Hoy elijo, para recordar, un compendio de disparates que me ocurrieron los dos primeros días que salí con Miguel.
Nuestra primera cita fue para cenar; me sentía muy feliz, no me había mareado en el coche y durante la cena no había tirado ninguna copa, no me había manchado y había dicho las inconveniencias justas...
En tal estado de felicidad, llegamos a Pérfido, un magnífico caserón reformado donde sirven copas y se puede disfrutar de una agradable velada escuchando música.
Nos sentamos en un sofá verde, cuyo respaldo formaba una graciosa curva descendente hasta desaparecer por completo; muy cómodo el sofá, si no le hacemos caso al respaldo, pero yo estaba tensa, nerviosa, y me senté bien derecha para controlar la situación.
Esa noche un señor muy bien vestido tocaba el piano, mi instrumento de viento favorito, y su sonido nos envolvía creando un ambiente mágico, onírico, lánguido, insípido, estúpido.
Todo era paz y quietud. La gente no hablaba. Bostezaba.
Y en ese preciso instante, Miguel cogió mi mano.
Al sentir el roce inesperado de su piel, mi tensión aflojó de golpe, me dio un bajón y dejé caer mi cuerpo en el sofá, echando, al mismo tiempo, la cabeza para atrás cual desmayada.
El golpe en la pared fue tan terrible que retumbó en la sala. La gente , que era mucha, me miró y el pianista, vengativo, empotró su dedo en una tecla. Por el tiempo que duró, creo que era la del "La" sostenido, de la que tanto he oído hablar.
Quise morirme. Pero no pude.
Y Miguel, impertérrito, me invitó a la playa.
Al día siguiente, pues, fuimos a la playa. En la playa me siento como pez en el río, así que, ya sobrepuesta, me dispuse a conquistarlo con mi desenvoltura...
Íbamos caminando por la orilla y lo de siempre: niños gritando, madres gritando, perros ladrando, hombres jugando, cacos robando, policías mirando, y así... Cuando, de repente, veo que se dirige hacia mí a velocidad supersónica, una pelotita del tamaño de una ciruela.
No pude esquivarla. Chocó en uno de mis pechos y, con un sordo "toc", cambió su trayectoria hasta caer en la cabeza de uno que estaba sentado por ahí.
Maldije interiormente a la pelota, las palas, los niños, las madres, los perros, los hombres, los cacos, la policía y al hombre sentado. Maldije a todo el mundo. Pero no me inmuté.
Miguel se empeñó en alquilar unas hamacas; por fin dejamos los bolsos y sugerí darnos un baño (a ver si se me aliviaba un poco el dolor en el pecho).
Imaginé mi cuerpo cimbreante dirigiéndose con paso firme hasta la orilla, pero, al pisar la arena, me invadió un calor infernal que se apoderó de mí por completo. Empecé a dar saltos, pisando, de paso, todas las toallas que encontré por el camino, y a grandes zancadas, pude, por fin, alcanzar el agua.
Da igual, pensé, ahora empieza el espectáculo, ...y así fue.
Entré en el agua como una sirena, pero elegí la zona equivocada. No había recorrido ni siquiera medio metro, cuando tropecé con un profundo desnivel. Sólo me dio tiempo de un sofocado "Yaaaaaa"... y me hundí.
Me levanté como pude, Miguel estaba detrás, tenía que reaccionar, y rápido.
Lo miré fijamente, sonreí... y volví a hundirme...
Repetí lo mismo dos o tres veces, por si no me había visto bien, pero esta vez moviendo también los brazos y luciendo una sonrisa cautivadora. Qué idea tan genial... transmitir alegría. Fundamental.
Lo que pasó después... requiere un post enterito.
Nuestra primera cita fue para cenar; me sentía muy feliz, no me había mareado en el coche y durante la cena no había tirado ninguna copa, no me había manchado y había dicho las inconveniencias justas...
En tal estado de felicidad, llegamos a Pérfido, un magnífico caserón reformado donde sirven copas y se puede disfrutar de una agradable velada escuchando música.
Nos sentamos en un sofá verde, cuyo respaldo formaba una graciosa curva descendente hasta desaparecer por completo; muy cómodo el sofá, si no le hacemos caso al respaldo, pero yo estaba tensa, nerviosa, y me senté bien derecha para controlar la situación.
Esa noche un señor muy bien vestido tocaba el piano, mi instrumento de viento favorito, y su sonido nos envolvía creando un ambiente mágico, onírico, lánguido, insípido, estúpido.
Todo era paz y quietud. La gente no hablaba. Bostezaba.
Y en ese preciso instante, Miguel cogió mi mano.
Al sentir el roce inesperado de su piel, mi tensión aflojó de golpe, me dio un bajón y dejé caer mi cuerpo en el sofá, echando, al mismo tiempo, la cabeza para atrás cual desmayada.
El golpe en la pared fue tan terrible que retumbó en la sala. La gente , que era mucha, me miró y el pianista, vengativo, empotró su dedo en una tecla. Por el tiempo que duró, creo que era la del "La" sostenido, de la que tanto he oído hablar.
Quise morirme. Pero no pude.
Y Miguel, impertérrito, me invitó a la playa.
Al día siguiente, pues, fuimos a la playa. En la playa me siento como pez en el río, así que, ya sobrepuesta, me dispuse a conquistarlo con mi desenvoltura...
Íbamos caminando por la orilla y lo de siempre: niños gritando, madres gritando, perros ladrando, hombres jugando, cacos robando, policías mirando, y así... Cuando, de repente, veo que se dirige hacia mí a velocidad supersónica, una pelotita del tamaño de una ciruela.
No pude esquivarla. Chocó en uno de mis pechos y, con un sordo "toc", cambió su trayectoria hasta caer en la cabeza de uno que estaba sentado por ahí.
Maldije interiormente a la pelota, las palas, los niños, las madres, los perros, los hombres, los cacos, la policía y al hombre sentado. Maldije a todo el mundo. Pero no me inmuté.
Miguel se empeñó en alquilar unas hamacas; por fin dejamos los bolsos y sugerí darnos un baño (a ver si se me aliviaba un poco el dolor en el pecho).
Imaginé mi cuerpo cimbreante dirigiéndose con paso firme hasta la orilla, pero, al pisar la arena, me invadió un calor infernal que se apoderó de mí por completo. Empecé a dar saltos, pisando, de paso, todas las toallas que encontré por el camino, y a grandes zancadas, pude, por fin, alcanzar el agua.
Da igual, pensé, ahora empieza el espectáculo, ...y así fue.
Entré en el agua como una sirena, pero elegí la zona equivocada. No había recorrido ni siquiera medio metro, cuando tropecé con un profundo desnivel. Sólo me dio tiempo de un sofocado "Yaaaaaa"... y me hundí.
Me levanté como pude, Miguel estaba detrás, tenía que reaccionar, y rápido.
Lo miré fijamente, sonreí... y volví a hundirme...
Repetí lo mismo dos o tres veces, por si no me había visto bien, pero esta vez moviendo también los brazos y luciendo una sonrisa cautivadora. Qué idea tan genial... transmitir alegría. Fundamental.
Lo que pasó después... requiere un post enterito.
11 comentarios:
Qué buena eres, qué estilazo le das al humor. Cuando vaya a casa de mi madre y recopile más escritos de mi padre, te avisaré para que leas en su blog alguno de los "épicos". Mi padre, tú y Eduardo Mendoza!
Besazos.
Piano de viento? Que modernidad...
No me tardes con el próximo artículo , me tienes en ascuas... y con ganas de seguir riendo.
Cuídate
Pues chica, yo no te veo mal.
Lo importante es impactar, y seguro que tú lo hiciste y mucho.
Yo una vez, en una primera cita me caí por unas escaleras y también intenté repetirlo varias veces para que no pareciese una torpeza mía, sino algo muy estudiado para la ocasión, pero mi esguince me lo impidió.
Un beso.
Estoy por cambiarte de categoría "personales" a "humor", es que con este post, me he partido de risa!! jo!!!
beso mientras todavía me río...
Jajajaa!!! Siento reirme pero es que yo soy un poco torpe y me he puesto en tu piel... que momentazos!!!
Sigue, sigue por favor!!! Que me muero por saber el resto!
Un besazooo
Illyakin: gracias por tus siempre buenas palabras. Estoy deseando leer ese blog.
H&M: por no hablar del tambor... Modernidad me parece que un padre tenga un blog ¿verdad?
Raquel: qué lucido tuvo que quedar eso de caerte por las escaleras!!! Tendré que probarlo.
Palito: me alegra que te hayas reído, a mí me encanta, sobre todo, reírme de mí misma.
Acoolgirl: ¿no me estarás llamando torpe...?
Besos a todos y gracias.
Jajajajaja... igual no debería reírme pero si no quieres que lo haga no cuentes las cosas con tanta gracia. Más, más, quiero más Jajajajaja
Besos
te pido perdon pero es que me estado riendo mientras leia todo lo que te paso ainss sorry jajaja, ahora falta que sigas contando espero tu proximo post eh jajaja, besos!!
Uppss!! jajaja
Espero la continuación :D
Muaks!
¡Madre mía, es como leer mi propia historia!
Yo siempre digo cosas muy muy muy/demsiado inconvenientes y no existe escalera por la que haya pasado en la que no me haya caído, tropezado o resbalado.
Pero nada comparado con tener una primera cita en la que pasas el principio de la noche con sus amigos a los que ya conoces de pasada y mientras estás en grupo... estornudas y... (dios, que ese pedo que se ha oído no sea mío porfavorporfavorporfavor) por las risitas deduje que sí, era mío, y el pobre hizo como que no había escuchado nada. Ainsss, que vergüenza... sucedió hace años, pero aun quiero que me trague la tierra. Pero fué un suceso que nunca comentamos, y mejor así.
T__T
Tienes una especie de imán para los pequeños desastres…
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