sábado, 27 de octubre de 2007

El misterio de la muela

Tengo un dolor de muela intransitable. No tengo ganas de nada, sólo de comer. ¡Pero no puedo...!
No es una muela del juicio, no, es una de las mías. Pero me duele como si no le importara.
¡No es justo...! ¿Por qué todo me pasa los fines de semana?

Hace unos días fui al dentista porque ya empezaba a dolerme, y esta vez estaba casi segura de que no me lo estaba imaginando. Me encanta ir al dentista, te tratan muy bien.

En la sala de espera de un dentista siempre hay música relajante y todos los pacientes están serios y callados, para oír mejor. Cuando te toca el turno y pasas a la consulta no te hacen sentar, como otros, ¡te puedes tender! y el sillón es muy cómodo. Además te enfocan con un montón de luces, y eso, quieras o no, te hace sentir muy importante, como una estrella.

Como iba diciendo, aquel día fui al dentista, y tras una larga espera por fin logré tenderme en el sillón. Se me agarrotaron todos los músculos de tan relajada que estaba y, mientras mis uñas se clavaban en el asiento, el dentista y su enfermera empezaron a hablarme dulcemente, intentando convencerme para que abriera la boca.

Mis dientes estaban sellados y yo permanecía allí tendida, agarrándome con todas mis fuerzas al sillón, con una inamovible sonrisa de agradecimiento. Los focos me cegaban y, como si de una pesadilla se tratara, sólo veía dos siluetas verdes gesticulando y moviendo ante mí unos temibles instrumentos afilados.

Después de un largo pero intenso forcejeo lograron abrirme la boca. Cerré los ojos violentamente, escondí la lengua para que no me la pellizcaran, pegué la campanilla al paladar y los dejé hacer... me había rendido.

Todo está en perfecto orden, le dijo el dentista a la enfermera, y cuando ya estaba a punto de saltar del sillón, dar las gracias y salir corriendo, decidieron hacerme una radiografía.

La radiografía descubrió algo insólito. A mi muela se le está desapareciendo la raíz. El dentista se quedó desconcertado y sin saber qué decir. Por lo visto los casos de desaparición de raíz son muy raros y todavía están en estudio. En resumen, que no tienen ni idea.

Pero a mí no me engañan. Yo sé perfectamente lo que me está pasando: ¡estoy desapareciendo por dentro! Qué alivio. Sólo es eso. Estoy empezando a desaparecer...

Supongo que cuando desaparezca por dentro me sentiré más ligera y me costará mucho menos levantarme por la mañana. Además, va a ser muy divertido cuando alguien me toque y me traspase. Lo único que me preocupa es cómo decírselo a mi hija.

Qué suerte tengo, voy a ser invisible. Cuando desaparezca por completo voy a dedicarme a asustar a todo el mundo, sobre todo a mi jefe. Me lo voy a pasar genial. La vida me ha concedido muchos poderes, mi sexto sentido, mis descargas eléctricas y ahora, cuando menos lo esperaba, el don de la invisibilidad. No tengo palabras, así que no diré nada.

Sin embargo nunca pensé que desaparecer fuera tan doloroso. Será cuestión de tiempo... El martes vuelvo al dentista. Mientras, me voy a tomar un calmante, a ver si me alivia el dolor.

PS.- Si alguien conoce algún caso similar, o por lo menos parecido, se agradece información.

domingo, 21 de octubre de 2007

El bluff de las marcas

Como quedó bien claro en el post anterior, detesto ir de compras.
Además, con tantas marcas y tantas imitaciones hay que tener todos los ojos abiertos para evitar que te estafen. Por eso ya no puedo ni siquiera oir miccionar la palabra "marca" sin ponerme de muy mal humor.

Recuerdo el día en que casi me estafan. Menos mal que con un cerebro despierto y avispado como el mío, es prácticamente imposible hacerlo...

Tenía una cena de negocios. Con mi hija. Íbamos a discutir el tema de la paga semanal y su relación directa con el orden de su habitación. Un compromiso tan importante requería un toque especial en mi indumentaria. Quería impresionarla con mi elegancia y saber estar, así que decidí vestirme para aquel evento, toda de marca, de pies a cabeza... pasando por el cuerpo.

Acudí a unos grandes almacenes de esos donde encuentras de todo. O por lo menos eso creía yo... Ya me veía vestida por los grandes diseñadores, sobria pero sencilla, ebria pero discreta, dispuesta a causar pésima impresión. Y con todos esos alegres pensamientos me dirigí canturreando a la planta de gente joven.

Había oído hablar de una diseñadora divertida y atrevida en el uso del color, pero, con mi mala memoria, no me acordaba de su nombre. Sabía que tenía que ver con una piedra, Topacio, Ágata, Amatista, Ámbar... No había manera. Pero su apellido sí lo recordaba. Ruiz me la Paga.

-¿Una falda de Ágata Ruiz me la Paga, por favor?- Pregunté con mucho desparpajo. Qué educadas son las dependientas, siempre se están riendo, por tarde que sea. Y aquel día no fue menos. Con una amable carcajada, la chica me dijo que no. Que hasta que no viniera Ruiz a pagar, que no había nada que hacer. Supuse que no quedaban existencias, así que pensé en Carolina Espera.

En Carolina Espera, como su propio nombre indica, estuve esperando un buen rato y como no aparecía nadie que se llamase Carolina, pensé intentarlo más allá. Más allá estaba Emporio Ay Mami. ¡Mira que llamar a un hijo Emporio... ! Con razón se queja en su firma. Con gran desilusión comprobé que de Ay Mami no había nada y lo que es peor: ¡Nadie había oído hablar nunca de esa marca! ¡Qué desfachatez!

Así me pasé el resto de la tarde. No encontré nada de nada. Y mira que pregunté por firmas famosas... Don Gordinflón, Turú, Dolce Almorrana, Verbache, Tommy Mc Giver. Ni siquiera me pude comprar un simple vaquero en Pepelín...

Cuando pregunté por Ofidio Tuxi me mandaron a la sección de animales, cuando quise comprarme unos pendientes de Fous me indicaron dónde estaba el aseo y para colmo, cuando fui a la sección de perfumería y amablemente solicité un Panel nº 5 o un Cacharrel, me mandaron a repuestos de automóviles... No me lo explico. Tanta propaganda, tanta propaganda... y la cruda realidad es que las firmas sólo las vemos en las facturas.

No volveré a comprar nada de marca. Las marcas no existen. ¡Todo es un bluff!
Y cuidado ustedes también, no les vayan a vender fresas por un Toma Strawberry...

jueves, 18 de octubre de 2007

Lluvia de estrellas

Cuando quiero relajarme, salgo de compras con mi hija.

Ir de tiendas con su hija adolescente es todo lo que una buena madre pueda desear. Por eso suelo hacerlo con frecuencia, y si no hay nada que comprar, me lo invento. Lo importante es ser constante y entrenar cuerpo y mente con esta actividad tan lúdica.

Recuerdo el aciago día en que se me ocurrió decirle a la niña que le hacía falta un bikini. Aquel día mi hija tenía exactamente trece años. Yo no.
Después de una abrumadora semana me sentía tensa y nerviosa y necesitaba, como nunca, hacer terapia. Así que le rogué encarecidamente que fuéramos de compras.

Tras mucho insistir, logré mi propósito. Qué emocionante. Toda una tarde de compras. Y un sábado. No podía pedir más. Le di las gracias a mi buena fortuna y nos dispusimos a salir, haciendo un recuento de las tiendas disponibles para no olvidarnos de ninguna.

Y así fue. No dejamos atrás ninguna tienda. Caminamos horas y horas como buenas hermanas en la más tierna armonía, arrastrando yo los pies y ella, incansable, con toda su energía intacta ...y su mala uva también. Por fin, ya de noche, llegamos a una tienda de deportes, famosa por sus lindos y asequibles modelitos.

Como toda tienda que se precie, el probador era minúsculo. Cabíamos bien de perfil, pero si nos poníamos de frente, una de las dos sobraba. La puerta no era puerta, sino una cortina monísima que no llegaba al suelo, cubriendo únicamente de rodilla para arriba.

Gracias a la cortina pudimos desenvolvernos en aquel ecosistema y después de varios codazos y unas cuantas patadas, descubrimos, con inmensa alegría, que había llegado la hora de comprar. Lo habíamos conseguido. ¡Teníamos bikini!

Recuerdo la ropa en el suelo, el espejo, la gente impaciente que esperaba fuera. Recuerdo a mi hija agarrada de un perchero, yo de pie con el bikini nuevo en las manos. Recuerdo decir algo, no sé qué, y empezar a reirnos como locas. Y como tantas otras veces, recuerdo cómo el tiempo se paró y cómo el mundo empezó a girar a cámara lenta.

El ataque de risa fue tan grande que, de repente, mi hija se agachó, abrió las piernas, me miró... y se puso a hacer pis de una forma encantadora. Al principio fue un chorrito que poco a poco fue aumentando, convirtiéndose de repente en una sonora cascada que iba inundando el probador por momentos. Mi risa se congeló en ese mismo instante. ¡No podía ser! ¡ Eso no me podía estar pasando a mí! ¡No era justo!

Quise desaparecer, quise volatilizarme, quise abrir los brazos y convertirme en puerta blindada, quise no volver a salir de allí. Pero la realidad era bien distinta. Una tienda llena de gente y un probador inundado de pis. Paralizada, desesperada, enigmática y confusa, supe al momento lo que tenía que hacer. Dos lagrimones surcaron mis mejillas y así, sin más, me puse a llorar.

Y lloré un buen rato, no te creas, justo el tiempo de ver que detrás de la cortina no había pies. Entonces salimos disparadas, como dos almas en pena, encorvadas y veloces mirando al suelo, sintiendo encima de nosotras la mirada fría y acusadora de todos los que habían oído, detrás de la cortina, aquella riada espectacular.

La terapia funcionó. Llegué a casa tan cansada, deshecha y trastornada que aquella noche dormí como una bendita. Soñé con lluvia, lluvia de estrellas, que inundaba inexorablemente mi camerino, cortinas de humo, percheros flotantes, bikinis de rayas y terapias de grupo. Creo que fue una pesadilla. No me lo explico.

A pesar de todo, ahorré. No gastamos ni un duro, hicimos ejercicio, ocupamos la tarde, conocimos un montón de gente y nos pusimos al día en bikinis de nueva temporada.
Sin embargo, a partir de entonces, no hemos vuelto a compartir probador.

Y colorado colorín,
todo es cierto, de principio a fin.

domingo, 14 de octubre de 2007

Imagina

Recibir un premio por internet es fantástico. Sobre todo porque no tienes que emperifollarte para ir a recogerlo. Así como estás, en pijama, en zapatillas o con el delantal puesto, vas, lo recoges y nadie se entera.

Tampoco tienes que asistir a uno de esos aburridos actos de entrega, ni dar un discurso, y menos todavía terminar en un cóctel donde no conoces a nadie, comiendo canapés y bebiendo lo que pilles.

No no, aquí es bien distinto. Pero el miércoles pasado yo aun no lo sabía...

Estaba comiendo, bastante abatida, pensando en mi tarde de padres, cuando recibí una extraña notificación. Tenía que ir a recoger algo a casa de Nanny-Ogg. Me puse a meditar. ¿Qué tendría que darme Nanny con tanta urgencia? ¿Un cuento nuevo? ¿Un café? ¿Un queso de Guía? ¿Acaso una nueva gripe? ¿O sería un premio al blog que menos te hace pensar? ¡Qué ilusión! ¡Seguro que iba a ser eso!

-No me da tiempo- pensé. Pero la curiosidad es una de mis mejores aliadas, así que, sobre la marcha, me puse mi traje de noche rojo pasión, unos tacones vertiginosos, me pinté, me recogí el pelo, me perfumé... ¡vamos, que me puse hecha un primor! y me senté a esperar la limusina, que no tardó.

Me subí al coche con gran escándalo del vecindario. La calle estaba cubierta por una extraña alfombra roja a juego con mi traje, que todavía no sé de donde pudo haber salido, y así, entre aplausos, vítores y fanfarrias, le dije al chófer: - ¡A Hollywood por favor!

Cuando llegué todo el mundo me estaba esperando y una banda tocaba "Yellow Submarine". Con una sonrisa perfecta le di un par de besos a Nanny, me subí al escenario, recogí mi premio, recité una poesía a todas las pelusas, me tomé un vino, dejé mis huellas dactilares en el cemento, me despedí cordialmente y regresé como un tiro a casa porque se me había hecho tarde y tenía que volver al colegio.

Nanny-Ogg me ha dado uno de los premios más bonitos que se pueda imaginar, el premio a la imaginación. Gracias Nanny, me ha encantado recibirlo y, sobre todo, que haya venido de ti.
Así que me preparo a pasar el testigo, como dicen las normas.

Hay un blog que me gusta especialmente. Habla de amor, qué mejor tema para dejar volar la imaginación, y lo hace de una manera absolutamente original. Sus escritos son cortos pero densos y hace uso de la imagen literaria de forma magistral. Es ingenioso, creativo y de una belleza expresiva envidiable. En fin, que lo recomiendo: El detective amaestrado.

Termino con música. Imagina imagina...
Imagina un mundo mejor.
Puede hacerse realidad...

martes, 9 de octubre de 2007

Tarde de padres

Así como algunos tienen su tarde de toros, yo tengo mi tarde de padres.
Una vez al año hacemos una reunión con todos los padres y a cada uno le toca lidiar con sus propios morlacos. Todavía recuerdo la del año pasado...

A pesar de haber anunciado a los cinco vientos que no había nada demasiado importante que decir, únicamente presentarnos y dar los contenidos y objetivos del curso, aquella tarde, y ante mi más absoluta desesperación, aparecieron todos. ¡Todos!

Recuerdo cómo, de repente, se llenó la clase de desconocidos que iban, en alegre algarabía, ocupando los pupitres vacíos de sus hijos. Se sentaron como pudieron, muchos a presión, y un numeroso grupo se quedó de pie, amenazante.
¡Estaba rodeada!

Cuando me di cuenta, se había hecho un silencio ensordecedor y tenía frente a mí cincuenta y cuatro narices apuntándome, ciento ocho ojos escudriñándome, otros tantos oídos atendiéndome y una cantidad incalculable de dedos dedicados a las más diversas ocupaciones.

Ante aquel obtuso silencio, sentí cómo mi cuerpo menguaba. Empecé a hacerme pequeña pequeña, hasta casi el punto de desaparecer. Me había quedado en el centro, delante de la pizarra, que en esos momentos se me antojaba enorme, gigantesca, y yo, encogida, insignificante bajo aquella mole verde que hasta ese instante me había caído bien. Pensé en mimetizarme con ella, o convertirme en tiza, pero a pesar del traje blanco que llevaba, no lo logré.

En uno de mis impredecibles arranques de osadía, me dirigí con paso firme y tendencioso hacia mi mesa, seguida en todo momento por ese montón de ojos curiosos, bocas solitarias, dedos inquietos, orejas salvajes, gestos impacientes, narices rebeldes, glotis difusas, en fin, de su esencia.

Y en un gesto de coraje y valentía, saqué de mi bolso el abanico de mano, intentando así ganar tiempo, crecer un poco más y conseguir el aire que faltaba en mis pulmones.

Con un gracioso ademán abrí el abanico, que chocó con uno de mis pendientes nacarados, que a su vez se soltó de mi oreja, se introdujo en mi escote, se escurrió cuerpo abajo y cayó, con un potente "toclón", a mis pies.

No hubo forma de disimularlo. ¡No iba a pisarlo pues...! Así que me quedé como una gallina con un huevo recién puesto y sintiéndome un güebíparo de esos que dicen mis niños...

Pero a partir de ese instante todo cambió.

Como primera medida pasé lista, después les hice sacar el Dragón Canelón y les mandé media hora de lectura colectiva. A los de la primera fila les pregunté las tablas y a los del fondo el abecedario, saqué a unos cuantos a la pizarra para que escribieran su nombre y eché de clase a dos que estaban hablando. Les di una charla sobre lo saludable que es traer merienda al cole y por último les hice cantar una canción. ¡Quedaron encantados! Y prometieron volver este año con dulces y pasteles...

Cuando abrí los ojos la pizarra seguía en su sitio, el borrador, las tizas, el pendiente, los padres, el silencio ...y yo.
Fue entonces cuando empezó la corrida. ¡Me llevé de banderillazos...!



Mañana, a las cinco, tengo mi tarde de padres.
Sólo espero que no se olviden de los dulces...

sábado, 6 de octubre de 2007

Qué bonito es el otoño

Llevo tres días con una gripe estupedda.
No soy propensa a que esta abiga be visite, pero cuando aparece, lo hace con toda su virulencia.

He probado ya tres tratabientos.
El jueves be tobé un sobre de cuyo nobbre do quiero acordarbe.
Ayer, una aspirida.
Y hoy, un agradable jarabe color fucsia.

Pero dada me hace efecto y cada día me siento bejor.
De todas formas, do teggo ni un decímetro de fiebre, así que es muy probable que se trate de una gripe fantasba.

Por eso no voy a ir al bédico, porque me va a decir que todo es psicológico y se va a enfadar cobbigo por hacerle perder el tiempo.

Por lo tanto he decidido aguantarme, quejarme lo benos posible y acostarme el resto del fin de sebana, a ver si se me olvida y logro reponerme de este trastordo de la ibaginación.

Tappoco voy a escribir, porque estoy tan convencida de que me encuentro bal, que mi legeddaria lucidez se vería mermada por culpa de tan nefastos pensabientos.

Feliz fin de sebana a todos y no den rienda suelta a su ibaginación, no vaya a ser que se cojan una gripe.

lunes, 1 de octubre de 2007

Grandes acontecimientos

Hoy es un día muy especial, así que voy a escribir antes de que se me acabe.
Me alegro porque no tengo que hacer el esfuerzo de recordar nada. Me ceñiré al presente, sin ningún esfuerzo, y escribiré por qué hoy es un día de celebraciones.

Los eventos son tres:

El primero, y no por ello menos importante, es que hoy, 1 de octubre, nació mi madre.
Este acontecimiento me confunde. Llevo todo el día pensando, y si estoy en lo cierto (que lo estoy porque acabo de felicitarla) mi madre es más joven que yo.

Además, haciendo cuentas, le llevo casi un año, porque yo nací en enero...
Qué alegría tener una madre tan joven. Recién nacida y ya con una nieta. Se va a llevar una sorpresa...!

De todas formas seguiré pensando en este asunto porque hay algo que no cuadra. Yo nací en enero, entonces ¿cómo es posible que mi hija haya nacido en mayo si un embarazo dura más o menos nueve meses? Me falta un dato. Tendré que repasar el calendario de este año.

Tras este extenso homenaje, paso a citar el segundo gran acontecimiento del día.
Hoy, 1 de octubre, empecé a trabajar por la tarde. También.

Por fin. Esto de trabajar media jornada en septiembre era un aburrimiento. A quién se le ocurre... Trabajando todo el día me entretengo más, ocupo el tiempo que me sobra, no pierdo media tarde durmiendo la siesta y además, las relaciones con mi hija mejoran drásticamente. Como salgo por la mañana, almuerzo sola y vuelvo a casa cerca de las seis, sólo nos peleamos por la noche. Qué paz y qué armonía se vive ahora en casa. Lástima que no tengamos nocturno en el colegio...

La tercera y última razón que hace este día tan especial es una bomba.
Hoy, 1 de octubre, hace exactamente un año y medio que conocí a mi no pareja.
...y todavía no es mi ex!!!
No me extraña. Lo tengo encandilado con mi elocuencia, mi coherencia y, sobre todo, con mi pensamiento lógico y profundo. En fin, que soy un chollo...

Termino este breve post agradeciendo, de antemano, sus muestras de alegría por tener una madre tan joven, un trabajo tan estupendo y una no pareja tan duradera.

Gracias.

jueves, 27 de septiembre de 2007

Momentos electrizantes (II)

Como iba diciendo, la electricidad es mi fuerte. Es como un don que tengo, lo que pasa es que todavía no lo controlo bien. A veces me siento como Superman cuando llegó a la Tierra, aprendiendo a encauzar mi energía. Lo malo es cuando me distraigo y hay alguien cerca...

Lo que sí me gusta es desmontar enchufes cuando no están enchufados. Lo paso muy bien quitando todas esas piecitas diminutas. Las ordeno por tamaños y formas, por colores, por orden alfabético. Pero no sé por qué, cuando vuelvo a montarlas no me caben y me es imposible crear un enchufe nuevo. No me lo explico, porque las piezas son las mismas...

Así que las voy poniendo todas en una caja grande que tengo y, de vez en cuando, hago una reunión en casa con todas mis amigas y nos ponemos a jugar a "Monta el enchufe". La primera que lo consigue paga la cena. El otro día hice trampa, monté un enchufe con menos piezas de las que habíamos acordado y gané. Así que me tocó pagar la cena. Todavía me remuerde la conciencia, menos mal que tengo un blog para poderme confesar.

Nací con este don, ahora lo sé. Mi infancia fue emocionante y llena de sorpresas. Las descargas me sacudían cuando menos lo esperaba. No había aparato que se me resistiera: la nevera, la lavadora, la tele, los interruptores del pasillo...y hasta una pared monda y lironda! Incluso yo me sorprendí aquel día, una pared...qué poder tan portentoso.

Lo que me fastidiaba bastante era tener que levantarme de la mesa para cambiar de canal o subir el volumen de la tele. En aquella época no se apretaba un botón, el mando a distancia era yo. Supongo que mis padres sólo me mandaban a mí porque creían que mis espasmos se debían a la enorme alegría de sentirme útil. Nunca supieron la verdad de por qué volvía a la mesa saltando. Mi don era mío, y no pensaba compartirlo.

Ya de mayor me especialicé en coches. De un coche, tooodo me da corriente. Menos mal que el volante todavía no, pero si algún día ocurre, pienso contárselo a la policía. Por eso estoy escribiendo este informe. Hoy en día todo hay que demostrarlo con papeles.

Mi recuerdo más sexy es de un día en que se me ocurrió aparcar delante de una obra para tirar la basura. Fue espectacular. Me dirigía a mi trabajo y tenía que deshacerme urgentemente de un par de bolsas de basura que me estaban aromatizando el coche. Aparqué de medio lado delante del andamio. Allí estaban ellos, deseosos de estrenar un nuevo repertorio de piropos guarros. Y allí estaba yo, encerrada en el coche y calculando mis movimientos para llegar al contenedor de basura lo más elegantemente posible.

Apoyé un dedo en el cristal y empujé con fuerza la puerta. Se abrió poco, porque había un coche justo al lado. Entonces deslicé una pierna hasta poner un pie en el suelo, saqué un brazo con la primera bolsa de basura, puse el otro pie en el suelo, ladeé las caderas hasta sacar medio cuerpo del coche, saqué el otro brazo con la segunda bolsa de basura y, por último, contorsionándome ágilmente, de puntillas y siempre de lado, saqué el resto del cuerpo junto con la cabeza.

Estaba a salvo, había logrado salir sin tocar absolutamente nada. Qué alegría sentí. Me di torpemente la vuelta buscando el equilibrio, y fue entonces cuando mi oreja izquierda rozó levemente la puerta entreabierta del coche. La descarga fue impresionante. ¡En la oreja!

No me acuerdo cuál fue mi imprecación pero maldije al barrio entero. Sólo sé que mi cuerpo se estremeció, levanté los brazos, abrí las manos y las bolsas cayeron al suelo estrepitosamente. Me quedé traspuesta el tiempo justo. En silencio y mirando al suelo recogí mi basura y me dirigí lo más dignamente posible al contenedor.

Los piropos, aquel día, se quedaron por el camino. Seguro que los obreros quedaron impresionados por mi desenvoltura al salir del coche... He intentado repetirlo, pero por ahora no me ha vuelto a salir.

Seguiré bajando la basura.

domingo, 23 de septiembre de 2007

Momentos electrizantes

Llevo muchos años en el cole.
No es que sea una burra... Es que trabajo allí...

Durante todos estos años he conocido a muchos niños, pero, el más entrañable, dulce y sensible, ha sido, sin duda, Ángel.

Ángel era precioso. Tenía el pelo rubio, casi blanco, y en su carita perfecta lucían unos ojos azules, tan claros e inocentes, que entraban ganas de robárselos. Pensé en hacerlo más de una vez, pero desistí porque no me cabían. Era alto, delgado, frágil, casi etéreo. Era distinto.

Tendría unos nueve años cuando lo conocí. Yo no, él...
Y siempre iba de un lado a otro con un osito de peluche en las manos.

Desde el primer momento empecé a quererlo y a protegerlo. Su dulzura y delicadeza despertaron en mí un nuevo sentido, el sexto, que todavía no tiene nombre...

Pues allí estábamos, Ángel y yo, en el poli del colegio. Lejos el uno del otro. Ángel con su osito en la mano y yo ensayando con mi nuevo sentido, sin quitarle los ojos de encima por si le llegaba un balonazo de los que te suelen sorprender en plena cara cuando menos te lo esperas.

Ángel me sonrió, y como otras muchas veces en mi vida, todo empezó a funcionar a cámara lenta. Recordé un antiguo anuncio en el que se veían dos chicos en una playa, corriendo lentamente el uno hacia el otro con los brazos abiertos, hasta fundirse en un tierno abrazo.

Así me veía yo en mi carrera, avanzando sonriente a grandes zancadas y con los brazos abiertos hacia Ángel, que venía hacia mí con la misma lentitud, asiendo su osito de peluche y con la boca abierta de contento. El sol hacía brillar su cabello y mis rizos ondeaban al aire.
Qué perfección. Qué instante mágico.

Ante la atónita mirada de medio colegio que estaba en las gradas, unimos nuestras manos en un momento irrepetible de alborozo y ternura.

El calambrazo fue tan grande que salimos rebotados hacia atrás, mientras nuestras sonrisas se convertían irremediablemente en muecas de dolor y el osito de peluche salía disparado hacia las gradas. ¡Fuerte corrientazo!
Nos quedamos los dos saltando y batiendo las manos, como si fuéramos a salir volando de un momento a otro.

Haciendo caso omiso de las carcajadas de la gente, intenté acercarme al niño para consolarlo. Tenía el pelo tieso y los ojos como platos. Nunca olvidaré su mirada.
Pero él prefirió al oso. Lo entendí...

Desde entonces no volvimos a acercarnos. No a menos de un metro. Le explicaba las divisiones a dos pupitres de distancia, me compré un megáfono para pasar lista y nuestras únicas demostraciones de cariño fueron, a partir de entonces, besos volados.

Tampoco pude volver a compartir con él la merienda, lo cual me causó hondo dolor, porque la madre hacía unos montaditos de jamón con tomate que eran la alegría del recreo... pero bueno, cualquier sacrificio vale la pena cuando está en juego la seguridad de un niño.

Sentí mucho aquel incidente, en serio, pero no sé de qué me extraño, porque la electricidad y yo somos fieles amigas desde tiempos inmemorables. Será porque las dos somos muy estáticas o demasiado volátiles, vete tú a saber...

Lo cierto es que me he alargado. Seguiré con mis momentos...en otro momento.

martes, 18 de septiembre de 2007

No hay oferta que valga

Todo invitaba a salir: el sol, la triste mañana, los grillos cantando, las ranas croando, el gato maullando, el perro ladrando, la oveja balando, las aves trinando, la vaca mugiendo, el cerdo comiendo, etc.etc. Así que me decidí a encender la tele.

Procastinear y ver la tele son dos de las actividades cotidianas que más me satisfacen, pero no todos los días... Siempre se ha dicho que las mujeres somos capaces de hacer, como mínimo, dos cosas a la vez, así que, cuando procastineo y veo la tele, me siento más mujer. Y eso que no siempre me sale...

Estaban dando no sé qué película, cuando, por fin, empezó lo que más me divierte. Los anuncios.
Qué arte, cuánta sabiduría encierran los anuncios en sus cortas e ingeniosas frases, "Contigo no salgo, porque yo lo valgo", "Con Knorr se vive mejor", "Para mí y para usté, mayonesa Calvé"...y muchas joyas más, que, inevitablemente, me incitan a la reflexión más profunda cada vez que tengo la suerte de escucharlas.

Aquel día me sorprendió un anuncio nuevo. Gente sonriente, carritos de la compra llenos, felicidad, alegría y todo el mundo repitiendo: "¡Tres por dos! ¡Tres por dos!".
¡Era una oferta! ¡Nada más y nada menos que un 3 x 2! ¡Qué ofertón! No cupe en mí del gozo, y rápidamente, sobreponiéndome al impacto e intentando recuperar mis medidas, decidí salir a comprar.

Una vez en el súper, como de costumbre, empecé a pensar qué me podría hacer falta, intentando recordar qué había en la nevera y qué artículos de primera necesidad podría adquirir aprovechando tan generosa oferta.
Como soy tan buena cocinera, y además, no me gusta cocinar, empecé con los ingredientes básicos y esenciales para preparar un buen banquete.

Compré: seis latas de tomate frito, seis lasañas congeladas, seis tortillas de calabacín, seis tarros de paella campesina y, como no, seis pizzas carbonara.
Con algunos productos fue fácil, como comer y cantar. Los huevos, que vienen en paquetes de seis, los actimel, las pilas, el papel higiénico.
Pero con otros fue algo más problemático. Por ejemplo, la fruta. Como no me vendían seis uvas, las cambié por seis melones, que al fin y al cabo tienen la misma forma y son igual de dulces...
No entiendo por qué el charcutero me miró de manera extraña cuando le pedí seis lonchas de queso y seis de jamón, pero me las puso...

También me llevé seis botellas de limpia cristales, que siempre se usan, y otros tantos botellones de lejía para blanquear la ropa. Seis paquetes de tostadas "Los Compadres", seis mermeladas de arándano "Hacendado" y seis pinturas de labios "Delyplus". ¡Ah! Y seis bolsas de macarrones "La Isleña".

Cuando me di cuenta, el carro estaba a rebosar. Supongo que influirían los seis sacos de castañas y los seis garrafones de agua de rosas para planchar. Lo cierto es que yo me sentía como la chica del anuncio ( la guapita) con una sonrisa desgarradora y al límite de la felicidad.

Por más que intentara caminar en línea recta, el carrito se empeñaba en torcerse hacia la izquierda. Pero, como soy experta en llegar, entre otras cosas, allá donde me propongo, empujé el carrito con tal vigor, que en un 3 x 2 había llegado, intacta, a la meta: la caja registradora.

No me registraron. Pero yo me dispuse, educadamente, a sacar el monedero para contar las monedas sueltas y dejarles cambio, que siempre se agradece.

Cuando me dieron la factura me quedé horripilada. La cifra era astronómica. Por mucho que intenté convencer a la cajera de que se estaba cometiendo una injusticia, no quiso entrar en razón. La compra me salió un diente de la boca y encima tuve que pagar con tarjeta porque no me daba el sueldo.

¡Habráse visto! ¡Dónde iremos a parar! ¡Me lo van a decir a mí que soy maestra! Mira que no saber la cajera que, de toda la vida, ¡TRES POR DOS SON SEIS!
No me lo explico.


Y, Abracadabra...
no te creas ni una palabra.

domingo, 16 de septiembre de 2007

¡Hay que ver!

¡Hay que ver!
Toda la vida trabajando y nunca me han dado un premio.
Bueno sí. Un día, en el cole, me dieron una placa muy bonita como reconocimiento a mi labor. Lo extraño es que llevaba sólo un año trabajando, no me lo explico. En esa época hacía jerseys de punto y los vendía para poder llegar a fin de mes. A lo mejor es que se enteraron y la placa me la dieron en reconocimiento a mis labores...

¡Hay que ver!
Toda la vida comprando rifas y nunca me ha tocado nada.
Bueno sí. Cuando era pequeña. Recuerdo tener un boleto en la mano, y al oír el número ganador, salí corriendo hacia el escenario con el corazón a mil. Lo peor fue cuando se dieron cuenta de que yo tenía el 68 y había salido el 89. Se dieron cuenta porque había un puntito encima del número señalando cómo había que leerlo, pero yo era pequeña y no entendía de eso... Así que, cuando subió al escenario el verdadero ganador, lo miré de abajo a arriba... y me dieron el premio: una horrenda muñeca. En fin, que ni la bauticé.

¡Hay que ver!
Toda la vida comprando lotería de Navidad y nunca me ha salido ni el reintegro.
Bueno sí. Fue hace unos años. Cuando mi madre me llamó diciéndome que teníamos los tres últimos números me volví loca buscando el dichoso boleto, hasta que recordé que lo había hecho trizas en una de estas limpiezas compulsivas que a todos nos dan de vez en cuando, y lo había tirado a la basura, precisamente, el día anterior. Me rasgué las vestiduras. Menos mal que estábamos en rebajas.

¡Hay que ver!
Un par de semanas escribiendo sandeces... y me dan un premio. No me lo explico.
Seguro que se han equivocado dada mi trayectoria. La culpable es Lamirada, que me mira con muy buenos ojos. Gracias Lamirada, este premio me anima y me enorgullece, y sobre todo me incita y me espolea para seguir escribiendo sandeces un tiempito más, como mínimo...


Por lo visto hay que seguir una serie de normas, entre ellas, nombrar a otros siete premiados.
Y no me atrevo. Soy demasiado joven. Y demasiado inexperta. (Por fin puedo decir algo así)
No voy a nombrar a siete. Mi premio será para todos los incautos que entren a mi blog y me lean.
Así que tú, sí, TÚ, que has tenido el valor de llegar hasta aquí y soportarme, acabas de ganar el "Primer Premio a la Procastinación y Alevosía".

¡Felicidades!

miércoles, 12 de septiembre de 2007

Cosas de niños

Este post no es mío. Es de mis niños.
En septiembre pasamos pruebas y ejercicios de repaso para saber si se acuerdan de los contenidos del año anterior. Ésta es una recopilación de alguna de sus respuestas, sólo he alterado la ortografía.
No tiene desperdicio...

LENGUA

¿Qué dos tipos de sonidos pronunciamos al hablar?

- La lengua española. (Dije dos!!!)
- El español y el castellano. (Dije sonidos!!!)

¿Qué es una oración?


-Una oración es una palabra. (Así de fácil)

Tres lenguas que se hablan en España:

-E
spañol, chino y japonés. (Hay que aclararle hasta donde abarca España)
-Sonidos, gestos e imágenes. (Hay que aclararle lo que es una lengua)


MATES

¿Este prisma es un cubo?


-No, porque tiene tapa y no debería tener tapa. (¿A quién se le ocurrió taparlo?)

Escribe el nombre de estos triángulos:

-
Pentágono, isósceles, escaleno. (No contó bien los lados)
-Triángulo, triángulo, triángulo. (Éste sí...)

¿Qué hora señalan estos relojes?

-Las 23 menos 15 -Las 22 y cuarto -Las 10 menos 40

-La una menos 9 -Las 11 y en
punto -Las 3 menos 30


CONOCIMIENTO DEL MEDIO


Animales que ponen huevos:

-Huevífaros (Por lo menos lo puso con "h")
-Güebíparos (Por lo menos...)

Animales ovíparos:

-Un ovíparo es un animal de origen vegetal. (Vale, ¿y una berza?)

Los cinco sentidos:

-Oído, busto, olfacto, tacto y vista. (Perfesto)

Tipos de dientes:

-Anfibios y caninos. (Vale pulpo...)

¿Para qué sirven?


-Con los incisivos arrancamos los bocadillos. (No, no quiero merienda hoy, gracias)

Montaña:


-Corriente con fuertes pendientes. (¿?)
-Una cosa que tiene pico y una bajada. (Visto así...)

Cordillera:

-Varias montañas haciendo una fila. (Me encanta...)

Llanura:

-Es la costa alta que se llama acantilado. (Umpf!)

Meseta:

-Es la mitad de la costa alta. (Aprobado en matemáticas)

Isla:

-Porción de agua rodeada por todas partes. (Qué agobio!!!)

Archipiélago:

-Está rodeado de tierra, por ejemplo una playa. (No me hago una idea de dónde puede veranear)
-Varias islas agrupadas, por ejemplo España. (Tengo que reforzar lo de España)

Río:


-Los ríos son corrientes húmedas con curvas estrechas. (Con lo fácil que es decir "agua")
-Pendientes de agua. (Con lo fácil que es decir "corrientes")

¿Por qué decimos que en Canarias las temperaturas son suaves?


-Porque son así. (¿A quién se le ocurrió hacer esta pregunta?)

¿Cómo son las lluvias en Canarias?


-Lluviosas. (Valga la redundancia...)

Las partes de una hoja son dos...


-Bisípalo y peciólogo. (¿Alguien tiene un pañuelo?)

Las plantas de hoja caduca son las que...


-Son muy sencillas. (Antes muerta...)

Frutos carnosos:

-La papalla y el paraguallo. (Olle)

¿Qué medio de comunicación usarías para comunicarte con una amiga que vive en otro país? ¿Por qué?

-
Un móvil. Porque no tengo otra cosa en la mano. (Práctico)
-El oído. Y lo usaría muy atentamente para escuchar bien. (Muy atentamente tiene que ser...)

Qué medio de comunicación usarías para escuchar canciones de moda? ¿Por qué?


-Un cassette. Porque sé ponerlo. (Menos mal...)
-Una pone el oído, la otra enciende la radio y la pone pegada al teléfono y ya está, ya se puede escuchar. (Colaborando se llega a todas partes...)

Ciclo del agua:

-Es el que va por todas partes, del mar al cielo, del cielo al mar y de la tierra otra vez al mar y así todo el ciclo, eso es el ciclo del agua
seño, que yo sepa. (Te creo)

Escribe algo que hayas estudiado y no te he preguntado:


-Pues lo que no me has preguntado.
(Cierto...)
-El cráneo no se mueve, porque al darte en la cabeza y el cráneo no está en su sitio, te escachas el cerebro. (Así me gusta, todo en su sitio)
-La caja está en el pecho, está protegida por el pulmón y el corazón. (Algo desencaminado vas...)




Sin comentarios...






lunes, 10 de septiembre de 2007

Mi afasia es mía

Mucha gente no sabe lo que es una afasia. Yo tampoco lo sabía hasta que la conocí.

La Wikipedia define afasia como una "disfunción en los centros o circuitos del lenguaje del cerebro, que imposibilita o disminuye la capacidad de comunicarse mediante el lenguaje oral, la escritura o los signos, conservando la inteligencia (menos mal) y los órganos fonatorios.

Yo la defino como "una putadita más".

Todo empezó cuando, recién separada, decidí acompañar a mi hermana, que había venido a ayudarme con la mudanza, al médico. Ya que estaba allí, se me ocurrió comentarle a la doctora una serie de síntomas raros (adormecimiento del lado derecho de la cara, por ejemplo) que estaban ocurriéndome desde hacía ya varios meses.

No me gustó mucho la expresión de la chica, y menos me gustó el volante preferente que me dio para un neurólogo.

El neurólogo me hizo varias pruebas, reflejos, equilibrio, y no me acuerdo qué más, y me mandó al hospital para hacerme un electro y una resonancia. El día que fui a recoger los resultados, tampoco me gustó la cara del enfermero que me los entregó. Tenía unos ojos lánguidos, tristes y me miraba como si fuera la última vez que me iba a ver. Bueno, realmente así fue y no quiere decir que me haya muerto...

El grueso de los resultados lo enviaban directamente al neurólogo, así que por mucho que quisiera, no iba a enterarme de nada hasta el día de la consulta.

Otra cosa que me mosqueó, y bastante, fue que al día siguiente llamaron por teléfono a una amiga ( yo no tenía teléfono aunque ya me había instalado en mi casa nueva) adelantándome la dichosa consulta. De repente se me quitaron todas las ganas de saber, y si no llega a ser por mi hermana, que me llevó a rastras, es muy posible que en este momento no estaría aquí, tan contenta, tecleando en el ordenador los recuerdos que me quedan.

MAV cerebral. Ése fue el diagnóstico. Lo único que yo quería, ilusa de mí, era que no me ingresaran, porque mi hija tenía apenas unos meses y no quería dejarla con nadie. Pero...ningún dios oyó mis súplicas y desde entonces me reafirmé en el ateismo.

Por lo que me explicaron, la cosa era grave, y además bastante delicada. Había que operar, y en el cerebro. La guinda la puso una amable enfermera que, con toda su buena intención, me dijo: es como una bomba que puede estallar de un momento a otro, pero no te preocupes...

Le hice caso y no me preocupé, pero, por si acaso, escribí mis últimas voluntades. Con el tiempo me enteré que mis voluntades no hubieran servido de nada porque no estaban firmadas por un notario, aunque, eso sí, las había escrito a mano y estaban firmadas por mí.

Pasé un buen tiempo rebotada de médico en médico, se habló de mandarme a Barcelona, después a Estados Unidos, y mientras, mi propio cóctel molotov iba quemando su mecha, mis nervios y mi paciencia. La realidad es que nadie se atrevía a hacerlo, era un caso raro el mío, por lo visto estas cosas se descubren después de una hemorragia cerebral, cuando ya no hay nada que hacer, y son muy pocos los casos que presentan síntomas previos.

La última resonancia mostró una circulación cerebral axtremadamente acelerada y un grupo de venas y arterias debilitadas y muy desarrolladas debido a la velocidad de la sangre en esa zona.
Mi MAV se alojaba en el parietal izquierdo, justo justito en la zona del lenguaje. Los médicos, por fin, decidieron operar.

No me voy a alargar en detalles, se haría muy largo y corro el riesgo de deprimirme, desde luego ciertas cosas hay que olvidarlas... Lo cierto es que todo salió bien, de las posibilidades que me habían dado: morirme, quedarme en silla de ruedas, parálisis del lado derecho del cuerpo o problemas con el lenguaje, sólo me quedé con la última opción, las demás las desestimé de entrada. Así que elegí mi afasia, mi querida "putadita más", y no me quejo.

Tardé más de un año en volver a hablar, tuve que aprender otra vez. Pero con mucho esfuerzo y unas ganas tremendas lo conseguí, y hoy sólo me queda eso, una ligera afasia, que mantengo deliberadamente como souvenir, y que me sirve, cuando estoy más baja, para recordarme que, a pesar de todo, sigo aquí.


Otro día contaré cómo incide mi afasia en mi vida y en mis relaciones.
Ahora, prefiero merendar.

jueves, 6 de septiembre de 2007

Días inolvidables (II)

Estoy aquí sentada, recordando, y todavía no me explico cómo pudieron coincidir tantos despropósitos en un lapso tan corto de tiempo.
No sé qué fuerza sobrenatural se ensañó conmigo aquel día, pero lo hizo. Y a conciencia.

Retomo mi relato en el punto en que lo dejé: yo hundiéndome en el agua y un Miguel que me mira fascinado en un incomparable marco campestre.

Ya dije que en el mar me muevo como pescadilla que se muerde la cola, o gato con botas, que para el caso es lo mismo. Así que, con la seguridad que me caracteriza, me quedé frente a Miguel sin saber qué hacer.

Se me ocurrió entonces, enseñarle un ejercicio que, a su vez, me había enseñado mi madre.
El ejercicio consiste en juntar las manos bajo el agua a unos centímetros del estómago, y moverlas arriba y abajo. Este movimiento genera una presión tubular en el vientre, como si te estuviera pasando por encima un rodillo compresor. Es una experiencia única. La recomiendo.

Estaba inmersa en la demostración, pasándome las manos por el estómago, arriba, abajo, arriba, abajo, absolutamente concentrada en mi tarea, cuando me acordé de Miguel.
Seguía en la orilla. Menos mal. Por un momento pensé que se habría ido.

Yo caminaba hacia atrás, buscando el agua necesaria para cubrirme el estómago, y no entendía por qué, cuanto más retrocedía, menos agua encontraba.
Tampoco entendía por qué Miguel me señalaba con el dedo. Qué maleducado.

Hasta que me di la vuelta.

Sólo tuve tiempo de ver una muralla de agua y algo de espuma blanca en las alturas.
La ola más grande que había visto en mi vida estaba a punto de romperse sobre mi cabeza.
Y se rompió...

Me cogió, me revolcó, me arrolló, me arrastró, me desnudó, me hizo trizas...
Durante mi vertiginoso viaje hacia la orilla entre volteretas, espuma, agua y arena, asomaba un pie de vez en cuando, a veces una mano, otras , la cabeza entera con la boca abierta para coger aire, y con un solo ojo constaté, con horror, cómo me dirigía, sin remedio, hacia Miguel.

Terminé a sus pies, bastante tirada. Y llena de arena. Me coloqué el bikini, me di un chapuzón y, con mi táctica del "yo no he sido", me fui, cojeando del pie izquierdo, hacia las hamacas.

Por fin a salvo. Pensé.
Miguel me miraba en silencio. Me senté muy digna y con un sensual movimiento crucé las piernas. Irresistible. Alargué un brazo y cogí un cigarro y el mechero, dispuesta a echarle todo el humo a la cara. Dicen que es muy erótico.

Lo que pasó a partir de ese momento lo viví a cámara lenta. Sentí cómo la hamaca se deslizaba hacia atrás, hacia atrás, hacia atrás, y caía, caía, caía, lentamente, conmigo encima, hacia la arena.
Todo ocurrió realmente en una fracción de segundo. Me encontré de repente con la cabeza tocando la arena, las piernas cruzadas estilo yoga, un cigarro en una mano y el mechero en la otra. Qué vida más perra. Oí unas cuantas risas en alemán. El resto fue oprobio, afrenta y la más absoluta vergüenza para mí.

Me levantó Miguel.

Cosas peores se han visto, pensé, el muerto al bollo y el vivo al pollo.
Nunca me acuerdo qué se come el muerto, si el bollo o el pollo. Así que lo invité a comer para olvidar. A Miguel.
Pedí primero pollo y después un bollo, por si acaso, y a partir de ese momento no volví a moverme ni a hablar hasta que llegué a mi casa. En el fondo creo que esa actitud fue lo que me salvó la vida aquel día...

Y termino ya, que me he alargado. A pesar del cabezazo, el pelotazo, el hundimiento, el revolcón, la caída y todo lo que ocurrió que no me acuerdo, Miguel, el serio Miguel... se enamoró perdidamente de mí.

Y colorín colorado, créete lo que he contado.

lunes, 3 de septiembre de 2007

Días inolvidables

Hoy elijo, para recordar, un compendio de disparates que me ocurrieron los dos primeros días que salí con Miguel.

Nuestra primera cita fue para cenar; me sentía muy feliz, no me había mareado en el coche y durante la cena no había tirado ninguna copa, no me había manchado y había dicho las inconveniencias justas...

En tal estado de felicidad, llegamos a Pérfido, un magnífico caserón reformado donde sirven copas y se puede disfrutar de una agradable velada escuchando música.

Nos sentamos en un sofá verde, cuyo respaldo formaba una graciosa curva descendente hasta desaparecer por completo; muy cómodo el sofá, si no le hacemos caso al respaldo, pero yo estaba tensa, nerviosa, y me senté bien derecha para controlar la situación.

Esa noche un señor muy bien vestido tocaba el piano, mi instrumento de viento favorito, y su sonido nos envolvía creando un ambiente mágico, onírico, lánguido, insípido, estúpido.
Todo era paz y quietud. La gente no hablaba. Bostezaba.

Y en ese preciso instante, Miguel cogió mi mano.
Al sentir el roce inesperado de su piel, mi tensión aflojó de golpe, me dio un bajón y dejé caer mi cuerpo en el sofá, echando, al mismo tiempo, la cabeza para atrás cual desmayada.

El golpe en la pared fue tan terrible que retumbó en la sala. La gente , que era mucha, me miró y el pianista, vengativo, empotró su dedo en una tecla. Por el tiempo que duró, creo que era la del "La" sostenido, de la que tanto he oído hablar.

Quise morirme. Pero no pude.
Y Miguel, impertérrito, me invitó a la playa.

Al día siguiente, pues, fuimos a la playa. En la playa me siento como pez en el río, así que, ya sobrepuesta, me dispuse a conquistarlo con mi desenvoltura...

Íbamos caminando por la orilla y lo de siempre: niños gritando, madres gritando, perros ladrando, hombres jugando, cacos robando, policías mirando, y así... Cuando, de repente, veo que se dirige hacia mí a velocidad supersónica, una pelotita del tamaño de una ciruela.

No pude esquivarla. Chocó en uno de mis pechos y, con un sordo "toc", cambió su trayectoria hasta caer en la cabeza de uno que estaba sentado por ahí.
Maldije interiormente a la pelota, las palas, los niños, las madres, los perros, los hombres, los cacos, la policía y al hombre sentado. Maldije a todo el mundo. Pero no me inmuté.

Miguel se empeñó en alquilar unas hamacas; por fin dejamos los bolsos y sugerí darnos un baño (a ver si se me aliviaba un poco el dolor en el pecho).

Imaginé mi cuerpo cimbreante dirigiéndose con paso firme hasta la orilla, pero, al pisar la arena, me invadió un calor infernal que se apoderó de mí por completo. Empecé a dar saltos, pisando, de paso, todas las toallas que encontré por el camino, y a grandes zancadas, pude, por fin, alcanzar el agua.

Da igual, pensé, ahora empieza el espectáculo, ...y así fue.

Entré en el agua como una sirena, pero elegí la zona equivocada. No había recorrido ni siquiera medio metro, cuando tropecé con un profundo desnivel. Sólo me dio tiempo de un sofocado "Yaaaaaa"... y me hundí.

Me levanté como pude, Miguel estaba detrás, tenía que reaccionar, y rápido.
Lo miré fijamente, sonreí... y volví a hundirme...
Repetí lo mismo dos o tres veces, por si no me había visto bien, pero esta vez moviendo también los brazos y luciendo una sonrisa cautivadora. Qué idea tan genial... transmitir alegría. Fundamental.

Lo que pasó después... requiere un post enterito.

jueves, 30 de agosto de 2007

Docentes vacaciones

No sé qué ha pasado con mi anterior blog, y eso que prácticamente lo estaba estrenando, lo cierto es que no puedo entrar, así que sigo en éste.

Hoy voy a hablar de un tema que domino: la depresión.

No es tan complicado como lo pintan, he reflexionado mucho sobre esta peculiar cualidad y he llegado a las siguientes conclusiones:

La depresión es como una decepción, pero a largo plazo. Desorientación. Aturdimiento. Lágrima en el ojo. Todo te importa un pimiento. En fin, que no estás para bromas.

Las depresiones son, básicamente, cuatro.
A saber:

1.- Prevacacional

2.- Vacacional a secas

3.- Postvacacional

4.- La de todos los días

1ª) La depresión "Prevacacional" empieza un mes antes de terminar las clases.
Sus síntomas son inequívocos:

- Irritabilidad
- Cansancio descomunal
- Ojeras
- Palidez extrema
- Y toda una serie de desordenes mentales que tienen como consecuencia : confundir un niño con otro, no saber con qué padre estás hablando, comerte la merienda de tus alumnos y, lo que es más grave, salir un domingo rumbo a la playa y hacer la ruta diaria hasta el colegio. ¡Qué vacía está la playa! te dices, hasta que te das cuenta de que no hay hamacas. Entonces le echas la culpa al coche por saberse el camino de memoria.

Esta depresión dura hasta bien entradas las vacaciones. No es tan fácil desprenderse de ella.

2ª) Cuando ya te estás recuperando, hacia el 20 de julio, te das cuenta de que has perdido un tercio de tus vacaciones y que te queda otro tercio para entrar en la temida depresión "Postvacacional".
Este periodo de tiempo, comprendido entre el 20 de julio y el 10 de agosto, es lo que se llama depresión "Vacacional a secas".

Se caracteriza por una severa desesperación y un pensamiento obsesivo y recurrente: "Tengo que aprovechar lo que me queda, tengo que aprovechar lo que me queda, tengo que...".
Así que, te levantas creyendo que te vas a comer el mundo, y te acuestas con la sensación de no haber hecho nada de lo que querías, lo cual te va hundiendo en la miseria más profunda, de forma lenta y traicionera.

3ª) A los veinte días exactos, la "Vacacional a secas" se transforma en "Postvacacional".
Los medios de comunicación nos quieren hacer creer que ésta se produce con la vuelta al trabajo. Pero no. La depresión "Postvacacional" se instala en nuestras vidas unos 20 días antes de empezar a trabajar. Los días se van. Empieza la cuenta atrás. Y la imagen del despertador se apodera de cada minuto de tu tiempo.

Es posible que ésta sea la más dura y terrible de todas, porque, aparte de que ya estás quemado por las anteriores, la "Postvacacional" se caracteriza por los elementos distorsionantes de la propia realidad, resumidos en un "No hay escapatoria", que son capaces de hundir al más optimista.

La duración media de la depresión "Postvacacional" depende de cada uno. Suele acabar cuando realmente te das cuenta de que no te queda otro remedio y que no puedes faltar a clase.

4ª) Entonces ya estás preparado para "La de todos los días", que dura el resto del año.
No me voy a extender con esta depresión, llamada vulgarmente "Lo de siempre", porque es tan rica en matices asociados al carácter y a la personalidad de cada individuo, que sería muy largo de explicar.
Sólo decir que responde a la pregunta de "¿Qué te pasa?". Si la respuesta es "Lo de siempre", sabremos que el individuo en cuestión está afectado por "La de todos los días".

En estos momentos (el lunes empiezo a trabajar) estoy, como muchísima gente, en plena depresión "Postvacacional".

Menos mal que no soy la única, así que, como también soy experta en refranes, intentaré no olvidarme del que siempre guardo para esta época, para poder decírselo a mis compañeros y aliviarlos un poco.

El lunes, cuando llegue al cole, en vez de "¡Buenos días! ¿Qué tal las depresiones?", les diré con mi mejor sonrisa: "Mal de muchos, remedio de todos".
Seguro que les va a encantar.

domingo, 26 de agosto de 2007

Refranes y dichos

Hoy no me apetece recordar, así que voy a hablar de otra cosa, concretamente de refranes.

Los refranes son frases cortas, que encierran en su enunciado una enseñanza, una intención, un juicio. Cuando utilizamos un refrán es como si disfrazáramos un "Te lo dije... " con palabras bonitas.

Hay gente que utiliza los refranes de una forma magistral. Para mí es admirable, porque hay que tener una lucidez mental tremenda para saber adecuar el refrán a una situación concreta, por no hablar de la memoria que se necesita dado el vasto repertorio de refranes que tenemos.

Por mucho que lo intente, a mí no me sale. Unas veces porque me olvido de alguna parte del texto y otras, porque no sé en qué momento tengo que utilizarlos.

Uno que me encanta y se usa mucho es "Dime dónde andas y te diré quién eres". Me parece de una sensibilidad increíble, "... te diré quién eres." Pero no sé cómo usarlo, a no ser que me llamen al móvil y lo adivine por el nombre en la pantalla...
"¡Hola, eres Laura! ¿Dónde andas? "
Y sin embargo la gente lo usa sin tener que recurrir al teléfono. No lo entiendo.

Los hay que se refieren al descanso, "No por mucho madrugar te levantas más temprano" o "A quien no madruga, Dios le ayuda". Estos dos me parecen de una sabiduría inmensa. El mensaje es claro y conciso: hay que dormir. Suelo usarlos durante el curso, cuando la gente se queja de lo cansada que está. Siempre me lo agradecen.

Los hay terribles, como "Quien siembra lluvia, recoge tormenta". Éste se refiere al cambio climático y su mensaje es que hay que tener cuidado con la contaminación. Yo a veces lo exagero, para que la gente tome conciencia, y en lugar de "tormenta" digo "huracán", o "tornado". Así llega más.

Después están los de siempre:

"En casa de herrero, buenas son tortas."
"Hombre prevenido, mal acaba."
"Más vale maña que ciento volando."
"A palabras necias, corazón que no siente."

O los típicos:

"Vísteme despacio que tengo tiempo"
"En boca cerrada, cuchara de palo."
"Cuando el río suena, salta la liebre."
"A buen entendedor, pan y cebolla."

Pero el que nunca se me olvida es "Cría cuervos y te sacarán los ojos", porque mi madre nos lo repetía continuamente. Así que lo uso en las situaciones más entrañables, porque me recuerda mi infancia.

Un dicho que me encanta y además sé usar es "En abril, aguas mil". Lo malo es que da poco juego y sólo me da para un mes. Bueno, si estoy muy apurada, también lo uso en marzo o en mayo. Mes más, mes menos...

Y cierro este post con mi favorito, el que me representa: "No todo el monte es orégano." Es un canto a la Naturaleza. ¿Su mensaje? Diáfano: "Cuando vayas al monte no pises el césped."

miércoles, 22 de agosto de 2007

París, mon amour

Tampoco puedo olvidar el día en que se me ocurrió llevar a mi hija a Disneyland París. Éramos cuatro: una amiga, nuestras respectivas hijas y, naturalmente, yo.

La odisea empezó en el aeropuerto. En facturación de Aquí nos pidieron la documentación y yo, por un pequeño despiste, me había olvidado el pasaporte en casa. Para quién no lo sepa, viajar con una menor y no tener pasaporte es todo un problema ...

Por una vez en la vida, el avión salía a su hora y no me daba tiempo de ir a casa, coger el pasaporte y volver, así que le di las llaves a una amiga y le encargué mandarme el pasaporte al hotel de París.

Tras mucho discutir, (más bien de rogar), en facturación nos dieron un documento que teníamos que presentar en el puesto de policía de Madrid, antes de coger el vuelo a París.

Por desgracia así lo hicimos. Al llegar a Madrid fuimos a la policía y nos atendió un comisario, o algo así. Le explicamos todo y le entregamos el documento. El comisario o sargento tenía una cara que daba miedo, no sé qué le habría pasado ese día, pero hizo unas cuantas llamadas telefónicas y me preguntó (muy de mala leche) que si mi hija estaba registrada en mi pasaporte.

Tengo la mala costumbre de reírme en los momentos menos oportunos, por ejemplo, cuando estoy nerviosa. Y en ese momento lo estaba, y mucho. Así que le contesté, riéndome, que no lo sabía. Y era verdad, no me acordaba si mi hija estaba registrada o no en mi pasaporte.

Pero él se lo tomó mal, pensó que le estaba tomando el pelo, y de repente, empezó a gritar como un poseso que no nos moveríamos de allí hasta que mi pasaporte no estuviera en sus manos...

Casi nos da algo. Salimos arrastrándonos de ese maldito despacho y nos sentamos en una cafetería viendo cómo se esfumaban nuestras vacaciones, el dinero que habíamos pagado y nuestra ropa, que se iba a París sin nosotras.

De pronto se oyó por un altavoz : "último aviso para los pasajeros del vuelo no sé qué, con destino a París", nos miramos, nos levantamos y salimos corriendo. Cruzamos el aeropuerto como galgos detrás de una liebre, arrastrando a las pobres niñas que no se estaban enterando de nada. Y llegamos, sofocadas, despeinadas y hechas polvo, pero a tiempo.

Nadie nos dijo nada, nos dejaron pasar, es más, los pasajeros nos miraron con cara de "ya era hora" porque llevaban un rato esperando por nosotras. Tras las típicas disculpas del capitán por el pequeño retraso, el avión se puso en marcha. Yo miraba de vez en cuando para atrás, por si aparecía el comisario ese y detenía el vuelo. Pero no, no se enteró.

Cuando abrí los ojos allí estaba, como una maqueta de juguete, la torre Eiffel. ¡Estábamos en París! ¡Con nuestras maletas! Y así fue cómo pisé por primera vez, suelo francés: como una perfecta delincuente.

Muy mono Disneyland. No me quiero ni acordar las veces que estuve a punto de vomitar con tanta noria y tanta tacita de La Bella... Es que las tacitas de La Bella, repersentan la sofisticación más absoluta del mareo. Además de girar sobre una plataforma, giraban sobre sí mismas a una velocidad de vértigo. Dos giros inversos y simultáneos. Sólo de escribirlo me mareo.

Pero a mí me interesaba París. Y al cuarto día, llegamos.
En París todo el mundo habla francés. Menos mal que había letreros. Pero casi todos ponían " SORTIE" , o algo parecido. Dedujimos que significaba "SALIDA", así que, los tres días que estuvimos allí, nos dedicamos a salir de todas partes. No pudimos salir de Notre Dame porque estaba cerrada por reformas. Tampoco salimos de los jardines de Versalles porque ese día diluvió. Pero bien.

Eso sí, la comida era cara. La última noche cenamos en una terraza de no me acuerdo qué calle, pero era céntrica. Muy fino y muy bonito todo, pero en la ensalada había una mosca. Llamamos al camarero y le dijimos : "Una muuj en la salad", pero no quiso entendernos. A cambio nos trajo la cuenta. La ensalada quedó intacta, pero creo que nos cobró la mosca.

Y así terminó nuestro viaje a París. Volvimos sin ningún problema.
Al par de días recibí una llamada de Francia, desde el hotel donde nos habíamos alojado. Sólo querían decirme que mi pasaporte estaba en recepción, que qué tenían que hacer con él...

¡¡¡ Dioooos...!!!!

domingo, 19 de agosto de 2007

El día que conocí a mi ex-novio

Si hay algo que no debería olvidar nunca es el día en que conocí a mi ex novio.

Era sábado, Miguel contaba cuentos en un conocido local, y yo había quedado con mis amigas para tomar un par de copas y pasar un rato agradable escuchando historias.

Miguel y yo nos conocíamos de vista desde hacía tiempo; habíamos coincidido en varios cursos, él como profesor, yo como alumna, y me gustaba.

Me gustaba su aire serio y distante, ese halo de misterio que lo envolvía, su mirada de hielo y su cuerpo moreno y bien trabajado.
Me gustaba su forma de hablar, su elegancia, su vasta cultura, su fama de soltero inaccesible y profesional intachable, su carisma.
Todo me gustaba de Miguel.

Así que esa noche salí de casa con la sana intención de recrearme la vista y regalarme el oído con uno de los hombres más atractivos y apetecibles de la ciudad.

Miguel contaba cuentos como nadie (lástima que no me acuerde de ninguno) y había elegido un repertorio fantástico, así que entre risas, aplausos y expectantes silencios, se acabó la primera parte y entramos en el descanso.

Se encendieron las luces. La sala estaba abarrotada de gente, en la barra, en el suelo, de pie, no cabía ni un alfiler ahí dentro. Nosotras estábamos sentadas en un rinconcito muy cómodo charlando animadamente, cuando, de entre la gente, surgió como por encanto, una vendedora de flores (recuerdo que era china) y se me acercó con una rosa en la mano.

La mujer estaba empeñadísima en que yo cogiera la flor, pero yo no quería comprársela y, lo más educadamente posible, apartaba su mano de la mía una y otra vez, diciendo que no con la cabeza, a ver si así me entendía. Pero no había manera, me cogía la mano e introducía entre mis dedos la dichosa rosa para que yo me la quedara.

El desconcierto y la impotencia se apoderaron de mí, la situación era absurda, estaba peleando a base de sonrisas con una china más cabezota que yo, y no pensaba ceder, ... pero ella tampoco.

De repente la mujer se dio la vuelta y con la cabeza señaló hacia la barra. Allí estaba Miguel, con una gran sonrisa y mirando divertido.
Y de pronto entendí: ¡ Miguel me mandaba la rosa ! ¡ A mí !
¡ De-lan-te-de-to-doel-mun-do !

Todo se oscureció para mí en ese instante, bajo el único foco existente sólo estaba yo, la única, con mi única rosa en la mano y con una sonrisa ... única. Creo que levité.

Cuando volví en mí, intenté controlarme y borrar esa sonrisa de idiota que seguía teniendo en la cara, y con un gesto de forzada naturalidad le mandé un beso volado a Miguel, (porque estaba muy lejos para dárselo directamente), y me senté, con el corazón a mil, intentando evitar las miradas de la mayoría de la gente que se había quedado con todo.

De la segunda parte del espectáculo no fui consciente. No me acuerdo absolutamente de nada. Cuando desperté estaba en la calle, flotando todavía, dirigiéndome hacia el coche y agarrando la rosa con todas mis fuerzas, por si algún maleante que pudiera pasar por allí me la robara.

No volví a ver a Miguel hasta el mes siguiente, enero, que fue cuando tuvimos muestra primera cita. No sé exactamente qué día fue, pero sí recuerdo que metí la pata ... y varias veces.

Pero eso queda para otro día.

jueves, 16 de agosto de 2007

Presentación

Soy una persona normal y corriente, de las que te cruzas por la calle y no reparas en ellas.

Tengo un trabajo que me absorbe tres cuartas partes del día, una hija en su punto más álgido de la adolescencia, un coche viejo que funciona a pesar de los pocos cuidados que recibe, un piso permanentemente ocupado por las adolescentes amigas de mi hija adolescente, un ex marido desaparecido de la faz de la tierra, un ex novio arrepentido y desesperado, y una pareja que no quiere ni oír hablar de la palabra "pareja".

Tengo a mi familia desperdigada por el mundo, un agujero en el cerebro que me ha dejado una ligera afasia y algún que otro cable cruzado, pago una hipoteca, siempre ando con prisas y hago filigranas con mi sueldo para llegar a fin de mes.

Sin embargo, a pesar de que no todo el monte es orégano, estoy satisfecha con mi vida y soy razonablemente feliz.

El otro día me serví el café dentro de la lata de leche condensada, suelo perder el coche en los aparcamientos públicos, soy incapaz de recordar el título del libro que estoy leyendo, si alguien me habla me quedo hipnotizada con el movimiento de sus labios y cuando empiezo a ver esa película tan buena que me han recomendado, no paso de los primeros diálogos, porque mi cerebro se dispara en mil pensamientos que no vienen al caso.

Por mucho que me repita: concéntrate, concéntrate, concéntrate, cuando me doy cuenta, en lugar de café me he hecho un colacao, estoy forcejeando con la cerradura de un coche que no es mío, o besando afectuosamente a una persona que se parece mucho a alguien que no recuerdo.

En fin, tengo un serio problema de concentración, por no decir de memoria, y por eso me he decidido a escribir, así, si algún día se me olvida quién soy, siempre podré venir y leerme.

Suponiendo que me acuerde de que tengo un blog...