordada. Qué más se puede pedir... Si tengo hambre, como. Si tengo sueño, duermo. Y cuando veo una película de miedo, me asusto. Lloro en contadas ocasiones. No llevo la cuenta, pero sólo han sido bastantes. Del resto, si no estoy de humor, no le hablo a nadie. Y poco más...

Las inteligencias emocionales como las mías, no necesitan cursos para lucirse. Por eso, desde que supe de este nuevo regalo de los jefes, no hago más que intentar ponerme mala. Llevo tres días sentándome en el pupitre de Andrés, que siempre tiene mocos. Pero como no me está pegando la gripe, hoy, a la hora del recreo, me puse en el centro del patio a cuidar. Estaba lloviendo a cántabros, y allí estaba yo, vestida de negro y sin bufanda. Hasta que me di cuenta de que no había nadie. Porque los niños se habían quedado en las clases por la lluvia. ¡Y ni siquiera había sonado el timbre del recreo! Pero no importa, total, hoy no me tocaba cuidar... Mi inteligencia emocional ha quedado más que en evidencia... ¡No sé a qué esperan los jefes para decirme que no tengo que ir al curso!

Dicen que estamos en alerta amarilla. Aunque yo no he notado ninguna invasión extraña... Todos seguimos siendo canarios. Y los ojos que he visto por ahí son tirando a redondos... Sin embargo,  parece que va a seguir lloviendo. Así que mañana volveré a cuidar el recreo, pero esta vez debajo de la higuera. Que como es caducifolia (¿eh...?) no tiene higos. Y me voy a poder mojar bien. ¡Tengo toda la semana para cogerme un buen resfriado! Así verán los jefes quién es la más inteligente. Y el fin de semana, en vez de ir al curso, ¡me quedaré en casa con pulmonía! Hay que ver mamá, qué joya has traído al mundo...